jueves, 30 de septiembre de 2010

La leyenda del rapto de las Sabinas

El Rapto de las Sabinas es una popular leyenda romana que ha sido representada por muchos pintores y escultores. El mito cuenta el secuestro de mujeres del pueblo de Sabinia por parte de los fundadores de la Antigua Roma.

En sus principios, Roma era una pequeña ciudad poblada por una mayoría masculina, por lo que el rey Rómulo organizó un evento deportivo en honor a Neptuno, dios del mar, e invitó a los habitantes de los pueblos vecinos. Muchos acudieron al evento y los sabinos fueron junto con sus familias y, por supuesto, su rey Tito Tácio.

El espectáculo dio comienzo con una señal que indicó a los romanos el rapto de una mujer, para luego echar a los hombres. Los romanos –con su primitiva soberbia- trataron de convencer a dichas mujeres declarando que querían desposarse con ellas y que debían sentirse orgullosas, pues pasarían a formar parte de Roma, un pueblo elegido por los dioses. Las sabinas aceptaron a cambio de que ellas realizarían solamente una actividad: telar. Así se desligaron de otras obligaciones y trabajos domésticos, destinados a sirvientes, y se erigirían como las que gobernaban en la casa.

Sin embargo, los ex-maridos despechados, no se quedaron de brazos cruzados y atacaron a los romanos, iracundos por haber sido traicionados. Los acorralaron en el Capitolio gracias a la ayuda de una sabina de nombre Tarpeya, que les franqueó la entrada a cambio de unos brazaletes. Aceptaron el trato pero, en lugar de joyas, castigaron su traición con otra traición, presentando sus pesados escudos sobre ella, aplastándola. El sitio donde tuvo lugar este asesinato se pasó a llamar Roca de Tarpeya, lugar donde se arrojaba a los convictos de traición en tiempos primitivos.

Los enfrentamientos entre sabinos y romanos continuaron y cuando llegó el momento de lo que aparentemente sería la batalla final, las sabinas se interpusieron entre ambos bandos, impidiendo la masacre y tratando de hacerlos entrar en razón. Ellas alegaron que si ganaran los romanos, perderían a sus padres y hermanos, y si ganaran los sabinos, perderían a sus maridos e hijos. Con esto lograron detener la rivalidad y se celebró un banquete para festejar. Tito Tácio y Rómulo formaron una diarquía para beneficiar a ambos pueblo que duró hasta la muerte de Tito.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

El mito de las tres Parcas

Las Parcas eran, en la mitología romana, las personificaciones del destino. Hijas de Júpiter, su madre habría sido la titánide Temis o, según otras versiones, la diosa de la noche Nix.

Las Parcas eran tres mujeres a veces representadas como jóvenes doncellas; otras, como viejas severas, cuya tarea consistía en escribir el destino de todos, mortales y dioses. Ellas estaban presenten en los nacimiento e hilaban los hilos de la vida, definiendo el porvenir de cada ser.

El origen de las Parcas se encuentra en la mitología griega, donde se las conocía como las Moiras. Estas eran divinidades relacionadas con los nacimientos, ya que en esos momentos ellas decidían el sino de los recién nacidos, predestinando alegrías, desgracias e incluso la muerte. La vida entera de un ser era determinada mediante un hilo de lana que variaba dependiendo de los momentos felices o los trágicos. La lana blanca o dorada representaba momentos de dicha, mientras que la lana negra se reservaba para los hechos dolorosos.

Nona, “la que hila”: la más joven, era la primera de las tres Parcas. Ella presidía el momento del nacimiento y el del destino, llevando el ovillo de lana e hilando las hebras de la vida con su rueca, decidiendo el momento del nacimiento de una persona. Se la representaba con una rueca.

Décima, “la que asigna el destino”: la segunda en edad, enrollaba el hilo en un carrete, dirigiendo el curso de la vida y determina el futuro de los seres. Ella es quien decidía el largo del hilo de cada una de las vidas. Su atributo era una pluma o un mundo.

Morta, “la inflexible”: la mayor y la propia Parca, en el sentido estricto del término como lo conocemos hoy. Ella era la responsable de tomar del carrete el hilo de la vida y cortarlo con sus tijeras de oro, determinando el momento de la muerte de los seres. No discriminada edad, status, poder ni nada, pues la muerte nos llega a todos por igual. La balanza y las tijeras eran sus símbolos.

Al igual que las Moiras de la mitología griega, las Parcas romanas se relacionan con el concepto de destino que rige la vida y los acontecimientos, incluso el de los héroes y reyes, como por ejemplo el de Edipo, que inútilmente trató de evitarlo para acabar de todas formas en desgracia. Puede que a muchos no nos guste la idea de que no controlamos nuestras propias vidas, pero el mito de las Parcas encarna una de las verdades universales que más de un milenio después de los romanos asentaría el célebre poeta francés Jean de la Fontaine: “A menudo encontramos nuestro destino por los caminos que tomamos para evitarlo”.

martes, 28 de septiembre de 2010

La leyenda de Los Horacios

Cuenta la tradición que alrededor de mediados del siglo XII a. C, luego de la destrucción de Troya, Ascanio, hijo del mítico héroe troyano Eneas, fundó la ciudad de Alba Longa y dio origen a una dinastía de reyes poderosos.

Para el siglo VII a.C. la ciudad Roma había acrecentado su poderío con su tercer rey Tulio Hostilio y no vaciló en enfrentarse a su vecina Alba Longa. La guerra entre ambas ciudades dio lugar al legendario combate entre los Horacios y los Curiacios para darle fin al enfrentamiento.

Los Horacios eran tres hermanos trillizos, hijos de Publio Horacio. Uno de ellos estaba casado con Sabina, una joven albanesa, hermana de los Curiacios. Al mismo tiempo, uno de ellos era novio de Camila, hermana de Horacio. En la unión de ambas familias reside el elemento dramático de esta historia que se muestra en la obra de teatro Horacio, de Pierre Corneille, publicada en el año 1640.

Al declararse la guerra entre Roma y Alba Longa, ambos pueblos designan tres campeones que decidirán la suerte de las dos ciudades. Así, los Horacios fueron desafiados por los Curiacios, también hermanos trillizos, a pelear los tres contra los tres delante de los dos ejércitos en pugna. Antes de partir a combate, los Horacios realizaron su juramento ante su padre, dispuestos matar a los Curiacios para obtener la supremacía romana sobre los albanos. Este episodio fue retomado por artistas como Jacques-Louis David, que exaltó la virtud cívica y el heroísmo de los hermanos romanos.

Durante el enfrentamiento, solo uno de los Horacios sobrevivió y se las ingenió para dar muerte a sus enemigos, consiguiendo el triunfo de Roma y el dominio sobre Alba Longa. La ciudad fue destruida y jamás reconstruida, y sus habitantes se trasladados al monte Celio de Roma.

Se cree que en el siglo I a.C., tiempos del historiador romano Tito Livio, aún existían los sepulcros de los dos Horacios y los tres Curiacios muertos en combate, así como la llamada columna Horaciana, en la cual se habían colgado los despojos de los Curiacios. Para el siglo XVIII, la leyenda de Los Horacios se convirtió en símbolo de las más altas virtudes de la República, enfatizando la importancia del sacrificio personal por el bien de la patria.

lunes, 27 de septiembre de 2010

La Boca de la Verdad en Roma

Boca de la Verdad, en italiano la Bocca della Verità, es uno de los elementos más característicos y turísticos de Roma. Incrustada en el muro del pórtico de la iglesia de Santa María in Cosmedin, se encuentra esta máscara romana de la que no se sabe muy bien su origen ni su utilidad.

Con 12 toneladas de peso y 1,8 metros de diámetro, hay quien dice de ella que era una antigua tapa de alcantarilla, aunque la tesis más firme es la que dice que formaba parte de una antigua fuente romana. Sin embargo, lo cierto es que los agujeros por los que supuestamente fluía el agua no están desgastados, como deberían haberlo estado como consecuencia de la fuerza de la erosión del agua.

No obstante, su fama se la debe sobre todo a su leyenda. Y es que según la tradición, los mentirosos que metan la mano en su boca, serán mordidos por ella. En cierta ocasión cuenta la Historia que cierta mujer romana fue acusada de adulterio por su esposo, y éste decidió que la mejor manera de saber la verdad sería utilizar esta peculiar máscara. La Boca de la Verdad sería quien determinaría la inocencia o culpabilidad de la romana.

La mujer a sabiendas de que podría perder su mano y además ser acusada de adulterio, montó una estratagema poco antes de ser sometida a juicio. En un lugar muy concurrido, su verdadero amante se le acercó y ante los ojos de todos la besó profundamente. Ella, indignada, comenzó a gritar pudorosa por el hecho de que la hubieran besado sin su consentimiento. Llegado el momento del juicio frente a la Bocca della Verità, ella introdujo su mano, y dijo con voz fuerte que juraba no haber besado a nadie que no fuera a su esposo y a aquel hombre que había osado besarla en aquel lugar público.

Y cuenta también la Historia, que desde entonces, la Boca de la Verdad ya jamás volvió a cerrar su boca ni a juzgar a nadie por su inocencia o culpabilidad.

La Boca de la Verdad se encuentra situada en la Piazza della Bocca della Verità, junto al Tiber y en la parte sur de la colina Capitolina.

viernes, 24 de septiembre de 2010

Romeo y Julieta, Verona para enamorados

Verona es una magnífica ciudad del Véneto, la más hermosa después de Venecia, según dicen. Hogar de numerosos monumentos, museos y edificios de arquitectura admirable, Verona es, sin embargo, famosa sobre todo por constituir el escenario de uno de los amoríos más conocidos y trágicos de la historia: con ustedes, Romeo y Julieta.

Las leyendas que giran en torno a la los jóvenes enamorados, víctimas del enfrentamiento entre sus familias, son numerosas y se entraman en la visita a Verona. Muchos aseguran que se trata de una historia verídica: la primera versión habría sido relatada por un fraile, en el siglo XVI, 200 años después de que ocurriera.

William Shakespeare se habría apropiado, entonces, de los terribles acontecimientos que marcaron y terminaron con la vida de Romeo Montesco y Julieta Capuleto, para transformarla en una de sus obras maestras y, sin duda, en la obra más citada y reelaborada de los últimos siglos. Fácil refutar esta teoría, ya que no hay pruebas de que Shakespeare haya pisado jamás Verona, y en sus primeros manuscritos la ciudad en la que transcurría la trama era Siena.

Con todo, la casa de los Capuleto es uno de los sitios más concurridos de Verona, y se le adjudica en parte la gran popularidad de esta ciudad como destino turístico. Puede visitarse el mundialmente famoso balcón desde el que Julieta vio a Romeo merodeando por los parques. Se accede a él desde el patio interior.

En las puertas de entrada de la casa abundan en graffitis, declaraciones y promesas de amor eterno, de los muchos enamorados que llegan hasta ella en un paseo romántico. Frente a la casa, se erige una estatua de bronce que representa a la joven Capuleto. No hay quien se resista a fotografiarse a su lado.

Caminando por las callejuelas de Verona, se llega al antiguo convento capuchino que alberga la tumba de Julieta. Se trata de un sarcófago de mármol rojo, ubicado en la cripta de San Francesco al Corso. No muy lejos de allí se encuentra la casa de Romeo, un edificio medieval con fachada de ladrillos. Tiene una vista muy bella, pero no ha sido restaurado y no es posible ingresar en él.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Castel dell’Ovo, historia y leyenda

El Castel dell’Ovo es una famosa ciudadela fortificada que se encuentra en la ciudad de Nápoles. Domina el paisaje del golfo, embelleciendo el panorama y a la vez dotándolo de una riqueza histórica y cultural invaluable. Este magnífico monumento de Italia guarda las huellas de su pasado, y las ofrece para maravillar a todo aquel que le dedique un paseo.

Cuenta la leyenda que Virgilio dejó oculto en alguna parte de la fortaleza un huevo, colocado en posición vertical. Si el huevo no soportaba esta situación, y finalmente caía sobre uno de sus lados, el castillo sería destruido por completo y la ciudad de Nápoles sería víctima de terribles catástrofes.

Afortunadamente, el huevo parece haber permanecido en su posición inicial, ya que el bellísimo Castel dell’Ovo –o Castillo del huevo– es hasta nuestros días una de las principales atracciones medievales del lugar. Fue construido en el año 1128, en un islote cercano a la costa y allí permanece para que podamos ir a visitarlo y disfrutar de él.

De todas formas, la historia le depararía avatares numerosos. La conquista de Nápoles en manos de los romanos convirtió a esta residencia en una verdadera fortificación en el siglo V, y se la destinó a albergar a los prisioneros. Felizmente, normandos y catalanes del siglo XII se ocuparon de remodelarla para restaurar los daños que sufrió durante su período como cárcel.

Hoy, las terrazas artificiales construidas sobre la ladera de la colina y las imponentes murallas son parte de un paseo indeclinable. El estilo gótico de las galerías a cielo abierto, con arcadas de una belleza sorprendente, configuran un escenario mágico. Las grandes salas con columnas y la iglesia de Salvatorese combinan con las inmensas torres Maestra y Normandía, que dotan al conjunto de una apariencia poderosa.

La villa marina que se extiende a los pies del Castel dell’Ovo es el acceso a tan hermosa construcción, que en nuestros días se encuentra abierta al público. Bien vale la pena adentrarse en la fastuosidad de la estructura defensiva de la fortaleza, y dejarse llevar por las ensoñaciones que despierta en todo aquel que la recorre.

martes, 21 de septiembre de 2010

Leyenda de Rómulo y Remo, fundación de Roma

Según la leyenda romana, los hermanos gemelos Rómulo y Remo fueron los fundadores de Roma. Aunque la historia fija el origen de la ciudad a finales del siglo VII a.C., invalidando por completo el mito, la leyenda de los gemelos amamantados por una loba siempre tendrá validez cultural.

La historia comienza con el rey de Alba Longa, una ciudad de Lacio, llamado Numitor, quien fue destronado por su hermano Amulio. Éste lo expulsó de la ciudad y mató a todos sus hijos varones, excepto a su única hija Rea Silvia. Para que ésta no tuviera hijos, la obligó a convertirse en sacerdotisa de la diosa Vesta, permaciendo virgen. Pero un día, mientras Rea Silvia dormía, el dios de la guerra, Marte, se desumbró al verla y la poseyó. Silvia tuvo dos hijos gemelos a los que llamó Rómulo y Remo, pero por temor al rey Amulio, los colocó en una cesta sobre el río Tíber. La cesta navegó hasta que una loba los halló y los amamantó, y luego fueron recogidos y cuidados por el pastor Fáustulo y su mujer Aca Larentia.

Cuando los gemelos crecieron, descubrieron su verdadero origen y el trágico destino de su familia.

Decidieron regresar a Alba Longa, matar a Amulio y devolverle el trono a su abuelo Numitor. Como agradecimiento, éste les concedió territorios al noroeste del Lacio y en el 753 a.C. los gemelos fundaron una ciudad en una llanura del río Tíber, donde había embarrancó la cesta.

Siguiendo una tradición etrusca, cogieron dos bueyes blancos con arado y excavan un surco sobre el cual construyeron las murallas de la ciudad, jurando matar a cualquiera que las traspasara. Pero no se pusieron de acuerdo para darle un nombre a la nueva ciudad, por lo que decidieron que lo elegiría aquel que avistase más pájaros.

Rómulo vio 12 aves, mientras que Remo alegó que, aunque sólo había visto 6, las había visto primero. Esto los llevó a una discusión que impulsó a Rómulo a acabar con la vida de Remo a estilo Caín y Abel. Luego comenzó a construir las murallas de la ciudad en el monte Palantino y la denominó Roma. Como único soberano, Rómulo creó el senado y dividió la población en treinta congregaciones, aceptando refugiados, libertos, esclavos, prófugos, etc. para poblar la flamante Roma.

lunes, 20 de septiembre de 2010

La Torre de los Encantados (Leyenda de Cataluña)

En una colina, cerca del pueblo de Caldes de Estrach, se levanta una torre que llaman de Los Encantados y de la que se cuentan diversas leyendas.

Esta es una de ellas.

Una muchacha, hija de una de las familias más pobres del pueblo, desapareció sin dejar rastro. Durante muchos días todos los vecinos buscaron a la joven, sin obtener ni la más pequeña pista de su paradero y cuando ya todos la daban por perdida, una mañana apareció ante la puerta de su casa, llevando con ella gran cantidad de joyas y monedas de oro, suficientes para alejar la pobreza de la familia.

Contó la joven que, estando una tarde paseando cerca de los Encantados, un águila enorme se abatió sobre ella y aprisionándola fuertemente en sus garras pero sin causarle el menor daño, la llevo hasta el interior de la Torre.

Dejó a la joven en el suelo y en el acto, el águila se convirtió en un apuesto joven que le pidió disculpas por la forma en que la había arrebatado y le rogó que le ayudara a deshacer el encantamiento que sufrían él y su prometida, por las malas artes de un malvado mago, envidioso del amor que se profesaban. Sólo se podría deshacer el embrujo si una joven accedía a quedar encerrada en la Torre hasta que una paloma viniera a posarse en sus manos.

La muchacha decidió quedarse y ayudar en lo posible a deshacer el terrible hechizo y el joven le prometió que de nada habría de preocuparse mientras allí estuviera.

Un ejército de duendecillos trabajaba afanosamente para mantenerlo todo perfectamente limpio y ordenado. Media docena de ellos le preparaban sabrosas comidas y otros tantos le confeccionaban suntuosos vestidos y elegantes zapatos. Además de todo eso, cada día, al despertar, encontraba sobre su almohada una espléndida joya o un puñado de monedas de oro.

Pasó mucho tiempo hasta que una mañana la muchacha vio una paloma que volaba derecha a su ventana, seguida de cerca por el águila. La paloma se acercó a ella y suavemente se posó sobre sus manos. En el mismo momento, el águila volvió a recuperar su forma humana y la paloma se transformó en una preciosa joven de dorados cabellos.

Locos de alegría por haber logrado deshacer el encantamiento, añadieron joyas y regalos a los muchos que ya tenía la joven campesina, le agradecieron mil veces su paciencia y desaparecieron, quedando la joven en libertad para volver con su familia.

viernes, 17 de septiembre de 2010

La Cueva de la Mora (Leyenda de Madrid)

En tiempos de las Cruzadas, vivía en las cercanías de Madrid, un rico moro, tan famoso por sus riquezas como por la belleza de su única hija quien, a pesar de los muchos jóvenes que la pretendían en matrimonio, no mostraba ningún deseo de casarse.

Sucedió que una tarde, durante un paseo por las orillas del Manzanares, se encontró con un joven caballero cristiano que abrevaba a su caballo y de ese encuentro, nació un amor tan intenso, que enseguida desearon contraer matrimonio.

Los jóvenes fueron a pedir permiso al padre de ella, que se negó rotundamente a la boda y ordenó que el joven fuera expulsado de su casa y encerró bajo siete llaves a su hija.

Desesperado, el joven le hizo llegar un mensaje de despedida a su amada y embarcó hacia Tierra Santa a luchar contra el infiel.

La joven mora, esperó en vano meses y meses el regreso del caballero. Jamás volvió a tener noticias suyas y tampoco jamás quiso casarse con ninguno de los pretendientes que su familia le propuso. Su padre amenazaba, su madre rogaba, pero nada podía convencerla de que tomara esposo.

Por ver si conseguía doblegar su voluntad, su padre ordenó que fuera encerrada en una cueva de pastores y que sólo se le diera para alimentarse pan y agua y unos pobres harapos con que cubrir su cuerpo.

Pero todo fue en vano. La joven no opuso resistencia alguna y se dejó encerrar y encerrada siguió llorando y anhelando el regreso de su amado

Al cabo de algunos meses, las sirvientas que le llevaban a la cueva el pan y el agua, la encontraron muerta.

Cuentan que todos los años, en la fecha de la partida de su caballero, el espíritu de la joven mora, aparece en lo alto de algún otero con la vista fija en el horizonte, esperando ver el regreso de su amado.

miércoles, 15 de septiembre de 2010

Historia de la Independencia de México

El proceso de la Independencia de México fue uno de los más largos de América. La Nueva España permaneció bajo el control de la Corona por tres siglos. Sin embargo, a finales del siglo XVIII, ciertos cambios en la estructura social, económica y política de la colonia llevaron a una élite ilustrada de novohispanos a reflexionar acerca de su relación con España. Sin subestimar la influencia de la Ilustración, la Revolución francesa ni la independencia de Estados Unidos, el hecho que llevó a la élite criolla a comenzar el movimiento emancipador fue la ocupación francesa de España, en 1808. Hay que recordar que en ese año, Carlos IV y Fernando VII abdicaron sucesivamente en favor de Napoleón Bonaparte, para después cederla a su hermano José Bonaparte, de modo que España quedó como una especie de protectorado francés.

En las colonias españolas en América, se formaron varias juntas que tenían como propósito conservar la soberanía hasta que regresara el rey Fernando VII al trono. Nueva España no fue la excepción (encabezados por Francisco Primo de Verdad y Ramos), la diferencia es que el primer intento de este tipo concluyó con la destitución del virrey y la sujeción del Ayuntamiento de México a la autoridad directa de la nueva cabeza de la colonia (que a diferencia de Iturrigaray, no simpatizaba con la Junta). Tal situación llevó a los criollos a radicalizar su posición. Finalmente, el núcleo donde hubo de comenzar la guerra por la independencia fue Dolores, Guanajuato, luego que la conspiración de Querétaro fue descubierta. Aunque aquél 16 de septiembre de 1810 el cura Miguel Hidalgo y Costilla se lanzó a la guerra apoyado por una tropa de indígenas y campesinos, bajo el grito de "Viva la Virgen de Guadalupe, viva Fernando VII, muerte al mal gobierno", finalmente la revolución le llevó por otro camino y se convirtió en lo que fue: una guerra independentista.

El conflicto duró once años y distó mucho de ser un movimiento homogéneo. Como se ha dicho, al principio reivindicaba la soberanía de Fernando VII sobre España y sus colonias, pero con el paso del tiempo adquirió matices republicanos. En 1813, el Congreso de Chilpancingo (protegido por el generalísimo José María Morelos y Pavón) declaró constitucionalmente la independencia de la América Mexicana. La derrota de Morelos en 1815 redujo el movimiento a una guerra de guerrillas. Hacia 1820, sólo quedaban algunos núcleos rebeldes, sobre todo en la sierra Madre del Sur y en Veracruz. Por esas fechas, Agustín de Iturbide pactó alianzas con casi todas las facciones (incluyendo al gobierno virreinal) y de esta suerte se consumó la independencia el 27 de septiembre de 1821. España no la reconoció formalmente hasta diciembre de 1836 y de hecho intentó reconquistar México, sin éxito.

La ex colonia española pasó a ser una efímera monarquía constitucional católica llamada Imperio Mexicano. Finalmente fue disuelto en 1823, cuando luego de varios enfrentamientos internos y la separación de Centroamérica, se convirtió en una república federal.

martes, 14 de septiembre de 2010

La llamada (Leyenda asturiana)

De camino hacia Las Navas de Tolosa, el rey Alfonso VIII de León, llegó a Oviedo y antes que ninguna otra cosa, se dirigió a la Iglesia del Salvador para dar gracias al Señor por cuanto había recibido hasta ese momento y a pedir su divina ayuda para la gran batalla que se avecinaba.

Después de una larga oración, el rey Don Alfonso se retiró a descansar, sumiéndose en un profundo sueño.

Bien entrada la noche, un repique de aldabón en la puerta principal de la Iglesia alertó a los monjes que guardaban vigilia, pero no respondieron por creer que quizás el viento o algún desaprensivo habría movido la aldaba. Pero al poco rato de nuevo retumbó el repique del aldabón. Esta vez un monje se acercó a la puerta receloso y preguntó quien llamaba, pero no obtuvo respuesta alguna. Y otra vez un repiqueteo insistente y a nadie se veía ni se escuchaba palabra alguna de respuesta.

Los monjes, asustados, corrieron en busca del Obispo, que de inmediato bajó a la Iglesia no menos asustado que sus monjes y al siguiente golpe de aldabón preguntó:

-¿Quién llama?

De lo más oscuro de la noche, surgió una voz:

-Soy Rodrigo Díaz de Vivar.

Y otra voz;

-Soy Fernán González.

-¡Dios mío!-exclamó el Obispo- ¡Si estos caballeros murieron hace ya mucho tiempo...!

Así es -respondieron las voces- pero hemos venido a traer un mensaje al rey Don Alfonso. Decidle que en la batalla que pronto entablará en Las Navas de Tolosa contra los moros, saldrá victorioso. Nosotros estaremos allí para ayudarle.

Y las voces en la sombra desaparecieron.

Tres días después, el rey Alfonso obtuvo una gloriosa victoria en las Navas y muchos soldados que allí lucharon, dijeron haber visto durante la batalla a dos caballeros que montando briosos caballos y cubiertos con largas capas, acudían a los puntos de mayor peligro y resolvían la situación a favor de los cristianos

Durante mucho tiempo el buen Obispo se preguntó si habrían sido, en verdad, las almas de los dos esforzados caballeros las que habían llamado a la puerta de la Iglesia del Salvador.

lunes, 13 de septiembre de 2010

La Espada de Roldán (Leyenda de Aragón)

Roldán, que acompañaba a su tío Carlomagno en la batalla de Roncesvalles, peleaba bravamente cuando su caballo “Vigilante”, cayó al suelo mortalmente herido arrastrando en su caída al héroe, que quedó inconsciente y atrapado bajo el enorme peso del animal.”

Todos creyeron que había muerto y cuando el Emperador Carlomagno vio perdida la batalla, huyó a Francia y Roldán quedó allí como un cadáver más.

Al recobrar la conciencia y darse cuenta de lo ocurrido, Roldán se escabulló en la noche, extremando las precauciones, pues sus enemigos recorrían el campo de batalla matando a los supervivientes y a costa de mucho esfuerzo y dolor, logró llegar hasta el valle de Ordesa. Si lograba trepar los riscos, estaría a salvo en su patria.

Roldán se sabía perseguido. Había gran movimiento de soldados y jaurías de perros acorralando a los franceses que habían escapado de Roncesvalles y a él apenas le quedaban fuerzas. Estaba extenuado por la dureza del camino, pero el deseo de llegar a Francia le espoleaba y siguió trepando montañas, luchando contra los elementos y contra su debilidad.

Toda la noche se esforzó Roldán en su propósito. Lleno de heridas y de golpes por la dura ascensión y oyendo cada vez más cerca a sus perseguidores, con la certeza de que le alcanzarían y le darían muerte y que nunca podría volver a ver su país, quiso, con las pocas fuerzas que aún conservaba, que al menos su espada, “Durandarte”, llegara a Francia” como testimonio del amor que sentía por su patria.

Levantó la espada y la lanzó con fuerza, pero el acero chocó contra una roca y volvió a caer a sus pies. Lo intentó de nuevo, y otra vez fracasó. Roldán volvió a coger su espada del suelo y con un esfuerzo sobrehumano, lanzó horizontalmente la espada con tal violencia, que “Durandarte” atravesó la montaña cayendo en tierra francesa y dejando una brecha abierta, por la que Roldán pudo contemplar por última vez los paisajes de su amada Francia.

Cuando sus perseguidores le alcanzaron, Roldán yacía muerto en ese lugar del Valle de Ordesa, en Huesca, que desde entonces se conoce como la “Brecha de Roldán”.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Laguna de Vacaras (Leyenda de Andalucía)

En las alturas de Sierra Nevada, cerca del pico Veleta, existió (o quizás existe aún) una honda laguna de aguas heladas y limpísimas.

Muchas personas aseguraban que la laguna estaba encantada y que era punto de encuentro para magos o brujas, sucediendo allí cosas tan extrañas que nadie, en su sano juicio, se atrevería a acercarse a ella de noche.

Sucedió que un pastor que buscaba unas ovejas perdidas, llegó un anochecer hasta las mismas orillas de la laguna, cuando le pareció oír fuertes voces. Muerto de pavor por todo lo que de sobrenatural había escuchado acerca del lugar, se refugió tras unas rocas y desde allí pudo ver lo que pasaba.

Dos hombres muy altos y ricamente ataviados, uno de los cuales sostenía en sus manos un libro del que parecía brotar un vivo resplandor y el otro portando una gran red dorada, estaban de pie a la misma orilla del agua.

El que sostenía el libro leyó con voz tonante un largo párrafo, en un incomprensible lenguaje y terminada la lectura, dijo a su compañero: -Ya puedes lanzar la red –

La red se hundió en al agua y al momento se vio que ya estaba bien cargada. Los dos hombres unieron esfuerzos sacándola a la orilla. Para asombro del pastor, la red contenía un brioso caballo negro. El hombre del libro dijo: -"No, este no es. Echemos de nuevo la red"-. Y la red volvió al agua y como la vez anterior enseguida se notó que estaba llena. Fuera del agua, los hombres vieron un caballo variegado, con mejor estampa que el anterior pero que tampoco pareció satisfacerles así que volvieron a echar la red al agua. Y ahora, un hermoso caballo blanco de finas patas y espesas crines, se mostró ante sus ojos.

-Este es el caballo que buscamos- dijo el hombre que había rechazado a los anteriores - Ya podemos seguir nuestro viaje.

Los dos hombres, susurraron por turno unas palabras al oído del caballo, que asentía con la cabeza y subieron sobre el blanco animal surgido de las aguas. Durante unos momentos el caballo caracoleó alegremente y después de un breve trotecillo, se elevó en el aire como si no soportara ningún peso, describió un gran círculo sobre la laguna y en menos tiempo del que se tarda en contarlo desapareció en el cielo.

Muchos valientes subieron a la montaña y muchos tiraron grandes redes al agua, queriendo comprobar y ver lo que el pastor había visto aquel anochecer, pero nadie jamás volvió a ver a los dos extraños hombres ni nadie logró enganchar en sus redes ningún caballo volador.

jueves, 9 de septiembre de 2010

La Reina loba (Leyenda gallega)

Cuentan que, en la provincia de Orense, vivió una poderosa mujer tan cruel y soberbia que era llamada por los campesinos de su señorío “la Reina Loba”.

Para su manutención y la de sus allegados (tan despiadados como ella misma) obligaba a sus súbditos a entregarle, cada día, una vaca, un cerdo y una carreta llena de otros alimentos. Las familias campesinas se turnaban en esta entrega de vituallas por miedo a los servidores de la Loba, que arrasaban e incendiaban casas y cosechas y asesinaban a todos los habitantes de las aldeas en las que alguna familia se hubiese negado a entregar lo que se les reclamaba.

En este clima de terror vivía la comarca entera, cuando le llegó el turno de entregar los alimentos al pueblo de Figueirós. Sus vecinos se reunieron en asamblea y decidieron no pagar un tributo que les arruinaba.

Pero decir “no pagaremos” no era suficiente porque la reina mandaría contra ellos a sus huestes y serían perseguidos y muertos. Decidieron que si habían de morir de hambre o a manos de los sicarios de la Loba, mejor era morir combatiendo contra ella, así que se armaron lo mejor que pudieron.

Hicieron lanzas y jabalinas, arcos y flechas, tomaron piedras y garrotes y en la oscuridad de la noche, se pusieron en marcha hacia el castillo de la malvada mujer.

La Loba y sus secuaces dormían. Fiados en el terror que infundían en la comarca, descuidaron la vigilancia. Nunca nadie se había atrevido a desafiar su poder ni contaban con que tal cosa pudiera suceder.

Sigilosamente, los vecinos de Figueirós, treparon murallas y abrieron puertas sorprendiendo a los sicarios de la Loba. Un breve pero encarnizado combate dio la victoria a los lugareños que se lanzaron escaleras arriba en busca de su opresora.

La Loba se había refugiado en la torre más alta pero ninguna puerta era lo bastante segura para resistir a los decididos asaltantes. Cuando vio caer su última defensa ante el empuje de sus enemigos y no queriendo someterse quienes ella consideraba sus esclavos, la Loba corrió hacia la ventana y se arrojó al vacío muriendo destrozada sobre las rocas.

Con su muerte acabó el suplicio de los habitantes de la comarca, que recordaron durante siglos, en romances y canciones, el valor de los vecinos de Figueirós.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

El banquete (Leyenda navarrana)

Después de la toma de Navarra por Fernando el Católico, los vencedores entraron a saco en sus tierras con la intención de acabar de someter a sus nobles por el procedimiento de asolar sus propiedades y castillos.

Un hombre, Don Hernando de Villar, era el encargado de consumar la destrucción y, al frente de un nutrido ejército, se dedicó con fiereza a cumplir las órdenes del Rey Fernando.

Y una mujer, Doña Ana de Velasco, Marquesa de Falces, Señora del Castillo de Marcilla, iba a hacerle frente salvando su vida y su castillo, que aún existe para recordarnos su inteligencia y su valor.

Sabiendo doña Ana que el ejército castellano se acercaba, ordenó a sus hombres preparar la defensa del castillo de modo tal que nada se advirtiera desde el exterior. Se aprestaron armas y víveres, se reforzaron troneras, puertas y ventanas y se buscaron escondrijos para los soldados. Nada debía delatar que estaban bien protegidos. Y así se hizo.

Cuando Hernando de Villar llegó a las puertas del castillo, Doña Ana, salió a recibirle sonriente, vestida con sus más ricos atavíos y seguida de lucido cortejo de damas y caballeros, igualmente sonrientes y amables.

Cuando la dama invitó al de Villar y a sus oficiales a entrar al castillo a descansar, el sorprendido soldado aceptó, no viendo peligro alguno en ello.

En la sala principal se había dispuesto una larga mesa, llena a rebosar de cuantos manjares podían desear para reponerse de las fatigas de la campaña, y los recién llegados hicieron buen aprecio de ellos. Cuando al final de la comida, doña Ana pregunto amablemente a su huésped que asuntos le habían traído hasta su casa, Don Hernando le comunicó las órdenes que traía del Rey y entonces cambió el gesto de la dama. Puesta en pie ante el soldado, le dijo orgullosamente: - ¡Podéis volver a Castilla, señor. Con el terror, nada podréis conseguir de los navarros!

Don Hernando le respondió que sólo en atención al recibimiento que le había dispensado, permitiría que recogiera sus pertenencias antes de proceder a la destrucción del castillo, a lo que la castellana le respondió: - Lo único que yo os permito es que sigáis con vida, si os rendís.

Al momento entraron en la sala los hombres de Doña Ana, que redujeron rápidamente a Don Hernando y a todos sus oficiales, llevándoles fuera del castillo. Al volver la vista, vieron los frustrados asaltantes las almenas plagadas de arcabuceros y gran cantidad de gentes de armas dispuestas a la defensa.

Hernando de Villar y sus huestes abandonaron Navarra, avergonzados por la derrota sin batalla; y sin apetencias de más destrucciones.

Y en Marcilla sigue el castillo que tan bien supo defender Ana de Velasco.

martes, 7 de septiembre de 2010

La Campana Susana (Leyenda catalana)

En el año 1810, Gerona, a pesar de su heroica resistencia había caído en manos de los franceses. La mayor parte de la guarnición que quedó vigilando a la población civil, se sentía muy insegura. Los gerundenses no permitían que les fuera fácil la vida y hacían todo lo posible por zafarse del invasor, acosándoles de mil maneras.

Una noche, los ánimos estaban particularmente encendidos en el cuartel de los franceses a causa de una escaramuza de los catalanes que les había causado grandes pérdidas. Unos cuantos de entre ellos, urdieron un plan para dar un escarmiento a la población, saliendo esa misma noche con todo sigilo y penetrando en las casas, matar a cuantas personas pudieran sin reparar en su condición. Seguramente, esa acción enseñaría a los gerundenses quién estaba al mando en su ciudad y les quitaría las ganas de seguir combatiendo.

Y tal como lo habían pensado, cogieron sus armas y salieron a la calle con la furia en el alma.

Las calles de la ciudad estaban sumidas en el silencio y la oscuridad. Nadie les había visto. Nadie más que ellos sabía lo que se proponían hacer. Nadie podría salvar a las personas que se habían propuesto matar.

Estaban ya preparados en las puertas de las primeras casas en que pensaban entrar cuando, de pronto, una de las campanas de la catedral empezó a tocar a rebato. Su sonido era más fuerte que nunca y parecía rebotar en todas las paredes de las casas y ampliarse infinitamente hasta llegar al último rincón de la ciudad.

Todas las ventanas se llenaron de luces, todo el mundo se preguntaba qué pasaba. Los gerundenses salieron a las calles, miraban al campanario y, asombrados, gritaban: -¡ Es la Susana, es la Susana...!

Cuando el párroco subió al campanario, vio que la campana se balanceaba; impelida por una fuerza infinitamente más poderosa que la de cualquier ser humano.

Nadie dudó de que aquel hecho extraordinario había salvado a la ciudad de un terrible peligro, pero sólo se supo cual había sido, cuando uno de los soldados, conmovido por los sucesos de aquella noche contó lo que se había tramado contra la población en el acuartelamiento de los franceses.

lunes, 6 de septiembre de 2010

La fuente de las Xanas (Leyenda asturiana)

En el siglo VIII, el rey Mauregato de la pequeña monarquía asturiana, se había comprometido con los musulmanes a entregarles 100 doncellas cada año para desposarse con ellas. El rey, celoso de su pacto, elegía cuidadosamente a las doncellas mas bellas del reino para ser entregadas. Un nutrido grupo de guerreros recorría ciudades y aldeas para elegir a las doncellas y éstas, pese a oponer resistencia, eran llevadas por la fuerza. Sucedió un día que los guerreros se enteraron de que en Illas (Avilés), existía una joven muy bella, y raudos, hacia allí encaminaron sus pasos. Belinda, que así se llamaba la joven, sin sospechar en un principio los deseos de los visitantes, los recibió amablemente, pero cuando fue capturada, con gran habilidad consiguió que sus guardianes le permitieran ejecutar bellas danzas y canciones. La joven les ofreció bailar para ellos una danza maravillosa, pero esta tenía que ejecutarse en el campo, a la luz de la luna. Los guerreros, encantados con la gracia de Belinda, accedieron a su deseo y aquella misma noche salieron al campo. Una vez que se vio libre, la joven corrió desesperadamente hasta una fuente no muy lejana con el deseo de esconderse en aquel lugar y asi burlar a sus captores. Una vez en la fuente, oyó con gran sorpresa como de su interior salía una voz que le Xanadecía: "Si quieres ser tu mi xana vivirás días dichosos". La joven, al oír estas palabras, preguntó que debía hacer para convertirse en xana; la respuesta no se hizo esperar: "Bebe un sorbo de mi agua, y te verás libre de los soldados y acabarás con el tributo". Belinda así lo hizo y se convirtió en una joven de belleza sobrenatural. Cuando los soldados llegaron al lugar intentaron capturarla de nuevo, pero la joven xana los miró con sus maravillosos ojos verdes e inmediatamente todos los soldados se convirtieron en carneros. Los días pasaron y el Rey, impaciente, viendo que sus soldados no volvían, mando otro grupo a Illas para cumplir su orden, pero estos tampoco volvieron. El Rey, alarmado, mando reunir a todos sus soldados y, a la cabeza del ejercito, se dirigió a Illas. Cuando llego al lugar pudo ver una gran cantidad de ovejas y carneros que pastaban apaciblemente alrededor de una fuente en la que se encontraba sentada una joven hermosísima que hilaba blancos copos de lana. Viendo que se trataba de un ser sobrenatural, se dirigió a ella y le pregunto si había visto a sus soldados, a lo que la xana le respondió que el no había enviado soldados, sino corderos. El Rey, enfurecido, contesto: "Repito que eran soldados, como los que vienen detrás de mi", a lo que la xana contesto burlonamente: "También son corderos, y tu puedes ser el pastor". El Rey volvió la cabeza y pudo ver como todo su ejercito se había convertido en un rebaño de mansos corderos; asimismo, sus lujosas ropas se habían transformado en las pobres prendas de un pastor. Entonces, tembloroso, suplico a la xana que deshiciera el encantamiento y que el se comprometería a cumplir lo que ella deseara. La joven le pidió que renunciara al tributo de las cien doncellas, cosa que el Rey acepto de inmediato y mandó un mensajero al reino musulmán para que explicara que el pacto quedaba roto ante la imposibilidad de cumplirlo. Desde entonces las doncellas no volvieron a ser capturadas. La fuente de la Xana todavía se conserva próxima a Avilés.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Leyenda de Sancho de Ridaura (Segovia)

En los primeros años del siglo XIII, existía (y existe) en Pedraza, provincia de Segovia, un formidable y suntuoso castillo, de anchos muros, flanqueado de altas torres almenadas y rodeado de un foso, que hacían de él una fortaleza inexpugnable. Lo habitaba el noble Sancho de Ridaura, guerrero y señor generoso a quien idolatraban todos sus vasallos.

En una aldea de sus dominios vivía una humilde muchacha, de gran belleza, hija de unos pobres colonos, y en una casa próxima habitaba un joven labrador, trabajador y honrado, que estaba enamorado desde niño de la muchacha. Juntos habían crecido, confundiendo sus juegos y sus risas con un profundo e invariable amor.
El señor del castillo vio un día a la muchacha, y quedó ciegamente prendado de tanta hermosura, tanto fue así que valiéndose de sus derechos feudales la hizo su esposa, elevándola de su humilde condición a rango de noble castellana.

Destrozado quedó el corazón del joven al tener que renunciar a su amor, en su condición de siervo no podía disputársela a su señor, y como no encontraba consuelo humano, fue a ocultar su dolor en la dulce paz de un convento. Allí se entregó a la oración y con el amor de Dios fue cicatrizando suavemente su herida.

Pasó el tiempo, y los nobles castellanos vivían felices. Pero habiendo muerto el capellán del castillo, el cristiano señor pidió al cercano convento que le enviara al monje más virtuoso de todos ellos, para reemplazar en sus funciones al fallecido sacerdote. El abad eligió de entre todos los frailes, como el más humilde y devoto, al antiguo adorador de la bella doncella, y le envió sin saberlo junto a ella. Confusa quedó la misma al reconocer al nuevo capellán, aquel muchacho de sus juegos infantiles, por el cual sintió un profundo amor y que ahora tendría que vivir con ellos entre los muros de la fortaleza. Presintiendo el peligro que supondría el volver a renacer aquellos sentimientos, procuraba evitarle en todo momento. El por su parte, hacía lo propio y acallaba sus sentimientos con rezos y fuertes disciplinas.

Ocurrió entonces la invasión de los almohades, y Alfonso VIII organizó rápidamente la defensa de Castilla, con la ayuda de los reinos vecinos y la cooperación de los nobles castellanos, que abandonaron sus dominios y acudieron con sus tropas al auxilio de la parte de España que tras cientos de años habían logrado reconquistar.

Partió al mismo tiempo el noble castellano del castillo de Pedraza, que al frente de sus huestes se distinguió por su heroísmo en todas las batallas contra los moros, y se llenó de gloria en la de las Navas de Tolosa, donde los cristianos rompieron las cadenas de la tienda que protegía al dirigente musulmán e infringieron una gran derrota a los invasores, estas cadenas se conservaron desde entonces grabadas en el escudo de España, son las cadenas de Navarra, puesto que fue el rey de este reino el que las rompió.

Cubierto de gloria, regresó el caballero a su castillo, todos los vasallos acudieron en masa para aclamar al guerrero victorioso y rendirle homenaje.
En el umbral, rodeada de sus servidores, esperaba su esposa. El señor, después de saludar agradecido a sus siervos, atravesó el puente levadizo y radiante de gozo fue a abrazar a su esposa, que turbada se desmayó entre sus brazos.
Pensativo y confuso quedó el caballero ante la extraña actitud de su esposa, e intentó de informarse por uno de sus más antiguos criados. Supo por él que la intachable fidelidad de su esposa, durante su ausencia había sido al final empañada por su inextinguible amor por el fraile.

Al día siguiente, reinaba en el castillo un gran bullicio, el caballero recibía con fingida alegría las visitas de otros nobles que acudían para darle la bienvenida. Para celebrar el triunfo se preparó una gran cena, al banquete estaban invitados todos los nobles del reino.
Llegado el momento, se sentaron a la mesa todos los comensales presididos por el señor y su esposa. Al final el ilustre guerrero, con voz elocuente, manifestó que iba a otorgar ante todos el premio merecido a los servicios excepcionales que en su ausencia se habían prestado.
El señor dio orden a sus servidores de que le trajeran una corona. Al momento entraron dos vasallos vestidos con brillantes armaduras, llevando sobre una enorme bandeja de plata una corona de hierro, cuya parte inferior estaba erizada de púas enrojecidas al fuego. Los dos hombres se acercaron con ella al fraile, y el caballero calzándose unos guantes de acero, colocó él mismo la corona sobre la cabeza del fraile mientras decía:

-La recompensa por tus servicios.

El fraile, tras agónicos gritos de dolor cayó al suelo. Quiso luego el caballero dirigirse hacia su esposa pero ésta había desaparecido. Salieron en su busca y la encontraron en sus aposentos con el corazón traspasado por una daga.
Los convidados huyeron enloquecidos por el pánico mientras el castillo envuelto en llamas, proyectaba su siniestro resplandor en el cielo, que enrojecido sobre toda la comarca, contemplaban todos sus moradores.

Los siglos pasaron, pero aún hoy en día las gentes de aquella comarca afirman que cierta noche del año en el ruinoso castillo dos extrañas figuras resplandecientes coronadas por una orla de fuego pasean por las derruidas almenas, siempre juntas a pesar de su dolor.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Leyenda de Alvar y Fernán Núñez

Corría el año 1426. Castilla se hallaba dividida en bandos por rivalidades y odios implacables entre los miembros de la nobleza: de un lado, el príncipe heredero con sus partidarios, de otro, los infantes de Aragón, y por encima de todos, el condestable don Álvaro de Luna, que con sus ambiciosas intrigas y enemistades tenía alterado todo el reino en continuas luchas y discordias. Poco a poco don Álvaro fue ganando poder y también la voluntad del monarca, llegando a constituir una amenaza para todos los nobles, tanto fue así que decidieron reunirse entre ellos y planear acciones contra el favorito del rey.

El rey era Juan II de Castilla. Ese año se dispuso a celebrar las fiestas de Navidad con gran esplendor, adornando ricamente sus palacios y aposentos. En uno de los días de la celebración ocurrió que al bajar las escaleras de Alcázar de Segovia, uno de sus invitados, Alvar Núñez, enemigo encarnizado de don Álvaro de Luna, tropezó con uno de los bufones de Juan II , al que llamaban "Aleluya", haciéndole rodar escaleras abajo, el bufón se levantó airado y juró venganza....

La fiesta continuó en el Alcázar , donde se habían congregado la flor y nata de la nobleza castellana, el magnífico salón del trono se encontraba el rey, y a su derecha el condestable don Álvaro de Luna. La fiesta había sido dedicada a la danza y a la poesía, de la cual el monarca era muy aficionado, al final se pensó en llamar al bufón "Aleluya" para que terminara la fiesta con buen humor.

Era el bufón de pequeña estatura y de aspecto ridículo, su sola presencia causaba risa y expectación. Todos los presentes comenzaron a hacerle preguntas a las que contestaba con gran ingenio, sobre quién era el más valiente o el más generoso de los nobles. De pronto dijo :

-El más desvergonzado de todos es el condestable don Álvaro de Luna , que ha llegado a requerir los amores de la reina. El más sabio Alvar Núñez que sabe todos los detalles y se lo ha contado a todo el mundo, y el más tonto el rey que lo sabe y no lo ahorca.

El monarca se puso en pie airado por tales palabras, la reina se puso nerviosa y abandonó el salón seguida de todos los invitados que alarmados quisieron abandonar el palacio.

Al día siguiente salía el condestable camino del destierro que duraría año y medio, tiempo que tardó el rey en recapacitar y perdonarle.

Con la vuelta del condestable se dispersaron todos los nobles, algunos huyeron a Portugal por miedo a represalias, sin embargo pudo dar alcance a Alvar Núñez que fue el que había sido acusado de ser el causante de su destierro, le llevó prisionero a su fortaleza (en Escalona) encerrándole en un calabozo y apropiándose de sus bienes.

Pasaba el tiempo y Alvar Núñez no lograba la piedad del condestable, y éste tampoco quería renunciar a los bienes que le había expropiado, por lo que le mantenía prisionero indefinidamente. Sin embargo el prisionero tenía un hijo llamado Fernán Núñez, el cual decidió limpiar la mancha de tener a su padre en los calabozos por capricho del condestable. Decidió liberarle aún a costa de su vida. Vendió todos sus bienes de su señorío, los cambió por monedas de oro que cargó sobre un burro, se disfrazó de aldeano y se fue a la que llamaban Venta del Perote, muy cerca de la ciudad de Escalona. Era aquella el punto de reunión de los soldados del condestable donde se divertían y emborrachaban cada noche.

Allí Fernán Núñez hizo amistad con uno de los soldados del condestable llamado Martín, gracias a él podía tener noticias de su padre prisionero. Le ofreció a este soldado mil maravedíes de oro si en una de sus guardias se comprometía a tirarle una escala por las murallas que le permitieran trepar, llegar a las mazmorras y liberar a su padre del confinamiento.

El buen hijo, transformado en soldado del condestable y de acuerdo con el soldado Martín, se dirigió a Escalona, cuando se encontraba al pie de las murallas del castillo, esperó con ansiedad la escala que apareció a las doce de la noche. Rápidamente subió por ella sin temor del abismo que se abría a sus pies. Una vez arriba. como si fuera un soldado mas, no tuvo dificultades para llegar al calabozo donde estaba su padre. Allí habló nervioso con el guardián, ofreciéndole otros 1000 maravedíes de oro si aceptaba abrir la puerta de la celda; el soldado aceptó y abrió los cerrojos de la prisión a Fernán Núñez que con profunda emoción abrazó a su padre, sin perder tiempo salieron de las mazmorras, llegaron a la puerta y lograron huir a toda prisa de la torre.

Sin embargo Martín, decidió que quizá obtuviera otra recompensa, esta vez del condestable, si daba la alarma y atrapaban a los fugitivos, sería gracias a él. La campana de alarma comenzó a sonar por esto padre e hijo se vieron rodeados en poco tiempo por soldados y por el propio don Álvaro que presenciaba la lucha.

Fernán Núñez entregó a su padre la espada que llevaba al cinto y él mismo luchaba con una daga. Se hallaban en medio de la plaza de la fortaleza en cuyo centro se hallaba un ancho pozo. Los dos caballeros se defendía con gran valor, pero faltos ya de fuerzas iban retrocediendo poco a poco hasta que se vieron en el borde del mismo pozo. Allí Alvar Núñez recibió el golpe de una maza en el cráneo y cayó pesadamente en el profundo abismo. A los pocos momentos el hijo también caía víctima de las estocadas de los soldados, precipitándose también al pozo. El condestable, mandó sellarlo con una pesada losa de piedra, de forma que aquella fue la sepultura de ambos infelices para siempre.

En el año 1853, debido a unas reformas del abandonado castillo, comenzaron los rumores de unos ruidos que por la noche no dejaban pegar ojo a los obreros, tanto era el misterio que alarmados, la cuadrilla de trabajadores permanecieron una noche en vela esperando descubrir el origen de aquellos gritos. Vieron con espanto que procedían de un pozo situado en el centro de la derruida plaza. El mismo se encontraba tapado y sellado con una losa enorme. Entre todos y con ayuda de palancas lograron desplazar la piedra, en ese momento una terrible explosión liberó una luz cegadora, todos cayeron al suelo, ante ellos aparecieron las figuras de dos guerreros que espada en mano subieron por las murallas y desaparecieron por encima de sus cabezas. Atónitos permanecieron tirados en el suelo algunos, otros corrieron a refugiarse en algún lugar. Cuenta la leyenda que eran las figuras de Alvar y Fernán Núñez que cuatrocientos años después lograron por fin su objetivo, recuperar la libertad y limpiar su honor.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Leyenda del Pozo Amargo (Toledo)

Hay una calle en Toledo, llamada " la bajada al Pozo Amargo ", que hace algún tiempo tenía en medio de una pequeña plazoleta, un pozo hoy desaparecido, del que se contaba la siguiente leyenda.

En la época de la dominación árabe, había un judío de notable reputación en la ciudad, sobretodo entre la numerosa colonia sefardí (Judíos españoles). Este judío unía a sus grandes riquezas un profundo conocimiento de la ley y la religión de Moisés, por lo cual se le consideraba un rabino y era muy apreciado por todos los de su grupo. Era viudo, y todo el cariño y atención lo dedicaba a su única hija, una joven de gran belleza y bondad. Su educación se había llevado a cabo con todo esmero, y su padre demasiado protector había impedido que se juntara con jóvenes de su edad que tuvieran una educación o condiciones inferiores.. Así la joven vivía aislada en su soberbia mansión en donde pasaba los días bordando o entonando dulces canciones al son de instrumentos que ella misma tocaba.

Un día en que contemplaba la calle desde la ventana de su casa, guardada por una celosías, vio pasar a un joven vestido con traje de cristiano, cuya elegancia y gallardía llamó poderosamente su atención, desde ese día todas las mañanas fingía bordar junto a la ventana pero sus ojos buscaban al apuesto muchacho que a caballo pasaba.

Unos días lograba su propósito y conseguía observarle entre la multitud, otras veces desesperada pasaba horas sin poder verle una vez mas y se retiraba triste a su alcoba.

Consiguió tras muchas súplicas que su padre le permitiera dar algunos paseos por los alrededores de la ciudad, siempre acompañada de una mujer de avanzada edad en la que el padre tenía gran confianza. En uno de estos paseos pudo por fin ver al joven que enseguida reparó en la muchacha y se sintió atraído por ella. No tardó mucho en preguntar quién era y dónde vivía, desde entonces todos los días procuraba pasar más despacio frente a la ventana de la joven aunque no lograba verla tras las espesas celosías de la gran casa.

Una mañana, ella decidió comunicarse de alguna forma con el muchacho y dejó caer por entre las rendijas del balcón un pequeño papel donde con mano temblorosa escribió su deseo de hablar con él. La misma fue correspondida días después con otra en la que citaba a la joven en una callejuela junto al pozo.

Sin duda tuvo que pasar por muchas súplicas y algún engaño, pero finalmente consiguió poder salir ese día y poder estar en secreto en el lugar indicado.

La noche era oscura y apenas se oía a lo lejos algún perro solitario o lejanas pisadas que se desvanecían entre las callejuelas, llena de temores, ella se deslizó con rapidez hasta el lugar indicado. Allí estaba él, envuelto en una capa, ambos hablaron protegidos por la oscuridad y como no podía ser menos tras tantas dificultades se juraron amor y fidelidad eternos.

Las salidas se sucedieron noche tras noche sin que fuera descubierta, hasta entonces nadie se dio cuenta, su amor se fue haciendo cada vez más fuerte, pero ambos temían la oposición de sus familias. Ella era judía y él cristiano, la convivencia entre ambas facciones era muy tensa y no estaba bien visto una unión de ese tipo.

La fatalidad quiso que un día sin que se dieran cuenta alguien los observara desde lejos y los reconociera, era un amigo del padre de la joven que no esperó demasiado para comunicárselo al progenitor. La ira del judío al saber que su hija se juntaba en secreto con un cristiano fue tremenda, montó en cólera y maquinó la forma de sorprender a ambos y vengar semejante traición sobre su persona y sobre su religión, no dudaba de la inocencia de su hija y de que todo aquello era culpa de aquel cristiano que de alguna forma la había engañado.

Aquella noche el padre esperaba escondido en las sombras de las calles de Toledo, un puñal oculto bajo su capa. No tardó en llegar el joven y se sentó en la boca del pozo a esperar a su amada. Sin esperarlo se vio sujeto de repente por un brazo que intentó arrojarlo al interior del pozo, pero se resistió con energía, cuando iba a conseguir soltarse sintió un frío que penetraba en sus entrañas, sus ojos se nublaron y cayó muerto a los pies del judío. Se oyó un ruido, se dio la vuelta y allí estaba su hija con su pálido y desencajado rostro, había presenciado los últimos momentos de la muerte de su amado a manos de su padre, finalmente cayó desvanecida sobre las frías losas de la plaza.

El padre la cogió entre sus brazos y envuelta en su capa la llevó de nuevo a casa donde ni mimos ni atenciones a lo largo de los días siguientes la hicieron volver a la normalidad, simplemente había perdido la razón, había enloquecido...

Una noche en la que el padre entró en el cuarto de la muchacha, descubrió que no estaba, se descolgó por el balcón hacia la calle, tanto el padre como los sirvientes se apresuraron calle abajo en su búsqueda, la descubrieron junto al pozo donde los amantes se juntaban noche tras noche, pero no pudieron llegar hasta ella, miró la luna reflejada en el fondo del abismo y se arrojó decidida. Cuando la sacaron ya no se pudo hacer nada por su vida, estaba muerta.

El suceso conmovió a las gentes de la época de la ciudad de Toledo, desde entonces aquel pozo se denominó «Pozo Amargo». Hoy ha desaparecido pero alguna vez he oído hablar de dos figuras que por la noche se pierden rápidas entre las sombras de las estrechas y frías callejuelas hasta que finalmente dejan de ser visibles en el centro de aquella plaza, ahora ya nadie podrá separarles jamás.