El Nilo, símbolo del renacimiento y la vida eterna para los antiguos egipcios, ha sido durante los siglos el principio vital de su país. El río y sus orillas se contemplan desde el aire como una larga faja verde serpenteando a través del árido desierto. Esa faja es Egipto: la prodigalidad del Nilo lo creó, y permitió el desarrollo de una de las mayores civilizaciones de todos los tiempos.
El Nilo es, con sus 6.708 kilómetros desde su fuente más remota, el río más largo del mundo. Sus dos «orígenes» surgen de las profundidades de África. El Nilo Blanco brota de las aguas del lago Victoria, y fluye hacia el norte en dirección a Jartum, en Sudán, donde se funde con el Nilo Azul, más corto pero más caudaloso. Allí donde las aguas se reúnen es posible ver la confluencia de las aguas azuladas del Nilo Azul y las más claras, verde pálido, del Nilo Blanco.
Desde Jartum el río corre hacia el norte hasta El Cairo, donde se divide en dos importantes canales, uno de los cuales desemboca en el mar Mediterráneo en Damietta, a unos 60 kilómetros de Port Said; el otro prosigue hasta Rasid (la antigua Rosetta). En este lugar, en 1799, fue hallada la famosa piedra de Rosetta que ayudó a descifrar los jeroglíficos egipcios. Entre ambos brazos se extiende el delta del Nilo: 37.000 kilómetros cuadrados de tierra cultivable formada por ricos depósitos aluviales.
El «Don del Nilo»
Para los egipcios el Nilo era, y sigue siendo, el centro de su existencia. Facilitaba el crecimiento del grano, proveía el pescado y el valioso junco de papiro, y era utilizado como vía fluvial. La veneración del pueblo para con el río se advierte en el Himno al Nilo, compuesto presumiblemente durante el Imperio Medio (hacia 2050-1750 a.C.): «Salve, oh Nilo, que surges de la tierra, que vienes a dar vida al pueblo de Egipto.» El historiador griego Herodoto resumió con agudeza la relación entre el país y el río: «Egipto es un don del Nilo.»
En sus orígenes, el antiguo Egipto era llamado por sus habitantes Kemet, que significa «negro», a causa del contraste entre las oscuras tierras aluviales formadas por el sedimento de las crecidas y el leonado desierto que se extendía a ambos lados hasta perderse de vista. Al parecer, los egipcios consideraban que todos los ríos guardaban relación con el Nilo. Por ejemplo, una inscripción en una estela real de finales del siglo XVI a.C. describe al Eúfrates, el gran río de Mesopotamia que fluye de norte a sur, como cese río invertido que corre a contracorriente». En otras palabras, se consideraba que cualquier río que fluyera en dirección contraria al Nilo lo hacía de forma equivocada.
La característica más vital del Nilo para los habitantes de Egipto, desde la remota prehistoria hasta 1971, eran sus inundaciones anuales. Ese don del río procedía de las lluvias africanas y el deshielo de las nieves de las montañas de Etiopía que daban origen a inmensos torrentes. El río inundaba los campos adyacentes y, al retirarse las aguas, los dejaba cubiertos de una rica y fértil capa de limo. Fue esta fertilidad la que nutrió la antigua civilización egipcia.
El escritor latino Séneca describió lo providencial de las crecidas del río para los egipcios: «Es una hermosísima visión cuando el río inunda los campos. Las llanuras desaparecen, los valles se ocultan. Sólo las ciudades emergen como islas. El único medio de comunicación es la nave; y cuanto más sumergida queda la tierra, mayor es el júbilo de su gente.»
En tiempos de los faraones, el Nilo alimentaba las vidas de millones de personas en su recorrido á través del país. Había, por supuesto, años malos en que las inundaciones fallaban, como durante los siete años de carestía que según la tradición tuvieron lugar durante el reinado de Zoser, rey de la III dinastía (hacia el siglo XXVIII a.C.).
Pero casi siempre el río proporcionaba una vida holgada a quienes dependían de él, al menos a las clases altas, a juzgar por los versos escritos para celebrar la nueva capital de los faraones de la XIX dinastía al noroeste del delta, los bíblicos Ramsés: «La Residencia es agradable para vivir; sus campos rebosan de cosas buenas; están (llenos) de víveres y alimentos cada día, sus estanques de peces, y sus lagos de pájaros. Sus praderas son verdes y herbosas; sus orillas dan dátiles... Sus graneros están (tan) llenos de cebada y trigo (que) llegan casi hasta el cielo. Las cebollas y puerros son para el alimento, y la lechuga de la huerta, las granadas, manzanas, olivas e higos del vergel, el vino dulce de Ka-de-Egipto, que supera a la miel...»
Ka-de-Egipto, un viñedo del delta, así como la abundancia de hortalizas y frutas a las que se alude, no hubiesen existido sin el Nilo.
La agricultura de la región ha progresado desde aquellos tiempos: la simiente ya no es pisoteada por los carneros, o, como observó Herodoto en el siglo V a.C., por los cerdos. Algunos de los antiguos instrumentos todavía son de uso cotidiano, por ejemplo el shaduf, introducido durante el Imperio Nuevo (aproximadamente 1567-1085 a.C.). Este simple mecanismo permitía sumergir un cubo en el agua y luego elevarlo por medio de un contrapeso. En los años que siguieron a su invención aumentó considerablemente la extensión de tierra cultivada, y hoy día todavía es utilizado por los egipcios.
Pero el cambio más espectacular de los últimos años lo ha constituido la Gran Presa de Asuán, construida en 1971, y la consiguiente creación del lago Nasser, el mayor lago artificial del mundo. Ahora es posible irrigar durante todo el año; sin embargo, la gran inundación anual ya no existe, la crecida del río se ha reducido considerablemente, y el sedimento que a lo largo de los siglos sirvió a Egipto se ha visto mermado.
En algunos lugares el desierto está ganando terreno: allí donde los palmerales antaño prodigaban su fresca sombra, ahora sólo ondean unas cuantas frondas dispersas sobre la cima de las invasoras dunas, y los verdes campos están siendo devorados por las batientes arenas.
Los dioses de la vida
La vida cotidiana en el antiguo Egipto estaba entretejida de observancias y rituales religiosos. El río se asociaba con cierto número de dioses, siendo su deidad particular Hapi, Gran Señor de los Alimentos, Señor de los Peces. Según la creencia popular, Hapi era responsable de las crecidas, derramando el agua de su jarro sin fondo, sentado en una cueva protegida por serpientes al pie de las montañas de Asuán. Anualmente se hacían sacrificios en Yabal Silsila para asegurarse de que inclinara su jarrón en el ángulo adecuado: demasiado volcado podía significar un diluvio, y demasiado poco significaría sequía y hambre en todo el país.
Una estatua de Hapi, que se encuentra ahora en el Museo del Vaticano en Roma, lo muestra con 16 niños, cada uno de ellos de la altura de un codo. Esto simboliza el hecho de que si la crecida anual no alcanzaba los 16 codos (unos 8 metros), entonces la tierra no florecía y su gente padecía hambruna.
Hapi encarna al Nilo, pero el río también está vinculado con la vida y la muerte de Osiris, el dios del mundo de ultratumba. Simbólicamente, la historia de Osiris refleja la vida del gran río. Durante su reinado en Egipto fue asesinado por su malvado hermano Set, y los fragmentos de su cuerpo fueron esparcidos por todo el país. Su consorte, Isis, tras una concienzuda búsqueda, reunió los miembros dispersos y lo resucitó. Tras su resurrección, tuvieron un hijo, llamado Horus, el siguiente rey de Egipto que también fue divinizado. Entonces Osiris descendió para gobernar el mundo de ultratumba.
La vida y la muerte de Osiris simbolizan la muerte y resurrección anual del Nilo. El malvado Set es el ardiente viento del desierto que consume las aguas. Osiris está muerto cuando el Nilo está seco, y su cuerpo es encontrado por Isis el día de su crecida anual. Al igual que Osiris fecunda a Isis, creando nueva vida y esperanza, el río anega sus orillas para fertilizar los campos.
Osiris es el Nilo, Isis la tierra: la unión de ambos es la unión perennemente productiva del agua y del suelo.
Monumentos conmemorativos del pasado
La prosperidad en torno al Nilo permitió a los egipcios edificar magníficos monumentos a lo largo de su cauce: templos y monumentos a los antiguos dioses y reyes. Inevitablemente, las exigencias del progreso han entrado en conflicto con la necesidad de preservar el pasado. Ambas consideraciones fueron espectacularmente reconciliadas con la construcción de la presa de Asuán, que salvó a los templos de Abu Simbel de ser sumergidos por las aguas. Los dos templos, esculpidos en las faldas de la montaña en la orilla oeste del Nilo, fueron trasladados, mediante una sorprendente obra de ingeniería que terminó en 1966, 64 metros más arriba de su emplazamiento original.
Los templos fueron construidos en tiempos de Ramsés II, el tercer rey de la IX dinastía. Durante su largo reinado (1290-1224 a.C.) se edificaron aproximadamente la mitad de los templos egipcios que subsisten, la mayoría erigidos para celebrar sus hazañas contra los hititas y conservar el imperio asiático de Egipto.
Ramsés también dejó su huella más abajo de Abu Simbel, a lo largo del río, donde un asombroso despliegue de monumentos rodea la antigua capital de Tebas. Allí se encuentra Karnac, uno de los templos más impresionantes del mundo. Los magníficos pilares de su sala hipóstila, elevándose a gran altura y formando grandes grupos con sus macizas basas, parecen concebidos para dar paso a grandes seres incorpóreos.
El enorme conjunto está dedicado al faraón Amón, de cabeza de carnero, dios de Tebas, ulteriormente identificado con Ra, el dios sol, y convirtiéndose en Amón-Ra, el rey de los dioses durante el apogeo de Tebas. Las ruinas cubren unos 20.000 m², y comprenden los restos de avenidas bordeadas de esfinges, enormes puertas de acceso, santuarios y templos, y un lago sagrado.
Junto a Tebas se encuentra Luxor, también dedicado a Amón; y atravesando el Nilo desde Luxor se extiende el Valle de los Reyes, donde fueron sepultados la mayoría de los monarcas de la VIII dinastía (aprox. 1570-1342 a.C.).
Los más famosos monumentos de Egipto se encuentran al norte, casi a la entrada del delta, donde se elevan los colosales volúmenes de las pirámides de Gizeh, últimas supervivientes de las Siete Maravillas de la antigüedad.
Junto a las orillas del Nilo, las humanas actividades diarias reafirman el antiguo ritmo de la existencia. En algunos lugares, éste parece haber cambiado apenas desde que los viajeros victorianos acudieran a pintar el río en todos sus aspectos, y pudiera no ser tan diferente de los tiempos de los faraones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por participar en nuestro blog...