miércoles, 26 de noviembre de 2008

Fantasmas sin alma

Si los fantasmas son los espíritus de los muertos, como muchos creen, ¿Cómo podemos justificar las apariciones «inanimadas» como las de animales u objetos?

La confluencia de St. Mark Road y Cambridge Gardens en Kensington, Londres, se hizo famosa en los años 30 a causa del misterioso autobús de dos pisos, como el que aparece en la fotografía, que viajaba a gran velocidad en esa zona a media noche; cuando ya no había transporte público.

Durante los años treinta se decía que un autobús londinense rojo de dos pisos hostigaba a los motoristas en la zona de North Kensington a última hora de la noche. Durante mucho tiempo la confluencia de St. Mark Road y Cambridge Gardens ha sido considerada como una esquina peligrosa; de hecho, la curva era «ciega» para ambas carreteras y había originado numerosos accidentes.

La decisión de la autoridad local de arreglar la curva se vio parcialmente influida por el testimonio de motoristas de última hora de la noche, quienes decían que se habían estrellado mientras regateaban para evitar un autobús de dos pisos que bajaba precipitadamente por St Mark Road a esas horas bastante tardías en que las líneas regulares ya no prestaban su servicio...
Un informe típico de la policía de Kensington rezaba: «Giraba la esquina cuando vi un autobús lanzado hacia mí. Llevaba dadas todas las luces del piso de arriba y de abajo, así como los faros, pero no pude ver a nadie, ni empleados ni pasajeros. Tiré del manillar con fuerza y subí a la acera, rascándome con el muro de la carretera. El autobús desapareció.»

Después de un accidente mortal, durante el que un conductor dio un viraje y golpeó contra el muro, un testigo contó al juez que llevaba la investigación que también él había visto al misterioso autobús precipitándose contra el coche segundos antes de que el conductor se saliera de la carretera. Cuando el juez expresó el natural escepticismo, decenas de residentes locales escribieron a su oficina y también a los periódicos locales ofreciéndose a testificar que también habían visto al «autobús fantasma». Entre las declaraciones más impresionantes se encuentra la de un empleado local de transportes quien declaró haber visto al vehículo en la estación de autobús a primeras horas de la mañana, con el motor en marcha, y que luego había desaparecido.

El misterio nunca se resolvió; pero es quizás significativo que el autobús «fantasma» no fuera visto después de que desapareció el peligro de la esquina con la curva pronunciada. Incluso se sugirió que la visión había sido «proyectada» en el lugar para dramatizar el peligro inherente de la intersección. Pero si era así; ¿quién lo había hecho? Y si, como se sugirió, todo esto tuvo lugar en las mentes de los mismos motoristas -una especie de proyección natural de sus temores ante la esquina- ¿cómo se las arreglaron para sobreimponerse sobre la visión de los peatones, por no mencionar el empleado de la estación de autobuses que lo vio desde un ángulo completamente diferente?

El autobús «fantasma» de Kensington epitomiza un problema que, durante siglos, han encarado aquellos que creen que los fantasmas son espíritus que vuelven. ¿Si un fantasma es el «alma» de una persona muerta que vuelve a la tierra, cómo podemos entender el fantasma de un autobús y por supuesto el de sus antecesores, los coches de caballos fantasmas, que tanto reflejan las narraciones populares?

Llegados a eso, ¿por qué los espíritus que vuelven no aparecen desnudos, ya que con muy pocas excepciones registradas no es así en ningún caso?

El folklore «fantasmal» está repleto de historias de todo tipo de objetos inanimados, desde el acordeón-fantasma atribuido al espiritista del siglo XIX, D. D. Home, hasta la daga de Macbeth.

La leyenda de este barco fantasma fue relatada por el político y escritor norteamericano doctor Cotton Mather en su libro Wonders of the Invisible World (Maravillas del mundo invisible, 1702). El barco zarpó de América, pero no llegó nunca a su destino en Inglaterra, y no se volvió a saber nunca nada de él. Sin embargo, unos meses después algunas personas vieron en el puerto desde donde zarpó lo que podía ser el barco envuelto en nubes; luego zozobró y desapareció.

Una de las historias más convincentes sobre apariciones «sin alma» está compilada en el diario de la Torre de Londres -lugar saturado de fantasmas según la creencia popular-. El protagonista de la historia fue Edmund Lenthal Swifte. En 1814 tenía el cargo de Guardián de las Joyas de la Corona, cargo que ocupó hasta 1842 -o sea, 28 años-. Él mismo cuenta lo que vio un domingo por la tarde en octubre de 1817: «Mi familia y yo estábamos cenando en el edificio donde se guardan las joyas de la corona, lugar que parece haber sido la «lúgubre prisión» de Ana Bolena y de los diez obispos que allí fueron acomodados piadosamente por Oliver Cromwell. Todas las puertas estaban cerradas, las cortinas, pesadas y oscuras, estaban echadas, y la única luz que había en la estancia era la que emanaba de dos cirios colocados sobre la mesa. Yo estaba sentado en la cabecera de la mesa, mi hijo a mi derecha, mi mujer junto a la chimenea y su hermana enfrente de ella. Estaba ofreciendo vino y agua a mi mujer, cuando ésta, al alzar el vaso, paró el movimiento y exclamó: ¡Dios mío! ¿qué es esto?.»

«Miré hacia arriba y vi un cilindro, como un tubo de vidrio casi del grosor de un brazo, que revoloteaba entre el techo y la mesa; su consistencia parecía ser un denso líquido, blanco y azulado... girando incesantemente dentro del cilindo. Duró aproximadamente dos minutos, entonces empezó a moverse delante de mi cuñada y, resiguiendo el borde de la mesa, pasó por delante de mí y de mi hijo. A continuación siguió por detrás de mi mujer y permaneció brevemente sobre su hombro derecho (téngase en cuenta que no había ningún espejo en la parte opuesta que le permitiera ver qué estaba pasando). De repente, mi mujer se agachó, con las manos en el hombro, y gritó: ¡Dios, me está cogiendo!.»

«Incluso ahora siento el terror que sentí entonces. Salté de la silla y golpeé la aparición, golpe que fue a parar en el revestimiento de madera situado detrás de ella. Entonces, la «cosa» cruzó el borde de la mesa y desapareció por la ventana.»

No volvió a verse tan extraña manifestación; pero, algunos años más tarde, ocurrió un suceso que confirmó trágicamente la explicación de Swifte: un soldado murió literalmente de miedo en la Torre de Londres.

El soldado estaba de centinela frente al edificio donde se guardan las joyas de la corona, cuando, cerca de medianoche, oyó un sonido gutural detrás de él. Al girarse vio un gran oso negro de pie sobre sus patas traseras, con los dientes hacia fuera y los ojos rojos de rabia, que se abalanzaba sobre él. El soldado lanzó su bayoneta contra el cuerpo del animal, pero el arma pasó sin herirlo y el animal desapareció. Una patrulla encontró unos cuantos minutos después al soldado desmayado; la bayoneta estaba clavada en la sólida madera de la puerta. El soldado, todavía sin sentido, fue trasladado al cuerpo de guardia donde un médico afirmó que no estaba ni borracho ni dormido. Repitió una y otra vez su extraña historia, hasta que tres días después murió.

Durante aproximadamente 300 años, hasta mediados del siglo XVII, en la Torre había habido un zoológico real, y entre los animales que allí se cuidaron había numerosos osos. A pesar de que no existan referencias de la autopsia del soldado, el hecho de que muriese tres días después de aquella experiencia podría indicar que estaba enfermo sin saberlo, y que la aparición fue una alucinación causada por su propia enfermedad. Por otra parte, los fantasmas de animales tienen más sentido como «espíritus que regresan» que sus equivalentes humanos, por la sencilla razón que ya hemos apuntado antes: por lo menos ellos «aparecen» exactamente con el mismo aspecto que tenían en vida. El hecho de que el hombre haya perdido muchos de sus instintos «primitivos» mientras que los animales todavía los conservan podría también tener una relación con el papel paranormal de aquellos.

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