miércoles, 26 de marzo de 2008

Juana la Loca, un complot político...

Heredera de un imperio en el que jamás se ponía el Sol, bellísima, inteligente y bien dotada para la música, Juana de Aragón y Castilla, segunda hija de los reyes católicos de España, pasó a la historia con el impiadoso apelativo de "Juana la Loca". Se lo ganó después de actos tan desmesurados como velar por espacio de 19 años el cadáver de su marido. Para los historiadores, el de ella no era un desequilibrio cualquiera: tuvo origen en un gran amor que ciertas circunstancias transformaron en locura.
Hija de los reyes católicos, Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, los que dieron a España la unificación total: unidad religiosa, unidad territorial y política.

Historia
Juana nació en Toledo el 6 de noviembre de 1479. Su gran parecido a su abuela paterna, doña Juana Enriquez, motivó que, cariñosamente, Isabel llamara a su hija "mi suegra". Su educación estuvo marcada por la severidad, tanto de su madre como de sus maestros. Buena muestra de ello es que aprendió latín siendo bien pequeña.
Tenía grandes condiciones para la música y la poesía, se dice que gozaba del cariño de todos en el castillo, gustaba de la soledad, talvez acostumbrada a no ver a sus padre por mucho tiempo debido a su agitada vida política.
Pronto se manifestó en Juana una vena mística que ella pretendió encauzar haciéndose monja. Pero sus padres tenían otro objetivo para la atractiva Juana y cuando cumplió 16 años fue concertada su boda con el archiduque Felipe de Austria, hijo de Maximiliano I y conocido por el sobrenombre de El Hermoso.
El enlace entraba dentro de la política exterior de los Reyes Católicos, que tenía como fin cercar al enemigo reino de Francia. Con este objetivo casan a sus cinco hijos con los herederos y soberanos de las más destacadas casas reinantes.

Encuentro con Felipe y casamiento
En 1496, rodeada de un espléndido cortejo, Juana partió a Flandes a conocer a su prometido y celebrar el casamiento. Las crónicas sobre el primer encuentro son diversas. Al parecer, bastó con que se miraran a los ojos para que aflorase una pasión irrefrenable.
Finalmente llego la boda a medida que el tiempo pasaba, su amor por Felipe crecía con el mismo ritmo que la desconfianza y la sospecha de no ser correspondida. Su esposo (no por nada llamado Felipe el Hermoso) se dedicaba a hacer lo que mejor sabía: cortejar a toda mujer bella y noble que se le cruzara. Frívolo y superficial, apegado a los placeres y al lujo, se sentía incómodo en España, donde tenía que llevar una vida austera, totalmente ajena al refinamiento y las diversiones de la corte flamenca.
Felipe extrañaba Flandes, por ello maltrataba a Juana constantemente. A pesar de esta desagradable situación, Juana y Felipe tuvieron seis hijos. El primer parto tuvo lugar el 15 de noviembre de 1498, naciendo una niña a la que se puso el nombre de Leonor. El 24 de febrero de 1500 nace su segundo hijo, Carlos. Cuenta la tradición que el parto tuvo lugar en un pequeño retrete del palacio de Gante, debido a la facilidad de Juana para dar a luz, y a los celos, de ahí que acudiera a una fiesta para vigilar constantemente a su marido. El tercer alumbramiento se produjo en 1501, viniendo al mundo una niña a la que se llamó Isabel, que sería reina de Dinamarca. El 10 de marzo de 1503 nacía en Alcalá de Henares el cuarto hijo del matrimonio: Fernando, futuro Emperador de Alemania y rey de Hungría y Bohemia.

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