jueves, 30 de abril de 2009

«Papa Doc» y los zombies

La idea de salir de la tumba convertidos en zombies preocupa a los gobernantes de Haití y a su clase dirigente, además de aterrorizar al pueblo llano. Pero puede que los zombies descritos por tantos testigos no hayan estado muertos jamás.

La gran dificultad con que se enfrenta el investigador interesado en cualquier aspecto de la vida haitiana, y especialmente del vudú, es que durante casi 14 años el país padeció una de las dictaduras más crueles de la historia. François Duvalier -«Papa Doc» para amigos y enemigos- odiaba y recelaba de todo lo que podía recordar la época colonial. Después de proclamarse presidente vitalicio, prohibió las actividades comerciales a norteamericanos, franceses e ingleses, y prohibió también las actividades políticas a sus compatriotas. Duvalier era negro, y se transformó en un azote para miles de comerciantes haitianos de sangre mixta.

Papa Doc se jactaba de ser un poderoso bokor o hechicero. Sus guardaespaldas personales, siempre con gafas negras y cargados con un arsenal de armas cortas, recibían el nombre de tontons macoutes, heredado de los hechiceros ambulantes que eran las figuras más temidas del vudú. Papa Doc alentaba la creencia en el vudú y en sus propios poderes mágicos, de modo que los campesinos y parte de la clase media lo creían un dios poderoso. Su hijo, «Bébé Doc», aunque también es presidente vitalicio, parece haber atenuado las restricciones de su padre -sobre todo para favorecer el comercio-, pero la decisiva influencia del credo vudú es demasiado profunda para que desaparezca fácilmente. Cualquier extranjero que busque información en estas circunstancias debe, por lo tanto, separar el grano de la paja con mucho cuidado.

Pero circulan historias y fragmentos de hechos que harán meditar hasta a los escépticos más endurecidos. Por ejemplo, durante años se creyó que Papa Doc explotaba el «poder» vudú por puro cinismo. Se decía que era un hombre culto y que, por lo tanto, sabía que era una superstición. Pero de hecho, desde su muerte en 1971, su gran mausoleo azul y crema, coronado por una cruz y perpetuamente rodeado de flores frescas, que se levanta en el mejor barrio de Puerto Príncipe, es custodiado día y noche por hombres armados. Ningún bokor -es decir, ningún mago negro- tendrá la oportunidad de robar el cadáver de Duvalier para transformarlo en zombie.

Un corresponsal de la revista africana Drum que visitó Haití a finales de los años 60 resumió de este modo la actitud ambivalente de las autoridades:

Un turista y, en especial, un periodista, no encontrará dificultades para ser invitado a un houmfort (templo vudú) de la selva para la ceremonia del sábado por la noche. El hungan (sacerdote vudú) y sus seguidores parecen entrar en trance, danzan en estado de éxtasis y todo resulta muy pintoresco. Pero si se mencionan los zombies o el Culte des morts, que se centra en el Barón Samedi y se realiza en los cementerios, no se obtiene respuesta. Quedé convencido de que existen las prácticas negras y las ceremonias secretas simplemente a causa de la vehemencia con que las autoridades niegan que hayan existido nunca.

El vudú siempre ha sido un negocio importante, y no son sólo los periodistas extranjeros los que resultan engañados. Con frecuencia se descubren fraudes. El antropólogo británico Francis Huxley cuenta que un magistrado observó cómo un hungan sacaba un cuerpo de una tumba, murmuraba invocaciones, lo sacudía y finalmente lo reanimaba. El magistrado, menos asustado que sus compañeros, buscó en la «tumba» vacía y encontró un tubo de respiración. El «cadáver» era un cómplice del hungan.

Pero el fraude no explica todas las inquietantes historias de zombies que se cuentan. Una de estas le fue narrada a Huxley por un sacerdote católico. En 1959 se encontró a un zombie vagando por las calles de un pueblo. Fue conducido a la comisaría de policía, pero la policía, prudentemente, prefirió no hacer nada y lo dejó de pie en la puerta. Al cabo de unas horas le dieron a beber un poco de agua salada, para restaurar aunque fuera parcialmente sus funciones mentales. El zombie dijo tartamudeando un nombre que alguien reconoció como el de una mujer que vivía en el pueblo. La fueron a buscar e identificó al zombie como su sobrino, que había muerto y había sido enterrado en 1955. El sacerdote católico se enteró de lo ocurrido, entrevistó al zombie y averiguó el nombre del bokor que lo había embrujado. El sacerdote dijo su nombre a la policía que, muy alarmada, se limitó a enviar un mensaje al bokor, ofreciendo devolverle a su zombie perdido. Dos días después el zombie fue hallado asesinado; el bokor fue detenido, pero posteriormente la policía le puso en libertad.

Los testigos de otro caso de posesión zombie, ocurrido en los años 50 y narrado por Alfred Métraux, contó con varios testigos fidedignos. Una joven había rechazado las proposiciones de un hungan. Pocos días después de echar a su indeseable pretendiente contrajo unas fuertes fiebres y murió en un hospital por causas desconocidas. El cuerpo de la muchacha fue llevado a su casa, donde había un ataúd, comprado en Puerto Príncipe, preparado para enterrarla. Desgraciadamente, resultó ser demasiado corto para su ocupante y hubo que torcer violentamente el cuello del cadáver para que cupiera.

Otro contratiempo ocurrió durante el velatorio, en el que, como es habitual en aquellas tierras, hubo abundancia de bailes y también de ron. Un cirio que iluminaba el ataúd abierto cayó sobre el cadáver, quemándole el pie izquierdo.

Recuerdos del ataúd

Pocos meses después del entierro corrió el rumor de que la joven supuestamente muerta había sido vista en compañía del hungan a quien había rechazado. Su familia consideró el relato como un cotilleo supersticioso. Sin duda -razonaron- el hungan se sentía atraído por mujeres del mismo tipo físico de la difunta y tenía ahora una amante que se le parecía.

Pero pocos años después, un hijo de la familia vio a una mujer que se parecía a su hermana fallecida trabajando en tareas domésticas. Le preguntó cómo se llamaba. Ella no lo sabía, ni recordaba nada de su pasado. Pero tenía el cuello torcido y la cicatriz de una grave quemadura en el pie izquierdo.

Fue llevada a casa de sus supuestos padres pero, pese a los cariñosos cuidados que éstos le prodigaron, nunca pudo dar cuenta de su persona, y siguió siendo una virtual idiota hasta su (¿segunda?) muerte.

Otro relato bien autentificado es el que contó el escritor Stephen Bonsal en 1912:

Un hombre... cayó enfermo. Tenía intervalos de fiebre muy alta, que los médicos no lograban reducir. Era miembro de una iglesia misionera extranjera y el director de la misión lo visitó. Durante su segunda visita este clérigo vio morir al paciente... y ayudó a ponerle la mortaja. Al día siguiente asistió al funeral, cerró el ataúd y presenció cómo era enterrado.

El cartero que iba a Jacmel encontró, unos días más tarde, a un hombre envuelto en una mortaja, atado a un árbol, que se quejaba. Liberó al pobre desgraciado que pronto recuperó la voz, pero no la lucidez. Luego fue identificado por su esposa, por el médico que lo había declarado muerto y por el clérigo. El reconocimiento no fue mutuo; la víctima no conocía a nadie y pasaba los días y las noches farfullando palabras inarticuladas que nadie entendía. El presidente Nord Alexis le dio un empleo en una granja del gobierno, cerca de Gonaives, donde le cuidaban.

¿Una muerte falsificada?

¿Existe una explicación racional, no sobrenatural, de estos y otros casos similares de «cadáveres» que son enterrados y meses o años más tarde son encontrados, vivos pero estúpidos? Entre quienes lo creen se encuentra el doctor Antoine Villers, un distinguido médico francés que ejerció la medicina en Haití durante muchos años. No creía que nadie hubiese resucitado, pero, como dijo al periodista William Seabrook, no estaba seguro de que algunos hombres y mujeres, idiotas en apariencia, que trabajaban en los campos no hubiesen sido «sacados de las tumbas en las que habían sido realmente enterrados en sus ataúdes por sus familias».

Villiers sugería que algunos hechiceros haitianos conocían drogas capaces de provocar un coma tan profundo que podía ser confundido con la muerte, y que después de la «muerte» y el entierro, la víctima del veneno podía recobrar la vida pero no, según parece, la salud, ya que el funcionamiento del cerebro y la memoria sufrían daños irreversibles.

Existen algunas pruebas de que el conocimiento de esas drogas era corriente en las zonas de África occidental de las que procedían la mayoría de los esclavos, y también, aunque en menor grado, en los países del Caribe habitados por descendientes de esclavos: Haití, Jamaica y otros.

A. W. Cardinall, por ejemplo, que había pasado muchos años en Costa de Oro (la actual Ghana), informó en 1927 que los jóvenes de algunas tribus con frecuencia pasaban por una especie de muerte temporal. Cuando un joven deseaba ingresar en una de las sociedades secretas de la tribu era iniciado por medio de unos cortes hechos con un cuchillo. Se ponía «medicina» en las heridas y eso provocaba un coma prolongado. «Muere durante cinco días» fue la expresión usada por Cardinall. Al cabo de los cinco días, al joven se le daba otra medicina y volvía a la vida.

Está claro que el conocimiento de «medicinas» de ese tipo fue llevado a las Américas por esclavos que conocían bien la magia de su tierra natal. En 1789, un comité del gobierno británico se enteró de que los «hechiceros esclavos» impresionaban a los extraños con sus poderes mágicos «mostrándoles un negro aparentemente muerto que, gracias a su arte, pronto se recuperaba».

Más detalles de este «levantarse de entre los muertos» fueron suministrados por el escritor inglés M. G. Lewis -autor de El monje-, quien fue testigo del procedimiento hace un siglo y medio:

El hechicero espolvorea varios polvos sobre la devota víctima, sopla sobre él y danza a su alrededor, la obliga a beber un licor preparado para la ocasión y, finalmente, el hechicero y su ayudante la cogen y la hacen girar rápidamente una y otra vez hasta que pierde el sentido y cae al suelo, con la apariencia -según creen los espectadores- de un perfecto cadáver. El jefe... profiere entonces fuertes chillidos, sale corriendo de la casa con gestos frenéticos y se oculta en un bosque de las cercanías. Al cabo de dos o tres horas retorna con un gran manojo de hierbas, algunas de las cuales exprime, dejando caer el jugo en la boca del muerto; con otras unge sus ojos y tiñe la punta de sus dedos, acompañando la ceremonia con una gran variedad de acciones grotescas y entonando todo el rato algo que está entre el cántico y el aullido... Pasa un tiempo considerable antes de que el efecto deseado se produzca pero, finalmente, el cadáver gradualmente recobra la animación y se levanta del suelo...

La planta que, supuestamente, producía ese trance cataléptico era llamada callaloo. Si se usaba para eso tendría que haber sido preparada de una forma especial o mezclada con drogas, ya que el callaloo es, en sí mismo, inofensivo y, de hecho a veces se hierve hasta convertirlo en una pulpa y se come como una verdura.

La belladona y la fruta del espino son dos venenos vegetales que, según suelen creerlos haitianos, son mezclados con otras sustancias mágicas -por ejemplo, tres gotas de fluido de la nariz de un cadáver- para fabricar las medicinas con que los hechiceros controlan a los zombies.

La verdad es que la farmacología moderna conoce varias drogas que pueden producir un estado de catalepsia o «animación suspendida». La mayoría de ellas, si se las utiliza mal, pueden provocar daños cerebrales. Y aunque cualquier hospital moderno es capaz de diagnosticar rápidamente, a partir del estado de la víctima, lo que le ha sucedido y qué sustancias tóxicas se le han administrado, Haití cuenta con pocos hospitales modernos. Y el omnipresente miedo al zombie determina que muy pocos campesinos -por no decir ninguno-, al encontrar un «cadáver» vagabundo, le acompañarán a ver a un médico que le pueda aplicar un tratamiento apropiado.

De modo que podría suceder que la creencia en los zombies se base en la superstición, la credulidad y los fraudes, en los que el «zombie» es un cómplice. Podría ser que los «zombies» hallados por algunos observadores extranjeros no fueran más que débiles mentales. Pero también es posible que haya hombres malvados que tengan los conocimientos farmacológicos necesarios para simular la muerte en vida.

Los legisladores haitianos, por cierto, tuvieron en cuenta esta posibilidad. El doctor Villiers llamó la atención de William Seabrook sobre el Código Penal del país. El artículo 249 dice:

También se considerará intento de asesinato el empleo contra cualquier persona de sustancias que, sin causar una muerte real, produzcan un coma letárgico más o menos prolongado. Si, después de la administración de esas sustancias, la víctima ha sido enterrada, el acto será considerado asesinato, sin tomar en cuenta sus posibles consecuencias.

Después de todo, tal vez los remotos campos y colinas de Haití estén siendo labrados en este mismo momento por hombres y mujeres «muertos», condenados a trabajar sin saberlo hasta que una muerte real les libere de su esclavitud.

Una fe ardiente

El psicólogo William Sargant ha formulado la relación existente entre el ritual del vudú y las técnicas del lavado de cerebro. El lavado de cerebro consiste en someter a los prisioneros a un prolongado e intenso stress, a un agotamiento físico y psíquico y a un bombardeo ideológico. Las víctimas pueden resistirse enérgicamente ante las creencias que se les pretende imponer, pero, invariablemente, llega un punto en que se derrumban. Cuando se recuperan, adoptan con entusiasmo las doctrinas de sus captores, por quienes pasan a sentir, a menudo, devoción y amor.

Sargant decía que las espectaculares conversiones de la gente que escucha a predicadores cristianos tremendistas se deben al stress del terror religioso y a la exaltación, combinadas con la fatiga. Y en el ritual vudú las cantilenas, los tambores rítmicos, el agotamiento y el miedo a siniestros dioses podrían tener también como consecuencia un cambio de personalidad, cuando los participantes son «poseídos» e imitan hábilmente la conducta de algún dios. Por lo menos un antropólogo extranjero, atrapado en la frenética danza, experimentó un «renacimiento espiritual», al que siguió un sentimiento de «admiración por los principios y la práctica» del vudú. Estos poderosos procesos de sugestión pueden explicar la intensidad con que los haitianos creen en las deidades vudú, en los poderes de los hechiceros... y en los zombies.

miércoles, 29 de abril de 2009

Saint-Germain: El Conde que vino de ninguna parte

El peculiar conde de Saint-Germain (Músico, pintor, joyero, curandero, alquimista, diplomático y aventurero) llevó una vida muy movida por las cortes reales de la Europa del siglo XVIII. Algunos creen que sigue todavía vivo...

El misterio que rodea al conde de Saint-Germain se vuelve aún más profundo a causa de la incertidumbre que, incluso hasta hoy, ha rodeado sus orígenes. Una versión afirma que nació en 1710 en San Germano, y que era hijo de un recaudador de impuestos. Eliphas Levi, famoso ocultista del siglo XIX, afirmaba que Saint-Germain había nacido en Lentmeritz (Bohemia) a fines del siglo XVII, y que era hijo bastardo de un noble rosacruciano. La fecha es verosímil, y estos antecedentes explicarían la fuerte inclinación del conde por el misticismo, así como sus formidables talentos... aunque no fueran propiamente «poderes» en el sentido paranormal de la palabra.

Poseía, por ejemplo, un auténtico don para los idiomas: se sabe que hablaba con fluidez francés, alemán, inglés, holandés y ruso, y él afirmaba dominar también el chino, el hindú y el persa, aunque no puede haber habido mucha gente a su alrededor con suficiente conocimiento de estos idiomas como para poner a prueba esta afirmación.

Horace Walpole escribió que el conde era un músico «maravilloso». También era un pintor «maravilloso», aunque no nos ha llegado ningún cuadro suyo. El rasgo característico de sus óleos parece haber consistido en que podía reproducir joyas que «relucían... como en la realidad».

Existen muchas pruebas de que Saint-Germain era un joyero experto, aunque no de que hubiera estudiado aquel arte con el sha de Persia. Se dice que Luis XV quedó encantado cuando le reparó un diamante agrietado, y bien podría ser que pintase sus famosos cuadros de joyas con madreperla o alguna otra sustancia por el estilo.

También conocía bien todas las ramas de la química; los muchos laboratorios que instaló con dinero prestado en toda Europa estaban, aparentemente, dedicados a la producción de pigmentos y tintes mejores y más brillantes, pero también al estudio del ennoblecimiento de los metales, es decir: a la alquimia.

Saint-Germain poseía también reputación de curandero: además de curar al mariscal de Belle-Isle, revivió a una joven amiga de Madame de Pompadour, cuando un envenenamiento causado por setas casi la había matado.

El conde tenía fama de no comer nunca acompañado; se sentaba y bebía agua mineral mientras a su alrededor todos se atracaban, según la moda de la época. Esto sólo puede haber acrecentado su aire misterioso. Giacomo Casanova, por cierto, quedó impresionado:

«En vez de comer, habló desde el principio hasta el final de la comida y yo seguí su ejemplo, sólo en un sentido, ya que no comí sino que le escuché con la mayor atención. Puede decirse sin temor a equivocarse, que como conversador no tenía igual».

De hecho, como señaló Colin Wilson en su obra The occult (Lo oculto), lo más probable es que el conde fuera simplemente vegetariano.

El verdadero misterio que sigue rodeando la leyenda de Saint-Germain es la forma en que obtuvo sus conocimientos especializados. Y, de nuevo, la respuesta es simple: la experiencia. Los seguidores del conde en el siglo XIX insistían en que ya los poseía la primera vez que apareció en la corte francesa, hacia 1740, pero es más probable que los haya adquirido durante su larga vida; después de todo, vivió al menos hasta después de los setenta.

Hacia finales del año 1745, Londres fue asaltada por la «fiebre de los espías». Fue el año en que el joven pretendiente, príncipe Carlos Eduardo Estuardo, desencadenó su rebelión de los jacobitas en un intento de recuperar el trono británico para su padre. A pesar de que la causa jacobita había sido derrotada, se temía que los conspiradores jacobitas y sus simpatizantes franceses pudiesen estar ocultándose en Londres. Uno de los sospechosos fue arrestado en noviembre y acusado de estar en posesión de cartas que apoyaban a los Estuardo. Muy indignado, sostuvo que aquella correspondencia le había sido «endosada» y, sorprendentemente, se le creyó y fue liberado.

Comentando el caso en una carta dirigida a sir Horace Mann, Horace Walpole escribió: «El otro día detuvieron a un hombre extraño que se hace llamar conde de Saint-Germain. Ha estado aquí estos dos años, pero no dice a nadie quién es ni de dónde viene. Admite sin embargo que éste no es su verdadero nombre. Canta y toca el violín magníficamente, está loco y no es muy sensato».

El comentario de Walpole describe con gran acierto a uno de los personajes más extraños de la alta sociedad del siglo XVIII: un hombre al que el conde Warnstedt tildó de «charlatán, loco, atolondrado, pretencioso y timador», y al que su último mecenas, el príncipe Carlos de Hesse-Cassel, consideraba «quizás uno de los más importantes sabios que haya existido jamás».

El primero de los escasos datos históricos acerca del conde de Saint-Germain se remonta aproximadamente a 1740; un elegante hombre de unos 30 años comenzó a frecuentar los ambientes vieneses de moda. Su vestimenta llamó la atención en aquella época de moda colorista y fantasiosa, puesto que normalmente vestía de negro, con la única excepción de vaporosos cuellos y puños de lino blanco. La sobriedad de su vestimenta, sin embargo, contrastaba notablemente con el brillo de los diamantes que llevaba en los dedos, en la faltriquera del reloj, en la cajita de rapé y en la hebilla de los zapatos. Según informaciones posteriores, también llevaba puñados de diamantes sueltos en los bolsillos en lugar de dinero.

En Viena conoció al mariscal francés de Belle Isle, que había resultado seriamente herido durante una campaña en Alemania y estaba muy enfermo. No se sabe cuál era la naturaleza de su enfermedad, pero según el mariscal fue el conde de Saint-Germain quien le curó. Como agradecimiento se lo llevó a Francia poniendo a su disposición unos apartamentos y un laboratorio bien equipado.

Los hechos fundamentales de la vida del conde después de su llegada a París sí son bien conocidos, pero son los detalles que ignoramos los que confieren a su vida un misterio permanente.

La leyenda empieza poco después de la llegada del conde a París. Según las memorias del pseudónimo «Condesa de B...», tituladas Chroniques de l'oeil de boeuf, una noche el conde acudió a una fiesta organizada por la anciana condesa Von Georgy, cuyo difunto marido había sido embajador en Venecia por los años 1670. Al oír que anunciaban al conde, la condesa dijo que recordaba el nombre de cuando ella estuvo en Venecia. ¿Acaso el padre del conde estuvo allí por aquella época? No, contestó el conde, él mismo había estado allí, y se acordaba muy bien de la condesa: una hermosa y joven muchacha. Imposible, replicó la condesa. El hombre que ella conoció entonces tenía por lo menos 45 años, aproximadamente la misma edad que el conde tenía en aquel momento. «Madame», dijo el conde sonriendo, «yo soy muy viejo». «Pero entonces usted debe tener casi 100 años», exclamó la condesa. «No es del todo imposible», replicó el conde, exponiendo algunos detalles que convencieron a la condesa, la cual exclamó: «Me ha convencido. Es usted un hombre sumamente extraordinario, un demonio». «¡Por el amor de Dios!», exclamó el conde con voz de trueno. «¡No pronuncie estos nombres!» Le sobrevino un temblor o calambre por todos los miembros del cuerpo, y abandonó la sala inmediatamente.

Muchas historias parecidas circularon (y fueron creídas) en los ambientes de moda franceses durante los primeros años en que el conde fue famoso. Afirmaba, por ejemplo, que había conocido íntimamente a la Sagrada Familia, que había asistido a las fiestas de las bodas de Caná, y que «siempre supo que Cristo tendría un mal final». Sintió particular admiración por Ana, madre de la Virgen María, y había propuesto personalmente su canonización en el primer Concilio de Nicea en el año 325.

En París el conde fascinó muy pronto al aburrido Luis XV y a su favorita, Madame de Pompadour. Quizás nunca se sepa la verdad acerca de sus dos años de estancia en Inglaterra antes de su arresto en 1745, pero es muy posible que se le hubiese confiado una misión secreta. A su regreso a Francia realizó para el rey varias gestiones políticas delicadas.

En 1760 el rey Luis envió al conde de Saint-Germain a La Haya como representante personal, con la misión de negociar un préstamo con Austria para ayudar a financiar la Guerra de los Siete Años contra Inglaterra.

Mientras estaba en Holanda el conde se enfrentó con su antiguo amigo Casanova, también embajador en La Haya, quien se esforzó, sin éxito, por desacreditarle en público. Sin embargo Saint-Germain se ganó también un enemigo más poderoso. El duque de Choiseul, ministro de Asuntos Exteriores del rey Luis, descubrió que el conde había hecho sondeos con la intención de firmar la paz entre Inglaterra y Francia. El conde tuvo que escapar, primero a Inglaterra y luego a Holanda.

Durante dos o tres años vivió en Holanda bajo el nombre de conde de Surmont, dedicándose a recoger dinero para construir laboratorios en los que fabricaba pinturas y colorantes, tratando además de perfeccionar las técnicas de la alquimia, «el ennoblecimiento de los metales». Al parecer tuvo éxito, puesto que desapareció de Holanda con 100.000 florines aunque sólo para reaparecer en Bélgica, esta vez haciéndose llamar marqués de Monferrat. Allí, en Tournai, puso en marcha otro laboratorio antes de desaparecer de nuevo.

En el transcurso de los años siguientes se sucedieron las historias procedentes de varios lugares de Europa acerca de las actividades del conde. En 1768 apareció en Rusia en la corte de Catalina. Turquía acababa de declarar la guerra a Rusia, y parece ser que su habilidad como diplomático y conocedor de la política francesa le ayudaron a mantenerse en buen lugar, puesto que al cabo de poco tiempo fue nombrado consejero del conde Alexéi Orlov, jefe de las Fuerzas Imperiales Rusas. Como recompensa fue nombrado oficial del Ejército Ruso, eligiendo en esta ocasión un irónico alias: general Welldone (en inglés, general Bien-hecho). En este punto podría haberse establecido en Rusia y llevar una vida honorable y provechosa, pero después de la derrota de los turcos en Chesmé (1770) decidió partir.

En 1774, apareció en Nuremberg, intentando obtener fondos de Carlos Alejandro, margrave de Brandenburgo, para instalar otro laboratorio. Esta vez pretendió ser el príncipe Rákóczy, miembro de una familia de tres hermanos de Transilvania. Al principio el margrave estaba impresionado, especialmente cuando el conde Orlov visitó Nuremberg con ocasión de una visita de estado y abrazó al «príncipe» efusivamente. Sin embargo, al hacer comprobaciones el margrave descubrió la identidad de Saint-Germain. El conde no intentó nunca desmentir la acusación, pero consideró prudente emigrar, cosa que hizo en 1776.

Aunque el duque de Choiseul afirmaba que Saint-Germain había trabajado como agente doble para Federico el Grande, una carta del conde de Saint-Germain a éste pidiéndole su mecenazgo no obtuvo respuesta. Sin perder los ánimos el conde se trasladó a Leipzig, presentándose ante el príncipe Federico Augusto de Brunswick como francmasón de cuarto grado. Esta acción fue muy arriesgada, puesto que Federico Augusto era Gran Maestre de las Logias Masónicas Prusianas, pero al conde de Saint-Germain pocos podían comparársele como embustero y embaucador: por regla general sus historias de fondo soportaban un escrutinio detallado. Esta vez, sin embargo, no consiguió su propósito. El príncipe declaró que no era un masón, a lo que el conde replicó sin mucha vehemencia que sí lo era, pero que había olvidado todos los signos secretos.

No todos los contemporáneos de Saint-Germain quedaban impresionados por sus talentos. Casanova, que le conoció en La Haya cuando ambos estaban allí cumpliendo misiones diplomáticas, lo consideraba un charlatán, pero pese a eso lo encontró encantador.

«Este hombre extraordinario, destinado por naturaleza a ser el rey de los impostores y los curanderos, era capaz de decir de forma simple y confiada que tenía trescientos años, que conocía el secreto de la Medicina Universal, que dominaba la Naturaleza, que podía disolver diamantes, afirmándose capaz de formar, a partir de 10 o 12 diamantes pequeños, uno de la mayor transparencia...

Todo esto, decía, era una bagatela para él. A pesar de sus jactancias, sus descaradas mentiras y sus numerosas excentricidades, no puedo decir que lo encontrara ofensivo. Pese a que yo sabía quién era, y pese a mis propios sentimientos, pensé que era un hombre asombroso...»

Y en 1777, el conde Alvensleben, embajador de Prusia en la corte de Dresde, y hombre que conocía bien a Saint-Germain, escribió:

«Es un hombre muy dotado, con una mente muy despierta pero totalmente carente de juicio, y se ha ganado su singular reputación por medio de las adulaciones más viles de que es capaz un hombre y por medio de su notable elocuencia, especialmente si uno se deja arrebatar por el entusiasmo con que se expresa. Una vanidad poco común es el resorte que domina todos sus mecanismos».

En 1779, el conde de Saint-Germain fue a la última residencia que se le conoció, en Eckenförde (Schleswig), Alemania. Era un hombre viejo (probablemente de sesenta y tantos años), aunque como es natural pretendía ser mucho más viejo. Parte de su encanto superficial había desaparecido, y al principio no logró impresionar mucho al príncipe Carlos de Hesse-Cassel, pero muy pronto éste quedó cautivado, al igual que sus predecesores.

Por esta época Saint-Germain, que según todos los indicios se había mostrado muy insolente respeto a la Iglesia Católica, tenía ideas marcadamente místicas. Al príncipe Carlos le dijo lo siguiente:

«Sé la antorcha del mundo. Si tu luz es únicamente la de un planeta, no serás nada a la vista de Dios. Reservo para ti un esplendor para el que la gloria del Sol es una sombra. Guiarás el camino de las estrellas, y los que gobiernen los Imperios deberán ser guiados por ti».

Documentos de París muestran que el conde de Saint-Germain murió el 27 de febrero de 1784 en la residencia del príncipe Carlos, en Eckenförde. Fue enterrado allí, y su último mecenas le erigió un monumento funerario con la inscripción:

«Aquel que se hacía llamar conde de Saint-Germain y Welldone, y del que no hay otras informaciones, ha sido enterrado en esta iglesia».

Muchas de las historias acerca de Saint-Germain que dieron lugar a estas actitudes escépticas no provienen del conde sino, como revelaron las investigaciones de Gustav Berthold Volz en los años 20, de la boca de un impostor llamado Gauve. Gauve estaba al servicio del peor enemigo de Saint-Germain, el duque de Choiseul, quien, a causa de los celos que le inspiraba el conde, no se detenía ante nada con tal de desacreditarlo. Su estratagema consistía en que Gauve, que se parecía muchísimo al conde, solía presentarse en sociedad exagerando las debilidades conocidas del conde.

No todo el mundo cree que el conde haya muerto. Aunque en los archivos de la parroquia de Eckenförde está registrada su muerte, la leyenda de que seguía vivo nació casi inmediatamente. El último protector del conde, el príncipe Charles de Hesse-Cassel, incrementó el misterio que rodeaba a su muerte quemando todos sus papeles, «para que no fueran mal interpretados», mientras uno de sus seguidores de Hesse transmitió la noticia de que no había muerto, sino que había aparecido en París y predicho el estallido de la revolución francesa a María Antonieta... quien, en sus diarios, lamentó no haber tomado en cuenta lo que le había dicho Saint-Germain. Hizo otra aparición, observada por mucha gente, en 1785, en Wilhelmsbad, un año después de su supuesta muerte, acompañado -según se dijo- por el mago Cagliostro, el hipnotizador Anton Mesmer y el «filósofo desconocido» Louis Claude de Saint-Martin.

En 1789 se presentó en Suecia para advertir al rey Gustavo III de un peligro, y visitó a su amiga mademoiselle d'Adhemar -quien anotó en su diario que seguía aparentando tener 46 años- y le dijo que la vería cinco veces más. Ella afirmaba que eso había sucedido, por cierto, «siempre para mi gran sorpresa». La última ocasión fue la noche anterior al asesinato del duque de Berry, en 1820.

¿Estaba muerto de verdad el conde? Hay pruebas de que se apareció a un cierto número de personas durante los años comprendidos entre 1784 y 1820; algunos ocultistas creen que todavía está vivo. El misterio ha sobrevivido y se ha hecho más profundo durante los dos siglos transcurridos desde su supuesta muerte.

La leyenda sigue viva

El emperador Napoleón III (1808-73) estaba tan intrigado por la historia que nombró a una comisión especial para investigar la vida y los actos del enigmático conde. Los hallazgos de la comisión quedaron destruidos en el terrible incendio que arrasó el Hôtel de Ville de París en 1871, hecho que los seguidores del conde no atribuyen a la coincidencia.

Pocos años después, la Sociedad Teosófica de madame Blavatsky anunció que Saint-Germain era uno de sus «maestros ocultos» -seres inmortales cuya reserva de conocimientos secretos estaba a disposición de los adeptos con el objeto de enriquecer el mundo- junto a figuras como Cristo, Buda, Apolonio de Tiana, Christian Rosencreutz y Francis Bacon. Se dice que un grupo de teósofos se trasladó a París después de la derrota nazi, convencidos de que encontrarían al conde; pero por lo visto éste no apareció.

Sin embargo, la leyenda de esta enigmática figura sigue viva. En fecha tan reciente como enero de 1972, un parisino llamado Richard Chanfray apareció en la televisión francesa, afirmando que era el conde de Saint-Germain. Frente a las cámaras de televisión, y empleando un hornillo de camping, intentó transformar, al parecer con éxito, plomo en oro. ¿Volverá a aparecer el conde? El tiempo no hace más que incrementar el misterio que rodea a este enigmático personaje.

martes, 28 de abril de 2009

Los círculos de trigo ingleses

Algunos de los círculos en los campos de trigo son obras de bromistas, eso quedó claro cuando dos de ellos lo confesaron. Pero, ¿es posible que la broma se haya extendido por lugares tan lejos de Inglaterra -su lugar de origen- como Canadá o Argentina? Sí, pues en estos países las formas de los "círculos" no son iguales a las inglesas, y evidencian la interventora mano humana, aunque no tan artística como la del Reino Unido.

Algunos de los círculos en los campos de trigo son obras de bromistas, eso quedó claro cuando dos de ellos lo confesaron. Pero, ¿es posible que la broma se haya extendido por lugares tan lejos de Inglaterra -su lugar de origen- como Canadá o Argentina? Sí, pues en estos países las formas de los "círculos" no son iguales a las inglesas, y evidencian la interventora mano humana, aunque no tan artística como la del Reino Unido.

Por estos lados, las supuestas "huellas de naves et" han sido desenmascaradas como fraudes burdamente elaborados: quemando pastizales, por ejemplo (juro que no me refiero a la Capilla del Monte, lo juro).

Si nos preguntamos cuántos dibujos existen, algunos autores nos responden que más de dos mil pictogramas, los que han sido hallados desde 1978 a la fecha. La mayoría de ellos, como ya se dijo, en Inglaterra.

Como todo dentro de la mitología ufológica, no se encontró respuesta más "lógica" a estas figuras que la de "mensajes extraterrestres". No, no podían ser obra del ser humano, tenían que haber venido los alienígenas a darnos alguna información, que de tan retrasados que somos no hemos podido descifrar.

A tanto ha llegado esta fiebre por los "crop circles", que el "ufólogo" Jaime Maussán ha difundido uno de sus "miles y miles de videos", donde aparecen unas luces "creando" unos círculos. Con ese elaborado fraude computacional, ha pretendido engañarnos.

En el libro (nótese el título, por favor) "Estigmas ET: círculos, óvalos y signos" de Rogelio Correa, y editado por Mina, se hace alusión a una serie de efectos que evidenciarían el origen "ET" de las formaciones. Veamos algunos de estos efectos:

a) "Las personas perciben sonidos de mediana frecuencia si acercan los oídos a la superficie donde fue plasmada la huella. Estos como silbidos han podido ser grabados y analizados".

Curiosamente, en el libro no se explican los resultados de tales análisis... ¿Será que no existen?

b) "Dentro de las huellas se han presentado diferentes tipos de sustancias gelatinosas, algunas de ellas, dicen, de constitución inexistente en nuestro planeta".

Repito la misma pregunta anterior: pruebas, queremos pruebas y no afirmaciones sin bases. Es espantosamente común que los "ufólatras" nos aseguren tener sustancias desconocidas en nuestro planeta, pero jamás las dejan en manos de científicos, porque se pierden o algo así de turbio. Y cuando llegan a manos expertas, resulta que las "sustancias desconocidas" son absolutamente comunes...

c) "Se reportan objetos nada comunes materializarse y desmaterializarse en esos lugares".

¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Quién los vio? ¿Dónde están las pruebas? "es que desaparecieron"... ¡Ah, de veras que se desmaterializan... ¡Así cualquiera!

d) "Algunos investigadores aseguran haber tenido "tiempos perdidos", es decir, no recuerdan nada durante sus estancia en los pictogramas".

Obviamente ese tipo de afirmaciones son demasiado subjetivas. Y seguro que la hacen quienes necesitan pruebas (y no las tienen) del origen desconocido de estos dibujos.

Estas, y otras afirmaciones del mismo calibre delirante son habituales en el mundo de la ufología. Aquí viene de perilla uno de los refranes de Manuel Borraz: "qué mejor prueba que la falta de pruebas".

No es necesario ser un gran experto para notar que las figuras que forman los "crop circles" son claramente humanas. Sí, bueno, las formas son extrañas, pero ajustadas a la geometría, y compuestas de círculos, arcos, líneas rectas y todo eso que está absolutamente al alcance del hombre. Además, ¿por qué siempre esa pretensión de quitar al ser humano los créditos para dárselos a los alienígenas. ¿Tan poca fe tenemos en nuestra creatividad?

Aún así, algunos investigadores han clasificado a las figuras del trigo en tres apartados, los que extraje de la desaparecida página de Federico García "Centro de Estudios de Fenómenos Extraterrestres":

Triplets: Un juego de tres círculos, compuestos por uno central y otros de dos a cada lado.

Quíntuplets: Un círculo central rodeado de cuatro satélites dispuestos en perfecto ángulo recto.

Boxes: Diversas bandas paralelas, de forma particular.

Como se ha dicho, me parece descaradamente simplista explicar este tipo de sucesos como manifestaciones extraterrestres. Por eso, y nuevamente en base a la página de Federico García, me hago eco de otras posibles explicaciones para algunos crop circles, los que no son fraudes:

Hipótesis agrícola

Algunos investigadores achacan la formación de los círculos a desórdenes químicos provocados por el abuso de fertilizantes en ciertas zonas.

Los anillos de hadas

En un principio, se culpó de todo a un hongo llamado micelium anular, el cual produce un fenómeno que es conocido como " anillos de hadas", el que, eventualmente, podría provocar ciertas formas geométricas. Muchos casos de círculos en el pasto se han explicado de esta manera.

Teoría de los animales

Alguien propuso esta teoría, argumentando que los topos y erizos, en época de celo, danzan alrededor de las hembras. Fue rechazada porque no hay huellas de la presencia de animales.

Teoría de la meteorología

También pensaron algunos que los vientos causaban los círculos. Claro que estos aparecen en verano también, cuando no hay viento. Además, no explicaría la perfección geométrica. Algunos casos pueden solucionarse con esta teoría.

Explicación aérea

Algunos arguyeron que, estando cerca de donde aparecieron las formas geométricas, era probable que helicópteros de un centro de formación de pilotos de la RAF (Royal Air Force) fueran los culpables de la formación de las figuras. Claro que los helicópteros mueven el pasto de forma irregular y no regular como aparece en los campos. Tampoco explicaría la aparición de los círculos en otros países y lugares distantes a centros de aviación.

Teoría artística

Es la más probable, aunque no la única. Unos ingleses de avanzada edad reconocieron ser los creadores de algunos círculos, pero no de todos. Parece improbable que los campesinos hagan eso, pero si consideramos que cobran un dólar por verlos, no parece descabellada la idea. Pero, ¿es posible que se extendiera a otros países? ¿Tantos ociosos hay en el mundo? Mi respuesta es sí.

Algo que podría extrañar es que los ideogramas han ido haciéndose más complejos con el paso del tiempo. Así, los primeros eran meros círculos. Luego fueron teniendo "brazos", "curvas", hasta llegarse a encontrar verdaderos jeroglifos. Esto podría explicarse sencillamente: la necesidad de no repetir modelos ya usados, llevaría a los creadores de estas figuras a buscar formas geométricas más complejas y llamativas, agregando de paso un aura de misterio al cuento.

Como vemos, ésta una historia que se ha inflado gracias a los adoradores de platillos y que se explica con relativa sencillez si ponemos a funcionar nuestras neuronas. Una actividad que muchos ufólogos han demostrado tener abandonada.

lunes, 27 de abril de 2009

Adolf Hitler y el ocultismo: La Lanza Sagrada de Longinos

La lanza sagrada que atravesó el costado de Cristo en su crucifixión llegó a las manos de los guerreros teutónicos, quienes la convirtieron en su talismán. En el siglo XX, Hitler, que conocía su significado místico, se apoderó de ella.

En 1913, por las calles de Viena, un miserable ex estudiante de arte intentaba en vano ganarse la vida vendiendo pequeñas acuarelas. Ocasionalmente, cuando el frío le impedía salir a la calle, vagaba por los corredores del museo del palacio Hofburg. Se sentía especialmente fascinado por un conjunto de piezas valiosas, conocidas como «las insignias de los Habsburgo». Entre ellas el joven vagabundo Adolf Hitler prestaba especial atención a la Santa Lanza, que la leyenda identifica con la que atravesó el costado de Cristo después que éste expirara en la Cruz.

La leyenda de la Santa Lanza se origina en el Evangelio según San Juan, 19: 33-37:

... pero llegando a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le rompieron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó con su lanza el costado y al instante salió sangre y agua. El que lo vio da testimonio y su testimonio es verdadero; él sabe que dice verdad para que vosotros creáis; porque esto sucedió para que se cumpliese la Escritura: «No romperéis ni uno de sus huesos». Y otra Escritura dice también: «Mirarán al que traspasaron». El versículo siguiente cuenta cómo José de Arimatea obtuvo permiso para llevarse el cuerpo de Jesús y, ayudado por Nicodemo, lo colocó en una tumba en la noche de viernes santo.

Otras tradiciones orales y escritas, que comenzaron con los primeros cristianos y continuaron en la Edad Media, aseguran que el rico judío José de Arimatea se preocupó de preservar la cruz, los clavos, la corona de espinas y el sudario del que Cristo se levantó al tercer día. Por medio de las claves que dejó José, Helena, la madre del primer emperador cristiano, Constantino, pudo redescubrir estas reliquias.

Pero, según las mismas tradiciones, José había empezado su colección antes de la muerte de Cristo: después de la última cena, guardó la copa en la que Jesús había consagrado el pan y el vino. Después de la Resurrección, José conservó la copa junto con la lanza citada en el Evangelio: fueron llamados, respectivamente, el Santo Grial y la Santa Lanza.

Los viajes posteriores de José con el Grial y la Lanza fueron tema de relatos folklóricos y leyendas en casi todos los países de Europa. En España, en la catedral de Valencia se conserva uno de los «Santos Griales» mejor documentados: se dice que los primeros papas lo habían utilizado en Roma (adonde lo habría llevado San Pedro) hasta el año 258, en que fue enviado por San Lorenzo a Huesca, para rescatarlo de la persecución imperial. Posteriormente estuvo en San Juan de la Peña y en Zaragoza. Pero ésta es sólo una de las muchas historias en torno al Grial.

Los escritores medievales, comenzando por el poeta francés Chrétien de Troyes alrededor de 1180, vincularon el destino del Santo Grial y de la Santa Lanza con la aventura del Rey Arturo y los Caballeros de la Tabla Redonda, sobre todo con Lanzarote, Gawain y Perceval.

Paralelamente a estas historias -basadas en tradiciones celtas y en fragmentos de hechos históricos- subsistía la historia de que la Lanza, por lo menos, había sobrevivido a los siglos, pasando a veces a buenas manos, a veces a otras menos dignas. Quien la poseía adquiría un poder que podía ser usado para el bien o para el mal.

A principios de este siglo existían por lo menos cuatro «Santas Lanzas» en Europa. Quizá la más conocida fuera la que se conservaba en el Vaticano, aunque la Iglesia Católica parecía considerarla sólo una curiosidad. Ciertamente, las autoridades papales nunca le atribuyeron poderes sobrenaturales.

Una segunda lanza estaba en París, adonde había sido llevada por San Luis en el siglo XIII, cuando volvió de la cruzada a Palestina.

Otra, conservada en Cracovia (Polonia), era sólo una copia de la lanza de los Habsburgo. Ésta es, posiblemente, la que posee una genealogía mejor. Fue descubierta en Antioquía, en 1098, durante la primera cruzada, pero el misterio -y posiblemente la imaginación oscurecieron las circunstancias del hallazgo. Los cruzados habían sitiado con éxito la ciudad y la habían ocupado, cuando una banda de sarracenos fuertemente armada llegó e invirtió la situación, encerrando a los cruzados dentro de las murallas de la ciudad. Tres semanas después la comida y el agua escaseaban, y la rendición parecía el único camino. Entonces, un sacerdote dijo haber tenido una visión milagrosa de la Santa Lanza, enterrada en la iglesia de San Pedro. Cuando las excavaciones en ese sitio revelaron la presencia de una lanza de hierro, los cruzados se sintieron llenos de un renovado ardor y rompieron el cerco, derrotando a sus enemigos.

Las tradiciones germánicas, que no coinciden demasiado con esas fechas, afirman que la lanza de los Habsburgo fue llevada como talismán por Carlomagno, en el siglo IX, durante 47 campañas victoriosas. También le había conferido poderes de clarividencia. Carlomagno murió cuando la dejó caer accidentalmente.

La lanza pasó a manos de Heinrich el Cazador, quien fundó la casa real de Sajonia y empujó a los polacos hacia el este... una prefiguración de su propio destino, pudo haber pensado luego Hitler. Después de pasar por las manos de cinco monarcas sajones, llegó a manos de los Hohenstauffen de Suabia, que les sucedieron. Un destacado miembro de esta dinastía fue Federico Barbarroja, nacido en 1123. Antes de morir, 67 años más tarde, Barbarroja conquistó Italia y obligó al Papa a exiliarse; de nuevo, Hitler bien pudo haber admirado la dureza brutal de aquel personaje, combinada con una personalidad carismática que fue la clave de su éxito. Pero, al igual que Carlomagno, Barbarroja cometió el error de dejar caer la lanza mientras vadeaba un arroyo en Sicilia. Murió pocos minutos después.

La fascinación de la lanza

Ésta era la leyenda del arma que tanto fascinaba al joven Hitler. Durante su primera visita a la lanza la estudió con todo detalle. Medía 30 cm de longitud, y terminaba en una punta delgada, en forma de hoja; en algún momento, el filo había sido ahuecado para admitir un clavo -al parecer, uno de los usados en la crucifixión-. El clavo estaba sujeto con un hilo de oro. La lanza se había partido y las dos partes estaban unidas por una vaina de plata; dos cruces de oro habían sido incrustadas en la base, cerca del puño.

Estos detalles que describen la fascinación de Hitler ante la lanza de los Habsburgo provienen del testimonio del doctor Walter Johannes Stein, matemático, economista y ocultista que afirmaba haber conocido al futuro Führer justo antes de la guerra del 14. Stein, que había nacido en Viena en 1891, era hijo de un rico abogado. Sería un erudito y un aventurero intelectual hasta su muerte, en 1957. Se licenció en ciencias y se doctoró en investigaciones psicofísicas por la Universidad de Viena. Luego se convirtió en experto en arqueología, arte bizantino primitivo e historia medieval; durante la primera guerra mundial, como oficial del ejército austríaco, fue condecorado por su valor.

En 1928 publicó un excéntrico panfleto, Historia del mundo a la luz del Santo Grial, que circuló por Alemania, Holanda y Gran Bretaña. Cinco años después, el Reichsführer Heinrich Himmler ordenó que se obligara a Stein a trabajar en el «Buró ocultista» de los nazis, pero Stein huyó a Gran Bretaña. La segunda guerra mundial le sorprendió trabajando como agente del espionaje británico. Después de colaborar en la obtención de los planes de la «Operación Sealion» -la invasión de Inglaterra que proyectaba Hitler- fue consejero de Churchill, como asesor sobre las creencias ocultistas del líder alemán.

Stein nunca publicó sus memorias, pero antes de morir se hizo amigo de un ex oficial de comandos de Sandhurst, ahora periodista, Trevor Ravenscroft. Usando las notas y las conversaciones de Stein, Ravenscroft publicó en 1972 el libro Spear of Destiny (La lanza del destino) que por primera vez llamó la atención del público sobre la fascinación que sentía Hitler por la lanza de los Habsburgo.

¿Qué atractivo podía ofrecer la Santa Lanza, un símbolo cristiano, para el ex católico y violentamente anticristiano Adolf Hitler? Ya se había entregado a violentos desvaríos antisemitas, era un devoto discípulo del Anticristo de Nietzsche y sostenía su condena del cristianismo como «la última consecuencia del judaísmo».

Parte de la respuesta se encuentra en una tradición ocultista medieval vinculada con la historia de la Santa Lanza. Como cuenta el evangelio de San Juan, el soldado romano que hirió el cuerpo de Cristo cumplió, sin saberlo, las profecías del Antiguo Testamento (los huesos de Cristo no serían rotos). Si no hubiese hecho lo que hizo, el destino de la humanidad habría sido diferente. Según San Mateo y San Marcos, la verdadera naturaleza de Cristo fue revelada en ese momento al soldado, que se llamaba Cayo Casio Longinos: «Viendo el centurión que estaba frente a Él de qué manera expiraba, dijo: Verdaderamente este hombre era hijo de Dios». (San Marcos, 15:39)

Para la mentalidad ocultista, un instrumento usado para un propósito tan importante se transforma en un foco de poder mágico. Y, como dice suscintamente Richard Cavendish, hablando del Grial y la Lanza en su libro El rey Arturo y el Grial:

Una cosa no es sagrada porque es buena. Es sagrada porque contiene un poder misterioso y terrible. Es tan poderosa para el bien o el mal como una fuerte descarga eléctrica. Si es mal usada, por importantes y comprensibles que sean las razones, las consecuencias pueden ser catastróficas para personas totalmente inocentes.

Según Stein, Hitler tenía conciencia de este concepto ya en 1912; de hecho, fue la obsesión de Hitler por la lanza y su poder de «varita mágica» el motivo de que los dos hombres de conocieran. En el verano de 1912, el doctor Stein compró una edición de Parsival, romance sobre el Grial del poeta alemán del siglo XIII Wolfram von Eschenbach, a un librero ocultista de Viena. Estaba llena de comentarios manuscritos en los márgenes, que mostraban una combinación de sabiduría ocultista y racismo patológico. En las guardas, su anterior propietario había anotado su nombre: Adolf Hitler.

A través del librero, Stein encontró a Hitler y pasó muchas horas con él, horrorizado pero fascinado. Aunque pasarían años antes de que el mísero pintor de cromos diera los primeros pasos por el camino del poder, poseía ya un carisma maligno. A través de su tortuoso discurso, una obsesión destacaba claramente: tenía un destino místico que cumplir y, según Stein, la lanza era la clave.

Hitler describió a Stein cómo había adquirido la lanza su especial significado para él:

Lentamente me apercibí de una presencia poderosa que la rodeaba, la misma impresionante presencia que había experimentado interiormente en esas ocasiones únicas de mi vida en que había sentido que un gran destino me aguardaba... una ventana en el futuro que se abría, a través de la cual veía, en un relámpago de iluminación, un hecho futuro, en función del cual sabía, más allá de toda contradicción, que la sangre de mis venas se transformaría algún día en el vehículo del espíritu de mi pueblo.

Hitler nunca reveló la naturaleza de su «visión», pero Stein creía que se había visto a sí mismo un cuarto de siglo después en la Heldenplatz, frente al palacio Hofburg, dirigiéndose a los nazis austríacos y a los desconcertados ciudadanos vieneses. Allí, el 14 de marzo de 1938, el Führer alemán anunciaría su anexión de Austria al Reich alemán... y daría la orden de llevar los atributos de los Habsburgo a Nüremberg, hogar espiritual del movimiento nazi.

Una curiosa primacía

La toma de posesión del tesoro constituyó un gesto de benevolencia sorprendente, considerando que Hitler despreciaba a la casa de Habsburgo, a la que consideraba traidora a la raza germánica. Sin embargo, el 13 de octubre, la lanza y otros objetos fueron cargados en un tren blindado provisto de una guardia de SS, y cruzaron la frontera alemana. Fueron instalados en el vestíbulo de la iglesia de Santa Catalina, donde Hitler pensaba instalar un museo de guerra nazi. Stein creía que, cuando Hitler tuviera la lanza en su poder, sus ambiciones latentes de conquista empezarían a crecer y florecer.

Si los conocimientos de Hitler sobre la historia de la lanza eran tan amplios como decía Stein, tiene que haber estado al tanto de las leyendas sobre el destino de Carlomagno, Barbarroja y todos cuantos la habían blandido como un arma y habían perecido cuando escapó a su control. La leyenda parece haber sido confirmada por una inquietante coincidencia que marcó el final de su conexión con la Lanza.

Después de los intensos bombardeos aliados de octubre de 1944, durante los cuales Nüremberg sufrió enormes daños, Hitler ordenó que la lanza, junto con el resto del tesoro de los Habsburgo, fuera enterrada en una bóveda construida especialmente. Seis meses después, el Séptimo Ejército norteamericano había rodeado la antigua ciudad, defendida por 22.000 SS, 100 panzers y 22 regimientos de artillería. Durante cuatro días, la veterana división Thunderbird martilleó a estas formidables defensas hasta que el 20 de abril de 1945 -el día en que Hitler cumplía 56 años- la bandera americana victoriosa fue izada sobre las ruinas.

Durante los días siguientes, mientras las tropas norteamericanas localizaban a los supervivientes nazis y comenzaba el largo proceso de los interrogatorios, la Compañía C del Tercer regimiento del Gobierno Militar, al mando del teniente William Horn, era enviada en busca del tesoro de los Habsburgo. Por casualidad, un proyectil había facilitado su tarea, volando una pared de ladrillo y dejando a la vista la entrada de la bóveda. Después de algunas dificultades con las puertas de acero de la misma, el teniente Horn entró en la cámara subterránea y echó una ojeada a la polvorienta oscuridad. Allí, sobre un lecho de descolorido terciopelo rojo, estaba la fabulosa lanza de Longinos. El teniente Horn extendió la mano y tomó posesión de la lanza en nombre del gobierno de los Estados Unidos. La fecha, 30 de abril de 1945, está registrada en los textos de historia.

Y, por escépticos que sean los críticos -acerca de Walter Stein, el ocultismo en general y las leyendas de la Santa Lanza en particular- también es un hecho histórico que a unos cientos de kilómetros de distancia, en un bunker de Berlín, Adolf Hitler eligió esa tarde para coger una pistola y quitarse la vida.

viernes, 24 de abril de 2009

Magia en las SS

La llegada al poder del partido nazi fue atribuida a las prácticas ocultistas; el propio Adolf Hitler estaba fascinado por las «artes oscuras». ¿Cómo y por qué se produjo esta extraña asociación?

Cuando los médicos militares rusos examinaron los restos carbonizados de Hitler en el bunker de Berlín en mayo de 1945, hicieron un curioso descubrimiento: Hitler era monorquídico; es decir, sólo tenía un testículo.

Resulta extraño que esta particularidad no hubiera sido objeto, por lo menos, de rumores, tratándose de un personaje tan público. Pero todavía es más curioso que este defecto, probablemente congénito, guardara una relación directa con el interés que el Führer siempre sintió por las ciencias ocultas, y a la vez con su bien conocida obsesión por la música de Wagner.

Efectivamente, según el doctor Walter Stein -cuyas observaciones a partir de sus conversaciones personales con Hitler en Viena constituyeron la base de Spear of Destiny (La lanza del destino) de Trevor Ravenscroft- Hitler sentía ya en 1912 una verdadera pasión por la música de Wagner, particularmente por Parsifal, que exaltaba a los caballeros teutónicos y a la raza aria. Hitler descubrió pronto la fuente en la que se había inspirado Wagner: la poesía medieval de Wolfram von Eschenbach. De hecho, el doctor Stein le conoció gracias a que compró un ejemplar del Parsival de Eschenbach que primero había pertenecido al joven Hitler. El doctor Stein quedó impresionado por la minuciosidad de las notas al margen y por el patológico odio racial que demostraban. Entre ellas aparecían numerosas referencias al personaje de Klingsor, que al parecer se inspiraba en un notorio tirano del siglo IX, el duque Landolfo II de Capua.

La patológica ambición de poder de Landolfo le había llevado al estudio de las artes mágicas, y por esa razón fue excomulgado en 875. Pero existía un detalle que debe haber facilitado la identificación de Hitler con el Führer del siglo IX: al parecer, Landolfo había sido parcial o totalmente castrado, ya que Eschenbach lo describía como «el hombre que era liso entre las piernas».

Sabemos que Hitler fue muy influenciable en su juventud, y que asimilaba con facilidad las ideas de quienes le impresionaban, como Wagner y Nietzsche. La manía de poder de Landolfo y su desgraciada similaridad anatómica con él debieron de impresionar al joven Adolf, y existen razones para suponer que lo mismo sucedió con la magia negra. Otra fuente, además, nos proporciona una indicación clara de que Hitler se fijó en los símbolos mágicos desde el comienzo de su carrera política.

A lo largo de la segunda mitad del siglo XIX, los círculos pseudointelectuales alemanes anduvieron obsesionados por un movimiento compuesto de rituales paganos e ideas acerca de la pureza nórdica, inventado por un hombre llamado Guido von List. Nacido en 1848, era hijo de un rico comerciante en artículos de piel y botas altas -detalle profético- y renunció a su catolicismo cuando tenía catorce años, jurando solemnemente que un día construiría un templo en honor de Woden (también llamado Odín), dios de la guerra en la mitología escandinava.

Alrededor de 1870, Von List contaba ya con un importante grupo de seguidores, dedicados a observar las fiestas «paganas» en los solsticios y equinoccios. En 1875 obtuvieron publicidad adorando al Sol bajo la figura de Baldur, el dios nórdico muerto en una batalla, que resucitó luego. El rito se celebró en lo alto de una colina cercana a Viena, y terminó cuando Von List enterró ocho botellas de vino, cuidadosamente colocadas para formar una svástica.

La svástica siempre fue un símbolo de la buena suerte, desde los tiempos más antiguos y en numerosas naciones; ha sido hallada en objetos chinos, mongoles e indoamericanos, aunque jamás, curiosamente, entre los pueblos semitas (judíos y árabes). Los antiguos griegos la empleaban para decorar objetos de cerámica, y los arquitectos medievales como friso decorativo en vidrieras. Asimismo, figura entre los motivos de decoración más antiguos de la misteriosa raza vasca. Su nombre en inglés antiguo, fylfot, significa fill foot (rellena pies) ya que era un artefacto que se usaba para «rellenar el pie» de las ventanas.

La palabra svástica (o svastika) proviene del sánscrito su asti, que significa, traducido literalmente, «bueno es». De hecho la svástica, con sus brazos «suspendidos» como si el conjunto girara en el sentido de las agujas del reloj, simbolizaba el Sol, los poderes benéficos de la luz.

En los años veinte, cuando el movimiento Nacionalsocialista daba sus primeros pasos, Hitler pidió que se prepararan dibujos de un símbolo fácilmente reconocible, equivalente a la hoz y el martillo de los comunistas. Friedrich Krohn, dentista de Sternberg que era también ocultista, sugirió una svástica sobre un disco blanco en un fondo rojo. El rojo simbolizaba la sangre y el ideal social; el blanco el nacionalismo y la pureza de la raza, mientras que la svástica representaría la «lucha por la victoria del ario».

Hitler quedó encantado, salvo por un detalle: la tradicional svástica orientada hacia la derecha debía ser invertida para formar lo que el escritor Francis King denomina «una evocación del mal, la degeneración espiritual y la magia negra».

El doctor Krohn comprendió muy bien la intención de Hitler al cambiar el antiguo símbolo, ya que era socio de la Germanenorden -Orden Germana- que, con la Sociedad Thule, se había apropiado de la organización demasiado amateur de Von List, donde ésta se había quedado en los años anteriores a la primera guerra mundial. Ambas sociedades -que finalmente se volvieron prácticamente intercambiables tanto en las ideas como en los socios- se componían al principio de oficiales y profesionales alemanes convencidos de que existía una gran conspiración internacional judía, respaldada por prácticas ocultistas. Para luchar contra esto, crearon su propia masonería nórdica, basada en el ocultismo, adornada por elaborados rituales, túnicas, cascos vikingos y espadas. Lo que es más importante, la Sociedad Thule -que tomó su nombre de la fabulosa tierra de Ultima Thule, una especie de paraíso terrenal- comenzó a reclutar nuevos miembros en las clases bajas y diseminó materiales antisemitas en sus varios periódicos, uno de los cuales, el Völkischer Beobachter, terminó por convertirse en el periódico oficial del partido nazi.

No hay duda de que Hitler, tanto en sus épocas de pobreza en Viena como después, cuando se transformó en el líder del partido Nazi en los años veinte y treinta, sentía fascinación por algunas teorías ocultistas marginales. Una de ellas era la extravagante «teoría del hielo», un complicado conjunto de ideas propagadas por un ingeniero austríaco llamado Hanns Hörbiger (1860-1931). Éste afirmaba que los planetas habían sido creados por la colisión de estrellas como el Sol con grandes masas de hielo. Hörbiger sostenía que su sistema le permitía predecir el tiempo con exactitud. Algunos escritores ocultistas, sobre todo Pauwels y Bergier en El retorno de los brujos, han sostenido que fueron los pronósticos de Hörbiger los que determinaron la desastrosa campaña rusa de Hitler.

Más tarde, Hitler se obsesionó con la posibilidad de hacer oscilar un péndulo sobre un mapa para encontrar objetos ocultos. La idea fue presentada a sus ayudantes por un arquitecto llamado Ludwig Straniak, otro oculista aficionado. Straniak demostró ante oficiales de la armada alemana su aparente habilidad para localizar naves en el mar, haciendo oscilar un péndulo sobre una carta del almirantazgo. Quedaron muy impresionados cuando «encontró» al acorazado de bolsillo Prinz Eugen, que en aquel momento estaba cumpliendo una misión secreta.

Los «Magos Negros»

La relación de Hitler con la astrología y la predicción en general se ha debatido mucho. También se ha dicho que poseía poderes precognitivos y que eso le permitió prever la falta de oposición a las invasiones de Austria y Checoslovaquia. Pero el verdadero talento de Hitler era su asombrosa capacidad para juzgar el estado de ánimo político de Europa... y hasta esta intuición lo abandonó cuando decidió invadir Polonia, en 1939.

Josef Goebbels, ministro de propaganda, usó la astrología con inteligencia y cinismo, citando a Nostradamus, por ejemplo, en apoyo de la dominación nazi. Pero el propio Hitler, así como Himmler, jefe de las SS, tomaban en serio a la astrología.

Considerando su interés generalizado por él ocultismo, muchos han sugerido que, en la jerarquía nazi, Hitler y Himmler por lo menos fueron «magos» en un sentido real. Pero quienes lo afirman tendrían que responder a una pregunta. ¿Por qué cuando los nazis llegaron al poder los escritos y las prácticas ocultistas fueron rigurosamente eliminados?

Efectivamente, en 1934 se tomó la primera medida contra las prácticas ocultistas; la policía de Berlín prohibió todas las formas de adivinación del futuro, desde los quiromduticos de feria hasta los astrólogos de sociedad. Era seguro que las órdenes provenían de lo alto, ya que entre los oficiales de policía que las hacían cumplir reinaba una gran confusión en cuanto a las intenciones que las inspiraban. Simultáneamente, requisaban libros «inocentes» y dejaban pasar libros sobre conjuros mágicos y obras similares.

Después vino la supresión de todos los grupos ocultistas, incluidas la Orden Germana y la Sociedad Thule, ante la sorpresa y el disgusto de sus socios. Ambas contaban con muchos miembros nazis, por supuesto, pero ni por eso se hizo una excepción. A Jörg Lanz von Liebenfeis, por ejemplo, cuyos escritos inspiraron buena parte de la mística racial germana, y que se jactaba de haber sido el «gurú» de Hitler y de haberle introducido en los grupos ocultistas, se le advirtió que en el futuro se abstuviera de publicar más obras.

Con la única excepción de «miembros del núcleo del partido», como algunos ayudantes personales de Himmler, los ocultistas de todas clases fueron suprimidos u obligados a esconderse en los países ocupados por Alemania en 1940.

La respuesta a este enigma ha sido señalada por escritores como Francis King y J. H. Brennan. Arguyen que en otros regímenes totalitarios -la China de Mao, por ejemplo, o la Rusia de Stalin- los ocultistas no fueron objeto de una persecución sistemática. Es cierto que Stalin persiguió a masones, cabalistas y grupos similares, pero sólo porque formaban sociedades secretas per se, no a causa de sus actividades «mágicas». En China, aún después de la revolución cultural, videntes y astrólogos eran mal vistos, por supersticiosos, pero no se tomaron medidas graves contra ellos. Eran objeto de burla, no de persecución. Los regímenes autoritarios no parecen temer las prácticas mágicas como tales.

En cambio, la Alemania nazi tenía que liquidar a los ocultistas «independientes» porque así liquidaba a sus rivales, de la misma manera que Stalin tuvo que perseguir a los trotskistas.

Tan sólo sobrevivió un movimiento ocultista en el Tercer Reich, y estaba escondido en lo más profundo de sus meandros. Era dirigido por su mago supremo, Adolfo Hitler, y su acólito Heinrich Himmler; ambos eran poderosos magos negros.

Mundo de hielo

Las teorías cosmológicas de un herrero metido a ingeniero llegaron a ser uno de los fundamentos de la visión del mundo nazi.

Hanns Hörbiger, creía que entre «los materiales cósmicos de construcción» que componen el Universo había agua en su «forma cósmica»: hielo. Este hielo forma grandes bloques que giran alrededor de las estrellas jóvenes. Ignorando las leyes de Kepler, que dicen que los cuerpos en órbita se mueven formando una elipse, Hörbiger sostenía que esos bloques de hielo siguen un camino espiral de modo que, finalmente, se precipitan contra la estrella, causando una enorme explosión. La estrella despide entonces una masa de materia derretida que gira y forma un nuevo sistema solar.

La creencia de que los planetas describen una órbita espiral llevó a Hörbiger a afirmar que, originalmente, había cuatro lunas alrededor de la Tierra; la presente es la única que queda. La última colisión de una luna con la Tierra, hace unos 13.000 años, causó, según él, la desaparición de la Atlántida, el continente que los nazis consideraban la cuna de la raza aria.

Himmler quedó muy impresionado por las teorías de Hörbiger e hizo publicar un tratado sobre la teoría del hielo cósmico dentro de una serie de manuales para los SA (ala paramilitar del partido Nazi). Y el mismo Hitler declaró que construiría un observatorio, en la ciudad de Linz, dedicado a los tres grandes cosmólogos: Copérnico, Kepler y... Hörbiger.

jueves, 23 de abril de 2009

¿Fue Hitler un nigromante?

Adolf Hitler poseía una extraordinaria habilidad para influir en los demás. Pero, ¿a qué se debía su carisma? ¿A la fuerza de su personalidad, al hipnotismo... o a la magia negra? ¿Podía embrujar a la gente?

La finalidad de todos los magos los magos es actuar sobre las fuerzas naturales. Se proponen dominar las infinitas fuerzas del cosmos y utilizarlas, como una espada, para sus propios fines. Por definición, un mago que intenta servirse de esas fuerzas en beneficio propio, sin un propósito más elevado, practica la magia «negra». Según la mayoría de las escuelas de pensamiento mágicas, termina pagando un precio muy alto por su orgullo. Con frecuencia acaba siendo poseído por los espíritus que invoca y resulta destruido por ellos. En opinión de varios ocultistas, Adolf Hitler era un poderoso mago negro.

Según contó uno de los pocos amigos que tuvo Hitler durante su juventud en Linz, su poder personal ya se había desarrollado cuando tenía quince años. En una ocasión, Adolf Hitler se puso de pie frente a mí, agarró mis manos y las apretó con fuerza... Las palabras no salían con facilidad de su boca, como de costumbre, sino que surgían roncas y ásperas... Era como si otro ser hablara desde su cuerpo y lo conmoviera tanto como me conmovía a mí. No era el caso de un orador arrebatado por sus propias palabras. Por el contrario, sentí que él mismo escuchaba atónito y emocionado lo que brotaba de su interior con una fuerza elemental...

El autor de ese fragmento era August Kubizek. Describía allí un paseo a medianoche con un Hitler de quince años tras asistir a una representación de la ópera de Wagner Rienzi, que narra la historia de la meteórica grandeza y decadencia de un tribuno romano. El inspirado discurso de Hitler versaba sobre el futuro de Alemania y «un mandato que, un día, recibiría del pueblo, para sacarlo de la esclavitud... ».

Según Kubizek, Hitler pasó mucho tiempo estudiando misticismo oriental, astrología, hipnotismo, mitología germánica y otros aspectos del ocultismo. En 1909 había entrado en contacto con el doctor Jörg Lanz von Liebenfels, un ex monje cistercense, que dos años antes había creado un templo de la «Orden de los nuevos templarios» en el semiderruido castillo de Werfenstein, en las riberas del Danubio.

El aristocrático nombre de Von Liebenfels era ficticio: cuando nació era sólo Adolf Lanz, y procedía de una familia burguesa. Sus seguidores eran pocos, pero ricos. Discípulo de Guido von List, hacía flamear una bandera con una svástica en sus almenas, practicaba ritos mágicos y publicaba una revista llamada Ostara, en la que hacía propaganda del ocultismo y del misticismo racial; el joven Hitler era un ávido suscriptor. En 1932, Von Liebenfels escribió a un colega: Hitler es uno de nuestros discípulos... algún día comprobará usted que él, y nosotros a través de él, triunfaremos y crearemos un movimiento que hará temblar al mundo.

Una de las afirmaciones de este ex monje fue que habría que establecer granjas de cría humanas para «erradicar los elementos eslavos y alpinos de la herencia germana», adelantándose en más de 20 años a la idea que concibió Himmler de una granja con sementales SS.

Cuando empezó la primera guerra mundial, Hitler parecía poseer ya una firme convicción acerca de su elevada misión; como mensajero, en el frente corrió enormes riesgos, como si supiera que el destino aún no le permitiría morir. Cuando terminó la guerra había desarrollado un curioso poder impersonal sobre quienes le rodeaban, poder que le sería sumamente útil hasta el final de su camera.

Una y otra vez, la idea de que Hitler estaba «poseído» aparece en los escritos de quienes le rodeaban. Su misterioso poder constituía una pesadilla para los altos cargos del estado. Una vez, por ejemplo, el doctor Hjalmar Schacht, el mago financiero de Hitler, pidió a Hermann Göring que hablara con el Führer acerca de un detalle secundario de política económica. Pero, una vez en presencia de Hitler, Göring descubrió que no podía plantear el asunto. Le dijo a Schacht: «Con frecuencia decido hablarle de algo, pero cuando estamos frente a frente me desanimo... »

El almirante Dönitz, que estuvo al frente de la flota de submarinos del Reich y que llegó a ser comandante supremo de la marina de guerra, tenía tanta conciencia de la influencia del Führer, que evitaba su compañía para conservar intacto su propio juicio:

No iba muy a menudo a su cuartel general, y lo hacía adrede, ya que tenía la sensación de que preservaría mejor mi capacidad de iniciativa, y también porque, tras varios días en el cuartel general, siempre tenía la sensación de que debía liberarme de su poder de sugestión... Sin duda, yo tenía más suerte que su estado mayor, constantemente expuesto a su poder y personalidad.

El 7 de abril de 1943, Josef Goebbels registró en su diario un ejemplo notable del uso que hacía Hitler de su personalidad. Mussolini, el dictador italiano, visitaba Alemania en un estado de profunda depresión y agotamiento:

Poniendo hasta la última gota de energía nerviosa en el esfuerzo, [Hitler] logró volver a encaminar a Mussolini. En el curso de esos cuatro días, el Duce sufrió un cambio completo. Cuando bajó del tren, al llegar, el Führer pensó que parecía un anciano derrotado. Cuando se marchó, estaba de nuevo en buenas condiciones, listo para lo que viniera.

En marzo de 1936 Hitler hizo una declaración que resumía con precisión las impresiones de quienes lo conocían mejor: «Voy por donde la Providencia me dicta -dijo-, con la seguridad de un sonámbulo.»

Este espíritu rector -si eso es lo que era- no siempre respetaba a su anfitrión. Son bien conocidos los ataques de furia de Hitler, durante los cuales echaba espuma por la boca y caía al suelo. El relato de su confidente, Hermann Rauschning, en su libro Habla Hitler es aún más impresionante:

Despierta por la noche, gritando y sufriendo convulsiones. Pide ayuda y parece semiparalizado. Es presa de un pánico que le hace temblar hasta el punto que la propia cama se agita. Emite sonidos confusos a ininteligibles, jadeando como si estuviera al borde de la sofocación...

Hitler no siempre estaba seguro de las intenciones de su «espíritu guía». Tenía pánico a los malos presagios. Albert Speer, que fue el arquitecto personal de Hitler y su ministro de Producción bélica, contó un incidente, acaecido en octubre de 1933, que hizo que el Führer se sintiera profundamente inseguro. Estaba presidiendo la colocación de la primera piedra de la Casa del Arte Germano, en Munich, que había sido diseñada por su amigo Paul Ludwig Troost y que, para Hitler, encarnaba los más elevados ideales de la arquitectura teutónica. Mientras golpeaba la piedra con un martillo de plata, la herramienta se rompió en su mano. Durante casi tres meses, Hitler fue aquejado de melancolía; más tarde, el 21 de enero de 1934, Troost murió. El alivio de Hitler fue inmediato. Le dijo a Speer: «Cuando el martillo se rompió supe que se trataba de un mal presagio. Algo va a suceder, pensé. Ahora sabemos por qué se rompió. El arquitecto estaba destinado a morir.»

Un aprendiz de brujo

Josef Goebbels fingía interesarse por el ocultismo y la astrología para complacer al Führer; hasta aprendió a montar horóscopos. Tal vez Rudolf Hess fuera también un aficionado. Pero sólo había un verdadero «aprendiz de brujo» en el círculo íntimo de Hitler: Heinrich Himmler.

Heinrich Himmler nació en un hogar de clase media en Munich en 1900. Himmler, que fue un joven débil, pálido y sin carácter, cuya miopía le obligaba a llevar gafas de gruesos cristales, se transformó en un nazi fervoroso a comienzos de los años veinte, y fue nombrado secretario de la oficina de propaganda del partido en la Baja Baviera. Allí, en su despachito, hablaba con una fotografía de Hitler que había en la pared, mucho antes de conocerle en persona. Aunque, sin duda, tenía dotes de organizador, el aspecto de Himmler provocaba burlas, y fue casi en broma que Hitler lo nombró Reichsführer de las SS -siglas de Schutzstaffel, fuerza protectora -un grupo de unos 300 hombres con misión de guardaespaldas.

Pero ya en 1933 Himmler había transformado las SS en una organización tan fuerte, que se permitió el lujo de purgarla, reteniendo sólo a hombres con las mejores características físicas «germanas» e insistiendo en que sus oficiales debían probar la inexistencia de judíos entre sus antecesores por lo menos hasta 1750. Tras un largo noviciado casi místico, a los reclutas se les entregaba una daga ceremonial y quedaban autorizados a llevar el uniforme negro de las SS con una calavera de plata. Desde ese momento quedaban obligados a asistir a lo que Francis King, autor de Satan and the Swastika (Satanás y la svástica) describe como «ceremonias neopaganas de una religión específica de las SS, creada por Himmler y derivada de su interés por el ocultismo y la adoración de Woden».

Himmler había abandonado su fe católica por el espiritismo, la astrología y el mesmerismo al final de su adolescencia. Estaba convencido de ser la reencarnación de Enrique el Cazador, fundador de la casa real de Sajonia, muerto en 936. Todos esos elementos fueron puntualmente incorporados a su «religión» destinada a las SS.

Himmler creó nuevas festividades en el puesto de fiestas cristianas, como Navidad y Pascua; redactó ceremonias de matrimonio y bautismo -aunque creía que la poligamia servía mejor los intereses de la élite SS- y hasta dio públicas instrucciones acerca de la forma correcta de suicidarse.

El centro del «culto» de las SS fue el castillo de Wewelsburg, en Westfalia, que Himmler compró en ruinas en 1934 y reconstruyó durante los 11 años siguientes, con un coste de 13 millones de marcos. El vestíbulo central, donde se celebraban los banquetes, contenía una enorme mesa redonda con 13 sillones que parecían tronos, en los que se sentaban Himmler y doce de sus «apóstoles» más queridos. Debajo de este vestíbulo se encontraba el «vestíbulo de los muertos» donde se levantaban trece peanas en torno a una mesa de piedra. A medida que los integrantes del círculo íntimo de las SS morían, se quemaba su escudo de armas que, junto con sus cenizas, era colocado en una urna sobre una de las peanas, donde era venerado.

Desde esta atmósfera grotesca y teatral, Himmler instigó el genocidio sistemático que el Tercer Reich emprendió en sus últimos años. Millones de judíos, gitanos, homosexuales y personas que, en general, no se adaptaban a las ideas del Führer y a las suyas, fueron asesinados. Muchas de esas atrocidades tenían su origen en las extrañas teorías de Himmler. Por ejemplo, su creencia en el poder del «calor animal» hizo que se realizaran experimentos en que las víctimas eran sumergidas en agua helada y después revividas -si tenían suerte siendo colocadas entre los cuerpos desnudos de prostitutas. En otra ocasión, decidió que había que realizar una estadística sobre la medida del cráneo de los judíos, pero como sólo valían los cráneos de los muertos recientes, cientos de personas fueron decapitadas con este fin.

Menos horrorosas pero igualmente demenciales fueron las investigaciones sobre el movimiento Rosacruz, el significado ocultista de las torres góticas y el sombrero de copa de Eton y el poder mágico de las campanas de Oxford que, según decidió Himmler, habían hechizado a la Luftwaffe, impidiéndole infligir daños serios a la ciudad.

El escritor ocultista J. H. Brennan llegó a sugerir que Himmler era una «no persona», un zombi sin mente ni alma propias, que absorbía la energía de Hitler como una sanguijuela psíquica. Francis King ha señalado que los grandes mítines de Nüremberg, presididos por Hitler en sus momentos de máxima «posesión» , reunían las condiciones necesarias para lo que algunos cultos mágicos describen como un «cono de poder»: los reflectores iluminaban el cielo nocturno formando un dibujo cónico sobre las enormes multitudes, lo cual generaba un gigantesco brote de emoción centrado en la figura glorificada de Hitler.

Pero si Himmler era influenciado por la magia maligna, también podía ser influenciado para hacer el bien. El inverosímil instrumento de ese bien fue un masajista gordo y rubio que también era ocultista y se llamaba Félix Kersten. Había aprendido osteopatía y técnicas asociadas con un misterioso médico chino, el doctor Ko, un ocultista y místico que, al parecer, desarrolló los latentes poderes psíquicos de Kersten. Kersten se hizo famoso y, en 1938, tuvo que atender a Himmler, quien sufría de calambres crónicos en el estómago. Desde ese momento, el jefe de las SS dependió casi totalmente de Kersten, quien en varias ocasiones pudo salvar las vidas de cientos de judíos gracias a su dominio sobre la mente de Himmler. En la postguerra, una comisión investigadora llegó a la conclusión de que los servicios que Kersten había prestado a la humanidad y a la causa de la paz eran «tan destacados, que no se encuentran precedentes comparables en la historia».

Un poder impresionante

Utilizando simplemente su fuerza de voluntad, por ejemplo, Kersten persuadió a Himmler en más de una ocasión de que postergara el exterminio de prisioneros en campos de concentración. Kersten insistía e insistía hasta que Himmler dejaba de lado el asunto. El masajista también logró influir, al menos en parte, en Himmler, interpretando mal algunos horóscopos, en los que Himmler creía con más fervor que el propio Hitler.

Desde mediados de 1942, Kersten se preocupó por sembrar en la mente de Himmler la idea de que debía intentar firmar la paz con los aliados occidentales y, aunque en varias ocasiones el Reichsführer estuvo casi convencido, no pudo contrarrestar el enorme poder de la autoridad de Hitler.

Como ha señalado Francis King, la política de Hitler cuando Alemania se acercaba al colapso se correspondió exactamente con lo que podía esperarse del pacto de un mago con los poderes del mal. La esencia de ese pacto reside en el sacrificio: una orgía de sangre y destrucción.

«Las bajas -dijo Hitler al mariscal de campo Walther von Reichenau-, nunca son demasiado grandes. Son la semilla de la futura grandeza.» Y el historiador Hugh Trevor-Roper dijo: «Como un héroe antiguo, Hitler deseaba bajar a la tumba acompañado de sacrificios humanos.»

Aunque sabía que ya no había esperanzas, Hitler aguardó en su bunker hasta el 30 de abril de 1945 para suicidarse con Eva Braun, con quien acababa de casarse. La fecha no puede ser una coincidencia: desde el punto de vista ocultista, resulta enormemente significativa. Se trata del día que termina en la noche de Walpurgis, la más importante festividad de los poderes de las tinieblas.