viernes, 22 de mayo de 2009

El fenómeno Uri Geller

La mágica facilidad con que Uri Geller dobla metales le ha hecho famoso en todo el mundo. Pero, ¿cómo lo hace? ¿Cuál es la fuente de sus extraordinarios poderes?

En el verano de 1971, los adolescentes israelíes empezaron a hablar de un nuevo ídolo pop; no un cantante ni un disc-jockey, sino un mago teatral: Se llamaba Uri Geller, y su popularidad seguramente se debió a que era alto y guapo, y sólo tenía 24 años. Pero su actuación era enormemente original. ¿Quién había oído hablar de un «mago» que reparara relojes sólo con mirarlos? ¿O que doblara cucharas masajeándolas suavemente con los dedos? ¿O que rompiera anillas de metal sin necesidad de tocarlas?

Comentarios sobre su «magia» llegaron a oídos del conocido investigador psíquico norteamericano Andrija Puharich, quien se trasladó a Israel para investigar. El 17 de agosto de 1971 Uri Geller estaba actuando en una discoteca de Jaffa, y Puharich fue a verlo.

Lo primero que le llamó la atención fue el hecho de que Geller era un actor nato, y aunque el espectáculo, en general, decepcionó a Puharich, el último «truco» le impresionó más. Geller anunció que rompería una anilla sin tocarla, y una mujer del público ofreció una anilla de su vestido. Geller le dijo que la mostrara al público y después que la apretara con fuerza en la mano. Luego colocó su propia mano sobre la de ella y la dejó allí unos segundos. Cuando la señora abrió la mano la anilla estaba rota en dos trozos.

Después del espectáculo, Puharich preguntó a Geller si estaba dispuesto a someterse a varias pruebas científicas al día siguiente. Hasta aquel momento, Geller se había negado, pero aquella vez asintió.

La primera prueba convenció al investigador. Geller puso un bloc sobre la mesa y después pidió a Puharich que pensara tres números. Puharich eligió 4, 3 y 2: «Ahora de la vuelta al bloc», dijo Geller. Puharich lo hizo y halló los números 4, 3 y 2... escritos antes de que hubiese pensado en los números. De algún modo, Geller había influido en él para que eligiese los números.

Este hecho sugiere que Geller puede hipnotizar a la gente por medios telepáticos, pero hay que preguntarse si eso explica también los hechos misteriosos y sobrenaturales que ocurrieron después. En demostraciones posteriores, Geller siguió elevando la temperatura de un termómetro con sólo mirarlo fijamente, moviendo la aguja de una brújula con sólo concentrarse en ella, torciendo el chorro de agua que salía de un grifo acercando un dedo a él. La conclusión de Puharich fue que Uri Geller no era un mero ilusionista; era un psíquico genuino, con un indudable dominio sobre la materia, facultad que se denomina psicokinesis.

Geller admitió que no tenía la menor idea de la forma en que había logrado esos curiosos poderes. Había adquirido conciencia de ellos cuando era muy pequeño. Cuando empezó a ir a la escuela, su padrastro le regaló un reloj, pero siempre parecía estar estropeado. Un día, mientras Geller lo miraba, las manecillas comenzaron a moverse cada vez más rápido, hasta que giraron a toda velocidad. Entonces empezó a sospechar que él mismo podía ser el causante. Pero no tenía control sobre esta sorprendente habilidad. Un día, mientras tomaba sopa en un restaurante, el plato se cayó al suelo. Y después las cucharas y tenedores de las mesas cercanas comenzaron a doblarse. Los padres de Geller estaban tan preocupados que pensaron en llevarle a un psiquiatra.

A los trece años comenzó a tener cierto control sobre sus poderes. Rompió el candado de una bicicleta concentrándose en él y aprendió a hacer trampa en los exámenes leyendo las mentes de los alumnos más estudiosos.

Puharich creía haber hecho el descubrimiento del siglo. Como la mayoría de los dotados afirman que no pueden conectar o desconectar sus poderes a voluntad, los investigadores no habían logrado averiguar nunca si mentían o no. En cambio, los poderes de Geller parecían estar a su disposición siempre que quería.

En este punto, los acontecimientos se modificaron de forma inesperada. En la mañana del 1 de diciembre de 1971, Geller fue hipnotizado por Puharich, quien confiaba en descubrir así el origen de sus poderes. Puharich le preguntó dónde estaba y Geller le replicó que se encontraba en una gruta, y que estaba «aprendiendo cosas acerca de gente que viene del espacio.» Agregó que aún no se le permitía hablar sobre esto. Puharich le hizo retroceder más y Geller empezó a hablar en hebreo, su lengua materna. Describió un episodio que, según dijo, había ocurrido cuando tenía tres años. Había entrado en un jardín, en Tel Aviv, y súbitamente percibió la presencia de un objeto brillante en forma de cuenco que flotaba en el aire, sobre su cabeza. En el aire había un sonido agudo y vibrante. A medida que el objeto se acercaba, Uri se sintió bañado en luz y cayó desvanecido al suelo.

Mientras Geller contaba estos hechos, Puharich y sus compañeros de investigación quedaron asombrados al escuchar una voz en el aire, encima de sus cabezas. Puharich la describió como «metálica y no terrenal». «Fuimos nosotros quienes encontramos a Uri en el jardín cuando tenía tres años -dijo la voz fantasmal-. Le hemos programado para que ayude a la humanidad.»

Cuando Geller despertó, no parecía recordar lo sucedido, de modo que Puharich le hizo escuchar la cinta en que había grabado la sesión. Aseguró no recordar el episodio, pero cuando la voz metálica comenzó a hablar, Geller extrajo la cinta del magnetofón. Mientras la tenía en la mano, la cinta desapareció. Después, Geller salió corriendo de la habitación.

¿Qué había sucedido? La explicación escéptica es que Geller usó sus dotes de ventrílocuo y después cogió la cinta, haciéndola «desaparecer», para que no se pudiera comprobar el parecido entre su propia voz y el «ser espacial» de la cinta. Pero Puharich y los demás dijeron que la voz venía de encima de sus cabezas y que parecía mecánica, como fabricada por una computadora.

La voz misteriosa fue sólo el primero de una serie de hechos extraños e inexplicables. No pasó un día sin que las misteriosas «entidades» hicieran cosas sorprendentes. Detenían el motor del coche, y volvían a ponerlo en marcha. «Teleportaron» la cartera de Puharich desde su casa de Nueva York hasta su apartamento de Tel Aviv. Cuando Geller y Puharich se dirigían a una base del ejército, fueron seguidos por una luz roja en el cielo que no era visible para su escolta militar. De hecho, Geller llegó a fotografiar una «nave espacial», siguiendo las órdenes de la voz metálica.

¿Era una broma? ¿O alguna clase de truco? Puharich, por lo menos, estaba convencido de que no había fraude. Unos años antes, un dotado le había transmitido mensajes de unos seres misteriosos que se llamaban a sí mismos los «Nueve» y que decían venir del espacio exterior. En una de las sesiones hipnóticas con Geller, Puharich preguntó si la voz era la de uno de los Nueve y la respuesta fue «sí». Después preguntó si los Nueve eran responsables de las observaciones de OVNIS, y de nuevo la respuesta fue afirmativa. La voz dijo que los Nueve eran seres de otra dimensión y que vivían en una nave estelar llamada Spectra, que estaba a «53.069 edades-luz de distancia». Habían observado la Tierra durante miles de años y habían aterrizado en América del Sur hacía 3.000 años. Y pronto demostrarían su existencia aterrizando de nuevo...

Es fácil reírse de todo esto y tachar a Puharich de crédulo. La explicación más sencilla sería que Geller había estado leyendo las obras de Erich von Däniken y había decidido engañar al ingenuo investigador. Pero si la descripción de Puharich es exacta, es totalmente imposible que Geller pudiera realizar algunos de los «trucos» más espectaculares.

¿Acaso Puharich mintió? Esta hipótesis también debe ser descartada. El propósito de Puharich era, simplemente, probar que Geller poseía poderes paranormales, y lo único que pretendía hacer era organizar pruebas científicas; como las que realizó después en Estados Unidos. Los acontecimientos posteriores no hicieron más que perjudicarle.

Pero la hipótesis de los Nueve es igualmente difícil de creer, y Geller dice que él mismo no la acepta: los acontecimientos descritos por Puharich le dejaron totalmente atónito, y no tiene ni idea de su explicación.

El mismo Geller estaba bastante preocupado por estos extraños acontecimientos. A diferencia de Puharich, no deseaba convencer al establishment científico de la realidad de sus poderes; le interesaba más ser rico y famoso. Y los sorprendentes trucos de los Nueve no parecían acercarlo a esos fines.

Cuando Puharich ya se había marchado por unas semanas, Geller fue a su apartamento y encontró una carta del investigador en el felpudo. La carta decía que Puharich no podría salir de Estados Unidos en los tres meses siguientes, y después se reuniría con Geller. De acuerdo con esto, Geller decidió llevar a cabo una tournée por Alemania. Llamó a Puharich para preguntarle las razones de su demora, y éste, asombrado, negó haber escrito la carta. En ese momento, ambos pensaron que la carta era otro «mensaje» de los Nueve. La «prueba» era que había desaparecido del bolsillo de la camisa de Geller mientras estaba en el avión; obviamente, había sido desmaterializado por el propietario de la voz metálica. Una explicación más simple podría ser que Geller hubiese inventado la carta.

Sin embargo, el incidente convenció a Puharich de que los Nueve querían que él permaneciera en Estados Unidos, tratando de persuadir a varios eminentes hombres de ciencia de que valía la pena investigar a Geller. Mientras tanto, su mudable e imprevisible protegido se trasladó a Alemania, a su primera cita con la fama y la fortuna o, al menos, con la notoriedad y la publicidad.

Después del éxito obtenido en Alemania, parecía que por fin Uri Geller había sido aceptado como un auténtico psíquico. Sin embargo, en los Estados Unidos tuvo que afrontar serias acusaciones de fraude.

Uri Geller llegó a Munich en junio de 1972 e inmediatamente dio muestra de su talento publicitario, cualidad que le convirtió en el más famoso -y rico- psíquico del mundo. La visita había sido organizada por un agente llamado Yasha Katz, quien se preocupó de que Geller fuera recibido por multitud de reporteros. Uno de ellos le preguntó: «¿Qué podría usted hacer que resultara realmente sorprendente?» Geller respondió: «Sugiera usted algo». «¿Qué le parecería parar un teleférico y dejarlo suspendido en el aire?» Tras pensarlo un momento, Geller respondió: «Por supuesto, por qué no.» Y entonces la multitud de reporteros, con ojos asombrados, le siguieron hasta la línea del funicular de Hochfelln, en las afueras de Munich.

El teleférico salió para dirigirse hacia la cima de la montaña, y Geller se concentró profundamente. No sucedió nada. Bajó de nuevo y tampoco pasó nada. Siguió subiendo y bajando. Para entonces la confianza en Geller había desaparecido y los reporteros empezaban a perder interés. Pero de pronto, ante el asombro de todos, el teleférico se paró en el aire. El mecánico llamó al centro de control y le dijeron que el interruptor principal se había apagado repentinamente. Unos minutos más tarde, los reporteros corrían hacia las cabinas telefónicas más cercanas.

Inevitablemente, solicitaron que hiciera algo más. Alguien sugirió que parara una escalera mecánica en unos grandes almacenes. Esta vez pareció que Geller no tenía suerte: las escaleras subían y bajaban una y otra vez, hasta que en el vigésimo intento la escalera se paró.

Un científico alemán, Friedbert Karger, quiso que Geller se quedara en Alemania para someterse a un estudio, pero Uri ya había sido contratado por algunos de los más eminentes investigadores científicos americanos.

Por su parte, el joven estaba saboreando las mieles de la fama. Un empresario quiso incluso que actuara en un musical y a él le encantó la idea. Cuando Puharich se enteró por teléfono de todo esto se fue inmediatamente a Alemania y persuadió a la joven celebridad de que abandonara sus planes de convertirse en el primer cantante místico del mundo, y que le acompañara a Estados Unidos.

Uno de los hechos más extraños en la historia de Geller es que no consiguió alcanzar en los Estados Unidos la misma fama inmediata que había tenido en Alemania. Parece haber dos explicaciones. Una de ellas es que los americanos no son fácilmente influenciables y tienden a mostrarse escépticos ante esos «creadores de milagros». La otra explicación se basa en que la reputación de Geller le había precedido a él, y se encontró frente a una considerable «resistencia del comprador». Las historias acerca del nuevo protegido de Puharich ya habían llegado al mundo de las investigaciones de fenómenos paranormales de los Estados Unidos, un mundo en el que Puharich era considerado como un eminente investigador científico. Según los rumores, Puharich había resultado completamente engañado por este «mago-pop» israelí. Así pues, cuando Geller llegó a Nueva York en otoño de 1972, encontró una atmósfera más bien fría.

Desde un principio, estuvo rodeado por eminentes científicos, hombres tales como Ed Mitchell, el astronauta que fue a la luna, Wernher von Braun, el inventor del cohete V-2, o el físico Gerald Feinberg. Geller se sentía receloso y disgustado; sin embargo, sus poderes parecían estar dando excelentes resultados. En la oficina de Von Braun realizó una interesante variante del fenómeno de romper el anillo, aplastando el anillo de boda de oro que Von Braun sostenía fuertemente en su propia mano. Luego Von Braun descubrió que las pilas de su máquina calculadora se habían gastado aunque las había repuesto aquella misma mañana. Geller tomó la calculadora entre sus manos y cuando después Von Braun apretó el botón de encendido, descubrió que la calculadora funcionaba, pero que la pantalla mostraba números inconexos. Geller probó otra vez y consiguió que la calculadora funcionara normalmente. Era absolutamente imposible que alguien la hubiera manipulado; ni siquiera un ilusionista podría llegar hasta el circuito de una calculadora herméticamente cerrada. Von Braun concluyó que Geller podía producir extrañas corrientes eléctricas, suposición razonable y probablemente correcta.

El regreso de los «espectros espaciales»

A pesar de estos éxitos, Geller estaba tenso y desilusionado. Entre otras cosas, los «espectros espaciales» estaban actuando de nuevo. En una habitación de un hotel de Washington un cenicero se elevó por encima de la mesa, como movido por manos invisibles. Después, el magnetofón empezó a funcionar por sí mismo. Cuando Puharich, que estaba presente, hizo volver la cinta hacia atrás, habló de nuevo la extraña voz metálica que habían oído por primera vez en 1971, diciendo que la nave Spectra pronto aterrizaría en la Tierra, pero sólo para repostar. El «aterrizaje en masa» prometido en anteriores entrevistas iba a tener lugar más tarde. También dijeron a Puharich -para su mayor sorpresa e irritación- que en lo sucesivo se abstuviera de realizar experimentos con Geller y que no informara a nadie de estos extraños mensajes. Al acabar el mensaje, la cinta -según declaró Puharich- simplemente se disolvió por completo. Los mensajes posteriores que llegaron a través del magnetofón insistieron de nuevo en que Puharich renunciara a sus planes de realizar pruebas científicas. Como es lógico, Puharich se inquietó profundamente. Esos seres del espacio exterior -si es que venían de allí- estaban dando al traste con sus planes. Incluso Geller se mostraba inesperadamente escéptico; aseguró que los «seres del espacio» eran payasos que estaban gastándole bromas pesadas.

Todo esto culminó en un suceso muy significativo que Puharich menciona únicamente en un párrafo de su libro sobre Geller, pero que muy bien podría contener la clave del misterio.

Una tormenta psíquica

Cuando Puharich dijo a Geller que estaba decidido a ignorar a los «seres del espacio» y continuar con los planes sobre los experimentos, Geller perdió la paciencia y le arrojó un azucarero a la cabeza. Puharich se indignó. En aquel preciso momento, fuera se puso a soplar un viento muy fuerte que sacudía los árboles, y un reloj de péndulo cruzó rápidamente la sala y se hizo añicos. Fuertemente impresionado, pero todavía resuelto, Geller le rogó a Puharich que olvidara a los científicos. Pero él se mantuvo en sus trece y finalmente consiguió su propósito.

Parece ser que estos increíbles sucesos -suponiendo que Puharich los explique tal como sucedieron- confirman que ciertos poderes «sobrehumanos» entraron en juego. Sin embargo, todos los investigadores de fenómenos paranormales saben que los poltergeists pueden producir efectos muy semejantes. Y también están todos de acuerdo en que los poltergeists están estrechamente conectados con las mentes inconscientes de uno o varios seres humanos.

Si los «seres del espacio» realmente existieron, ¿por qué le ordenaron de repente a Puharich que abandonara las investigaciones científicas que anteriormente habían aprobado? Por otro lado, resultaría perfectamente comprensible si las extrañas manifestaciones se hubieran originado en la mente inconsciente de Uri Geller. Él quería ser famoso y (a ser posible) rico, y la idea de ser examinado por científicos escépticos le preocupaba. Significativamente, el único proyecto para el cual los «seres del espacio» dieron su consentimiento fue la filmación de una película sobre la vida de Geller.

Puharich cuenta cómo al día siguiente de la «tormenta», su cariñoso perro labrador de color negro de repente mordió a Geller en la muñeca. El día anterior este mismo perro había desaparecido repentinamente de la cocina ante sus propios ojos, y unos momentos después fue visto caminando hacia la casa a unos 65 metros de distancia: había sido teleportado misteriosamente por los hombres del espacio, según Puharich, para demostrar su poder. Pero quizá el perro lo supiera mejor que ellos. Quizá sabía intuitivamente que el verdadero culpable era el propio Geller, o, mejor dicho, un desconocido que vivía en la mente inconsciente de Geller.

Unos días más tarde empezaron las pruebas científicas. Se realizaron en el Instituto de investigación de Stanford (California) y fueron dirigidas por el doctor Harold Puthoff y Russell Targ. Tan pronto como empezaron las pruebas, Geller se dio cuenta de que no tenía nada que temer. A la mayoría de los psíquicos les resulta muy difícil actuar cuando se encuentran en un laboratorio; sin embargo, Geller no tenía tales problemas. Tan pronto como empezó a concentrarse para intentar doblar un anillo de latón, el monitor de televisión a través del cual estaba siendo observado empezó a deformarse, y las deformaciones se producían cada vez que la cara de Geller se torcía al concentrarse. Evidentemente, estaba provocando un efecto eléctrico misterioso. Al mismo tiempo, una computadora del piso de abajo empezó a estropearse.

Seguidamente, se le realizó una prueba de percepción extrasensorial. Su éxito entonces fue espectacular. Se colocó un dado en una caja cerrada y se movió para que rodara; entonces le pidieron a Geller que adivinara qué lado contenía el número más alto. Acertó en todos los casos. Más tarde pusieron diez latas vacías boca abajo sobre una mesa, y escondieron un pequeño objeto debajo de una de ellas; entonces Geller fue conducido a la habitación y le pidieron que adivinara qué lata contenía el objeto. De nuevo sus aciertos fueron increíbles -doce de catorce intentos. También se le pidió que duplicara dibujos colocados en sobres cerrados y dobles; una y otra vez sus respuestas fueron sorprendentemente correctas. Sin embargo, cuando se escogieron unos determinados dibujos al azar de entre un montón que habían sido trazados por muchas personas que se encontraban en el edificio -de forma que ni los propios científicos tenían idea de lo que había en el sobre- los aciertos de Geller se redujeron al mínimo. Esto sugiere que su éxito en los experimentos de los dibujos depende mucho de la telepatía o «lectura de la mente», pero no puede explicar los experimentos con el dado, que ponían de manifiesto auténtica PES sin telepatía.

Los escépticos desafían a Geller

A medida que parecía que Geller superaba las pruebas más difíciles y que demostraba la autenticidad de sus poderes, su visita a América empezó a ir mal. Se le pidió que se presentara en las oficinas de la revista Time, pero el «fotógrafo» que concertó la entrevista era, de hecho, un mago profesional llamado Charles Reynolds. Puharich sospechó que los magos americanos estaban tramando «linchar» a Geller, y tenía razón. James Randi -uno de los ilusionistas más célebres desde Houdini- estaba convencido de que Geller era un farsante, y estaba decidido a desenmascararlo. Puharich no tenía ninguna intención de permitir que Geller fuera puesto a prueba por esa caterva de magos de farándula; sin embargo, Geller se daba cuenta de que su negativa sería considerada como un indicio de culpabilidad. Así pues, el 6 de febrero de 1973 él y Puharich se presentaron en las oficinas de Time.

Geller estaba comprensiblemente nervioso, ya que tenía que enfrentarse con la manifiesta hostilidad de dos magos y dos editores de Time. Sin embargo, consiguió demostrar sus poderes telepáticos al duplicar un dibujo que se encontraba en un sobre cerrado. Después de esto, dobló un tenedor frotándolo suavemente con su dedo; el tenedor siguió doblándose después de que lo hubiera soltado. Charles Reynolds le ofreció a Geller la llave de su propio apartamento -para asegurarse de que no hubiera ningún «cambio»- y Geller la dobló concentrándose; de nuevo, la llave continuó doblándose después de que Geller la hubo soltado.

En conjunto, Geller actuó de una forma muy satisfactoria y había razones para que esperara un informe favorable. No obstante, el artículo que apareció en Time unas semanas después era condenatorio. Los dos magos afirmaban que podían repetir fácilmente cada uno de los «trucos» de Geller, y que Randi de hecho lo hizo cuando Geller había abandonado la oficina. El artículo acababa afirmando -en contra de la verdad- que Geller había sido obligado a abandonar Israel de una forma vergonzosa después de que un experto en computadoras y algunos psicólogos hubieran repetido sus proezas y le acusaran de fraude.

Por lo que se refiere al gran público americano, el mito de Geller ya había desaparecido por aquel entonces; se había «probado» que era un mero estafador. Y puesto que Time tenía una circulación mundial tan inmensa, ni Geller ni Puharich pudieron hacer nada. A finales de marzo de 1973 parecía que la carrera sorprendente de Uri Geller estaba llegando a su fin, sólo unos 18 meses después de que hubiera empezado. Sin embargo, cuando Puharich se sentó en su despacho a escribir las primeras líneas de su libro: Uri: a journal of the mistery of Uri teller (Uri: diario del misterio de Uri teller) experimentó una íntima convicción de que no todo había acabado allí. Por su parte, Geller estaba resuelto a actuar de tal modo que los escépticos tuvieran que tragarse sus palabras.

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