Enrique VIII, un personaje que desde lo alto de su trono no se conformó con oponerse a leyes, reglas o preceptos. Él fue aún más allá de todo y enfrentó a grandes figuras desde ministros, gobernantes e incluso hasta a el mismo Papa. Nació en el pequeño poblado de Greenwich, Inglaterra, allá por el año 1491. Rey de Inglaterra de 1509 a 1547, Enrique VIII fue el segundo hijo de Enrique VII y de Isabel de York.
Sucedió a su padre a causa del fallecimiento, en 1502, del primogénito, Arturo, su hermano.
Sucedió a su padre a causa del fallecimiento, en 1502, del primogénito, Arturo, su hermano.
Su primer matrimonio
A los dieciocho años, en el mismo año de su coronación (1509), contrajo matrimonio, principalmente por razones de estado, con Catalina de Aragón, su cuñada (ya que Arturo su hermano había muerto en 1502). Catalina era hija de los Reyes Católicos quienes implementaron la política de los casamientos para afianzar su poder.
A los dieciocho años, en el mismo año de su coronación (1509), contrajo matrimonio, principalmente por razones de estado, con Catalina de Aragón, su cuñada (ya que Arturo su hermano había muerto en 1502). Catalina era hija de los Reyes Católicos quienes implementaron la política de los casamientos para afianzar su poder.
Su política
Enrique basó su política en la confiada alianza con España dirigida contra Francia su tradicional rival.
Desde los inicios de su reinado apoyó al papado frente a la Reforma, e incluso, consta, escribió en 1521 un tratado (Defensa de los siete sacramentos) contra el credo luterano, por lo que se le concedió el título de "Defensor de la fe", pero la cuestión matrimonial (el querer casarse nuevamente, sin que hubiese muerto su legítima esposa) inició su distanciamiento y futuro rompimiento con la Santa Sede y con el Papa.
Ruptura con Roma
A falta de descendencia masculina del enlace con Catalina de Aragón, quiere Enrique romper su vínculo matrimonial; solicita la anulación al Papa, pero éste se opone (no olvidemos que Catalina de Aragón era la tía del Gran Carlos V, emperador de casi toda Europa y gran defensor del Catolicismo). La vida de Enrique VIII empieza a disiparse. Ya no es el de antes y empieza a tener amoríos con quien se le ponga enfrente.
Ante esta falta de descendencia masculina, Enrique VIII decide nombrar duque de Richmond a su hijo ilegítimo Enrique Fitzroy, anteponiendo los derechos de éste a los de su esposa y de su hija, María Tudor (nacida en 1516).
Los problemas comienzan. Catalina es relegada a un segundo término. Piensa pedirle el divorcio. De hecho lo hace. Ella se opone. Luego, Enrique va más allá y le solicita al Papa la anulación. En 1527 inician las negociaciones, aludiendo, o alegando como pretexto, su parentesco. (Recordemos que Catalina era la esposa de Arturo, hermano de Enrique).
Cuando dichas negociaciones fracasan, ante la firme negativa de Clemente VII de otorgarle la anulación, se produce la caída del ministro Wolsey, siendo éste substituido por Thomas Cromwell. Luego, para lograr la sumisión del clero, Enrique VIII convoca al Parlamento (1529-1536) que dicta la anulación de muchos privilegios eclesiásticos.
Catalina, por su parte, había apelado al tribunal pontificio y a la ayuda de su sobrino Carlos V. El papa Clemente VII se había mostrado indeciso y conciliador, pero en 1529 el pontífice prohibió a Enrique VIII contraer nuevo matrimonio, aunque no se pronunció sobre el divorcio.
No obstante, el arzobispo de Canterbury, Thomas Cranmer, declaró nulo el matrimonio (esto el 23 de mayo de 1533) y Catalina terminó sus días recluida en varios castillos, sin renunciar jamás a sus derechos de reina. Por su parte Enrique VIII recibía de parte del propio arzobispo de Canterbury la aprobación para su enlace con Ana Bolena.
En junio de 1533, Ana Bolena fue coronada como la legítima reina de Inglaterra. Con el tiempo, Ana quedó embarazada. Pero el gran sueño del Rey que era tener un hijo varón fue defraudado cuando nació su hija a la que llamaron Isabel. Esta niña fue posteriormente la Gran Isabel I, reina de Inglaterra y única heredera de Enrique VIII. En enero de 1536, Ana dio a luz a un niño muerto el mismo día en que Catalina de Aragón falleció. Esta circunstancia unida al mal carácter de Ana y a que el Rey ya se había encaprichado con Jane Symour, dama de honor de Ana, hicieron que la reina perdiera el favor de Enrique. Acusada de traición y de adulterios. Fue condenada a muerte y decapitada en la Torre de Londres a las 9 de la mañana del 19 de mayo de 1536.
¿Cual fue la causa de su muerte, antes incluso de que se cumplieran los tres años de su boda?
Sin duda, los celos. Fue acusada de cometer adulterio con numerosos personajes, que pagaron con la tortura y la vida hasta la más mínima proximidad a la reina. Tantas acusaciones hicieron pensar a los historiadores que todo fue un pretexto del rey para casarse, semanas después, con una nueva dama. Sin embargo, los últimos estudios acaban de descubrir que la reina estaba embarazada cuando fue ejecutada y que su condena se debió a una conspiración urdida por Thomas Cromwell, que hizo creer a Enrique VIII que el hijo no era suyo.
Antecedentes de amoríos con las dama de la flia Bolena
La historia de Enrique VIII y de la familia Bolena había comenzado muchos años antes. Entre las jóvenes damas que en abril de 1514 acompañaron a María Tudor ‑hermana de Enrique VIII‑ en su viaje a Francia para casarse con el rey galo Luis XII, figuraban María y Ana, hijas de Thomas Bolena e Isabel Howard, cuyo padre era el influyente duque de Norfolk. Por entonces, María tenía 17 años y Ana era una niña. En aquella deslumbrante corte francesa, María, joven atractiva, destacó por su carácter alegre, expansivo, coqueto y su afición "por intimar con los hombres" y parece que su hermana menor, Ana, "una graciosa, perspicaz e inteligente chiquilla", no le iba a la zaga.
Enrique VIII, el lujurioso
Posteriormente, con motivo de la célebre reunión entre Enrique VIII y Francisco I de Francia, llamada del "Campo del Paño de Oro", celebrada en 1520, ambas hermanas retornaron a la corte gala y se supone que fue entonces cuando Enrique comenzó su "relación" con María Bolena, que duró hasta 1523, año en el que esta amante del rey fue casada con Sir William Carey. Pero las relaciones de Enrique con los Bolena aún eran anteriores: uno de los historiadores del período Tudor, J. D. Mackie, asegura que Isabel Howard, la madre de María y Ana, ya había sido amante de un muy joven Enrique VIII. Las relaciones de Ana Bolena con Enrique VIII son más tardías. A comienzos de los años veinte del siglo XVI, Ana se trasladó a Flandes para entrar al servicio de Margarita de Austria ‑cuñada de la reina Catalina de Inglaterra, tutora hasta hacía poco del futuro Carlos V y, a la sazón, Gobernadora de los Países Bajos, donde permaneció hasta el año 1525. Cuando se instaló de nuevo en Londres, Enrique VIII, que ya la conocía de vista, inició su trato con ella en alguna de las fiestas organizadas por el cardenal Thomas Wolsey, lord canciller del reino.
Meses después, como el joven lord Henry Percy, hijo del duque de Northumberland, pretendiera la mano de Ana, fue oficialmente reprendido porque, según Wolsey, "esa grata doncella había sido destinada por su Majestad a otra importante persona".
Entre tanto, los encuentros entre Ana y el rey eran frecuentes y la familia Bolena progresaba: sir Thomas, el padre de Ana, recibió el título de lord Rochford, un puesto en la Cámara de los Lores y fue nombrado par del reino. Pero en la primavera de 1526, por recomendación de su padre, Ana se retiró a la propiedad familiar en el condado de Kent. Allí fue vanamente cortejada por su primo y poeta Thomas Wyat.
De esta época datan 17 cartas de Enrique VIII, conservadas en los archivos del Vaticano, en una de las cuales escribe a su amada: "Todo mi corazón, mi alma y mi ser te pertenecen y te espero anhelante el día en el que seáis mi cuerpo, lo que diariamente ruego a Dios me conceda". Y tras firmar: "Enrique, que no desea sino ser vuestro", agrega la posdata: "Indicadme algún lugar en el que pueda recibir vuestra respuesta de palabra y yo acudiré con todo mi corazón y con toda mi fuerza".
Así sucedió: en el castillo de los Bolena, en la placentera campiña del condado de Kent, Enrique y Ana confirmaron su relación.
Pero la inteligente Ana no deseaba seguir el ejemplo de las anteriores amantes del rey ‑incluyendo a su hermana María y, probablemente, su madre‑ que en un momento dado fueron abandonadas o casadas "rutinariamente". Ana coqueteaba, se dejaba querer por Enrique, pero parece que no convivió con él hasta pasado un cierto tiempo y estar "más o menos segura" de una promesa de matrimonio. La reina Catalina ‑la hija de los Reyes Católicos‑ pasaba por alto los amoríos y las traiciones del rey; había aprendido a aceptarlos con serenidad. Para ella, en un principio, Ana Bolena era una amante más de su libertino marido.
Problema de Estado
Sin embargo, un asunto que con prioridad preocupaba a Enrique VIII era el de su sucesión en el trono. En 1526, la reina Catalina había cumplido los 41 años y se confirmó que no tendría más descendencia. De sus siete alumbramientos, solamente había sobrevivido María, una niña dócil de diez años, cuyo futuro no ofrecía sólidas garantías y, para evitar contiendas civiles, los consejeros del rey exigían un varón como heredero. Pero fue Wolsey quien, preocupado por el poderío que de Carlos V (sobrino de su esposa), apoyó la idea de prescindir de la reina Catalina para unirle a una princesa francesa y reforzar así una alianza franco‑inglesa.
En mayo de 1527, Wolsey, actuando como arzobispo de Canterbury, intentó celebrar un juicio al que fueron convocados Catalina y Enrique y en el que trató de establecer que su matrimonio era nulo porque la dispensa del papa julio II de 1503, que declaró la virginidad de Catalina tras sus cinco meses de vida marital con el príncipe Arturo, de 15 años de edad, no era válida.
Pero Catalina, que hasta su muerte sostuvo que no había consumado su primer matrimonio con el hermano mayor de Enrique VIII, se negó a asistir al juicio y las protestas del embajador español determinaron que la decisión se tomara en otro tribunal, compuesto por "los más sabios obispos de Inglaterra".
Finalmente, el caso llegó a Roma. Clemente VII decidió que el cardenal Campeggio se desplazara a Londres para dictar sentencia en el pleito matrimonial. Pero el 7 de mayo de 1527, Roma, que había desafiado a Carlos V, fue asaltada y saqueada por los ejércitos imperiales y el Papa, encerrado en su castillo de Sant'Angelo, difícilmente podía recomendar una sentencia contraria a la voluntad de Catalina, la tía del Emperador.
Debido a esta difícil situación todas las artimañas de Wolsey fracasaron y Enrique VIII, lo expulso de su corte.
En 1529, el rey y Ana Bolena se alojaron en el palacio de Greenwich y aparecían juntos en fiestas y celebraciones, mientras "La buena reina Catalina" soportaba con entereza las ausencias del rey. Sin embargo, debido a la falta de popularidad de Ana Bolena, Enrique VIII fingía congraciarse con su esposa ‑siempre querida por su pueblo‑ y en varias ocasiones llegó a compartir mesa y amante con ella. Al fin, el 14 de julio de 1531, Enrique, sin despedirse de ella, la abandonó para no volver a verla más.
Los siguientes pasos de Enrique VIII en su litigio con Roma fueron imponer una multa de 100.000 libras al clero "por haber aceptado las órdenes de una nación extranjera" (Roma) y en 1532 suspendió la contribución anual a la Santa Sede, que suponía un tercio de las rentas de los obispados ingleses. La respuesta de Roma fue amenazar al monarca inglés con la excomunión y, si osaba casarse con Ana Bolena dejar "vacante" el trono de Inglaterra.
Pero Enrique VIII tenía prisa. Ana estaba embarazada y el heredero esperado debía nacer de un matrimonio legítimo. En su ayuda acudió Thomas Cranmer (sustituto de wosley), que aprovechando la indecisión de Roma les casó el 25 de enero de 1533, en una ceremonia privada. El 23 de mayo, un tribunal compuesto por los "primeros jueces y obispos del reino" promulgó que el matrimonio de Catalina y Enrique era nulo y el 1 de junio Ana Bolena fue solemnemente coronada en la abadía de Westminster. Poco después, el Parlamento de 1534 aprobó el decreto de supremacía por el que el rey de Inglaterra y sus sucesores se constituían en jefes supremos de la Iglesia de Inglaterra. Todo aquel que osara dudar de esa supremacía podía ser condenado a muerte por crimen de alta traición. La ruptura con Roma era total.
Pero Catalina, que hasta su muerte sostuvo que no había consumado su primer matrimonio con el hermano mayor de Enrique VIII, se negó a asistir al juicio y las protestas del embajador español determinaron que la decisión se tomara en otro tribunal, compuesto por "los más sabios obispos de Inglaterra".
Finalmente, el caso llegó a Roma. Clemente VII decidió que el cardenal Campeggio se desplazara a Londres para dictar sentencia en el pleito matrimonial. Pero el 7 de mayo de 1527, Roma, que había desafiado a Carlos V, fue asaltada y saqueada por los ejércitos imperiales y el Papa, encerrado en su castillo de Sant'Angelo, difícilmente podía recomendar una sentencia contraria a la voluntad de Catalina, la tía del Emperador.
Debido a esta difícil situación todas las artimañas de Wolsey fracasaron y Enrique VIII, lo expulso de su corte.
En 1529, el rey y Ana Bolena se alojaron en el palacio de Greenwich y aparecían juntos en fiestas y celebraciones, mientras "La buena reina Catalina" soportaba con entereza las ausencias del rey. Sin embargo, debido a la falta de popularidad de Ana Bolena, Enrique VIII fingía congraciarse con su esposa ‑siempre querida por su pueblo‑ y en varias ocasiones llegó a compartir mesa y amante con ella. Al fin, el 14 de julio de 1531, Enrique, sin despedirse de ella, la abandonó para no volver a verla más.
Los siguientes pasos de Enrique VIII en su litigio con Roma fueron imponer una multa de 100.000 libras al clero "por haber aceptado las órdenes de una nación extranjera" (Roma) y en 1532 suspendió la contribución anual a la Santa Sede, que suponía un tercio de las rentas de los obispados ingleses. La respuesta de Roma fue amenazar al monarca inglés con la excomunión y, si osaba casarse con Ana Bolena dejar "vacante" el trono de Inglaterra.
Pero Enrique VIII tenía prisa. Ana estaba embarazada y el heredero esperado debía nacer de un matrimonio legítimo. En su ayuda acudió Thomas Cranmer (sustituto de wosley), que aprovechando la indecisión de Roma les casó el 25 de enero de 1533, en una ceremonia privada. El 23 de mayo, un tribunal compuesto por los "primeros jueces y obispos del reino" promulgó que el matrimonio de Catalina y Enrique era nulo y el 1 de junio Ana Bolena fue solemnemente coronada en la abadía de Westminster. Poco después, el Parlamento de 1534 aprobó el decreto de supremacía por el que el rey de Inglaterra y sus sucesores se constituían en jefes supremos de la Iglesia de Inglaterra. Todo aquel que osara dudar de esa supremacía podía ser condenado a muerte por crimen de alta traición. La ruptura con Roma era total.
El 23 de marzo de 1534, Roma promulgó la esperada sentencia por la que declaraba válido el matrimonio entre Catalina de Aragón y Enrique VIII, pero llegaba demasiado tarde, cuando el Parlamento había aprobado múltiples leyes en su contra y el rey, por medio del soborno o la fuerza, controlaba todos los resortes del poder. Sin embargo, Enrique VIII, que pretendía conservar el dogma católico, era opuesto a la doctrina luterana, que consideraba "hereje y negativa", tendencia que sí favorecía su consejero y Lord del Sello, Thomas Cromwell, lo que con el tiempo le costaría la vida.
En desgracia
En septiembre de 1533, Ana Bolena dio a luz una niña ‑la futura Isabel de Inglaterra‑ que fue recibida por su padre con decepción. Ana tampoco le traía el ansiado varón y, como su pasión por ella se enfriaba, Enrique empezó a pensar cómo sustituirla. Además, la reina Ana, mal aceptaba por el pueblo inglés ‑era conocida como " la ramera del rey"‑ le restaba popularidad. Posiblemente fue en estos años cuando el rey contrajo la sífilis, enfermedad por entonces casi desconocida, "recién traída de América", que marcó una pauta decisiva en su vida. Deformó su figura y su carácter se hizo más despiadado, excitado y duro.
A fines de 1535, Enrique VIII descubrió en la corte a una muchacha, Jane Seymour, de 25 años, que había sido dama de honor de la reina Catalina. No obstante, ante la noticia de un próximo alumbramiento de Ana Bolena, el romance se suspendió. Todo quedo, sin embargo, en un aborto más. Si el fuego amoroso del rey por Ana ya se había apagado, políticamente, comenzaba a ser un problema tanto interior, por su impopularidad, como exterior: en enero de 1536, falleció la reina Catalina en su destierro de Kimbolton, circunstancia que redujo un tanto el antagonismo entre el Imperio e Inglaterra y, dado que el gremio de comerciantes de Londres deseaba mejorar sus relaciones con Flandes ‑posesión del Imperio español‑ se inició un acercamiento al emperador Carlos V que era estorbado por la camarilla de Ana Bolena, de tendencia luterana... Los días de Ana Bolena estaban contados.
A principios de mayo de 1536, Mark Smeaton, un músico que con frecuencia había actuado ante los monarcas, fue acusado de ser el amante de la reina Ana. El desgraciado Smeaton, sometido a tortura, confesó su "presunto" delito y aquella confesión llevó a la muerte a Ana Bolena, a su primo Hany Norris, a los caballeros William Weston y Richard Boreton y al hermano de Ana, lord Rochford, este último fue denunciado por su propia esposa ‑amante de Cranmer‑ murió decapitado por "incesto con su hermana Ana" el 12 de mayo. El delito se basaba en el hecho de haber estado, en una ocasión, más de una hora en el cuarto de su hermana la reina".
Sorprendentemente, el 17 de mayo, un tribunal presidido por Cranmer, que previamente se había entrevistado con Ana en la Torre de Londres, declaró que su matrimonio con Enrique VIII era nulo, aunque no dio explicación alguna. Teniendo en cuenta que había sido Cranmer quien había apoyado con mayor empeño el divorcio de Catalina, después había respaldado las relaciones entre la Bolena y el rey y hacía menos de tres años que les había casado, esa nulidad resulta incongruente. Cranmer, asediado por las lógicas preguntas, solamente respondió que en aquella última entrevista Ana Bolena le había comunicado algo que no podía hacerse público y era "un indescriptible horror".
Incógnitas escabrosas
Muchos historiadores siguen haciéndose cábalas acerca de esa inexplicable nulidad de matrimonio. Era absurdo e ilógico condenar y ejecutar por adulterio a una mujer que, según esa sentencia, nunca había estado casada.
El historiador Alison Plowden supone que el padre de Isabel ‑la futura gran reina de Inglaterra‑ podría haber sido Harry Norris y no Enrique VIII. Y otros, más osados, como Felix Grayeff, han llegado a sugerir que "la madre de Ana Bolena (Isabel Howard) había sido amante de un muy joven Enrique VIII y ella misma era fruto de aquella relación".
Y hay quien afirma, a pesar de las múltiples veces que Ana Bolena aseveró haber sido fiel al rey, que antes de ser decapitada se descubrió que estaba encinta y no, precisamente, de Enrique VIII. Quizá debido a esas incertidumbres se deba que sigamos ignorando la fecha exacta del nacimiento de Ana Bolena, que según diferentes fuentes oscila entre 1501 y 1507, y conozcamos tan deficientemente su infancia y adolescencia.
Ana Bolena, tras un apresurado juicio, cuyo tribunal estaba presidido por su tío, el duque de Norfolk, y en el que como miembro del jurado se encontraba su propio padre, fue sentenciada a muerte y decapitada el 19 de mayo de 1536. Según documentos de la época, Ana Bolena "no era la mujer más bella del mundo. De estatura mediana, piel morena, pechos reducidos, nariz pronunciada y ojos grandes, negros, bellos y expresivos. Adornaba con joyas su larga melena de pelo negro y sabía sacar el máximo partido de sus atractivos. Del extremo de uno de los dedos de su mano izquierda sobresalía la punta de un sexto dedo que ella siempre trataba de ocultar".
Según Alison Weir: "Ana Bolena recibió la muerte con tal dignidad y valor que hasta Cromwell quedó impresionado: fue ejecutada con espada en Tower Green a las 9,00 de la mañana del viernes 19 de mayo y fue enterrada por la tarde en la capilla de St. Peter ad Vincula, dentro de la Torre de Londres. Richmond y su amigo Surrey se encontraban entre la multitud que presenció la ejecución. Los gastos de la casa real de ese día son los más bajos de todo el año, lo que sugiere que el rey pasó el día encerrado. El domingo siguiente, día de la Ascensión, hizo el gesto de llevar luto blanco."
El Dictionary of National Biography no la hace ningún favor, pues dice que Ana Bolena "fue tan arrogante y despótica en sus días de prosperidad que al ser ejecutada nadie la compadeció". De hecho, a los diez días de su ejecución, Enrique VIII se casó con Jane Seymour.
La teoría del embarazo
En la obra Henry VIII. Rey y Corte editado en el mes de junio de 2001, la historiadora británica Alison Weir sostiene que Ana Bolena fue víctima de una conspiración urdida por el consejero del Rey Cromwell. Al saber que estaba embarazada de nuevo, Cromwell consideró que era un obstáculo para un acercamiento entre Enrique VIII y el emperador Carlos V tras la muerte de Catalina de Aragón. Cromwell consideraba que este acercamiento era necesario para Inglaterra. Además, la recuperación del favor del rey por parte de Ana Bolena representaba un peligro para su propia carrera y quizás para su cabeza, ya que había actuado de complice de Enrique VIII con Jane Seymour durante un enfriamiento de las relaciones entre los esposos.
Que Ana Bolena estaba embarazada desde finales de febrero de 1534 lo prueba, según Weir, una carta enviada en abril por Enrique VIII a sus embajadores en Roma y París, en la que escribía "parece que Dios nos va a enviar un heredero varón".
Fue entonces cuando Cromwell, de acuerdo con esta tesis, decidió que Ana Bolena debía ser eliminada, y así se lo dijo el 6 de junio, cuando la reina ya había sido ejecutada, al embajador español Chapuys, según la documentación empleada por la investigadora procedente de los Calendarios del Estado Papal.
En mayo, el destino de Ana Bolena quedó enredado en la trama de Cromwell, que convenció al rey de que su mujer era una adúltera y estaba embarazada de otro. Así lo explica Weir:
"Está claro que la pérdida de favor de Ana fue súbita. El 30 de abril, mientras la reina contemplaba una pelea de perros en Greenwich Park, Cromwell puso ante el rey pruebas sorprendentes y aparentemente incontestables de que había seducido a Smeaton y a otros miembros de su Consejo Privado, incluido su propio hermano. Aún más, había tramado un regicidio con la intención de casarse con uno de sus amantes y gobernar como regente para el hijo que llevaba en su seno. Las pruebas eran lo suficientemente sólidas y convincentes como para arrojar dudas sobre la paternidad del bebé y para alejarla más del rey. Con devastadora claridad, Enrique VIII veía que durante mucho tiempo había estado criando una víbora en su seno: no sólo le había engañado y humillado, sino que ‑lo que era más grave‑ había puesto en peligro la sucesión y había cometido la peor clase de traición al tramar la muerte del rey.
La mayoría de los historiadores contemporáneos cree que Ana no era culpable de ninguna de las 22 acusaciones de adulterio que se presentaron en su contra; de once se puede demostrar que eran falsas. Es muy poco probable que hubiese conspirado para asesinar al rey, que era su principal protector y fuente de poder. Las circunstancias de su caída sugieren que le tendieron una trampa; en la víspera de su muerte, la propia Ana juró por el sagrado sacramento que era inocente. Sin embargo, su reputación, su naturaleza frívola, su disfrute de la compañía masculina y su indulgencia con el galanteo y los juegos del amor cortés hicieron que las acusaciones en su contra fueran verosímiles. No sólo el rey, sino mucha más gente de la corte y el mismo pueblo la creyó culpable.
Ana estaba condenada. En un funcionamiento normal de la justicia, su embarazo la habría salvado de la pena de muerte, o al menos la hubiera retrasado, pero no se podía permitir que viviera ese vástago, ya que el rey no se atrevería atener una sucesión cuestionable. Tampoco se le podía ver como a un monarca que condenaba a muerte a un bebé inocente, que es quizás la razón por la que varios documentos del proceso de Ana se destruyeron. No se vuelve a hacer mención de su embarazo y es quizás significativo que no sufriera una revisión por parte de un grupo de matronas antes de su ejecución, como era lo habitual. La propia Ana nunca mencionó su estado mientras se encontraba en la Torre de Londres, pero tampoco habló de su hija Isabel. En ambos casos debió haberse dado cuenta de que hacerlo era inútil, ya que Enrique había endurecido su corazón contra ella.
Cromwell logró la mayor parte de sus pruebas interrogando a los miembros del entorno de Ana, en concreto a las damas de su Consejo Privado que, aseguró, estaban tan horrorizadas por sus crímenes que no podían ocultarlos. Lo que descubrió fue definido en el juicio como "lascivo y subido de tono" y sólo han sobrevivido fragmentos, pero son suficientes para comprender que todo el tejido de acusaciones contra Ana se construyó a base de insinuaciones e inferencias. Fue bastante, sin embargo, para convencer a un hombre tan extremadamente suspicaz como el rey".
De los acusados de adulterio con Ana Bolena, el de origen más modesto era el músico Mark Smeaton, de quien los testigos registraron una conversación con la reina, en la que sugería que estaba enamorado "Smeaton fue llevado a la Torre de Londres en la mañana del 1 de mayo. Allí, probablemente bajo tortura, confesó haber cometido adulterio con la reina en tres ocasiones, en la primavera de 1535.
Fue entonces cuando Cromwell, de acuerdo con esta tesis, decidió que Ana Bolena debía ser eliminada, y así se lo dijo el 6 de junio, cuando la reina ya había sido ejecutada, al embajador español Chapuys, según la documentación empleada por la investigadora procedente de los Calendarios del Estado Papal.
En mayo, el destino de Ana Bolena quedó enredado en la trama de Cromwell, que convenció al rey de que su mujer era una adúltera y estaba embarazada de otro. Así lo explica Weir:
"Está claro que la pérdida de favor de Ana fue súbita. El 30 de abril, mientras la reina contemplaba una pelea de perros en Greenwich Park, Cromwell puso ante el rey pruebas sorprendentes y aparentemente incontestables de que había seducido a Smeaton y a otros miembros de su Consejo Privado, incluido su propio hermano. Aún más, había tramado un regicidio con la intención de casarse con uno de sus amantes y gobernar como regente para el hijo que llevaba en su seno. Las pruebas eran lo suficientemente sólidas y convincentes como para arrojar dudas sobre la paternidad del bebé y para alejarla más del rey. Con devastadora claridad, Enrique VIII veía que durante mucho tiempo había estado criando una víbora en su seno: no sólo le había engañado y humillado, sino que ‑lo que era más grave‑ había puesto en peligro la sucesión y había cometido la peor clase de traición al tramar la muerte del rey.
La mayoría de los historiadores contemporáneos cree que Ana no era culpable de ninguna de las 22 acusaciones de adulterio que se presentaron en su contra; de once se puede demostrar que eran falsas. Es muy poco probable que hubiese conspirado para asesinar al rey, que era su principal protector y fuente de poder. Las circunstancias de su caída sugieren que le tendieron una trampa; en la víspera de su muerte, la propia Ana juró por el sagrado sacramento que era inocente. Sin embargo, su reputación, su naturaleza frívola, su disfrute de la compañía masculina y su indulgencia con el galanteo y los juegos del amor cortés hicieron que las acusaciones en su contra fueran verosímiles. No sólo el rey, sino mucha más gente de la corte y el mismo pueblo la creyó culpable.
Ana estaba condenada. En un funcionamiento normal de la justicia, su embarazo la habría salvado de la pena de muerte, o al menos la hubiera retrasado, pero no se podía permitir que viviera ese vástago, ya que el rey no se atrevería atener una sucesión cuestionable. Tampoco se le podía ver como a un monarca que condenaba a muerte a un bebé inocente, que es quizás la razón por la que varios documentos del proceso de Ana se destruyeron. No se vuelve a hacer mención de su embarazo y es quizás significativo que no sufriera una revisión por parte de un grupo de matronas antes de su ejecución, como era lo habitual. La propia Ana nunca mencionó su estado mientras se encontraba en la Torre de Londres, pero tampoco habló de su hija Isabel. En ambos casos debió haberse dado cuenta de que hacerlo era inútil, ya que Enrique había endurecido su corazón contra ella.
Cromwell logró la mayor parte de sus pruebas interrogando a los miembros del entorno de Ana, en concreto a las damas de su Consejo Privado que, aseguró, estaban tan horrorizadas por sus crímenes que no podían ocultarlos. Lo que descubrió fue definido en el juicio como "lascivo y subido de tono" y sólo han sobrevivido fragmentos, pero son suficientes para comprender que todo el tejido de acusaciones contra Ana se construyó a base de insinuaciones e inferencias. Fue bastante, sin embargo, para convencer a un hombre tan extremadamente suspicaz como el rey".
De los acusados de adulterio con Ana Bolena, el de origen más modesto era el músico Mark Smeaton, de quien los testigos registraron una conversación con la reina, en la que sugería que estaba enamorado "Smeaton fue llevado a la Torre de Londres en la mañana del 1 de mayo. Allí, probablemente bajo tortura, confesó haber cometido adulterio con la reina en tres ocasiones, en la primavera de 1535.
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