lunes, 10 de marzo de 2008

Pergaminos del Mar Muerto

Los rollos de pergaminos depositados por los Esenios en las cuevas de Qumrân han esperado veinte siglos hasta poder dar testimonio a la humanidad de una verdad conocida por muy pocos. En marzo de 1947 un joven pastor beduino, de quince años, llamado Mohammed Ab-Dib, mientras buscaba unas cabras perdidas, encontró una cueva y por curiosidad tiró adentro una piedra. Al escuchar el ruido de algo que se rompía se asustó y corrió de aquel lugar, pero la curiosidad pudo más que su miedo y regresó con un amigo, con el cual ingresaron a la cueva.
En el interior, encontraron grandes vasijas de barro y fragmentos de cerámicas rotas que cubrían el suelo.
Para investigar el contenido de las vasijas las abrieron, surgiendo del interior fuerte olor que les resultó muy desagradable. Así fue que descubrieron unos paquetes ó bultos, de forma oblonga que eran lo único que se encontraba en el interior de aquellos antiquísimas vasijas.
Estos paquetes se encontraban envueltos en tiras de lino y cubiertos a su vez por una capa impermeable hecha de una materia similar a la cera ó el alquitrán. Al quitar estas envolturas vieron lo que contenían los paquetes: largos rollos de pergaminos escritos con caracteres que comprobaron no eran escritura árabe.
Posteriormente, se comprobó que eran varias las cuevas, las cuales estaban ubicadas en la costa oriental del Mar Muerto, a unos 12 kms. al sur de Jericó, en un acantilado que bordea este mar.
Al parecer, los jóvenes beduinos formaban parte de un grupo dedicado al contrabando de materiales y ganado desde Transjordania a Palestina.
Después de largos rodeos para evitar los aduaneros del puente del Jordán, llegaron a Belén, en donde vendieron el contrabando y mostraron los rollos a distintos mercaderes, pero ninguno estaba dispuesto a pagar el precio exigido por los beduinos ( 20 libras). Por último, uno de ellos que era sirio, creyendo que estaban escritos en siríaco antiguo, envió algunos manuscritos al Metropolitano de la Iglesia Siria Mar Athanasius Yeshue Samuel.
Este descubrimiento, se conoce como “los pergaminos del Mar Muerto” o también “los libros sagrados apócrifos” (1) y aportan una nueva visión sobre los conceptos religiosos del Antiguo Testamento, y en la creencia de que éste fue revelado por Jehová, los expertos dudaron de la autenticidad de dichos documentos que parecían ser muy anteriores a todos los conocidos. La existencia de esta nueva documentación provocó en los especialistas una gran resistencia.
El Metropolitano Samuel consultó con varios investigadores del Departamento de Antigüedades de Transjordania y la Escuela Bíblica, quienes consideraron este descubrimiento con una gran reserva.
Fue así que Samuel (ya muy desanimado) llevó los manuscritos al patriarca sirio de Antioquía, el cual dedujo que aquellos documentos no tendrían más allá de tres siglos de antigüedad.
Después de otros contactos infructuosos, el Metropolitano pudo entrar en comunicación con la Universidad Hebrea, tras un fortuito encuentro con un miembro de ésta que se interesó en el descubrimiento en poder de Samuel.

EL DESCUBRIMIENTO DEL SIGLO
Todos los esfuerzos del Metropolitano Samuel fueron infructuosos hasta febrero de 1948, cuando encontró quien le informara correctamente sobre los rollos.
Exactamente, fue la Escuela Americana de Investigaciones Orientales y su director John C. Trever, quien comenzó a descubrir el verdadero significado, al comparar estos textos con el papiro Nash (pequeño fragmento que se conserva en la biblioteca de la Universidad de Cambridge) que contiene el Shema y los Diez Mandamientos. Este investigador encontró muchas similitudes entre los rollos del Mar Muerto y el papiro Nash; por lo que remitió algunas copias fotográficas al doctor W. F. Albright, investigador que pertenecía en ese momento a la Universidad John Hopkins y era considerado un erudito en asuntos bíblicos y una gran autoridad en el papiro Nash.
Así fue como se confirmó la importancia de este hallazgo; como lo demuestra una carta enviada por Albright al doctor Trever el 15 de marzo de 1948, en la que señala: “... es el descubrimiento más importante hecho en los tiempos modernos. No dudo en absoluto de que la escritura es bastante anterior a la del papiro Nash...”.

OBRAS DISTINTAS CON UN MISMO ORIGEN
Estos manuscritos encontrados en Qumrân corresponden a seis obras distintas:
* El libro de Isaías: Se encontró íntegro en un rollo de cuero y es el mayor extensión (0,32 m. por 7,80 m.). Se encontró en un aceptable estado de conservación.
Está escrito en alfabeto arameo y es uno de los rollos adquiridos por el Metropolitano Samuel.
También se refiere al libro de Isaías otro manuscrito adquirido por el arqueólogo E..L. Subenik pero como se encontraba en muy mal estado solo con fotografía infrarroja se logró descifrar su contenido.
El comentario de Habacuc: Su extensión es de 1,65 m. de largo por 1,80 m. de ancho y su estado es relativamente bueno, a pesar de faltar el principio y el final de las columnas (probablemente roídas por las ratas).
En este documento se habla de tres enigmáticos sacerdotes muy perversos que se cree son Aristóbulo II, Hircano II y Alejandro Janeo, aunque el sentido de este texto está en discusión porque se usa una terminología muy vaga.
El manual de disciplina: Se conserva en dos rollos separados, los cuales unidos hacen una longitud de 1,82 m. y se refiere a las reglas de disciplina de este grupo religioso que fueron los Esenios.
Tiene once columnas con invocaciones y pasajes litúrgicos, jurídicos y morales. Su similitud con rituales cristianos es asombrosa y se supone que son el origen de lo que luego serían los modos cristianos de adoración.
El libro de Lamec: Se lo encontró en un estado de extrema fragilidad ya que las hojas del pergamino se encontraban pegadas entre sí por una sustancia pegajosa exudada durante la descomposición de la piel y por lo tanto impedía desenrollar el manuscrito. La escritura de este texto resultó de difícil lectura, por lo que se utilizaron los rayos infrarrojos para poder descifrar el contenido.
En el año 1956 la Universidad Hebrea publicó cinco columnas revisadas por los profesores Yigael Yadin y Nahman Avigad.
En un principio se creyó que era el apócrifo “Apocalipsis de Lamec” pero al ser estudiado con detenimiento se concluyó que era un comentario del Génesis (en una versión aramea de éste); calculandose su origen de finales del siglo I a.C. o de la primera mitad del siglo I d.C.
El manuscrito de la “Guerra de los Hijos de la Luz contra los Hijos de las Tinieblas”: Es el único de los rollos que se encuentra casi intacto.
Su contenido trata de una guerra entre los “Kittin de Ashur” y los “Kittin de Egipto” (supuestamente los sirios seleúcidas y los seguidores de los Ptolomeos)
No se sabe con certeza si los comentarios de este texto son simbólicos o si efectivamente son el relato de un conflicto.
Himnos de Acción de Gracias: Se encontraba en cuatro pedazos cuando fue adquirido por Sukenik. En ellos se reúnen doce columnas que conforman veintisiete himnos que recuerdan mucho a los “Salmos de Salomón” (incluso se especula con que serían la inspiración de éstos).
Por último, se agregaron en 1952 dos enigmáticos rollos de cobre que se encontraron bastante oxidados en una de las cuevas del Mar Muerto, en un estado de extrema fragilidad.
En primera instancia se creyó que eran tiras que se colocaban en las paredes del templo y que habían sido retiradas apresuradamente antes de ser incendiado este edificio por las tropas romanas en el año 70 d.C. y escondidos en las cuevas, a unos 2 kms. al norte del monasterio.
Sin embargo, el investigador Kuhn al estudiar los rollos pudo descubrir que eran listas de los tesoros del monasterio y ofrecen instrucciones para encontrarlos.
Al parecer, era un tesoro bastante grande que contrasta significativamente con la austeridad de vida de los Esenios. Se llegó a pensar que era el tesoro de Jerusalén (en el cual se destaca el Arca de la Alianza).
John Allegro organizó una expedición para encontrar el fabuloso tesoro y excavó en Khirbel Qumrân a pesar de las criticas de otros investigadores.
Cuando se disponía a excavar bajo la mezquita de Omar, en el lugar donde se encuentra un antiguo templo judío, fue obligado a paralizar sus obras.
Esta mezquita de Omar conserva una piedra significativa que se dice es la que usó Abraham cuando pensaba sacrificar a su hijo Isaac como ofrenda a Dios y es también la roca donde aterrizó Mahoma en su vuelo desde la Meca.
La descripción del tesoro, sumado a los comentarios y enseñanzas que guardan los manuscritos les confieren una importancia y un interés fantástico.
Con seguridad en las tierras de Qumrân siguen todavía enterradas antiguas bibliotecas, que de ser encontradas, harían que rescribiéramos nuestra historia y alteráramos substancialmente nuestros conceptos y nuestras creencias religiosas.

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