En Carmona (Sevilla) existe un convento que en su día estuvo habitado por monjes carmelitas. Ellos se dedicaban a sus actividades de carácter espiritual, pues aquello era un noviciado, a la vez que tenían que conseguirse el sustento cultivando un huerto, criando animales y mendigando limosna y comida por las calles de la localidad y por las fincas y huertas privadas que se encontraban en las cercanías de la construcción, pues ésta se hallaba fuera del pueblo, elevada sobre un pequeño cerro.
A ese edificio acudían a escuchar misa los domingos muchas familias que vivían en las proximidades dedicadas al cultivo de sus huertas y campos. Eran muchas, ciertamente, pues también existía cercano al convento un pequeño colegio donde se impartían las clases diarias, pues los 3 kilómetros que distaban del pueblo era más fácil que fuesen recorridos por el profesor que por una larga fila de niños.
Los frailes siempre se quejaban del poco agua que había, que no permitía el buen riego de sus verduras y hortalizas, lo que ayudaba a que la cosecha no fuese demasiado fructífera. Aquí es interesante hacer un inciso. Es incomprensible esta carencia de agua puesto que en las cercanías del convento está constatada la existencia de una abundante vena de agua que es conducida a través de una galería excavada hace cientos de años (quizás miles, si su origen es romano) por los habitantes de la zona. Aunque desconozco el inicio de esta obra sí conozco su salida al exterior, que está situada a más de 10 kilómetros de donde se encuentra el convento. Es tal su antigüedad que pueden verse formaciones calcáreas de varios centímetros en sus paredes. Sin embargo, a pesar de la existencia de un pozo, los monjes decían sufrir su escasez.
La situación económica que se estaba padeciendo en España tras la Guerra Civil ocurrida en 1936 obligaba a los monjes a realizar algo que me llevó a pensar que bien hubiera causado un verdadero conflicto en las almas de alguno de aquellos sufridos hermanos, pues se veían obligados a salir por las noches y volver con sus ropas rasgadas por las dentelladas de los perros guardianes de las huertas cercanas, que eran saqueadas por estos penitentes para poder sobrevivir.
¿Un monje robando, violando uno de los mandamientos importantes de su religión? Estoy seguro que a alguno de ellos le produjo una verdadera desazón el tener que realizar esas acciones pero el instinto de supervivencia es mayor que muchos preceptos bien intencionados.
Sobre los años 50 el convento fue abandonado sin previo aviso y vendido en 1957 a gente adinerada de Madrid, oscura operación que ha intentado ocultarse haciéndose sucesivos traspasos de carácter privado a distintas personas para no dejar constancia de la titularidad de la edificación o sus terrenos en ningún registro público. La venta fue el resultado de la "venganza" de un prior trasladado al noviciado a la fuerza. Por dicho traslado juró que si ascendía en la escala de mando y ocupaba un alto cargo en Madrid vendería aquello sin remedio. Y así lo hizo, lo vendió todo salvo la edificación que era propiedad de tres monjes (fray Manuel, fray Luis y fray Rafael), los tres mismos que con su esfuerzo levantaron la edificación, que se negaron a firmar su venta. Desde entonces el sitio acabó siendo campo propicio para las actuaciones de gamberros.
Pocos decían, ciertamente, que allí hubiesen fantasmas o se produjese alguna anomalía pero, antes de que desaparecieran de su antigua ubicación, todos hacían mención de lo espeluznante que eran unos ganchos para colgar comida que existían en la despensa subterránea del convento, seguro que rememorando alguna escena de película de terror donde el psicópata de turno colgaba en algo parecido el cuerpo mutilado de su víctima.
Con los años ya comenzó a correr el rumor de que entre sus vetustas paredes "se oían voces" pero supongo que tendrá que costarle la vida a alguien que sufra un accidente en ese edificio abandonado para que se forje definitivamente la leyenda de un fantasma errante.
Son varios los motivos que he encontrado que explicasen el abandono de la edificación, aparte del económico, pues también encontré quien decía que los frailes fueron expulsados al ser denunciados por los robos que cometían, pero hay una singular declaración que tiene especial interés. Lo que dice bien pudiera tratarse de una leyenda urbana pero por haber sido dada por un mando policial y porque era hijo de alguien que trabajaba en el convento en la época de su abandono creo que debe ser tenida en consideración, quizás más seriamente que las demás. Según esa declaración una mañana aparecieron degollados y colgados en los ganchos existentes en el techo del sótano los cuerpos de varios frailes. Al conocerse el hecho la policía se personó en el lugar y encontró a un fraile escondido en un rincón, asustadizo y esquivo, que fue interrogado y terminó declarando que él había sido el causante de aquella matanza y que había sido obligado por el diablo. No se dio mucho crédito a esta confesión pues aquel fraile no tenía la suficiente constitución física como para poder colgar de una manera tan cruel aquellos cuerpos muertos sin haber recibido ningún tipo de ayuda. Se barajó la posibilidad de que en realidad no se tratase de unos asesinatos rituales sino motivados por las rencillas entre monjes debidas a prácticas homosexuales, de cuya existencia se hablaba entre los habitantes de Carmona. Nada se supo en el pueblo y aquello permaneció en secreto hasta la fecha tras la investigación militar posterior llevada a cabo.
¿Se trataba de la misma historia que impresionaba a mis amigos cuando yo era más joven y visitaba esas ruinas o acaso provenía de alguna historia real olvidada en el tiempo?
Y una leyenda urbana basada en aquellos tétricos ganchos del techo del sótano acabó tomando veracidad cuando salió a la luz un documento que se encontraba en uno de los archivos históricos gracias a la labor de un investigador que tradujo del castellano antiguo el manuscrito original. Éste contaba los sucesos ocurridos en la mañana del 25 de noviembre de 1680 cuando aparecieron el padre prior y el resto de los frailes, menos uno, el que contó la historia, colgados de los ganchos del techo del sótano y siendo devorados por pequeños seres quienes, al verlo, se unieron formando un solo cuerpo que le dijo: "te dejé vivir para que proclamaras mi venida al mundo". Un fuego invadió entonces todo el sótano y el fraile corrió y oyó a sus espaldas: "ve y di que Satán está aquí".
Nadie creyó al monje, que fue arrestado, pero mientras eran enterrados los frailes asesinados el cielo se oscureció y Satán apareció bajando entre dos columnas de fuego y todos los presentes huyeron. Al día siguiente, armados con cruces y biblias, muchos hombres llegaron hasta el convento. El diablo estaba sobre la torre viendo cómo los hombres derribaban las puertas y entraban en la edificación camino del campanario. Muchos desaparecieron pero la mayoría eran arrojados desde lo alto como si fueran muñecos. Satán se enojó y mientras tronaba el viento se abrió su cuerpo y gritó: "perezca todo y todos" y un temblor de tierra destruyó el convento y a la gran mayoría de los que allí estaban. Los supervivientes sembraron todo aquello de sal y la ciudad debió purgar sus pecados con dos años de misas y de indulgencias.
Este manuscrito abre nuevas interrogantes que quizás nunca puedan ser aclaradas: ¿Realmente el convento, antes de ser destruido, contaba con un campanario que no se volvió a levantar en la nueva construcción? ¿Pudiera ser que la mala producción de la tierra se debiera a haber sido sembrado el suelo con sal? ¿Acaso se describe en ese viejo legajo un aterrizaje ovni, una auténtica masacre ocurrida en el sótano o todo se trata del invento de un escribano del s. XVII?
A ese edificio acudían a escuchar misa los domingos muchas familias que vivían en las proximidades dedicadas al cultivo de sus huertas y campos. Eran muchas, ciertamente, pues también existía cercano al convento un pequeño colegio donde se impartían las clases diarias, pues los 3 kilómetros que distaban del pueblo era más fácil que fuesen recorridos por el profesor que por una larga fila de niños.
Los frailes siempre se quejaban del poco agua que había, que no permitía el buen riego de sus verduras y hortalizas, lo que ayudaba a que la cosecha no fuese demasiado fructífera. Aquí es interesante hacer un inciso. Es incomprensible esta carencia de agua puesto que en las cercanías del convento está constatada la existencia de una abundante vena de agua que es conducida a través de una galería excavada hace cientos de años (quizás miles, si su origen es romano) por los habitantes de la zona. Aunque desconozco el inicio de esta obra sí conozco su salida al exterior, que está situada a más de 10 kilómetros de donde se encuentra el convento. Es tal su antigüedad que pueden verse formaciones calcáreas de varios centímetros en sus paredes. Sin embargo, a pesar de la existencia de un pozo, los monjes decían sufrir su escasez.
La situación económica que se estaba padeciendo en España tras la Guerra Civil ocurrida en 1936 obligaba a los monjes a realizar algo que me llevó a pensar que bien hubiera causado un verdadero conflicto en las almas de alguno de aquellos sufridos hermanos, pues se veían obligados a salir por las noches y volver con sus ropas rasgadas por las dentelladas de los perros guardianes de las huertas cercanas, que eran saqueadas por estos penitentes para poder sobrevivir.
¿Un monje robando, violando uno de los mandamientos importantes de su religión? Estoy seguro que a alguno de ellos le produjo una verdadera desazón el tener que realizar esas acciones pero el instinto de supervivencia es mayor que muchos preceptos bien intencionados.
Sobre los años 50 el convento fue abandonado sin previo aviso y vendido en 1957 a gente adinerada de Madrid, oscura operación que ha intentado ocultarse haciéndose sucesivos traspasos de carácter privado a distintas personas para no dejar constancia de la titularidad de la edificación o sus terrenos en ningún registro público. La venta fue el resultado de la "venganza" de un prior trasladado al noviciado a la fuerza. Por dicho traslado juró que si ascendía en la escala de mando y ocupaba un alto cargo en Madrid vendería aquello sin remedio. Y así lo hizo, lo vendió todo salvo la edificación que era propiedad de tres monjes (fray Manuel, fray Luis y fray Rafael), los tres mismos que con su esfuerzo levantaron la edificación, que se negaron a firmar su venta. Desde entonces el sitio acabó siendo campo propicio para las actuaciones de gamberros.
Pocos decían, ciertamente, que allí hubiesen fantasmas o se produjese alguna anomalía pero, antes de que desaparecieran de su antigua ubicación, todos hacían mención de lo espeluznante que eran unos ganchos para colgar comida que existían en la despensa subterránea del convento, seguro que rememorando alguna escena de película de terror donde el psicópata de turno colgaba en algo parecido el cuerpo mutilado de su víctima.
Con los años ya comenzó a correr el rumor de que entre sus vetustas paredes "se oían voces" pero supongo que tendrá que costarle la vida a alguien que sufra un accidente en ese edificio abandonado para que se forje definitivamente la leyenda de un fantasma errante.
Son varios los motivos que he encontrado que explicasen el abandono de la edificación, aparte del económico, pues también encontré quien decía que los frailes fueron expulsados al ser denunciados por los robos que cometían, pero hay una singular declaración que tiene especial interés. Lo que dice bien pudiera tratarse de una leyenda urbana pero por haber sido dada por un mando policial y porque era hijo de alguien que trabajaba en el convento en la época de su abandono creo que debe ser tenida en consideración, quizás más seriamente que las demás. Según esa declaración una mañana aparecieron degollados y colgados en los ganchos existentes en el techo del sótano los cuerpos de varios frailes. Al conocerse el hecho la policía se personó en el lugar y encontró a un fraile escondido en un rincón, asustadizo y esquivo, que fue interrogado y terminó declarando que él había sido el causante de aquella matanza y que había sido obligado por el diablo. No se dio mucho crédito a esta confesión pues aquel fraile no tenía la suficiente constitución física como para poder colgar de una manera tan cruel aquellos cuerpos muertos sin haber recibido ningún tipo de ayuda. Se barajó la posibilidad de que en realidad no se tratase de unos asesinatos rituales sino motivados por las rencillas entre monjes debidas a prácticas homosexuales, de cuya existencia se hablaba entre los habitantes de Carmona. Nada se supo en el pueblo y aquello permaneció en secreto hasta la fecha tras la investigación militar posterior llevada a cabo.
¿Se trataba de la misma historia que impresionaba a mis amigos cuando yo era más joven y visitaba esas ruinas o acaso provenía de alguna historia real olvidada en el tiempo?
Y una leyenda urbana basada en aquellos tétricos ganchos del techo del sótano acabó tomando veracidad cuando salió a la luz un documento que se encontraba en uno de los archivos históricos gracias a la labor de un investigador que tradujo del castellano antiguo el manuscrito original. Éste contaba los sucesos ocurridos en la mañana del 25 de noviembre de 1680 cuando aparecieron el padre prior y el resto de los frailes, menos uno, el que contó la historia, colgados de los ganchos del techo del sótano y siendo devorados por pequeños seres quienes, al verlo, se unieron formando un solo cuerpo que le dijo: "te dejé vivir para que proclamaras mi venida al mundo". Un fuego invadió entonces todo el sótano y el fraile corrió y oyó a sus espaldas: "ve y di que Satán está aquí".
Nadie creyó al monje, que fue arrestado, pero mientras eran enterrados los frailes asesinados el cielo se oscureció y Satán apareció bajando entre dos columnas de fuego y todos los presentes huyeron. Al día siguiente, armados con cruces y biblias, muchos hombres llegaron hasta el convento. El diablo estaba sobre la torre viendo cómo los hombres derribaban las puertas y entraban en la edificación camino del campanario. Muchos desaparecieron pero la mayoría eran arrojados desde lo alto como si fueran muñecos. Satán se enojó y mientras tronaba el viento se abrió su cuerpo y gritó: "perezca todo y todos" y un temblor de tierra destruyó el convento y a la gran mayoría de los que allí estaban. Los supervivientes sembraron todo aquello de sal y la ciudad debió purgar sus pecados con dos años de misas y de indulgencias.
Este manuscrito abre nuevas interrogantes que quizás nunca puedan ser aclaradas: ¿Realmente el convento, antes de ser destruido, contaba con un campanario que no se volvió a levantar en la nueva construcción? ¿Pudiera ser que la mala producción de la tierra se debiera a haber sido sembrado el suelo con sal? ¿Acaso se describe en ese viejo legajo un aterrizaje ovni, una auténtica masacre ocurrida en el sótano o todo se trata del invento de un escribano del s. XVII?
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