La tradición de que el apóstol Pedro fuera martirizado en Roma durante la persecución neroniana del 64 de nuestra era, se apoya en la declaración efectuada unos treinta años más tarde a los corintios por san Clemente de Roma. Este dice que Pedro "habiendo vivido entre nosotros, habiendo sido testigo, partió hacia su lugar prometido de gloria".
La presencia de Pedro en Roma se infiere del uso del nombre Babilonia como apodo para Roma, práctica cristiana común, en la Primera Epístola de san Pedro, y de la incontestada pretensión de los pontífices romanos a la primacía como sucesores de Pedro.
Su muerte en Roma se ve apoyada por la antigua referencia a un "trofeo" o monumento que marca el lugar de su martirio. Con el paso de los siglos, se llegó a creer que ese punto de la colina vaticana señalaba su tumba.
La presencia de Pedro en Roma se infiere del uso del nombre Babilonia como apodo para Roma, práctica cristiana común, en la Primera Epístola de san Pedro, y de la incontestada pretensión de los pontífices romanos a la primacía como sucesores de Pedro.
Su muerte en Roma se ve apoyada por la antigua referencia a un "trofeo" o monumento que marca el lugar de su martirio. Con el paso de los siglos, se llegó a creer que ese punto de la colina vaticana señalaba su tumba.
Quien fue Pedro?
Pedro es mencionado frecuentemente en el Nuevo Testamento, en los Evangelios, en los Hechos de los Apóstoles, y en las Epístolas de San Pablo. Su nombre aparece 182 veces. Lo único que sabemos de su vida antes de su conversión es que era un pescador Galileo del pueblo de Betsaida o Capernaum. Existe evidencia para suponer que Andrés (el hermano de Pedro) y posiblemente Pedro fueron seguidores de Juan el Bautista, y por lo tanto se habrían preparado para recibir al Mesías en sus corazones.
Nuestro primer encuentro con Pedro es a principios del ministerio de Jesús. Mientras Jesús caminaba por la orilla del lago de Galilea, vio a dos hermanos, Simón Pedro y Andrés, echar la red al agua. Y los llamó diciendo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. (Mateo 4,19). Inmediatamente abandonaron sus redes y lo siguieron. Un poco después, aprendemos que visitaron la casa en la que estaba la suegra de Pedro, sufriendo de una fiebre la cual fue curada por Jesús. Esta fue la primera curación atestiguada por Pedro, quien presenciará muchos milagros más durante los tres años de ministerio de Jesús, siempre escuchando, observando, preguntando, aprendiendo.
En Busca de su Tumba
La búsqueda de la tumba de Pedro se instituyó en 1939 como resultado del deseo del Papa Pío XI de ser sepultado entre los papas y los príncipes, debajo del altar mayor de San Pedro. La investigación para hallar un sitio adecuado para su tumba en la cripta reveló el suelo de la antigua basílica de San Pedro, construida entre el 326 y el 335 por Constantino, el primer emperador romano que reconociera al cristianismo. La excavación descubrió un estrato de antiguas tumbas, el cementerio pagano de los tiempos romanos. En los cimientos de una antigua pared que está directamente debajo del altar mayor se encontró un grupo de huesos humanos, el esqueleto sin cabeza de una persona de edad avanzada, de sólida estructura y sexo no determinado. La creencia de que puedan ser los huesos de san Pedro se apoya en las contribuciones de la arqueología y la historia.
En tiempo de los romanos, la colina vaticana estaba más allá de los límites de la ciudad, a través del Tíber. La pendiente meridional de la colina, apartada de la vía pública, la Vía Ostiana, se utilizaba como cementerio de ricos y pobres. El terreno plano al sudeste de la vía se incorporó luego a los jardines imperiales, que incluían el circo vaticano. Este fue utilizado por Nerón para la tortura y la matanza de la "vasta multitud" de cristianos, como Tácito los describe. Los cuerpos de estos criminales, extranjeros que habían rehusado honrar el culto imperial, probablemente fueron arrojados al Tíber. Se ha cuestionado que el cuerpo de Pedro haya podido escapar a ese destino. Su preservación requiere la presencia de un simpatizante que poseyera influencia o dinero para sobornar a los ejecutores. Tal simpatizante se habría arriesgado al arresto como adherente a una organización ilegal.
Parece ser que intervino tal persona, porque un siglo más tarde, entre el 160 y el 170 de nuestra era, se erigió un templete (la "aedicula", como luego pasó a llamarse) no en la meseta vaticana sino en el declive de una colina, entre cientos de monumentos sepulcrales que cubren la pendiente. Este puede haber reemplazado a un "trofeo" anterior. Fue visto por un sacerdote llamado Gaio hacia el 200 de nuestra era, quien lo citó como monumento familiar ante sus iguales cristianos, la prueba tangible del martirio de Pedro.
La confirmación de la aseveración de Gaio procede del Líber Pontificales del siglo VI, que le atribuye al Papa "Anacleto" (que probablemente quería decir Aniceto, pontífice entre el 155 y el 165) la construcción de "un monumento recordativo del bendito Pedro. Para continuar el argumento debemos avanzar hasta el reinado del emperador Constantino. Después de su reconocimiento del cristianismo por el Edicto de Milán del 315, Constantino ordenó la construcción de una basílica que debía llevar el nombre de san Pedro, el fundador de la Iglesia de Roma.
Constantino eligió deliberadamente para el sitio de la iglesia y para la posición de su altar la "aedicula", el monumento de Pedro. Al templete se le dio el lugar de honor, como punto focal de la iglesia.
Constantino debió sortear extraordinarios obstáculos para erigir la iglesia en ese punto: la violación de cientos de tumbas de personas cuyos parientes aún vivían y la construcción sobre una pendiente. Eso requería que se erigiera una gran plataforma salediza y el vaciamiento de veinte mil metros cúbicos de 'tierra. ¿Por qué no construyó su iglesia sobre el terreno plano ‑al sur de la vía, el sitio tradicional del martirio de Pedro? A todo costo, la "aedicula" debía ser incorporada al edificio. ¿Se debía ello a la creencia de que ese monumento señalaba la tumba del apóstol?
Constantino elevó la "aedicula" 30 centímetros por encima del nivel del suelo, inmediatamente en frente del ábside, y la recubrió de mármol. Pudo haber servido como altar en el período en que aún no se consideraba necesario un altar separado. Sé cree que la "aedicula" medía 2,70 metros por 1,70. Cubría un enrejado que daba acceso a un hueco vertical que puede haber conducido a la tumba. El monumento se convirtió en objeto de veneración. Se permitía a los peregrinos levantar el enrejado y bajar objetos para que se santificaran por la proximidad con la sagrada reliquia que estaba abajo. A los visitantes privilegiados se les permitía asomar sus cabezas.
Durante los siglos que siguieron a la muerte de Constantino, su basílica fue sometida por razones doctrinales a innumerables alteraciones y agregados. El viejo ábside fue demolido y la moderna basílica se construyó en el siglo XVI. Su piso se elevó 9,9 metros sobre el piso de mosaico de la basílica de Constantino, que por lo tanto se convirtió en la cripta de la nueva iglesia. La "aedicula", que ahora está debajo del nuevo piso, quedó frente a una antigua pared, llamada muro rojo, cerca del extremo de un pasaje en declive llamado "clivus". El espacio de debajo de la "aedicula" pudo haber sido alcanzado por los trabajadores que hacían los cimientos de la nueva iglesia. Se supone que a una profundidad de entre 60 y 80 centímetros los hombres encontraron no el ataúd que esperaban hallar sino un grupo de huesos. Los colocaron en un nicho debajo de los cimientos del muro rojo y construyeron una pared curva para protegerlos de la tierra.
Estas suposiciones se basan en los descubrimientos realizados por los arqueólogos e ingenieros del Vaticano entre 1945 y 1949. Ellos superaron notables dificultades y libraron una batalla constante con las aguas subterráneas, las antiguas corrientes y los desagües con pérdidas, además del riesgo de trastrocar los cimientos de la iglesia, lo que requirió su apuntalamiento con nuevas paredes y pilares. Se arrastraron por espacios angostos entre las apretadas y antiguas tumbas paganas que obstaculizaban su trabajo. Entender cabalmente sus logros y descubrimientos requiere el examen de los muchos diagramas impresos en el informe de las excavaciones. Aquí debemos simplificarlos.
Cuando trabajaban directamente debajo del altar mayor que lleva el nombre del papa Calixto II (1119‑24), en el centro de la antigua "aedicula", los arqueólogos dieron con un hueco en los cimientos del muro rojo, dentro del cual estaba el enigmático grupo de huesos. Es razonable suponer que esos son los huesos de san Pedro, porque se los encontró en el lugar donde la tradición registraba su tumba.
¿Pero por qué se hallaban en tal confusión, arrojados sin mayor ceremonia bajo los cimientos de un muro antiguo y sin la cabeza? La tumba debió ser saqueada. Los ladrones habrían desordenado las santas reliquias. Los godos que saquearon Roma en el 410 y los vándalos que hicieron otro tanto en el 455 han sido absueltos del cargo de sacrilegio, porque ambas razas eran cristianas. Los sarracenos son los reos más probables. Ellos saquearon Roma y entraron en San Pedro en el 846. El Papa reinante, Sergio II, dijo que "invadieron y ocuparon la Iglesia del Bendito Pedro, Príncipe de los Apóstoles, cometiendo iniquidades inenarrables". Prudencio de Troyes afirma en sus Annals que ellos "se llevaron todos los ornamentos y los tesoros, junto con el mismo altar que había sido colocado sobre la tumba de dicho Príncipe de los Apóstoles". Según parece, el papa había desoído el consejo del conde Adalberto, gobernador de. Toscana y Córcega, quien había informado por escrito acerca de la proximidad de la flota sarracena. Aconsejó el retiro de los tesoros de la iglesia y, de ser posible, del cuerpo del apóstol.
Presumiblemente, los sarracenos abrieron la tumba y desordenaron los huesos del apóstol al dejarlos de lado en su búsqueda de tesoros. Las autoridades del Vaticano pueden no haber descubierto la pérdida de las reliquias sagradas, albergadas en las inaccesibles profundidades debajo del altar saqueado. Repararon la abertura del piso y no dijeron nada al respecto. Habría sido muy imprudente admitir que los huesos del apóstol, el mártir de cuya muerte en Roma esa iglesia había derivado tan inmenso prestigio, habían sido saqueados por infieles.
El visitante actual puede descender detrás del altar mayor a la "tomba di San Pietro". Quien lo haga encontrará un estilizado monumento de mármol que recubre el nicho donde se hallaron los famosos huesos.
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