viernes, 29 de mayo de 2009

Anne Moberley y Eleanor Jourdain: Una excursión al pasado

La experiencia que vivieron dos inglesas durante una visita a Versalles en verano de 1901 fue discutida durante muchos años. Las señoritas Moberley y Jourdain afirmaban haber retrocedido al siglo XVIII, en plena época de María Antonieta.

En una cálida tarde de agosto de 1901, dos maestras de mediana edad, las señoritas Anne Moberley y Eleanor Jourdain, decidieron aprovechar sus vacaciones en París para visitar el palacio de Versalles, que ninguna de las dos conocía. Ambas se interesaban por la historia y poseían cierto nivel cultural, ya que la señorita Moberley era directora del Instituto St Hugh, y la señorita Jourdain, de una escuela de niñas en Watford. Ninguna de las dos tendía a ser crédula ni neurótica.

Después de recorrer el palacio se sentaron a descansar en la Galería de los Espejos. Las ventanas abiertas y el aroma de las flores las incitaron a volver a salir, esa vez en dirección al Pequeño Trianón, el palacete que Luis XV construyó en los terrenos de Versalles, y que su sucesor, Luis XVI, regaló a la reina María Antonieta. Llegaron a un lago alargado, a cuya derecha había un bosquecillo con un claro, y después a otro estanque, junto al cual se levantaba el Gran Trianón, palacio construido por Luis XIV. Lo dejaron a su izquierda y llegaron hasta un sendero cubierto de hierba.

No estaban seguras del camino y, en vez de bajar por el sendero, que llevaba directamente al Pequeño Trianón, lo cruzaron y siguieron por un sendero lateral. La señorita Moberley vio a una mujer asomada a la ventana de un edificio que había en un recodo del sendero; sacudía una tela blanca. La inglesa se sorprendió al ver que su amiga no se detenía a preguntarle el camino. Después se enteró de que la señorita Jourdain no lo hizo porque no había visto ni a la mujer ni el edificio.

A esas alturas, las dos mujeres no tenían conciencia de que sucediera algo extraño, y conversaban animadamente sobre temas que no tenían nada que ver. Doblaron a la derecha, pasaron junto a unos edificios y distinguieron el final de una escalera tallada al otro lado de un portal abierto. No se detuvieron, sino que tomaron el sendero central de los tres que había delante de ellas; la única razón para que lo hicieran fue la presencia de dos hombres que parecían estar trabajando allí, con una especie de carretilla y una pala puntiaguda. Parecían jardineros, aunque las mujeres pensaron que vestían de forma rara; llevaban largas chaquetas gris verdoso y tricornios. Los hombres les dijeron que siguieran en línea recta y las amigas continuaron como antes, absortas en su conversación.

Irrupción del pasado

Fue más o menos entonces cuando las dos mujeres comenzaron a sentir una cierta opresión (de forma independiente; no comentaron el hecho en aquel momento); observaron que su entorno era curiosamente llano, y ambas tuvieron la sensación de que el paisaje se había vuelto bidimensional. Esas sensaciones se hicieron abrumadoras cuando se acercaron a «un pequeño kiosco de jardín, circular, como un kiosco de música; junto a él se sentaba un hombre». A ninguna de las dos le gustó el aspecto del hombre; su rostro era oscuro y repulsivo. Notaron que llevaba una capa y un sombrero al estilo español. Aunque no se sentían muy seguras de su camino, por nada del mundo le hubiesen dirigido la palabra al hombre del kiosco.

Sintieron alivio al escuchar pasos que se acercaban aprisa detrás de ellas pero, cuando se volvieron, el sendero estaba vacío. Con todo, la señorita Moberley vio a otra persona que apareció súbitamente. Parecía «sin duda, un caballero... alto, con grandes ojos oscuros... cabellos negros rizados». Él también llevaba capa y sombrero español y parecía nervioso cuando les indicó dónde estaba la casa. Les sonrió de una forma que les pareció peculiar pero, cuando se volvieron para darle las gracias, había desaparecido. Volvieron a escuchar el ruido de alguien que corría, aparentemente muy cerca de ellas, pero no vieron a nadie.

Cruzaron un puentecito sobre un barranco en miniatura, miraron la cascada que caía junto a él y, finalmente, llegaron a «una mansión campestre pequeña, cuadrada y sólidamente construida», con una terraza que daba al norte y al oeste. La señorita Moberley vio a una dama sentada en el césped, de espaldas a la terraza, que parecía estar haciendo un dibujo. La dama las miró fijamente cuando pasaron junto a ella. La señorita Moberley comentó que, aunque era bastante bonita, ya no era joven, y no le pareció atractiva. Esto no le impidió observar el vestido que llevaba, de una tela ligera y escotado. Sus abundantes cabellos rubios estaban cubiertos por un gran sombrero blanco.

Las dos inglesas pasaron junto a ella en silencio y subieron a la terraza; la señorita Moberley se sentía como si estuviera andando en sueños. Entonces volvió a ver a la dama, esta vez de espaldas, y sintió alivio porque la señorita Jourdain no le había preguntado si podían entrar en la casa. En realidad, la señorita Jourdain no la había visto.

Estaban ya en el ángulo suroeste de la terraza. Cuando se volvieron, vieron una segunda casa de la que salió un joven (con «aspecto de lacayo») quien les ofreció acompañarlas en la visita. Entonces se les unió una alegre boda y se sintieron de mejor humor.

Las dos señoritas no hablaron de estos acontecimientos durante la semana siguiente. Sólo cuando la señorita Moberley se puso a escribir su versión de los hechos y volvió a sentir una sensación de opresión, preguntó a su amiga: «¿No crees que el Pequeño Trianón está embrujado?» La señorita Jourdain pensaba lo mismo. Sólo entonces compararon las notas y supieron las diferencias existentes entre sus experiencias.

Ambas mujeres escribieron, tres meses después y por separado, sendos relatos completos de lo sucedido. Este lapso de tiempo fue uno de los factores que provocaron el escepticismo, de comentaristas posteriores: los recuerdos de un suceso, registrados al cabo de tres meses, eran menos exactos que si se redactaban de forma inmediata. Las maestras eran pues, sospechosas de «reconstrucción imaginativa».

Sin embargo, existían leyendas relacionadas con el Trianón que apoyaban su versión. Una amiga parisina de la señorita Jourdain le contó que gente de Versalles había visto a María Antonieta, un día de agosto, sentada en los jardines del Pequeño Trianón, con un vestido rosa y un gran sombrero de paja. El lugar, en su conjunto -las personas presentes y el tipo de diversiones- parecía, según dijo esta amiga, una reproducción exacta del fatídico 10 de agosto de 1792, día del saqueo de las Tullerías, de la fuga de la familia real a París y del encarcelamiento del rey y la reina en el Temple. Las dos señoritas se preguntaron si se habrían topado con algún recuerdo de la reina, proyectado por ella sobre el Trianón o retenido por el propio lugar. Desconcertadas por lo que habían encontrado, decidieron comparar los detalles de su experiencia con los hechos, y regresaron a Versalles.

Un círculo de influencia

La señorita Jourdain volvió sola al Trianón en enero del año siguiente, y de nuevo sintió una cualidad alucinatoria en el lugar, derivada en parte de la atmósfera y en parte de lo sucedido anteriormente. Algunos detalles eran diferentes: el kiosco, por ejemplo, no parecía ser el mismo edificio, y al comienzo no sintió nada extraño. Sólo cuando atravesó el puente que conduce al Hameau (Aldea), donde la reina María Antonieta y sus amigos jugaban a los campesinos, sintió como si hubiese atravesado una línea, como si hubiese entrado en un círculo de influencia. Vio un carro que estaba siendo cargado de leña por dos peones que llevaban túnicas y capas con capucha. Volvió un momento la cabeza hacia el Hameau, y cuando miró nuevamente los dos hombres y el carro habían desaparecido.

Hubo otros incidentes: la visión de un hombre embozado moviéndose entre los árboles, el crujido de vestidos de seda, la sensación de estar rodeada por una multitud de seres invisibles, el sonido de una banda distante tocando música ligera; pero ninguna de esas sensaciones era comparable a los hechos de agosto de 1901.

Las dos amigas volvieron varias veces a Versalles, pero nunca revivieron su primera experiencia. Por el contrario, descubrieron que la disposición del jardín había cambiado mucho desde su primera visita. Algunos bosques habían desaparecido; ciertos senderos también; había edificios alterados; el kiosco había desparecido; el barranco, el puente y la cascada también. El Trianón del siglo XX tenía muy poca relación con el que habían visto la primera vez. Desconcertadas e intrigadas, las dos maestras emprendieron una investigación de la historia del Trianón de la reina María Antonieta.

Hay que tener en cuenta lo poco que se sabía en esa época de las experiencias retrocognitivas a gran escala. Como esta aventura fue especialmente compleja, la explicación más simple parecía ser que habían tenido una alucinación, que sus recuerdos eran inexactos o que estaban «adornando» su experiencia; también se habló mucho de que ninguna de las dos mujeres se apercibió en aquel momento de que estaba viendo cosas que no existían.

Las dos maestras se sentían lo suficientemente convencidas de la rareza de su experiencia como para querer comprobar los hechos, ya que en los años siguientes se tomaron el trabajo de investigar los detalles de la estructura original del Trianón, la disposición primitiva de los jardines y el nombre de su responsable, la clase de trabajadores que podía emplear la reina allí y los uniformes que podrían haber llevado. A la luz de los resultados, el sarcasmo de un periodista que dijo que habían visto a gente real en 1901, con ropas de 1901, no se sostiene. Los uniformes gris-verde y los tricornios no correspondían a funcionarios del Trianón de 1901, ya que «el verde era el color de la librea real, y ahora nadie lo lleva», según los resultados de la investigación de Moberley y Jourdain, publicada en las últimas ediciones de su libro An adventure (Una aventura). Las apariciones, ¿pudieron ser una mascarada?; la música fantasmal, ¿la de una orquesta real que tocaba fuera de la vista? Quizá, pero, ¿por qué había máscaras corriendo por bosques inexistentes y senderos desaparecidos en un cálido día de agosto de 1901? Se podrá objetar que Moberley y Jourdain se paseaban por ese mismo paisaje en ese momento, pero no corrían, ni iban disfrazadas. En cuanto a la música que oyó la señorita Jourdain en 1902, descubrió inmediatamente que ninguna banda había estado tocando esa tarde.

Una ocurrencia tardía

El kiosco que vieron se parecía algo a uno que había figurado en los planos originales del Trianón como una ruine -o sea, una locura decorativa-, pero no es seguro que fuera construido alguna vez. De hecho, el kiosco fue una fuente de dificultades para las dos maestras en sus esfuerzos por identificarlo con algún rasgo original del Trianón; vacilaron y modificaron sus opiniones. Les parecía que «tenía algo de chino». Un crítico francés, Léon Rey, que escribía en la Revue de Paris, lo identificó con un edificio llamado Jeu de Bague, que era de estilo vagamente oriental. Pero las dos inglesas no estuvieron de acuerdo y señalaron las discrepancias entre el kiosco del 10 de agosto -que, después de todo, ellas habían visto y Rey no- y el Jeu de Bague. Su referencia a «algo de chino» no fue hecha hasta 1909, lo que sugiere una ocurrencia tardía. Sin embargo existen datos de que, en 1774, el jardinero jefe de María Antonieta, Antoine Richard, había planeado la construcción de un kiosco pequeño, del tipo del que las dos maestras creyeron ver en 1901.

A medida que uno examina los «hechos» narrados por Moberley y Jourdain, y las acusaciones y contraacusaciones que se les hicieron a lo largo de los años (hasta los años cincuenta), su relato y su interpretación se vuelven cada vez más confusos. El hombre moreno que inspiró tanta aversión a las maestras fue «identificado» como el conde de Vaudreuil, quien desempeñó un siniestro papel en los últimos meses del reinado de María Antonieta, aunque otro crítico sugirió que la figura podía haber sido el anciano Luis XV. Apenas existe un detalle en la narración de las dos mujeres que después no haya sido contradicho o discutido por otra explicación, aún más improbable, de lo que habían visto originalmente.

Resultaría pesado reconstruir los pasos de las investigaciones que Moberley y Jourdain realizaron a lo largo de varios años, o discutir las muchas formas en que han sido interpretados los detalles de su aventura. Los críticos no sólo contradijeron a las maestras sino que se contradijeron entre sí, e hicieron los mayores esfuerzos por demostrar que las mujeres imaginaron lo que vieron, lo malinterpretaron, lo distorsionaron o lo desfiguraron: Sus investigaciones, según los críticos desfavorables, no fueron suficientemente cuidadosas ni estuvieron bien llevadas; ellas dejaron que investigaciones posteriores influyeran en el relato que hicieron de los hechos, y adoptaron a posteriori sus propias experiencias para que coincidieran con lo que habían descubierto. En otras palabras,(los críticos afirmaron que Moberley y Jourdain habían distorsionado sistemáticamente los libros para que coincidieran con suhistoria. Las dos damas, cuya inteligencia parece haber sido tan aguda como la de sus críticos, fueron condenadas como una pareja de solteronas crédulas, cuyas cabezas estaban llenas de tonterías románticas acerca de la desventurada reina de Francia.

Sin embargo, ésta no es la impresión que se obtiene al leer los documentos Moberley-Jourdain. Las mujeres parecen equilibradas, sensatas y verdaderamente intrigadas por lo que les sucedió aquel día de agosto de 1901. Sus investigaciones posteriores fueron tan completas como permitieron la oportunidad y la disponibilidad de materiales, y aunque las dos mujeres fueron acusadas de alterar su relato original para adaptarlo a hechos revelados posteriormente, bien podría ser que no hubieran entendido lo que habían visto hasta que el descubrimiento de ciertos hechos lo aclaró. Desde luego, Moberley y Jourdain no conservaron un registro minucioso y un relato documentado de lo sucedido. Probablemente, nunca se les ocurrió que eso sería necesario para probar su veracidad.

No es posible juzgar qué sucedió realmente el 10 de agosto de 1901. Es probable que las maestras tropezaran con una alucinación a gran escala consecuente con las condiciones de un salto temporal retrocognitivo. El aspecto más interesante de la cuestión fue el constante intercambio, visual y verbal, que al parecer tuvo lugar entre las figuras del pasado y las del presente.

Tampoco fue única, en cuanto a la escala, la aventura de Versalles, ya que otras dos inglesas vivieron una experiencia similar en Dieppe 50 años después. ¿Será el aire de Francia, o su historia, lo que promueve esos fenómenos tan curiosos?

jueves, 28 de mayo de 2009

Caso Dorothy Norton y Agnes Norton

Qué eran los inquietantes ruidos que escucharon dos inglesas en Puys en 1951? ¿Serían, como creyeron ellas, un «replay» de la desastrosa incursión sobre Dieppe durante la segunda guerra mundial?

A principio del siglo XX, dos damas inglesas, las señoritas Jourdain y Moberley, se vieron envueltas en una «aventura» en el Pequeño Trianón, en Versalles, donde creyeron sufrir una prolongada alucinación sobre la vida en el palacete en la época de su apogeo. Fue un caso poco corriente y, sin embargo, exactamente medio siglo después, otra pareja de inglesas, a las que llamaremos Dorothy Norton y Agnes Norton para guardar su anonimato, experimentaron una alucinación similar.

Ellas también estaban de vacaciones en Francia, en Puys, un pueblecito cercano a Dieppe. A las 5 y 20 de la madrugada del 5 de agosto de 1951, Agnes se despertó y preguntó a Dorothy: «¿Oyes ese ruido?» Dorothy lo oía; de hecho lo había estado escuchando desde hacía «unos veinte minutos», según el relato que escribió después. Las dos mujeres se quedaron despiertas y escucharon los extraordinarios ruidos que parecían provenir de la playa. Dorothy los describió después como «un rugido que disminuía y aumentaba». Finalmente, encendieron la luz y salieron al balcón, pero no pudieron ver la costa ni descubrir la fuente de los sonidos.

Los ruidos eran cada vez más fuertes. Las dos mujeres pudieron distinguir diferentes tipos. Dorothy identificó «gritos, cañonazos y bombarderos en picado», además de un bombardeo ocasional; según Agnes, los sonidos eran una mezcla de «cañonazos, granadas, bombarderos en picado, lanchas de desembarco y gritos humanos». Agnes declaró también que «todos los sonidos parecían llegar desde muy lejos, como en una transmisión por radio desde Estados Unidos, por ejemplo, en inconfundibles ondas de sonido».

Mientras escuchaban los ruidos, las dos mujeres llegaron gradualmente a la conclusión de que el origen de éstos debía ser paranormal. Para Dorothy las experiencias psíquicas no eran nuevas; había tenido varias anteriormente, aunque sólo una había sido sólo auditiva, como ésta. Había ocurrido cinco días antes. Dorothy había despertado a causa de un ruido similar, pero más débil. «Al final -dijo- me pareció oír hombres cantando.» Los sonidos se acallaron cuando cantó el gallo, y se volvió a dormir. Pero Agnes no había oído nada, y no despertó.

Más tarde, los críticos que no aceptaron la experiencia de las dos mujeres como paranormal llamaron la atención sobre un punto. Dorothy y Agnes tenían a su disposición una guía que contenía un breve relato de la desastrosa incursión sobre Dieppe que habían realizado las fuerzas aliadas el 19 de agosto de 1942. Ambas mujeres admitieron ante los investigadores que conocían la existencia del relato de la guía, pero no lo habían leído antes de aquella noche. Los críticos señalaron que hacía más de una semana que estaban en Puys cuando ocurrió su experiencia; era raro que no hubiesen sentido curiosidad por la incursión, cuyo escenario estaba muy cerca de su hotel.

Mientras estaban en el balcón, a lo largo de tres horas, ambas tomaron nota detallada de los momentos en que escuchaban diferentes tipos de sonidos. Al día siguiente escribieron relatos separados, en los que aparecen pequeñas variantes; por ejemplo: aunque ambas dicen que la primera serie de ruidos cesó a las 4:50, Agnes afirmó que la segunda serie había empezado a las 5:07,. mientras Dorothy dijo que fue a las 5:05. Cada una tenía su propio reloj, pero admitieron que el de Agnes solía ser más exacto, ya que el de Dorothy atrasaba algo.

Existe un hecho que puede explicar pequeñas discrepancias como ésta. Durante la segunda guerra mundial, Agnes había sido miembro del Women's Royal Naval Service (WRNS). Como resultado de su entrenamiento, pudo haber tenido un mayor conocimiento de las técnicas de observación y registro que su compañera.

Los investigadores G.W. Lambert y K. Gay, de la Society for Psychical Research (SPR), establecieron un cuadro detallado en el que comparaban el relato y las observaciones de las dos mujeres con lo sucedido durante la incursión sobre Dieppe. Los acontecimientos del 19 de agosto de 1942 comenzaron a las 3:47 de la madrugada. La hora cero para el desembarco de carros de combate en Puys y Berneval tendría que haber sido a las 4:50, pero se produjo una demora. La primera ola de barcazas llegó a Puys a las 5:07, y a las 5:12 los destructores habían empezado a bombardear Dieppe. La fuerza principal desembarcó a las 5:20. Los edificios de la costa ya estaban siendo atacados por los Hurricane de la RAF, que llegaron a las 5:15. A las 5:40 terminó el bombardeo. Exactamente 10 minutos después llegaron 48 aviones más de la RAF y se unieron a la batalla.

Estos detalles cronológicos fueron tomados por Lambert y Gay de un relato de la incursión totalmente desconocido por las dos mujeres.

«Un ruido indescriptible»

En septiembre de 1968, el señor R. A. Eades informó a la SPR de unas vacaciones que había pasado en Francia con su familia, a fines de agosto de 1951. En el curso de estas vacaciones, una noche que se hallaban acampados al este de Dieppe fueron despertados por un «ruido indescriptible, que continuó durante varias horas». La familia Eades discutió lo que oía y comparó el ruido con «un zoológico enloquecido», «una feria», «el recreo de una escuela amplificado y distante». Sin embargo, estaban convencidos de que no se trataba de ninguna de estas cosas, y al día siguiente se enteraron en la ciudad de que una draga había estado trabajando en la bahía. La máquina seguía allí, ahora inactiva.

Después de una prolongada correspondencia acerca del caso, éste fue reexaminado por un investigador independiente en 1969. Revisó todos los detalles con cuidado; puso en duda algunos de los principales puntos del relato, y puso de relieve otros, como por ejemplo la coincidencia con el aniversario del salto temporal de Versalles. Todo ello evidenció que la historia de la incursión a Dieppe, tal como la contaron Agnes y Dorothy, contiene algunas inexactitudes. Pero lo mismo sucedió con la versión Moberley-Jourdain de Versalles.

Las experiencias paranormales extendidas casi nunca coinciden totalmente con los hechos conocidos. Esto puede suceder porque mientras está presente un elemento paranormal -o sea, que se recibe información a través de fuentes extrasensoriales- las fuentes sensoriales también están transmitiendo información «normal».

Pero la cuestión sigue en pie: las dos experiencias, la de Moberley y Jourdain y la de las Norton, ¿fueron genuinamente paranormales? Lo cierto es que, a pesar de sus puntos comunes, ambas experiencias tuvieron características diferentes. La de Moberley y Jourdain fue auditiva y visual, mientras la de las Norton fue sólo auditiva. Además, en Versalles las dos mujeres no sólo hablaron a las personas que vieron, sino que recibieron respuestas (del caballero que les indicó la casa, por ejemplo, y del lacayo que se ofreció a enseñarles el camino). Agnes y Dorothy Norton, en cambio, eran simplemente un público; no desempeñaron ningún papel activo en el drama invisible que se representaba más allá de su balcón.

Moberley y Jourdain no parecían tener una idea clara de lo que encontrarían en el Pequeño Trianón. Poseían un conocimiento general de la historia de Francia en el siglo XVIII y de la vida de María Antonieta en Versalles, pero su visita al castillo de la reina fue sugerida principalmente por la posibilidad de dar un agradable paseo por los jardines en una tarde tibia.

En cuanto se acercaron al Pequeño Trianón, la excursión perdió todo el encanto. Las dos mujeres se sintieron deprimidas y desorientadas. Tuvieron dificultades para encontrar el camino por los bosques y los senderos. Lo extraño de la gente que encontraron -el hombre del kiosco, los corredores invisibles, el caballero, el lacayo, la dama con el fichú- las inquietaron. Su relato de los acontecimientos de esa tarde, aunque fue escrito tres meses después, respiraba todavía esa inquietud. Si hubieran tenido la intención de engañar, de inventar una historia plausible o de perpetrar un fraude deliberado, seguramente hubiesen cuidado más los detalles de su relato.

En cuanto a la experiencia de Agnes y Dorothy Norton en Puys: ellas poseían también un conocimiento meramente general de la historia de la zona. Sin embargo, estuvieron tres horas en su balcón escuchando los ruidos de una batalla invisible que se desarrollaba en la playa de Dieppe, cuyos detalles coincidían en general con otros relatos de la famosa incursión de 1942. Su experiencia no es única: otros observadores se han encontrado con representaciones de batallas de otros tiempos.

Un tema delicado

Los críticos dieron mucha importancia a las discrepancias entre las declaraciones de Agnes y Dorothy. Pese a eso, hay que subrayar dos detalles en defensa de estos relatos. Primero: Dorothy, y no Agnes, era una dotada reconocida. Agnes puede haber actuado como médium, y puede haber respondido con más lentitud al estímulo de los sonidos. Segundo, no hay dos personas que vivan de la misma manera un hecho idéntico, particularmente cuando se trata de calcular tiempos. Los relatos de dos testigos de un mismo acontecimiento raramente coinciden.

No obstante, existen objeciones más serias a la afirmación que hicieron las Norton de que su experiencia fue paranormal. Los críticos han sugerido varias explicaciones naturales para los ruidos que oyeron. La draga que trabajaba en la bahía, por ejemplo: el ruido de una draga es inconfundible; es un sonido regular y fluctuante, a mitad de camino entre un gruñido y un zumbido. Pero no es un «rugido», como dijo Dorothy, y ninguna draga podría reproducir los ruidos de una batalla. El ruido de un bombardeo en picado no se olvida cuando se ha oído una vez. Pero, ¿lanchas de desembarco? ¿Qué ruido pueden producir que sea identificable a distancia? Este detalle pareció poco plausible a los críticos, pero es posible que aquel ruido resultara familiar a Agnes, a causa de su trabajo como WRNS durante la guerra. El ruido de aviones: ¿habrá sido simplemente el de los vuelos regulares que pasaban sobre Puys?

Pero algunas cuestiones quedan sin respuesta. Las Norton dijeron que mientras escuchaban los ruidos de la batalla en la playa, tenían conciencia de que se trataba de una experiencia paranormal. Esto es muy raro. Uno de los rasgos más característicos de las experiencias psíquicas es que quienes las experimentan Pocas veces las reconocen como tales hasta después. Los sujetos suelen sentir asombro e incomodidad mientras ocurre, pero eso se explica porque están recibiendo información simultánea de dos orígenes distintos: los sentidos, confinados en el tiempo cronológico, y una fuente paranormal, que no experimenta esas restricciones. Además, el comienzo de una experiencia psíquica con frecuencia aparece asociado con la emisión de ondas alfa, el «punto muerto» del cerebro, cuando el sujeto no se está concentrando en nada de particular. El acto de concentrarse en una experiencia paranormal generalmente hace que las ondas alfa sean reemplazadas por otras, que sacan al sujeto del estado en que puede experimentar fenómenos psíquicos. Si Agnes y Dorothy Norton notaron que lo que escuchaban tenía una fuente paranormal, es raro que no hayan «emergido» inmediatamente de la experiencia.

La experiencia de las señoritas Moberley y Jourdain en Versalles sí parece tener todos los rasgos de un error del tiempo retrocognitivo. El paisaje traspuesto, la presencia de gente de otra época, los intercambios entre las dos mujeres del siglo XX y la gente que encontraron mientras recorrían bosques y senderos, todo sugiere que el tiempo se había dislocado.

El caso de Dieppe es menos claro. Lo que suscita mayores dudas son, curiosamente, los detalles adicionales proporcionados por Agnes, pese a que la psíquica era Dorothy.

¿Será posible alguna vez probar sin ningún género de duda que una experiencia en la que se revive el pasado es paranormal? Parece que no, porque aún cuando varios testigos confirman un relato detallado de la experiencia, nunca falta quien aduce alucinación o telepatía.

miércoles, 27 de mayo de 2009

Glosolalia: El lenguaje del éxtasis

El don de lenguas se ha registrado, a lo largo de los siglos, en numerosas culturas y situaciones. Pero, ¿cuál es la causa de estos extraños accesos?

El hablar en lenguas -especialmente en la lengua de los fantasmas, antepasados, espíritus, dioses y animales totémicos- todavía figura en el repertorio de los shamanes y hechiceros en las sociedades primitivas de todo el mundo. De hecho, no hay otra técnica de comunicación sobrenatural que esté más extendida.

En el caso de los espíritus africanos «Zar», que en tribus dominadas por los hombres causan a algunas mujeres enfermedades psicosomáticas, se adivina un cierto sentido de justicia poética. La víctima de la «posesión», efectivamente, es, siempre una mujer, y el «intérprete» -o exorcista- es también otra mujer. La exorcista se dirige al espíritu Zar en su propio lenguaje esotérico, que no puede ser comprendido sin su intervención. El Zar solicita espléndidas ropas, perfumes y otros artículos de lujo a través de los labios de sus víctimas; por un precio módico, la exorcista interpreta estas peticiones para que el marido sepa de qué se trata. La mujer enferma llegará a reponerse si las demandas del espíritu se cumplen.

La posición que ocupan los shamanes en sus sociedades corresponde más o menos a la de los sacerdotes y los antiguos santos en el mundo cristiano. Desde finales del siglo I d.C., un cristiano corriente que hablara en «lenguas» habría sido exorcizado en el mejor de los casos, o ejecutado en el peor de ellos, por «traficar con el demonio». Pero también algunos santos fueron conspicuos glosolalistas: San Pacomio, abad egipcio, afirmaba que hablaba con los ángeles, y escribía en un alfabeto místico comprensible sólo para aquellos que se hallaban en un estado de gracia especial y bendecidos de la misma forma que él. La alemana Santa Hildegard (1098-1179) hablaba y escribía -con un alfabeto desconocido- un lenguaje extraño que tradujo al alemán. Muestras de él se conservaron, publicaron y analizaron, llegándose finalmente a calificar de revoltijo de alemán latín y hebreo mutilado.

Glosolalia y marginación

La glosolalia estuvo de moda después de la Reforma -aunque ni Lutero ni Calvino la incluyeron en sus doctrinas. Al parecer, el hablar en lenguas era frecuentemente una expresión de tensión. Por ejemplo, la violenta controversia entre jesuitas y jansenistas, que duró casi 80 años, provocó la aparición de glosolalistas entre estos últimos. Coincidiendo con esto, en aquel período ocurrieron extraordinarios incidentes entre los camisards, franceses protestantes que vivían en las montañas de las Cévennes. Cuando su libertad de culto fue revocada en 1685 y se intentó imponerles la fe católica, se sublevaron. Tres mil de ellos resistieron frente a las tropas monárquicas (unos 60.000 hombres), hasta que finalmente sucumbieron en 1705. La enorme tensión que afectaba a estas comunidades guerrilleras, continuamente acosadas y sujetas a tremendas atrocidades una vez capturadas, dio lugar a sucesos paranormales, incluyendo estallidos de xenolalia. Miles de «pequeños profetas de las Cévennes», niños de 15 meses en adelante, predicaban interminables sermones en un francés excelente, lengua bastante diferente de su propio dialecto holandés.

Algunos camisards emigraron a Inglaterra. Tuvieron influencia sobre los «Entusiastas» ingleses, tal como eran llamados por entonces los Cristianos Carismáticos. Dos generaciones más tarde, Ann Lee, fundadora de la Sociedad Unida de Creyentes en la Segunda Aparición de Cristo (los «shakers»), hablaba en lenguas. Al ser examinada por cuatro eruditos sacerdotes anglicanos, se dirigió a ellos en varias lenguas aparentemente identificables. Acobardados, sin duda, por los conocimientos de que hacía gala Ann Lee, aconsejaron que se la dejara en paz; pero la persecución la obligó a emigrar a América.

En las comunidades de shakers, las danzas rituales, que constituían la principal manifestación de culto, desembocaban a menudo en estallidos de glosolalia. Algo parecido sucedió con los mormones (la Iglesia de Jesucristo de los Santos Modernos): su mismo fundador, Joseph Smith (1805-1844), era glosolalista, y sus artículos de fe afirmaban: «Creemos en el don de las lenguas... (y) en la interpretación de las lenguas.» En una ocasión, un glosolalista mormón pronunció toda una disertación sobre la caza en la lengua de los indios choctaw. Fue inmediatamente interpretada como un relato florido de las glorias que habría de traer consigo la terminación del templo mormón de Salt Lake City. Los mormones modernos consideran el don de lenguas como un fenómeno real, pero de limitado valor espiritual, y es comprensible que la desaprueben.

A partir de 1830, no pasó un año sin que alguien hablara en lenguas en algún lugar de la Iglesia Cristiana. En Escandinavia, en los años 1840, se declararon epidemias del llamado «mal del sermón» -«entusiasmo» histérico durante el culto- que incluía la glosolalia. En los años 1850 el gran resurgimiento en la Iglesia Ortodoxa rusa en Armenia dio lugar a una expansión del don de lenguas en aquella zona hasta los años 1900. A finales del siglo se produjeron accesos de glosolalia en sectas del movimiento Carismático pertenecientes a lugares tan apartados entre sí como Carolina del Norte y Estonia.

Una señal del espíritu

La moda, extendida por todo el mundo, de hablar en lenguas influyó en un grupo de 40 estudiantes de la escuela de Bethel, en Topeka (Kansas, Estados Unidos). Decidieron unánimemente que «lo que les faltaba» en su expepencia cristiana era el bautismo del Espíritu Santo, cuya señal era el don de lenguas. El 31 de diciembre de 1900, un pastor, C. F. Parham, impuso las manos a un estudiante, el cual empezó a emitir un torrente de sílabas ininteligibles. Otros treinta siguieron su ejemplo en días sucesivos. Esto marcó el inicio del moderno Pentecostalismo.

Efectivamente, el hecho de hablar en lenguas tiene un lugar señalado en el culto Pentecostalista, pero igualmente importante es el don de la interpretación de lenguas: un fiel comienza a hablar en un idioma que nadie conoce, e instantáneamente otro fiel se pone a traducirlo, aunque tampoco conozca la lengua. Si bien este fenómeno es poco frecuente, no deja por ello de ser extraordinario.

Un pentecostalista, Axel Blomquist, relata la siguiente experiencia:

«Recibimos la visita de un misionero de la India que nos acompañó a visitar a una familia con la que oramos. Al orar vino el Espíritu Santo sobre mí y empecé a hablar un idioma que nunca había conocido ni hablado antes. Al terminar la oración, conmovido, el misionero dijo: «Esto es algo extraordinario, el hermano Axel acaba de hablar precisamente en el idioma que estamos usando donde yo estoy sirviendo a Dios en la India. Ha sido un mensaje de consuelo y aliento para alguna persona que debe estar agobiada y triste. Un mensaje de perdón y restauración. He observado especialmente cómo el hermano repetía la expresión "oh mujer", fórmula de respeto que se utiliza en la India para hablar a las damas nobles.»

Esta y muchas otras experiencias espectaculares de este tipo son frecuentes en las iglesias pentecostalistas.

De hecho, algunas de estas actividades se hicieron famosas -o escandalosas- entre las dos guerras mundiales. En América se fundó en 1921 la Iglesia Internacional del Verdadero Evangelio, encabezada por Aimée Semple McPherson, cuyo cuartel general se hallaba en su templo de Hollywood. Ciertamente, competía con la propia meca del cine por el atractivo de su presentación del evangelio y la belleza de su coro de «ángeles». En Inglaterra, George Jeffreys llenó el Albert Hall todos los domingos de Pascua desde 1926 hasta 1939 con miembros del Verdadero Evangelio de Elim. Aunque el énfasis sobre el don de lenguas ha disminuido un tanto, todos los pentecostalistas del mundo -que suman unos 20 millones creen que existe y que es una señal de la presencia del Espíritu Santo. Actualmente, la mayor de las comunidades pentecostalistas, las Asambleas de Dios, poseen congregaciones en casi todos los países, entre ellos España.

Varios miembros de la Iglesia Pentecostalista de Barcelona afirman actualmente haber recibido «el bautismo del Espíritu Santo», y haber hablado en lenguas. Sin embargo, según ellos, éste no es el único don del Espíritu Santo. Apoyándose en las palabras de San Pablo (I-Cor XII-4,11), declaran que «hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo». Los otros dones son la sabiduría, la ciencia, la fe, el don de sanar, la profecía, los milagros y la interpretación de lenguas desconocidas. Uno de los miembros de esta Iglesia, E.H.B., de 24 años de edad, declaraba en 1981 que antes de su conversión «el hastío y el vacío eran su pan de cada día» y que «a los 23 años era un hombre acabado y sin ganas de vivir, que creía haber llegado al fin de su camino». Después de haber vivido una vida bohemia, de haber militado en un partido, de haber pasado por la cárcel y por las drogas, conoció el Pentecostalismo, que contribuyó a cambiar su vida.

¿Espíritu santo o espíritus?

El don de lenguas continuó manifestándose también en otros contextos cristianos. Fue uno de los signos que afectaron a una famosa estigmatizada, Teresa Neumann, que vivió toda su vida en Baviera. El Viernes Santo de 1926 aparecieron estigmas sobre su cuerpo, y pareció revivir la pasión de Cristo, emitiendo palabras y frases en arameo (algunas de ellas correspondían, al parecer, con toda exactitud a las palabras pronunciadas por Cristo en la Cruz). Algunos observadores creyeron que estaba en comunicación mediúmnica con algún testigo contemporáneo de la crucifixión de Cristo.

Esto enlaza la glosolalia con el mundo del espiritismo. A medida que el espiritismo se desarrollaba durante el siglo pasado, se hacían más frecuentes los estallidos del don de lenguas en médiums. Algunos de estos afirmaban que los espíritus hablaban a través de ellos en lenguas desconocidas para los propios médiums y para todos los presentes, excepto para aquellos a quienes se dirigían los mensajes. Algunas veces ninguno de los asistentes entendía lo que se decía hasta que se pedía la colaboración de un lingüista. Otros médiums eran especialistas en la «voz directa»: palabras del espíritu emanadas del aire que les rodeaba, incluso mientras los médiums estaban conversando con los presentes. Algunos eran también «clarioyentes»: «oían» voces que a menudo hablaban en lenguas que no comprendían, y repetían las palabras lo mejor que podían.

Un caso típico fue el de una médium inglesa conocida como Rosemary, que en los años treinta empezó a revelar recuerdos de antiguas encarnaciones, las más importantes de las cuales pertenecía al antiguo Egipto. Un egiptólogo, Howard Hulme, la examinó. Rosemary «oyó» palabras en lengua egipcia, y más tarde Nona, el espíritu de una egipcia que había conocido en su vida anterior, habló a través de ella. Se hicieron grabaciones de algunas de aquellas sesiones. Una vez, durante casi dos horas, Nona contestó las preguntas que Hulme había preparado: en aquella sesión emitía sonidos que parecían ser aspiraciones guturales, consonantes extrañas y construcciones peculiares de una lengua que murió hace 3.000 años. Desgraciadamente, nadie sabe en la actualidad cómo se pronunciaba la antigua lengua egipcia. Un grupo de expertos, tras haber analizado las frases pronunciadas por Rosemary, emitió un juicio ambiguo.

A pesar del interés que el don de lenguas ha despertado durante cientos de años, su interpretación permanece todavía abierta.

Lo cierto es que muchos casos han recibido explicación. Cuando las monjas ursulinas de Loudun (Francia) fueron «poseídas» por el demonio en los años 1630, al parecer como consecuencia de un hechizo del que era responsable su capellán, Urbain Grandier, empezaron a balbucear en «lenguas»: se afirmó que hablaban en latín, griego, español, italiano, turco e incluso en la lengua de los pieles rojas. Actualmente se ha podido averiguar que las hermanas, en realidad, padecían histeria, y gran parte de los modernos relatos sobre las «posesiones» de Loudun les atribuyen una mera frustración sexual.

Pero, en definitiva, la glosolalia ¿es el producto de niveles subconscientes de la mente? ¿Poseemos todos en nuestro interior un «santo» que habla «con la lengua de los ángeles»? ¿Acaso un médium que habla en una lengua al parecer desconocida para él, está recordando de hecho palabras vistas y oídas durante su vida, que habían quedado almacenadas en el inconsciente? ¿O es la xenolalia el resultado de una «lectura» en las mentes de los hablantes nativos de la lengua que se está produciendo?

Las modernas investigaciones han contribuido poco a esclarecer estas conjeturas. Tampoco pueden asegurar que los hablantes en lenguas están directamente inspirados por Dios, o que están poseídos por los espíritus de los muertos. Como ocurre siempre, tales explicaciones dependen de la fe que cada uno haya depositado en ellas.

Mensajes de Marte

Uno de los casos más extraños de glosolalia escrita es el sucedido a la médium suiza «Hélene Smith» (pseudónimo de Catherine Elise Müller, 1861-1929). Ella afirmaba que abandonaba su cuerpo y visitaba seres del planeta Marte que le enseñaban la lengua marciana, que ella hablaba y escribía (a la derecha). Además, en algunos de sus trances hablaba en indostaní.

El profesor Theodor Flournoy. de la universidad de Ginebra, examinó el fenómeno. El indostaní resultó ser auténtico, pero el «marciano» poseía una sintaxis casi totalmente similar al francés materno de Hélene. El profesor definió su indescifrable vocabulario como un producto del subconsciente de la médium, que en aquel caso se revelaba extraordinariamente brillante y creativo. Por otra parte, actualmente se sabe que no hay señales de vida en Marte, y no hay noticias de que nadie hable ningún lenguaje «marciano».

martes, 26 de mayo de 2009

Levitación: Desafío a la gravedad

La posibilidad de vencer la fuerza de gravedad puede ser el resultado de un largo adiestramiento, o puede presentarse espontáneamente, asombrando tanto al que levita como a quienes le observan. Muchos pueblos antiguos conocieron el arte de la levitación. Pero también en la actualidad, algunas personas afirman que pueden lograr la ingravidez a voluntad.

Tres destacados miembros de la sociedad londinense del siglo pasado fueron testigos, el 16 de diciembre de 1868, de un incidente tan extraordinario que aún sigue provocando controversias.

El vizconde Adare, el señor Lindsay y el capitán Wynne contemplaron cómo el famoso médium Daniel Dunglas Home se elevaba en el aire, salía flotando por una ventana de la casa -se encontraban en Londres- y entraba también flotando, por otra, a unos 24 m de altura, según dijeron los testigos. D.D. Home se hizo famoso sobre todo por sus levitaciones, arte que ejercía sobre sí mismo y sobre otros objetos -en una ocasión, un piano de cola-; pero no fue el único que gozó de la «imposible» capacidad de desafiar la ley de gravedad. San José de Cupertino (1603-63) levitaba con frecuencia y ante testigos. Era un simple campesino originario de Apulia, Italia, y pasó su juventud tratando de llegar al éxtasis religioso por medios como la autoflagelación, el ayuno y los cilicios. A los 22 años se hizo franciscano y entonces su fervor religios literalmente, «desapareció».

San José y sus «mareos»

José resultaba molesto para sus superiores. Durante 35 años fue excluido de todas las ceremonias públicas a causa de su desconcertante costumbre, pero a pesar de todo, los relatos de sus levitaciones se propagaban. En una ocasión, mientras paseaba con un fraile benedictino por los jardines del monasterio, se elevó volando hacia un olivo. Un domingo, durante la misa, se elevó en el aire y voló hacia el altar, en medio de los cirios.

Un médico, dos cardenales por lo menos y un Papa (Urbano VIII), entre otros muchos, fueron testigos de las momentáneas ingravideces de José; él las llamaba «mis mareos». Pasó toda su vida en oración, y la lglesia decidió que las levitaciones debían de ser obra de Dios.

Otra santa que levitaba fue Santa Teresa de Ávila, que murió en 1582. Esta notable mística y escritora española experimentaba las mismas sensaciones que tienen muchas personas cuando sueñan que vuelan. Ella misma describió sus levitaciones en el Libro de su vida:

«Es así que me parecía, cuando quería resistir, que desde debajo de los pies me levantaban fuerzas tan grandes, que no sé como compararlo... Y aún yo confieso que gran temor me hizo, al principio, grandísimo; porque verse así levantar un cuerpo de la tierra, que aunque el espíritu le lleva tras sí y es con suavidad grande, si no sé resiste, no se pierde el sentido; al menos, yo estaba en de manera en mí, que podía entender era llevada.»

Tan frecuentes eran sus levitaciones que rogaba a las hermanas que la sujetaran cuando sentía que se acercaba «un ataque».

La mayor parte de quienes levitan creen en un sistema religioso particular, sea el cristianismo, el misticismo hindú, los antiguos misterios egipcios o el espiritismo. D.D. Home pertenecía a esta última categoría.

Nacido en Escocia y criado en Estados Unidos, Home fue un niño débil y de temperamento artístico. A los 13 años tuvo una visión de un amigo, Edwin. Home anunció a la familia de su tía que eso significaba que Edwin había muerto tres días antes. Era cierto. La carrera de Home como médium había comenzado, pero hasta los 19 años no desafió la ley de gravedad.

Ward Cheney, próspero fabricante de soda organizó una sesión en su casa de Connecticut. en agosto de 1852. D.D. Home estaba presente para provocar las manifestaciones «espiritistas» habituales: pero sucedió algo imprevisto que le hizo famoso de un día para el otro. Flotó por el aire hasta que su cabeza tocó el cielorraso. Entre los invitados se encontraba un escéptico periodista, F. L. Burr, director del Hartford Times, quien escribió lo siguiente acerca del insólito suceso: «De pronto, sin que nadie lo esperase, Home se elevó en el aire. Yo le cogía la mano en ese momento y le miré los pies: estaban a 30 cm del suelo. Dos veces se elevó del suelo, y la tercera vez fue aupado hasta el cielorraso de la habitación, con el que sus manos y sus pies entraron en suave contacto.»

La carrera de Home progresó rápidamente. Fuese donde fuese, se producían fenómenos extraños: soplaban vientos en habitaciones cerradas, flores recién cortadas caían del techo, las puertas se abrían y se cerraban, globos de fuego zigzagueaban por la habitación... y Home levitaba.

La famosa ocasión ya mencionada en la que salió flotando por una ventana y entró por otra se discute aún con color, sobre todo porque el incidente fue atestiguado por personas muy respetables. Uno de ellos, el señor de Lindsay (después conde de Crawford), escribió:

«Estábamos en una sesión con el señor Home, lord Adore y un primo de éste (el capitán Wynne). Durante la sesión el señor Home entró en trance y, en ese estado, fue transportado fuera de la ventana de la habitación contigua a la que estábamos y volvió a entrar por nuestra ventana. La distancia entre las ventanas era de unos 2,30 m, y entre ambas no se tendía el menor apoyo. En cada ventana había un alféizar de sólo 30 cm de anchura, quo se empleaba para poner macetas de flores. Oímos cómo se abría la ventana de la habitación contigua y casi inmediatamente después vimos a Home flotando en el aire en el exterior de nuestra ventana. La luna iluminaba bien la habitación; yo estaba de espaldas a la luz y vi la sombra del alféizar y los pies de Home a unos 15 cm de altura por encima de éste. Se quedó en esa posición unos segundos, después abrió la ventana, de deslizó en la habitación con los pies por delante y se sentó.»

Los escépticos como Frank Podmore o, más recientemente, John Sladek, han tratado de refutar esta levitación. Sladek intentó desacreditar a los presentes comparando los detalles de sus relatos, como la altura de los balcones con respecto a la calle o, de hecho, la existencia o no de balcones.

Podmore, en cambio, da muestras de un escepticismo más sutil. Menciona el hecho de que, pocos días antes de la levitación, y en presencia de los mismos testigos, Home había abierto la ventana y se había encaramado en el alféizar. Podmore observa secamente que «el médium, al actuar así, proporcionó una especie de boceto de la imagen que se proponía crear». En otra ocasión Home anunció súbitamente «Me elevo, me elevo» antes de levitar en presencia de varios testigos.

Podmore insinuaba que las levitaciones de Home no eran más que alucinaciones provocadas por sugestión hipnótica, del mismo modo que se dice que el truco hindú de la soga que se eleva al son de la flauta o con una simple mirada no es más que una alucinación masiva, provocada por la mirada o la charla del mago.

Pero pese a la hostilidad generalizada, Home siguió realizando con éxito sus levitaciones durante 40 años. Entre sus testigos figuraron Napoleón III, John Ruskin y muchos cientos de personas más, cuyo testimonio, en general, no fue tan incongruente como el de Adare, Wynne y Lindsay. Además, la mayor parte de sus exhibiciones se realizaron a la luz del día, y nunca se demostró que fuera un impostor. Pese a las acusaciones de Podmore, Home nunca se esforzó mucho por crear una atmósfera llena de sugerencias. De hecho, fue uno de los pocos médiums que preferían evitarla: actuaba bajo una luz normal o más bien brillante en lugar de la oscuridad, y alentaba a los participantes en las sesiones a conversar con normalidad en vez de «cogerse de la mano y concentrarse». Aunque en su madurez Home podía levitar a voluntad, aparentemente también lo hacía sin darse cuenta. En una ocasión, cuando su anfitrión le hizo notar que flotaba sobre los cojines del sillón, pareció muy sorprendido.

Los ilusionistas teatrales se enorgullecen de su piéce de resistance: ponen a su ayudante -generalmente una mujer- en «trance», la apoyan en las puntas de dos espadas y después retiran las espadas, de modo que flota en el aire sin soporte aparente. Pueden suceder dos cosas: o no se eleva (o sea, los espectadores sufren una alucinación colectiva), o lo hace con la ayuda de aparatos que no vemos.

Por supuesto, Home y otros espiritistas también atribuirían sus hazañas de portación o levitación a «aparatos que no vemos», pero en su caso los aparatos los manejarían espíritus.

Hasta el fin de sus días, Home afirmó que volaba porque era elevado por espíritus, los cuales demostraban así su existencia. Pero describió una levitación típica como sigue:

«"No siento manos que me sostengan y, desde la primera vez, nunca he sentido miedo, aunque si me hubiera caído desde el techo de algunas habitaciones en las que levité no hubiese podido evitar sufrir heridas graves. En general me elevo perpendicularmente; mis brazos con frecuencia se ponen rígidos y se elevan por encima de mi cabeza, como si estuviera tratando de aferrar al poder invisible que me eleva lentamente desde el suelo.»

El enigma de la gravedad

Pero nosotros, al igual que los espiritistas, nos tendremos que referir al «poder invisible» que nos mantiene en el suelo. Todos conocemos a Newton y su descubrimiento de la ley de gravedad. Pero las investigaciones psíquicas señalan la relativa facilidad con que algunos sensitivos pueden invertir esta ley.

En su libro Mystére et magie au Thibet (Misterio y magia en el Tíbet) publicado en 1931, la señora Alexandra David-Neel, exploradora francesa que pasó 14 años viajando por el Tíbet y sus alrededores, relata cómo encontró un hombre desnudo y cargado de cadenas. Su acompañante le explicó que su adiestramiento místico le había vuelto tan ligero que, a menos que llevara las cadenas, flotaba.

Parecería que la gravedad no tiene tanto control sobre nosotros como se nos ha dicho. Sir William Crookes, hombre de ciencia a investigador psíquico, dijo acerca de Home:

"Estoy dispuesto a declarar que los fenómenos son tan extraordinarios y se oponen tan directamente a los artículos de fe científicos más arraigados -entre otros la ubicuidad a invariabilidad de la fuerza de la gravitación-, que aún ahora, al recordar los detalles de lo que he presenciado, surge un antagonismo en mi mente entre la razón que afirma que son científicamente imposibles y la conciencia de que mis sentidos de la vista y del tacto constituyen testigos veraces. De modo que llegamos a la conclusión de que, en algunos casos especiales -como los santos o médiums especialmente dotados-, la levitación existe. Pero hay una tendencia creciente a suponer que cualquiera puede hacerlo, si adquiere el adiestramiento necesario; los estudiantes de meditación trascendental afirman que lo consiguen muy a menudo.

¿Arte, don o superchería?

En la revista Illustrated London News del 6 de junio de 1936 apareció una serie única de fotografías. Mostraban las sucesivas etapas de la levitación de un yogui indio, Subbayah Pullavar, demostrando que, aunque de naturaleza desconocida, no se trataba de una ilusión hipnótica.

Un testigo europeo del acontecimiento, P. Y. Plunkett, describía la escena:

«Sucedió alrededor de las 12:30 de la mañana, con el sol justo encima de nosotros, de modo que las sombras no desempeñaron ningún papel en el espectáculo... A poca distancia, de pie y en silencio estaba el protagonista, Subbayah Pullavar, de cabellos largos, bigotes caídos y una extraña mirada. Nos saludó y conversó un momento con nosotros. Practicaba este tipo de yoga desde hacía casi 20 años, tal como habían hecho antepasados suyos. Le pedimos permiso para tomar fotografías de su actuación y accedió gustosamente...»

Plunkett reunió a unos 150 testigos, mientras el protagonista comenzaba sus preparativos rituales. Se virtió agua alrededor de la tienda de campaña en la que iba a tener lugar la levitación; se prohibieron los zapatos con suela de cuero dentro del círculo y el levitador entró solo en la tienda de campaña. Unos minutos después, los ayudantes la retiraron y allí, dentro del círculo, se hallaba el fakir, flotando en el aire.

Plunkett y otro testigo se adelantaron para investigar; el fakir estaba suspendido en el aire, a un metro más o menos del suelo. Aunque estaba agarrado a un bastón cubierto de tela, eso parecía ser sólo para mantenerse en equilibrio, no para sostenerse. Plunkett y su amigo examinaron el espacio debajo y alrededor de Subbayah Pullavar y lo encontraron desprovisto de cuerdas o cualquier otro aparato «invisible». El yogui estaba en trance y muchos testigos creyeron que había levitado, aunque otros sugirieran que sólo se trataba de un estado cataléptico. Las famosas fotografías fueron tomadas desde varios ángulos, durante los cuatro minutos que duró el espectáculo; después, la tienda de campaña fue montada nuevamente alrededor del fakir. Evidentemente, el «descenso» era muy privado, pero Plunkett se las ingenió para presenciarlo a través de las delgadas paredes de la tienda:

«Al cabo de un minuto, aproximadamente, pareció oscilar y entonces empezó a descender muy lentamente, siempre en posición horizontal. Le llevó unos cinco minutos resbalar desde el extremo del bastón hasta el suelo, una distancia de un metro, más o menos. Cuando Subbayah estuvo en el suelo, sus ayudantes lo trajeron hasta donde estábamos sentados y nos pidieron que tratásemos de doblar sus miembros. Aún con ayuda, fue completamente imposible.»

El yogui fue friccionado y mojado con agua fría durante otros cinco minutos antes de que saliera de su trance y recuperara la movilidad de sus miembros.

El movimiento oscilante y la posición horizontal que observó Plunkett parecen ser esenciales en la verdadera levitación. Los estudiantes de meditación trascendental (MT) aprenden a levitar en algunos centros. Un estudiante describió este logro «imposible»:

«La gente se balancea suavemente, luego más y más y después empieza a elevarse en el aire. Hay que estar en la posición del loto para conseguirlo; puedes hacerte daño al bajar si llevas el tren de aterrizaje colgando. Cuando empiezas, es como el primer vuelo de los hermanos Wright; te das un porrazo. Por eso nos sentamos en cojines de gomaespuma. Después aprendes a controlarlo mejor y es una experiencia que provoca euforia.»

Entonces, ¿puede levitar cualquiera? Los estudiantes de MT creen que sí, después de un riguroso adiestramiento mental; las disciplinas espirituales y físicas de los yoguis parecen proporcionarles una preparación adecuada para desafiar la gravedad.

Al parecer el fervor religioso puede tener alguna relación con el fenómeno; hay muchos informes de levitaciones de monjes, tanto budistas como cristianos. En 1902, el ocultista Aleister Crowley encontró a su compatriota Alan Bennett, que se había hecho monje budista, en un monasterio de Birmania; él también se había vuelto tan ligero que el viento «lo arrastraba como a una hoja».

Alexandra David-Neel, exploradora francesa de principios del siglo XX, describe la extraordinaria forma de recorrer largas distancias de un lama tibetano a quien pudo observar: «El hombre no corría. Parecía elevarse desde el suelo, dando saltos. Parecía tener la elasticidad de un balón y rebotaba cada vez que sus pies tocaban el suelo. Sus pasos tenían la regularidad de un péndulo.» Se dice que el lama corría cientos de kilómetros usando esta extraña forma de locomoción, mientras mantenía los ojos fijos en alguna meta muy distante.

Por otro lado, es bastante fácil conseguir un estado de semiingravidez, como en el caso de una exhibición frecuente, en que se levanta en el aire a una persona normal. El procedimiento consiste en sentar al sujeto en una silla y demostrar previamente la imposibilidad de levantarlo usando sólo los dedos índices de cuatro personas. Acto seguido, esas cuatro personas amontonan sus manos sobre la cabeza del sujeto, cuidando de alternarlas de forma que no se toquen las dos manos de una misma persona. Los cuatro se concentran profundamente durante unos 15 segundos y, al oír una señal convenida, colocan de nuevo sus dedos índices bajo los sobacos y las rodillas del sujeto que debe levantarse... y, sin ninguna dificultad, el sujeto flota en el aire.

Este fenómeno ha sido contemplado cientos de veces en bares, casas y patios de escuelas.

Si funciona -y no resulta difícil comprobarlo- ¿cómo es posible?

Hay quien piensa que la súbita concentración de cuatro personas con una única finalidad «imposible» puede dar salida a la magia oculta de la voluntad humana. También se ha sugerido que una fuerza natural poco conocida, quizás la misma que guía la vara del zahorí, interviene y logra el milagro de anular la fuerza de la gravedad.

Como muchos fenómenos inexplicables, la levitación parece ser totalmente inútil. La distancia recorrida pocas veces excede unos pocos decímetros o, como máximo, la altura de una habitación... Pero hay quien cree que los antiguos levitaban con facilidad y lo hacían para diseñar obras enormes que sólo podían ser apreciadas desde el aire, como las líneas del desierto de Nazca, en Perú, o los caballos de las mesetas de creta, en Inglaterra.

Las limitaciones de la levitación moderna quizás no se aplicaran a los antiguos; puede ser que hubieran desarrollado mucho ese arte y se elevaran hacia el cielo a voluntad. Como otras facultades psíquicas, la levitación parece un arte casi perdido y que ahora vuelve a interesar a estudiantes decididos. Quizás algún día los levitadores modernos podrán «volar» como aquellos druidas de la antigüedad.

Las noticias acerca de los «vuelos» de los antiguos sugieren a algunos investigadores que se trataba de viajes astrales, más que de un traslado del cuerpo. Ciertamente, muchos relatos de levitaciones y vuelos parecen sueños lúcidos, y los sueños en que se vuela son una experiencia muy corriente.

Salvo contadas excepciones, parece que es posible levitar sólo después de largos períodos de entrenamiento y disciplina; de esa forma se le permite al cuerpo desafiar la ley de la gravedad. Quizás exista una «ley de levitación» con una fórmula secreta, un «Ábrete, Sésamo» que usa el iniciado antes de elevarse.

Esta teoría podría explicar los poco habituales casos de levitación espontánea o fortuita que fascinaban al coleccionista de rarezas Charles Fort. Uno de esos casos fue Henry Jones, un niño de 12 años inglés, quien durante el año 1657 se elevó varias veces a la vista de otras personas. Una vez pudo apoyar las palmas de las manos en el techo de la habitación y en otra ocasión despegó y voló 27 m, pasando sobre el muro del jardín. Este fenómeno sólo duró un año, pero bastó para que se corriera la voz de que estaba «embrujado».

Otro de los levitadores más conocidos fue el famoso médium victoriano Daniel Dunglas Home, a quien nunca se había sorprendido en actividades fraudulentas durante sus 1.500 sesiones registradas. Mr. Home protagonizó uno de los acontecimientos más controvertidos y sospechosos en la historia de los fenómenos paranormales. El hecho consistió en su supuesta levitación, saliendo por una ventana -situada a considerable distancia del suelo- y entrando por otra. Este curioso incidente tuvo tres testigos: todos ellos miembros preeminentes y acreditados de la sociedad londinense. Lo curioso es que ésos son los únicos detalles que se conocen con certeza, pues todo lo demás parece rodeado de vaguedades y contradicciones.

Siguiendo las huellas de D.D. Home

El 13 de diciembre de 1868 esos tres caballeros se encontraron con Home para hacer una sesión en un apartamento del centro de Londres. Allí tuvo lugar el controvertido fenómeno, sobre el cual circulan múltiples versiones. Es significativo que la única declaración registrada de uno de los testigos diga: «Home salió por una ventana y entró por otra».

Sin embargo, la posibilidad de desacreditar a los testigos citando las discrepancias de sus declaraciones no significa, necesariamente, que el incidente no haya ocurrido.

Para añadir un elemento más de sospecha a este fenómeno poco claro, investigaciones modernas, que han permitido establecer con certeza el lugar en que ocurrió dicha «levitación», han evidenciado también algo que no era mencionado en ninguno de los relatos de los testigos: había una cornisa de unos 13 cm de ancho, justo debajo de los balcones. Quizás, después de todo, el irreprochable Home había recorrido la distancia entre los balcones apoyándose en ella. Pero pronto se demostró que era imposible ir de un balcón al otro por allí: una empresa así hubiera significado la muerte segura.

Otra explicación posible era que quizás Home hubiese utilizado un alambre de volatinero, tensándolo entre los balcones y sujetándolo en los cerrojos de las persianas, que sobresalían de las ventanas. Aunque la viabilidad de este procedimiento no ha podido probarse, es posible que Home haya falsificado su piéce de résistance con algún elemento artificial, ya fuera andando sobre una cuerda o balanceándose, al estilo Tarzán, de un balcón al otro.

Hay, desde luego, dos detalles poco usuales en la «levitación» de la noche del 13 de diciembre de 1868. Uno es la insistencia de Home en que levitaría, saliendo por una ventana y entrando por otra. Sin embargo, el mismo médium había comentado con frecuencia que no podía controlar a los «espíritus» que, según creía, lo levantaban. Si era así, ¿por qué ponerlos a prueba con 13 metros de aire y un pavimento de piedra bajo sus pies?.

Además, antes de salir por la ventana, Home hizo que los tres testigos le prometieran que no se moverían de sus sillas hasta la vuelta.

Cuando reapareció les agradeció su colaboración en ese sentido. ¿Qué habrían visto si hubiesen corrido hacia la ventana? ¿Qué hubiesen estropeado? ¿Los poderes de los espíritus? ¿La concentración de Home mientras andaba por la cuerda o se balanceaba entre los dos balcones? ¿La reputación de Home? Nunca lo sabremos porque, como caballeros ingleses que eran, cumplieron su promesa y permanecieron sentados, lejos de la ventana. Lo vieron salir por una ventana y entrar por la otra, tal como afirma uno de los testigos, nada más.

Y, sin embargo, cientos de personas habían visto levitar a Home en salones de América y Europa. No tenían ninguna duda de que las levitaciones que habían observado eran totalmente genuinas, fenómenos inexplicables. Sería muy triste que Home sólo hubiese hecho trampa con ocasión de su más famoso «triunfo».

Es cierto que la levitación es un fenómeno poco frecuente, pero cuando se lo considera junto a los relatos de otros atributos humanos igualmente escasos y extraños, como la incombustibilidad, el alargamiento y la fuerza sobrehumana, debe ser tomado en serio. Madres que levantan coches que aprisionan a un hijo, personas que andan sobre el fuego y sonámbulos que realizan hazañas «imposibles» plantean profundos interrogantes acerca de la naturaleza del potencial físico y psíquico del hombre. Quizás hemos sido creados para desafiar la gravedad a voluntad. Pero hasta que podamos entender la naturaleza del fenómeno, seguirá siendo uno de los misteriosos poderes ocultos del hombre.

lunes, 25 de mayo de 2009

Serendipias: ¿Coincidencias o consecuencias?

Cada uno de nosotros ha experimentado alguna vez alguna coincidencia. Los matemáticos las justifican como acontecimientos debidos meramente a la casualidad, pero hay quienes les atribuyen unas razones más profundas.

En la noche del 28 de Julio de 1900, el rey Humberto I de Italia cenaba con su ayudante en un restaurante de la localidad de Monza, donde debía presenciar un concurso de atletismo al día siguiente. Con gran sorpresa observó que el propietario del establecimiento era idéntico a él. Por curiosidad, entabló conversación con él, y fue descubriendo que existían entre ellos otras semejanzas.

El dueño también se llamaba Humberto; al igual que el rey, había nacido en Turín, y en el mismo día; y se había casado con una chica llamada Margherita el mismo día en que el rey se casó con su esposa, la reina Margherita. Y había inaugurado el restaurante el día en que Humberto I fue coronado rey de Italia.

El rey quedó fascinado e invitó a su doble a que asistiera al concurso de atletismo con él. Pero al día siguiente, ya en el estadio, el ayudante del rey le informó que el dueño del restaurante había muerto aquella mañana después de que le hubieran disparado misteriosamente. Y mientras el rey expresaba su pesar, un anarquista que surgió de entre la multitud disparó contra él y le mató.

Otra extraña coincidencia conectada con una muerte ocurrió mucho más recientemente. El domingo 6 de agosto de 1978, el pequeño despertador que el papa Pablo VI había comprado en 1923 -y que durante 55 años le había despertado a las seis cada mañana- sonó repentinamente, y de un modo estridente. Pero no eran las seis; eran las 9:40 de la noche y, de forma inexplicable, el reloj empezó a sonar cuando el papa yacía moribundo. Más tarde, el padre Romeo Panciroli, portavoz del Vaticano, comentaría: «Fue de lo más extraño. Al papa le gustaba mucho el reloj. Lo compró en Polonia y lo llevaba siempre consigo en sus viajes.»

Cada uno de nosotros ha experimentado una coincidencia -aunque sea trivial- alguna vez. Pero algunos de los casos más extremos parecen desafiar toda lógica y resulta imposible atribuirlos a la mera suerte.

Los poderes del universo

No es, pues, sorprendente que la «teoría de la coincidencia» haya entusiasmado a científicos, filósofos y matemáticos durante más de 2.000 años. Hay un tema que aparece en todas sus teorías y especulaciones: ¿qué son las coincidencias? ¿Contiene un mensaje escondido dirigido a nosotros? ¿Qué fuerza desconocida representan? Sólo en nuestro siglo se han sugerido algunas respuestas verosímiles, pero son respuestas que chocan con las propias raíces de la ciencia. Ello hace que nos preguntemos: ¿existen poderes en el Universo de los que no tenemos todavía un conocimiento preciso?

Los primeros cosmólogos creían que el mundo se mantenía unido por una especie de principio de totalidad. Hipócrates, conocido como el padre de la medicina, que vivió aproximadamente entre 460 y 375 a.C., creía que el Universo estaba unido por unas «afinidades ocultas», y escribió: «Hay un movimiento común, una respiración común, todas las cosas están en solidaridad las unas con las otras.» Según esta teoría, la coincidencia se daría cuando dos elementos «solidarios» o «afines» se buscan el uno al otro.

El filósofo renacentista Pico della Mirandola escribió en 1557: «En primer lugar, hay una unidad en las cosas por la cual cada cosa forma un conjunto consigo misma. En segundo lugar, existe la unidad por la cual una criatura está unida a las otras y todas las partes del Universo constituyen un mundo.»

Esta creencia ha perdurado, de una forma apenas alterada, en tiempos mucho más modernos. El filósofo Arthur Schopenhauer (1788-1860) definió la coincidencia como «la aparición simultánea de acontecimientos causalmente desconectados. » Sugirió que los acontecimientos simultáneos iban en líneas paralelas, y que el mismo acontecimiento, aunque representa un eslabón de cadenas totalmente diferentes, se da sin embargo en ambas, de forma que el destino de un individuo se ajusta invariablemente al destino de otro, y cada uno es el protagonista de su propio drama mientras que simultáneamente está figurando en un drama ajeno a él. Esto es algo que sobrepasa nuestros poderes de comprensión y sólo puede concebirse como posible en virtud de la maravillosa armonía preestablecida. Todos debemos participar en ella. Por tanto, todo está interrelacionado y mutuamente armonizado.

Investigando el futuro

La idea de un «inconsciente colectivo» -almacén secreto de recuerdos a través de los cuales las mentes puedan comunicarse- ha sido debatida por varios pensadores. Una de las teorías más extremistas para explicar la coincidencia fue presentada por el matemático británico Adrian Dobbs en los años sesenta. Inventó la palabra «psitrón» para describir una fuerza desconocida que registraba, como el radar, una segunda dimensión temporal que era más bien probabilística que determinista. El psitrón absorbía probabilidades futuras y las transmitía al presente desviándose de los sentidos humanos corrientes y transmitiendo de alguna forma la información directamente al cerebro.

La primera persona que estudió las leyes de la coincidencia científicamente fue el doctor Paul Kammerer, director del Instituto de Biología Experimental de Viena. Desde que tenía veinte años, empezó a escribir un «diario» de coincidencias. Muchas eran triviales: nombres de personas que surgían inesperadamente en conversaciones separadas, tickets para el concierto y el guardarropía con el mismo número, una frase de un libro que se repetía en la vida real. Durante horas, Kammerer permanecía sentado en los bancos de los parques tomando nota de la gente que pasaba, anotando su sexo, edad, vestido, y si llevaban bastones o paraguas. Después de haber considerado detalles tales como la hora punta, el tiempo y la época del año, descubrió que los resultados se clasificaban en «grupos de números» muy similares a los que usan los estadísticos, los jugadores, las compañías de seguros y los organizadores de encuestas.

Kammerer llamó a este fenómeno «serialidad», y en 1919 publicó sus conclusiones en un libro titulado Das Gesetz der Serie (La ley de la serialidad). Afirmaba que las coincidencias iban en serie -es decir, «se producía una repetición o agrupación en el tiempo o en el espacio por la cual los números individuales en la secuencia no estaban conectados por la misma causa activa.»

Kammerer sugirió que la coincidencia era meramente la punta de un iceberg dentro de un principio cósmico más grande, que la humanidad todavía apenas reconoce.

Al igual que la gravedad, es un misterio; pero a diferencia de ella, actúa selectivamente para hacer coincidir en el espacio y en el tiempo cosas que poseen alguna afinidad. «Así pues -concluyó-, al final tenemos la imagen de un mundo-mosaico o de un caleidoscopio cósmico que, a pesar de los constantes movimientos y nuevas disposiciones, también se preocupa por hacer coincidir cosas iguales.»

El gran salto hacia adelante tuvo lugar 50 años más tarde, cuando dos de las mentes más brillantes de Europa colaboraron para producir el libro más completo acerca de los poderes de la coincidencia, un libro que iba a dar lugar a controversia y a ataques por parte de teóricos rivales.

Los dos hombres eran Wolfgang Pauli -cuyo principio de exclusión, ideado de una forma muy atrevida, le mereció el premio Nobel de física- y el psicólogo-filósofo suizo profesor Carl Gustav Jung. Su tratado llevaba el poco original título de Sincronicidad, un principio de conexión no causal. Descrito por un crítico americano como «el equivalente paranormal de una explosión nuclear» , utilizaba el término «sincronicidad» para ampliar la teoría de la serie de Kammerer.

Orden a partir del caos

Según Pauli, las coincidencias eran «las huellas visibles de principios desconocidos». Las coincidencias, explicó Jung, tanto si se dan aisladas como si aparecen en serie, son manifestaciones de un principio universal apenas conocido que opera con bastante independencia respecto de las leyes físicas. Los que han interpretado la teoría de Pauli y Jung han concluido que la telepatía, la precognición y las mismas coincidencias son todas manifestaciones de una única fuerza misteriosa que opera en el Universo y que está tratando de imponer su propia disciplina sobre la total confusión que rige la vida humana.

De todos los pensadores contemporáneos, nadie ha tratado más extensamente la teoría de la coincidencia que Arthur Koestler, quien resume este fenómeno con la expresiva frase «chistes del destino» .

Un «chiste» particularmente sorprendente le fue relatado a Koestler por un estudiante inglés de doce años llamado Nigel Parker: Hace muchos años, el autor de historias de terror norteamericano, Edgar Allan Poe, escribió un libro titulado El relato de Arthur Gordon Pym. En él, el señor Pym viajaba en un barco que naufragó. Los cuatro supervivientes pasaban muchos días en un bote antes de decidirse a matar y comerse al grumete, cuyo nombre era Richard Parker.

Unos años después, en el verano de 1884, el primo de mi bisabuelo era grumete de la yola Mignonette cuando ésta se hundió, y los cuatro supervivientes navegaron a la deriva en un bote durante muchos días. Finalmente, los tres miembros mayores de la tripulación mataron y se comieron al grumete. Su nombre era Richard Parker.

Tales incidentes, extraños y aparentemente significativos, abundan. ¿Qué explicación puede haber para ellos, a no ser la mera coincidencia?.

«No te lo vas a creer ...»

Las coincidencias más sorprendentes a menudo afectan a objetos o acciones bastante corrientes, como la extraña experiencia relatada por un periodista de Chicago, Irv Kupcinet:

«Acababa de llegar al hotel Savoy de Londres. Al abrir un cajón de mi habitación descubrí, para mi mayor sorpresa, que contenía algunas cosas personales pertenecientes a un amigo mío, Harry Hannin, que viajaba con el equipo de baloncesto de los Harlem Globetrotters.

Dos días después recibí una carta de Harry, enviada desde el hotel Meurice, en París, que empezaba así: «No te lo vas a creer...» Según parece, Harry había abierto un cajón de su habitación y había encontrado una corbata con mi nombre. Era un habitación en la cual yo había estado unos meses atrás.

Las triquiñuelas del destino

Algunas personas parecen presentir los hechos fortuitos que llamamos coincidencias, y logran sacarles partido. He aquí algunos casos que han llamado especialmente la atención.

Sólo cuando su tren entró en la estación de Louisville, George D. Bryson decidió interrumpir su viaje a Nueva York para visitar aquella histórica ciudad de Kentucky. Nunca había estado allí y tuvo que preguntar dónde se encontraba el mejor hotel. Nadie sabía que estaba en Louisville y, en broma, preguntó al recepcionista del Hotel Brown: «¿Hay cartas para mí?». Quedó atónito cuando el recepcionista le entregó una carta dirigida a él que llevaba el número de su habitación. El anterior ocupante de la habitación 307 había sido otro George D. Bryson, que no tenía nada que ver con él.

Una coincidencia notable, por cierto, que cobra mayor interés porque quien la cuenta con más frecuencia es el doctor Warren Weaver, el matemático y experto en probabilidades norteamericano que cree que las coincidencias están regidas por las leyes del azar y rechaza cualquier sugerencia de elementos misteriosos o paranormales.

En el punto de vista opuesto se sitúan quienes creen en las teorías de la «serialidad» o «sincronicidad» del doctor Paul Kammerer, Wolfgang Pauli y Carl Gustav Jung.

Aunque los tres se acercaron a la teoría de las coincidencias desde perspectivas diferentes, sus conclusiones sugerían la existencia de una fuerza misteriosa y apenas comprensible en el Universo, una fuerza que intenta imponer su propio orden en el caos de nuestro mundo. La moderna investigación científica, sobre todo en los campos de la biología y la física, también parece acusar una tendencia de la naturaleza a ordenar el caos. Pero los escépticos no se dejan convencer. Cuando las cosas suceden al azar, argumentan, tienen que producirse las agrupaciones que llamamos coincidencias. Hasta es posible predecir esas agrupaciones o «apiñamientos» o, por lo menos, predecir la frecuencia con que sucederán.

Si usted tira muchas veces una moneda, las leyes de la probabilidad dictaminan que, al final, habrá obtenido un número casi igual de caras y cruces. Pero cara y cruz no se alterarán. Habrá series de cara y series de cruz. El doctor Weaver calcula que si alguien tira una moneda 1.024 veces, por ejemplo, es probable que haya una serie de ocho caras seguidas, dos de siete, cuatro de seis y ocho de cinco.

Lo mismo sucede con la ruleta. Una vez salieron los pares 28 veces seguidas en el casino de Montecarlo. Las posibilidades de que esto ocurra es de una entre 268 millones. Pero los expertos afirman que como podía suceder, sucedió y volverá a suceder en algún lugar del mundo si suficientes ruletas siguen girando durante el tiempo necesario.

Los matemáticos usan esa ley para explicar, por ejemplo, la fantástica serie de aciertos que valieron a Charles Wells el título, que también lo fue de una canción, de El hombre que hizo saltar la banca en Montecarlo.

Wells -un inglés gordo y ligeramente siniestro- se transformó en tema de esa canción en 1891, cuando hizo saltar tres veces la banca del Casino de Montecarlo. Aparentemente, no usaba ningún sistema: apostaba cantidades iguales a rojo o negro, ganando casi todas las veces, hasta que, finalmente, sobrepasó la banca de 100.000 francos asignada a cada mesa. En cada ocasión los empleados cubrieron la mesa con un lúgubre paño negro de «luto» y la cerraron por el resto del día. La tercera y última vez que Wells apareció en el casino, colocó su primera apuesta en el cinco: las posibilidades de que saliera eran de una entre 35. Ganó. Dejó la apuesta original y le añadió sus ganancias. El cinco salió de nuevo y volvió a salir cinco veces más. Apareció el paño negro. Wells se marchó con sus ganancias y nunca más fue visto en el casino.

Los teóricos de la serialidad y la sincronicidad, y quienes han continuado los trabajos de Kammerer, Pauli y Jung, aceptan la idea de que hay «racimos» de números, pero consideran que la «suerte» y la «coincidencia» son dos caras de la misma moneda. Los conceptos clásicos paranormales de PES, telepatía y precognición -elementos recurrentes en las coincidencias-, podrían ofrecer una explicación alternativa de las razones por las que unas personas tienen más «suerte» que otras.

La investigación moderna separa las coincidencias en dos grupos diferentes: triviales (como echar a cara o cruz, series de números y, manos sorprendentes de naipes) y significativas. Estas últimas son las que mezclan personas, acontecimientos, espacio y tiempo -pasado, presente y futuro- de una manera que parece cruzar la delicada frontera que separa lo normal de lo paranormal.

Significativo y macabro

A veces ocurren coincidencias que parecen vincular, casi caprichosamente, las teorías rivales. Cuando un tren de cercanías de Nueva York se precipitó en la bahía de Newark y murieron muchos pasajeros, se iniciaron los trabajos de rescate de los vagones sumergidos. Una foto que apareció en la primera página de un periódico mostraba el último vagón en el momento de ser extraído, con el número 932 claramente visible a un lado. Ese día, el número 932 salió en el sorteo de la lotería de Manhattan, proporcionando cientos de miles de dólares de ganancia a las muchas personas que, presintiendo un significado oculto en el número, habían apostado por él.

Los investigadores modernos dividen las coincidencias significativas en varias categorías.

Una es la coincidencia de advertencia, que implica un presentimiento de peligro o desastre. Tales coincidencias suelen tener largo alcance; por eso a menudo son ignoradas o pasan inadvertidas.

Ése fue, ciertamente, el caso de tres barcos, el Titan, el Titanic y el Titanian. En 1898, el escritor norteamericano Morgan Robertson publicó una novela acerca de un gigantesco trasatlántico, el Titan, que se hundía una fría noche de abril en el Atlántico, después de chocar con un iceberg en su primer viaje.

Catorce años después, en uno de los peores desastres marítimos de la historia, el Titanic se hundió en una fría noche de abril en el Atlántico, después de chocar con un iceberg en su primer viaje.

Las coincidencias no terminaron allí. Los dos barcos, el real y el de ficción, tenían aproximadamente el mismo tonelaje y ambos desastres ocurrieron en el mismo sector del océano. Uno y otro eran considerados «insumergibles» y ninguno llevaba suficiente cantidad de botes salvavidas.

Coincidencia y premonición

Si se agrega la extraordinaria historia del Titanian, las coincidencias Titan-Titanic comienzan a desafiar la credulidad humana. El tripulante William Reeves, que estaba de guardia una noche de abril de 1935, durante un viaje del Titanian entre el Tyne y Canadá, tuvo un presentimiento. Cuando el Titanian llegó al lugar donde se habían hundido los otros dos barcos, la sensación era insoportable. Pero ¿podía Reeves detener el barco sólo por un presentimiento? Otro factor -una coincidencia más lo decidió: había nacido el día del desastre del Titanic. «¡Peligro avante!», gritó al puente. Las palabras apenas habían salido de su boca cuando un iceberg apareció en la oscuridad. El barco lo evitó por muy poco.

Otra categoría la constituyen las coincidencias que sugieren el comentario «el mundo es un pañuelo», y que reúnen a personas y lugares de forma inesperada. Todos hemos sido testigos, o incluso protagonistas, de alguno de estos hechos increíbles.

Si las coincidencias pueden jugar con el espacio y el tiempo en su búsqueda de «orden en el caos», no es sorprendente que vayan más allá de la tumba.

Mientras actuaba en una gira por Texas, en 1899, el actor canadiense Charles Francis Coghlan enfermó en Galveston y murió. Estaba demasiado lejos (5.600 km, por mar) para enviar sus restos a su pueblo de la isla Prince Edward, en el golfo de San Lorenzo. Fue enterrado en un ataúd de plomo, en una tumba excavada en granito. Sus huesos habían descansado menos de un año cuando el gran huracán de septiembre de 1900 azotó la isla de Galveston, inundando el cementerio. La tumba sufrió graves daños y el ataúd de Coghlan flotó hasta el golfo de México. Lentamente, derivó por la costa de Florida hacia el Atlántico, donde la corriente del Golfo lo arrastró hacia el Norte.

Pasaron ocho años. Un día de octubre de 1908, unos pescadores de la isla Prince Edward vieron un cajón alargado y estropeado por la intemperie flotar cerca de la costa. El cuerpo de Coghlan había vuelto a casa. Con respeto y temor, sus paisanos isleños enterraron al actor en la iglesia más próxima, donde había sido bautizado.

Paralelismo Lincoln-Kennedy

Cuando el hombre avanza un paso en su conocimiento de la realidad, ésta plantea nuevas preguntas inalcanzables:

* En 1860, Lincoln fue elegido presidente de los Estados Unidos; Kennedy, en 1960.

* Ambos fueron asesinados en presencia de sus respectivas esposas y en el mismo día de la semana, en viernes.

* Los dos fueron heridos mortalmente por una bala en la cabeza, disparada en ambos casos por la espalda.

* Los presidentes que les sucedieron se llamaban Johnson en uno y otro caso. Los dos Johnson representaban a los demócratas del Sur y ambos fueron también miembros del Senado. El sucesor de Lincoln, Andrew Johnson, nació en 1808; Lindon B. Johnson, en 1908.

* El presunto asesino de Lincoln, John Wiikes Booth, nació en 1839; el presunto asesino de Kennedy, Lee Harvey Oswald, en 1939. Ninguno de ambos presumibles ejecutores pudo ser juzgado, ya que ambos fueron asesinados antes de que eso pudiera ocurrir.

* El secretario de Lincoln, apellidado Kennedy, le aconsejó insistentemente que dejara de acudir al teatro donde resultó asesinado; el secretario de Kennedy, apellidado Lincoln, aconsejó al presidente que no fuera a Dallas.

* Las esposas de ambos presidentes perdieron un hijo mientras ocupaban la Casa Blanca.

* John Wilkes Booth dio muerte al presidents Lincoln en un teatro y huyó hasta un almacén; Lee Harvey Oswald disparó al parecer sobre el presidents Kennedy desde un almacén y huyó hasta un teatro.

¿Cuántas preguntas sin respuesta le ha suscitado la lectura de este caso? Interróguese sobre las casualidades que le hayan ocurrido en su vida, y tal vez empiece a ver el mundo de otra manera; o -lo que es lo mismo- a entender su propia vida y sus circunstancias desde otra óptica. No le pedimos que renuncie a la lógica, sino que complete su visión de la realidad con esos otros datos, difíciles de etiquetar, pero que de forma misteriosa humanizan el universo en que nos ha tocado vivir.