Probablemente los hechos tuvieron lugar en el verano de 1947. Aquel año –donde las noticias de platillos volantes empezaban a asomar tímidamente en las páginas de periódicos de todo el mundo– en una casa de campo situada en las inmediaciones del pueblecito murciano de Jumilla (España).
Próspera y Ana, dos niñas de 7 y 11 años respectivamente, ven cómo un objeto discoidal se sitúa, a plena luz del día, en las inmediaciones de une de las ventanas de la casa. De él salen dos seres de entre 1,40 y 1,20 metros de altura, vestidos con trajes blancos ajustadísimos, de cara muy delgada, complexión débil y enormes ojos alargados hacia los laterales, que acaban entrando en la casa y entablando una conversación –bastante anodina, por cierto– con las niñas.
A partir de ese momento Ana, la mayor de las dos hermanas, no recuerda prácticamente nada. «Tengo la impresión –afirma en una carta fechada en Febrero de 1986 y dirigida al Investigador José Ruesga– como si en aquellos momentos tuviese veinticuatro o cuarenta y ocho horas en blanco. No sé sise marchó el objeto o si se quedó. Por más que mi hermana intenta que recuerde, no recuerdo nada más». Afortunadamente para nosotros. Próspera ha ido rescatando de su memoria aquellos hechos, rememorándolos con mucha nitidez. Aquellos visitantes, tras pedir un vaso de agua –que nunca llegaron a tomar– e interesarse por las fases de la Luna que aparecían marcadas en un calendario de pared, volvieron a desaparecer, tras asegurar a ambas niñas que regresarían pronto a por una de ellas. Desde su partida, una serie de insólitos acontecimientos rodearon la vida de la familia Muñoz durante los días siguientes: la puerta de la despensa se bloquea, los alimentos se pudren en su interior con inusitada rapidez, como afectados por algún tipo de radiación y los extraños seres acaben reapareciendo al cuarto día llevándose a Próspera a bordo de un OVNI estacionado, en plena noche, sobre un gran campo de olivos.
Una vez dentro le enseñan, a través de una especie de gran «pantalla de cine», escenas cotidianas de Próspera y su familia tal y como –al parecer– fueron recogidas por los tripulantes de aquel OVNI días atrás. Como sucede en tantos otros casos de abducción, a Próspera la tumban sobre una camilla y realizan sobre ella una serie de análisis médicos que concluyen con una especie de operación quirúrgica en la que le es insertado una especie de «microcápsula» en la base del cuello... Y después, más de tres décadas de silencio.
Memoria perdida
Durante su estancia en la nave, uno de aquellos seres con los que sostuvo cierta comunicación, le advirtió que no recordaría nada de aquella visita hasta que transcurrieran, al menos, treinta años. Y así fue. Pasado ese tiempo, Próspera comenzó a recordar imágenes sueltas de su experiencia en el OVNI, que pudo durar alrededor de tres o cuatro horas. En un principio creyó que se trataba de retazos de alguna película que pudo haber visto durante su infancia, pero sus recuerdos se fueron intensificando y su hermana –cuando tuvo la oportunidad de contrastar con ella esas extrañas memorias, en 1980– le confirmó hasta donde pudo, la existencia real de la visita de dos entidades no conocidas a su casa de campo de Jumilla.
Además hay que sumar a esta singular vivencia el hecho de que los visitantes que interrumpieron la apacible vida de Próspera en 1947, volvieron a aparecer años después en la propia Jumilla, en la playa de San Juan (Alicante) y en Gerona, mostrando –en todas estas nuevas visitas– un vivo interés por el estado de la testigo y preocupándose por su condición física. Tanto Próspera como los investigadores que más de cerca han llevado el caso –como es el caso de Antonio Ribera, que dio buena cuenta del caso en su obra En el Túnel del Tiempo (1984)– ignoran el porqué de esas nuevas visitas, que se produjeron incluso dentro del casco urbano de las ciudades mencionadas, aunque reconocen que no son infrecuentes en la casuística mundial sobre abducciones esta clase de reencuentros.
La experiencia de Próspera cambió radicalmente su vida. Desde entonces –ha confesado en numerosas ocasiones– no se sintió una niña normal y adquirió una visión de la realidad que difícilmente podría tener una niña de su edad. Ese cambio ha orientado su vida, y –hoy por hoy– sólo espera reencontrararse con una extraña mujer que conoció años después durante su estancia en un campamento femenino, que no sólo parecía estar al corriente de la existencia de los seres del OVNI, sino que le predijo numerosos acontecimientos futuros y le aseguró que regresaría años después para hablar en profundidad de todas esas vivencias. La espera, en este caso, continúa y nos advierte que el caso de Próspera Muñoz no está, en absoluto, cerrado.
Evolución, no mutación
«Hasta ahora, las opiniones de los que afirmábamos haber sufrido una experiencia de abducción –relata Próspera Muñoz– nunca habían sido tenidas en cuenta. Los investigadores se limitaban a preguntarnos por los detalles del caso y precipitarse a sacar conclusiones e interpretaciones de los hechos. Cierto es que algunos respetaban nuestros relatos y las sensaciones que, mejor o peor, intentábamos transmitirles, pero otros han escrito sólo de oídas, prejuzgándonos y achacándonos posturas, las más de las veces, irracionales.»
«Por ello, me dispongo a escribir con el ánimo de aclarar y desmitificar lo que se ha dado en llamar «el despertar de la conciencia», que aparentemente se suele dar en todos los testigos de encuentros cercanos con OVNIs.»
«Empezaré por mí misma. Se me ha preguntado en infinidad de ocasiones cómo ha cambiado mi vida a raíz de mi experiencia de abducción, y siempre me he visto en la obligación de aclarar que la palabra cambio no es la más adecuada para describir mi propia transformación interna. Cambiar significa «mudar o alterar, dando la impresión de que el proceso es algo instantáneo, cuando no creo que sea nunca así. La personalidad del testigo de un encuentro cercano no se altera de un día para otro por el solo hecho de su vivencia OVNI. Por ello creo que, en estos casos al menos, encajaría mejor la palabra evolución, ya que da una idea, más acertada, de cambio lento, progresivo y constante.»
«Resulta difícil expresar con palabras todas las etapas por las que he ido pasando en mi evolución particular. Mis dudas, mis búsquedas, descubrimientos, situaciones conflictivas o mis encuentros con gentes de todo tipo han influido drásticamente en mi forma de ser con el paso de los años.»
«Sin duda la etapa más difícil de asumir fue la primera. Cuando comencé a recordar mis experiencias OVNI de la infancia, me costó mucho entender los «porqués» de todo aquello que se presentaba en mi memoria como algo indudablemente real. El primer paso, por tanto, fue pedir ayuda para entenderlo que me pasaba. Acabé encontrando a Antonio Ribera i Jordá, del que me constaba su seriedad y buen hacer en el campo de la investigación OVNI. Gracias a él supe que había más gente en el mundo que decía haber tenido encuentros de las mismas características que el mío, descubriendo –de golpe– que no estaba sola en esta situación.»
«En 1983, de la mano de Antonio Ribera, asistí a un congreso ufológico en Ciudad Real y a una nueva conferencia sobre OVNIs en Madrid, en 1985. A raíz de ofrecer mi testimonio públicamente en esos foros, diversos investigadores se fueron acercando a mí, al tiempo que lo hacían otros curiosos e interesados en el tema OVNI. Fueron ellos los que me ayudaron en mi búsqueda, enriqueciendo mi vida y dándome puntos de apoyo para comprender lo que me pasó hacia 1947.»
«Fui, de esta forma, poniéndome al día de otras corrientes dentro de la ufología que ofrecían supuestos mensajes recibidos de entes ligados a los OVNIs. Mensajes que han generado pueriles ideas de «elegidos», catastrofismos y mesianismos sin sentido. Y es por ello que, tras conocer toda esa información, no tuve otro remedio que sublevarme y tratar de devolverles a "ellos" su dignidad.»
«Después de todos estos años creo que lo único que pretenden estas entidades es estimular la evolución del ser humano por la vía de la creatividad. De hecho, muchos investigadores creen también que se nos está estimulando «desde fuera» para incrementar nuestro aprendizaje. Y les doy toda la razón.»
Expectativas
«Hay mucha gente que espera de nosotros que en cierto momento seamos protagonistas de alguna acción llamativa bajo las directrices de «ellos». Sin embargo, creo que esto no es así. Cuando llegue el momento de la acción cada uno de nosotros actuaremos a nuestro modo y manera, según nuestra forma de ser y en el campo que nosotros elijamos. La idea de que los extraterrestres nos han impuesto una misión determinada me parece –sinceramente– poco respetuosa para con nuestro libre albedrío».
«Y es que he de reconocer que en todo este proceso mi personalidad sigue siendo, básicamente, la misma. Aunque justo es reconocer que se ha potenciado para bien en muchos aspectos, gracias al apoyo de mi familia, de la credibilidad que me otorgaron algunos investigadores, de las enseñanzas de algunos amigos y de mi acercamiento a temas trascendentales. Conviene, por último, aclarar que ese «despertar de conciencia» no es sinónimo de un despertar de facultades paranormales, pues considero que éstas sólo son un atisbo incontrolado de las tremendas posibilidades creativas que tiene nuestra mente. Sí creo, en cambio, que «ellos» nos estimulan a desarrollar esas facultades no sólo a mí, sino a todo el género humano. Al fin y al cabo, «ellos», en todo mi proceso, no han sido más que el acicate para mi desarrollo interno, y el trampolín para dar a conocer su existencia al gran público.»
«Vengan del plano que vengan (otro planeta, una dimensión paralela o cualquier recóndito lugar de mi cerebro), merecen todos mis respetos y agradecimiento, ya que me obligaron a dar un gran paso en el camino de mi propia evolución personal.»
De los contactados a las abducciones
Durante décadas sólo la ufología europea hacía claras distinciones entre los casos de contacto y los de abducción. En los primeros, los testigos describían sus relaciones –por lo general continuadas y llenas de experiencias complementarias– como entidades extraterrestres que deseaban transmitir a la Humanidad alguna clase de mensaje a través de su interlocutor en la Tierra, en este caso el propio contactado. Por contra, las abducciones presentaban el aspecto más dramático del rompecabezas OVNI, y mostraban episodios en los que el sujeto era introducido, aun en contra de su voluntad, al interior del OVNI para ser examinado a conciencia y ser reintegrado a la sociedad con un lapso importante de «tiempo perdido». A ojos de cualquier hábil observador del escenario OVNI ambos fenómenos parecían ser las dos caras de una misma moneda.
Sin embargo, lo que hasta hace poco tiempo los investigadores eran capaces de clasificar en diferentes archivos, en los últimos años se ha convertido en un ejercicio harto difícil. Contactados como Sixto Paz reconocen ahora haber sido sometidos a operaciones quirúrgicas similares a las vividas por los abducidos. Presentan ya extrañas cicatrices sobre sus cuerpos, atribuibles a esas intervenciones e incluso aseguran haber sido objeto de «implantes» por parte de sus contactadores. Por contra, los abducidos comienzan a confesar extrañas «misiones» recibidas de los extraterrestres, cosa que –hasta hace pocos años– parecía ser sólo del dominio de los contactados. Es el caso, por ejemplo, de Betty Andreasson (de nombre real Betty Ann Luca) quien dedujo de sus vivencias que había sido abducida para informar a todo el mundo de la existencia real de los extraterrestres. Lo que comenzó como un episodio de abducción ha ido tomando matices contactistas a medida que los «guardianes» o los «extraños» –como indistintamente llama Betty a sus visitantes– iban reapareciendo una y otra vez. Es también el caso de los famosos visitantes de dormitorio, que reaparecen una y otra vez en la alcoba del testigo, llegándose a establecer cierto vínculo de «a mistad», si es que podemos denominarlo así, entre testigo y visitante.
En definitiva, la ufología está perdiendo progresivamente sus formas puras, haciendo que –como afirman John Spencer y Hilary Evans en un estudio comparativo entre abducidos y contactados– «el factor crucial de los informes es que cada caso es único. Esto en sí mismo –continúan– es razón para sospechar que el fenómeno "externo" tiene un significado "interno" específico para el testigo individual». Es decir, que a pesar de que pueda haber un fenómeno externo en los casos de abducción y de contacto que pueda ser idéntico, es el testigo el que al narrar su caso tergiversa la objetividad de su experiencia transformándose indistintamente en «contactado» o «abducido».
Lo cierto es que los ufólogos más brillantes comienzan a sospechar que ambos calificativos son sólo etiquetas para un mismo fenómeno, y que no hacen sino complicar las cosas y ralentizar un análisis más clarificador de la problemática OVNI.
Un siglo de abducciones
Desde que el Dr. Simon «construyó» la abducción del matrimonio Hill, han sido centenares las personas que afirman haber vivido episodios de secuestros por extraterrestres.
Cierto es que existen casos aparentemente anteriores a 1961. Sin embargo, el episodio de los Hill fue fuente de inspiración de ufólogos y testigos que, tras conocer dicho caso, «recordaron» sus respectivos raptos.
En el libro escrito por Antonio Ribera Secuestrados por los OVNIs, se parte de un centenar de casos como muestreo válido para enfrentarse al fenómeno abducción, resultando que ya ese mismo término es sumamente tendencioso. Abducción, sinónimo jurídico de rapto o secuestro, ha sido asimilado por los ufólogos que definen tal concepto como la experiencia habida en el interior de un OVNI por parte de una persona capturada por agresivos alienígenas. Sin embargo, lo cierto es que la agresividad de los supuestos captores sólo aparece de forma manifiesta en un 25 por ciento de los casos. En los restantes los testigos describen una actitud de aséptica indiferencia, cuando no marcadamente amistosa.
Tanto es así que en muchas ocasiones la experiencia no se limita a un solo episodio de rapto, sino que el abducido protagonizará otras experiencias OVNI posteriores. Así, al menos un 25 por ciento de los «secuestrados» afirmaron haber tenido posteriores encuentros OVNI, y de ellos no menos de un 15 por ciento terminarían recibiendo «mensajes» y pasarían a engrosar las filas de los «contactados». Algunos casos tan célebres como el de Charles Hickson, o la mismísima Betty Hill, serían ejemplos significativos.
A esta evolución de «la abducción al contacto» ayuda el hecho de que el arquetipo «extraterrestre bueno=guapo» y «extraterrestre malo=feo», puede aparecer en estos casos entremezclada. Más de un 12 por ciento de los abducidos describen tripulantes de diferente tipología durante sus supuestas experiencias en el interior de los OVNIs. Y si bien es cierto que existen relatos donde los captores agresivos son tripulantes altos y rubios (tipo adamskiano) y los «hermanos cósmicos» transmisores de mensajes son pequeños humanoides macrocéfalos, no es menos cierto que estos casos son la excepción de la regla. Así, cuando en el interior de la supuesta nave, el testigo ve humanoides macrocéfalos, junto con seres altos y de aspecto nórdico, no ha de extrañarnos que, tras haber asumido los supuestos ETs apuestos el papel benigno, el abducido protagoniza posteriores episodios de contacto post-rapto. Esta especie de «síndrome de Estocolmo cósmico» transforma al secuestrado en una suerte de «Patty Hearst ufológico» al comenzar a sentirse como un afortunado «escogido» entre el grueso de los mortales, sufriendo en casi todos los casos un «cambio de conciencia», o a lo menos una transformación en su forma de ver la vida. Por ello la abducción y el contacto no son sino la cara y cruz de una misma moneda.
Pese a todo esto, la mayor parte de los ufólogos continúan asimilando el concepto de abducción a rapto violento, manipulando un poco tendenciosamente el mismo, y pretendiendo, como siempre, hacer el fenómeno OVNI «a su imagen y semejanza».
No es de extrañar por tanto que, frente a la postura que asumen los procontactistas de asimilar a los ETs como los «nuevos ángeles», estos investigadores vean en los mismos ETs a los «nuevos demonios».
Sin embargo, el mito del rapto está presente en todas las culturas desde tiempos inmemoriales. Desde los aquelarres de las brujas, hasta la Santa Compaña gallega, pasando por el Magonia de las Hadas, los Zobop haitianos, los «vuelos chamánicos» o el arrebato de Elías, en todas las culturas se recoge tradicionalmente algún tipo de rapto de los mortales por parte de otras entidades.
Sin embargo, identificar tales episodios, de forma literal, con las actuales abducciones, es sumamente delicado, ya que cada tradición surge en un contexto cultural, cronológico y social determinado, utilizando unos arquetipos que varían con los años. Por eso los íncubos y súbcubos medievales no son iguales a los actuales «visitantes de dormitorio», aunque quizás estén hechos de la misma esencia.
Pese a la infinidad de «pruebas» que presentan los abducidos para demostrar objetivamente sus subjetivas experiencias (fotos o filmaciones de las naves o incluso de sus captores; huellas sobre el terreno del aterrizaje; grabaciones magnetofónicas; supuestos implantes alienígenas; otros testigos o evidencias de la presencia OVNI; etc.) sólo los abducidos pueden comprender el inenarrable sentimiento de la experiencia en el interior de los OVNIs. Y, como siempre, sólo el testigo nos permitirá comprender la naturaleza y origen de su experiencia personal, mantiene una estrechísima relación con su mente, receptora y adaptadora de toda percepción sensorial o no sensorial.
Próspera y Ana, dos niñas de 7 y 11 años respectivamente, ven cómo un objeto discoidal se sitúa, a plena luz del día, en las inmediaciones de une de las ventanas de la casa. De él salen dos seres de entre 1,40 y 1,20 metros de altura, vestidos con trajes blancos ajustadísimos, de cara muy delgada, complexión débil y enormes ojos alargados hacia los laterales, que acaban entrando en la casa y entablando una conversación –bastante anodina, por cierto– con las niñas.
A partir de ese momento Ana, la mayor de las dos hermanas, no recuerda prácticamente nada. «Tengo la impresión –afirma en una carta fechada en Febrero de 1986 y dirigida al Investigador José Ruesga– como si en aquellos momentos tuviese veinticuatro o cuarenta y ocho horas en blanco. No sé sise marchó el objeto o si se quedó. Por más que mi hermana intenta que recuerde, no recuerdo nada más». Afortunadamente para nosotros. Próspera ha ido rescatando de su memoria aquellos hechos, rememorándolos con mucha nitidez. Aquellos visitantes, tras pedir un vaso de agua –que nunca llegaron a tomar– e interesarse por las fases de la Luna que aparecían marcadas en un calendario de pared, volvieron a desaparecer, tras asegurar a ambas niñas que regresarían pronto a por una de ellas. Desde su partida, una serie de insólitos acontecimientos rodearon la vida de la familia Muñoz durante los días siguientes: la puerta de la despensa se bloquea, los alimentos se pudren en su interior con inusitada rapidez, como afectados por algún tipo de radiación y los extraños seres acaben reapareciendo al cuarto día llevándose a Próspera a bordo de un OVNI estacionado, en plena noche, sobre un gran campo de olivos.
Una vez dentro le enseñan, a través de una especie de gran «pantalla de cine», escenas cotidianas de Próspera y su familia tal y como –al parecer– fueron recogidas por los tripulantes de aquel OVNI días atrás. Como sucede en tantos otros casos de abducción, a Próspera la tumban sobre una camilla y realizan sobre ella una serie de análisis médicos que concluyen con una especie de operación quirúrgica en la que le es insertado una especie de «microcápsula» en la base del cuello... Y después, más de tres décadas de silencio.
Memoria perdida
Durante su estancia en la nave, uno de aquellos seres con los que sostuvo cierta comunicación, le advirtió que no recordaría nada de aquella visita hasta que transcurrieran, al menos, treinta años. Y así fue. Pasado ese tiempo, Próspera comenzó a recordar imágenes sueltas de su experiencia en el OVNI, que pudo durar alrededor de tres o cuatro horas. En un principio creyó que se trataba de retazos de alguna película que pudo haber visto durante su infancia, pero sus recuerdos se fueron intensificando y su hermana –cuando tuvo la oportunidad de contrastar con ella esas extrañas memorias, en 1980– le confirmó hasta donde pudo, la existencia real de la visita de dos entidades no conocidas a su casa de campo de Jumilla.
Además hay que sumar a esta singular vivencia el hecho de que los visitantes que interrumpieron la apacible vida de Próspera en 1947, volvieron a aparecer años después en la propia Jumilla, en la playa de San Juan (Alicante) y en Gerona, mostrando –en todas estas nuevas visitas– un vivo interés por el estado de la testigo y preocupándose por su condición física. Tanto Próspera como los investigadores que más de cerca han llevado el caso –como es el caso de Antonio Ribera, que dio buena cuenta del caso en su obra En el Túnel del Tiempo (1984)– ignoran el porqué de esas nuevas visitas, que se produjeron incluso dentro del casco urbano de las ciudades mencionadas, aunque reconocen que no son infrecuentes en la casuística mundial sobre abducciones esta clase de reencuentros.
La experiencia de Próspera cambió radicalmente su vida. Desde entonces –ha confesado en numerosas ocasiones– no se sintió una niña normal y adquirió una visión de la realidad que difícilmente podría tener una niña de su edad. Ese cambio ha orientado su vida, y –hoy por hoy– sólo espera reencontrararse con una extraña mujer que conoció años después durante su estancia en un campamento femenino, que no sólo parecía estar al corriente de la existencia de los seres del OVNI, sino que le predijo numerosos acontecimientos futuros y le aseguró que regresaría años después para hablar en profundidad de todas esas vivencias. La espera, en este caso, continúa y nos advierte que el caso de Próspera Muñoz no está, en absoluto, cerrado.
Evolución, no mutación
«Hasta ahora, las opiniones de los que afirmábamos haber sufrido una experiencia de abducción –relata Próspera Muñoz– nunca habían sido tenidas en cuenta. Los investigadores se limitaban a preguntarnos por los detalles del caso y precipitarse a sacar conclusiones e interpretaciones de los hechos. Cierto es que algunos respetaban nuestros relatos y las sensaciones que, mejor o peor, intentábamos transmitirles, pero otros han escrito sólo de oídas, prejuzgándonos y achacándonos posturas, las más de las veces, irracionales.»
«Por ello, me dispongo a escribir con el ánimo de aclarar y desmitificar lo que se ha dado en llamar «el despertar de la conciencia», que aparentemente se suele dar en todos los testigos de encuentros cercanos con OVNIs.»
«Empezaré por mí misma. Se me ha preguntado en infinidad de ocasiones cómo ha cambiado mi vida a raíz de mi experiencia de abducción, y siempre me he visto en la obligación de aclarar que la palabra cambio no es la más adecuada para describir mi propia transformación interna. Cambiar significa «mudar o alterar, dando la impresión de que el proceso es algo instantáneo, cuando no creo que sea nunca así. La personalidad del testigo de un encuentro cercano no se altera de un día para otro por el solo hecho de su vivencia OVNI. Por ello creo que, en estos casos al menos, encajaría mejor la palabra evolución, ya que da una idea, más acertada, de cambio lento, progresivo y constante.»
«Resulta difícil expresar con palabras todas las etapas por las que he ido pasando en mi evolución particular. Mis dudas, mis búsquedas, descubrimientos, situaciones conflictivas o mis encuentros con gentes de todo tipo han influido drásticamente en mi forma de ser con el paso de los años.»
«Sin duda la etapa más difícil de asumir fue la primera. Cuando comencé a recordar mis experiencias OVNI de la infancia, me costó mucho entender los «porqués» de todo aquello que se presentaba en mi memoria como algo indudablemente real. El primer paso, por tanto, fue pedir ayuda para entenderlo que me pasaba. Acabé encontrando a Antonio Ribera i Jordá, del que me constaba su seriedad y buen hacer en el campo de la investigación OVNI. Gracias a él supe que había más gente en el mundo que decía haber tenido encuentros de las mismas características que el mío, descubriendo –de golpe– que no estaba sola en esta situación.»
«En 1983, de la mano de Antonio Ribera, asistí a un congreso ufológico en Ciudad Real y a una nueva conferencia sobre OVNIs en Madrid, en 1985. A raíz de ofrecer mi testimonio públicamente en esos foros, diversos investigadores se fueron acercando a mí, al tiempo que lo hacían otros curiosos e interesados en el tema OVNI. Fueron ellos los que me ayudaron en mi búsqueda, enriqueciendo mi vida y dándome puntos de apoyo para comprender lo que me pasó hacia 1947.»
«Fui, de esta forma, poniéndome al día de otras corrientes dentro de la ufología que ofrecían supuestos mensajes recibidos de entes ligados a los OVNIs. Mensajes que han generado pueriles ideas de «elegidos», catastrofismos y mesianismos sin sentido. Y es por ello que, tras conocer toda esa información, no tuve otro remedio que sublevarme y tratar de devolverles a "ellos" su dignidad.»
«Después de todos estos años creo que lo único que pretenden estas entidades es estimular la evolución del ser humano por la vía de la creatividad. De hecho, muchos investigadores creen también que se nos está estimulando «desde fuera» para incrementar nuestro aprendizaje. Y les doy toda la razón.»
Expectativas
«Hay mucha gente que espera de nosotros que en cierto momento seamos protagonistas de alguna acción llamativa bajo las directrices de «ellos». Sin embargo, creo que esto no es así. Cuando llegue el momento de la acción cada uno de nosotros actuaremos a nuestro modo y manera, según nuestra forma de ser y en el campo que nosotros elijamos. La idea de que los extraterrestres nos han impuesto una misión determinada me parece –sinceramente– poco respetuosa para con nuestro libre albedrío».
«Y es que he de reconocer que en todo este proceso mi personalidad sigue siendo, básicamente, la misma. Aunque justo es reconocer que se ha potenciado para bien en muchos aspectos, gracias al apoyo de mi familia, de la credibilidad que me otorgaron algunos investigadores, de las enseñanzas de algunos amigos y de mi acercamiento a temas trascendentales. Conviene, por último, aclarar que ese «despertar de conciencia» no es sinónimo de un despertar de facultades paranormales, pues considero que éstas sólo son un atisbo incontrolado de las tremendas posibilidades creativas que tiene nuestra mente. Sí creo, en cambio, que «ellos» nos estimulan a desarrollar esas facultades no sólo a mí, sino a todo el género humano. Al fin y al cabo, «ellos», en todo mi proceso, no han sido más que el acicate para mi desarrollo interno, y el trampolín para dar a conocer su existencia al gran público.»
«Vengan del plano que vengan (otro planeta, una dimensión paralela o cualquier recóndito lugar de mi cerebro), merecen todos mis respetos y agradecimiento, ya que me obligaron a dar un gran paso en el camino de mi propia evolución personal.»
De los contactados a las abducciones
Durante décadas sólo la ufología europea hacía claras distinciones entre los casos de contacto y los de abducción. En los primeros, los testigos describían sus relaciones –por lo general continuadas y llenas de experiencias complementarias– como entidades extraterrestres que deseaban transmitir a la Humanidad alguna clase de mensaje a través de su interlocutor en la Tierra, en este caso el propio contactado. Por contra, las abducciones presentaban el aspecto más dramático del rompecabezas OVNI, y mostraban episodios en los que el sujeto era introducido, aun en contra de su voluntad, al interior del OVNI para ser examinado a conciencia y ser reintegrado a la sociedad con un lapso importante de «tiempo perdido». A ojos de cualquier hábil observador del escenario OVNI ambos fenómenos parecían ser las dos caras de una misma moneda.
Sin embargo, lo que hasta hace poco tiempo los investigadores eran capaces de clasificar en diferentes archivos, en los últimos años se ha convertido en un ejercicio harto difícil. Contactados como Sixto Paz reconocen ahora haber sido sometidos a operaciones quirúrgicas similares a las vividas por los abducidos. Presentan ya extrañas cicatrices sobre sus cuerpos, atribuibles a esas intervenciones e incluso aseguran haber sido objeto de «implantes» por parte de sus contactadores. Por contra, los abducidos comienzan a confesar extrañas «misiones» recibidas de los extraterrestres, cosa que –hasta hace pocos años– parecía ser sólo del dominio de los contactados. Es el caso, por ejemplo, de Betty Andreasson (de nombre real Betty Ann Luca) quien dedujo de sus vivencias que había sido abducida para informar a todo el mundo de la existencia real de los extraterrestres. Lo que comenzó como un episodio de abducción ha ido tomando matices contactistas a medida que los «guardianes» o los «extraños» –como indistintamente llama Betty a sus visitantes– iban reapareciendo una y otra vez. Es también el caso de los famosos visitantes de dormitorio, que reaparecen una y otra vez en la alcoba del testigo, llegándose a establecer cierto vínculo de «a mistad», si es que podemos denominarlo así, entre testigo y visitante.
En definitiva, la ufología está perdiendo progresivamente sus formas puras, haciendo que –como afirman John Spencer y Hilary Evans en un estudio comparativo entre abducidos y contactados– «el factor crucial de los informes es que cada caso es único. Esto en sí mismo –continúan– es razón para sospechar que el fenómeno "externo" tiene un significado "interno" específico para el testigo individual». Es decir, que a pesar de que pueda haber un fenómeno externo en los casos de abducción y de contacto que pueda ser idéntico, es el testigo el que al narrar su caso tergiversa la objetividad de su experiencia transformándose indistintamente en «contactado» o «abducido».
Lo cierto es que los ufólogos más brillantes comienzan a sospechar que ambos calificativos son sólo etiquetas para un mismo fenómeno, y que no hacen sino complicar las cosas y ralentizar un análisis más clarificador de la problemática OVNI.
Un siglo de abducciones
Desde que el Dr. Simon «construyó» la abducción del matrimonio Hill, han sido centenares las personas que afirman haber vivido episodios de secuestros por extraterrestres.
Cierto es que existen casos aparentemente anteriores a 1961. Sin embargo, el episodio de los Hill fue fuente de inspiración de ufólogos y testigos que, tras conocer dicho caso, «recordaron» sus respectivos raptos.
En el libro escrito por Antonio Ribera Secuestrados por los OVNIs, se parte de un centenar de casos como muestreo válido para enfrentarse al fenómeno abducción, resultando que ya ese mismo término es sumamente tendencioso. Abducción, sinónimo jurídico de rapto o secuestro, ha sido asimilado por los ufólogos que definen tal concepto como la experiencia habida en el interior de un OVNI por parte de una persona capturada por agresivos alienígenas. Sin embargo, lo cierto es que la agresividad de los supuestos captores sólo aparece de forma manifiesta en un 25 por ciento de los casos. En los restantes los testigos describen una actitud de aséptica indiferencia, cuando no marcadamente amistosa.
Tanto es así que en muchas ocasiones la experiencia no se limita a un solo episodio de rapto, sino que el abducido protagonizará otras experiencias OVNI posteriores. Así, al menos un 25 por ciento de los «secuestrados» afirmaron haber tenido posteriores encuentros OVNI, y de ellos no menos de un 15 por ciento terminarían recibiendo «mensajes» y pasarían a engrosar las filas de los «contactados». Algunos casos tan célebres como el de Charles Hickson, o la mismísima Betty Hill, serían ejemplos significativos.
A esta evolución de «la abducción al contacto» ayuda el hecho de que el arquetipo «extraterrestre bueno=guapo» y «extraterrestre malo=feo», puede aparecer en estos casos entremezclada. Más de un 12 por ciento de los abducidos describen tripulantes de diferente tipología durante sus supuestas experiencias en el interior de los OVNIs. Y si bien es cierto que existen relatos donde los captores agresivos son tripulantes altos y rubios (tipo adamskiano) y los «hermanos cósmicos» transmisores de mensajes son pequeños humanoides macrocéfalos, no es menos cierto que estos casos son la excepción de la regla. Así, cuando en el interior de la supuesta nave, el testigo ve humanoides macrocéfalos, junto con seres altos y de aspecto nórdico, no ha de extrañarnos que, tras haber asumido los supuestos ETs apuestos el papel benigno, el abducido protagoniza posteriores episodios de contacto post-rapto. Esta especie de «síndrome de Estocolmo cósmico» transforma al secuestrado en una suerte de «Patty Hearst ufológico» al comenzar a sentirse como un afortunado «escogido» entre el grueso de los mortales, sufriendo en casi todos los casos un «cambio de conciencia», o a lo menos una transformación en su forma de ver la vida. Por ello la abducción y el contacto no son sino la cara y cruz de una misma moneda.
Pese a todo esto, la mayor parte de los ufólogos continúan asimilando el concepto de abducción a rapto violento, manipulando un poco tendenciosamente el mismo, y pretendiendo, como siempre, hacer el fenómeno OVNI «a su imagen y semejanza».
No es de extrañar por tanto que, frente a la postura que asumen los procontactistas de asimilar a los ETs como los «nuevos ángeles», estos investigadores vean en los mismos ETs a los «nuevos demonios».
Sin embargo, el mito del rapto está presente en todas las culturas desde tiempos inmemoriales. Desde los aquelarres de las brujas, hasta la Santa Compaña gallega, pasando por el Magonia de las Hadas, los Zobop haitianos, los «vuelos chamánicos» o el arrebato de Elías, en todas las culturas se recoge tradicionalmente algún tipo de rapto de los mortales por parte de otras entidades.
Sin embargo, identificar tales episodios, de forma literal, con las actuales abducciones, es sumamente delicado, ya que cada tradición surge en un contexto cultural, cronológico y social determinado, utilizando unos arquetipos que varían con los años. Por eso los íncubos y súbcubos medievales no son iguales a los actuales «visitantes de dormitorio», aunque quizás estén hechos de la misma esencia.
Pese a la infinidad de «pruebas» que presentan los abducidos para demostrar objetivamente sus subjetivas experiencias (fotos o filmaciones de las naves o incluso de sus captores; huellas sobre el terreno del aterrizaje; grabaciones magnetofónicas; supuestos implantes alienígenas; otros testigos o evidencias de la presencia OVNI; etc.) sólo los abducidos pueden comprender el inenarrable sentimiento de la experiencia en el interior de los OVNIs. Y, como siempre, sólo el testigo nos permitirá comprender la naturaleza y origen de su experiencia personal, mantiene una estrechísima relación con su mente, receptora y adaptadora de toda percepción sensorial o no sensorial.
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