Unos creen que se trata de un milagro, otros sostienen que es un fraude y otros más argumentan que su origen es psíquico. ¿Se trata de una recomposición de imágenes o son simplemente pinturas al fresco? La polémica continúa.
Bélmez de la Moraleda, un pueblo olvidado de la provincia de Jaén, enclavado en las estribaciones de Sierra Mágina (España), hasta 1971 sólo era conocido por los vecinos de las demás localidades de la zona, igualmente bellas, modestas, tranquilas, entrañables, donde los acontecimientos importantes eran el bautizo del hijo de éste o la muerte del tío de aquél, las lluvias de abril o la sequía de agosto. Pero el nombre de Bélmez dio la vuelta al mundo hace varios años, a raíz de uno de los más extraños fenómenos de que se tenga noticia en España.
La casa de las caras
El número 5 de la calle Rodríguez Acosta, en Bélmez de la Moraleda, corresponde a una casa de pueblo igual a tantas otras. La fachada encalada y el balcón lleno de flores son los de cualquier vivienda andaluza. Es cierto que los vecinos recuerdan que esa casa y la que lleva el número 3 fueron construidas en el emplazamiento de la antigua iglesia y el cementerio adyacente. Según los ancianos del lugar, en el número 3 se registraba actividad poltergeist en tiempos no muy lejanos, y si tenemos en cuenta que muchos ocultistas sostienen que la energía psíquica queda fijada a los lugares donde se ejerció, quizá nos resulte más fácil aceptar el desconcertante fenómeno de las caras de Bélmez.
La historia empezó el 23 de agosto de 1971. Hasta ese momento, ningún fenómeno fuera de lo común había alterado la vida de Juan Pereira Sánchez y de su esposa, María Gómez Cámara, que vivían solos en la casa, pues los hijos estaban casados y habían abandonado el hogar paterno. Pero ese día la mujer advirtió, por primera vez, que en el suelo de la cocina, a poca distancia del fogón, había una cara extraña. Según contaron después, la "cara" -y las que le siguieron- no apareció de pronto: en el piso de cemento se formó una mancha que fue evolucionando durante unos días hasta llegar a reproducir con fidelidad la apariencia de un rostro humano.
La noticia corrió por el pueblo como un reguero de pólvora, y la sorprendente aparición pudo ser observada por muchos de sus habitantes. Pero esa inquietante cara en el suelo de la cocina atemorizaba a los Pereira, y uno de sus hijos, Miguel, procedió a picar cuidadosamente el lugar donde se encontraba, hasta hacerla desaparecer, y a continuación lo alisó con cemento. El esfuerzo resultó inútil, pues algunos días después, ya en el mes de septiembre, comenzó a aparecer, exactamente en el mismo lugar del suelo que había sido renovado, una nueva cara, de rasgos muy acusados y gran expresividad, que produjo auténtico temor en el desconcertado matrimonio.
Según relataron los dueños de la casa a los periodistas que los asediaban, las caras no aparecían ya totalmente formadas. Lo primero que podía distinguirse eran los ojos, y después iban surgiendo gradualmente la nariz, la boca y el contorno. Los comentarios y las versiones tomaron tales vuelos que el Ayuntamiento de Bélmez se vio obligado a intervenir: unos albañiles, ayudados por Miguel Pereira, "recortaron" la segunda cara aparecida en el suelo y excavaron hasta llegar casi a los tres metros de profundidad. En el hoyo practicado aparecieron varios huesos humanos, testimonio sin duda del cementerio sobre el cual está construida la casa. La cara recortada por orden del Ayuntamiento, de 40 cm de base por 60 de altura, adorna, protegida por un cristal, la cocina de la familia Pereira. Es quizá la más nítida y definida de las que aparecieron.
Poco después, y una vez cubierto el hoyo con cemento, comenzó nuevamente el proceso. El 10 de septiembre una nueva cara, algo más difusa, aparecía lentamente en el mismo lugar. Miguel Pereira, alarmado, la recortó y volvió a reparar el suelo de la cocina, donde una extraña fuerza se empeñaba en crear diseños que sembraban la inquietud no sólo en la familia, sino en el pueblo entero y en el gran número de visitantes que llegaban hasta allí alertados por los medios de comunicación. Pero los esfuerzos del joven fueron inútiles, pues algunos días después apareció una nueva cara, esta vez la de una mujer joven y bella, que poco a poco fue rodeada por otras más pequeñas, a modo de satélites.
Desde ese momento, la familia, resignada, dejó de luchar contra la fuerza desconocida. Más adelante apareció una nueva cara conocida popularmente como el Pelao, que fue retirada del suelo en 1975. Y una vez más, cuando parecía que todo había acabado, volvieron a surgir en el mismo lugar caras que, tras evolucionar lentamente, desaparecieron un año más tarde para dejar sitio a nuevas imágenes, de contornos menos precisos, que son las que pueden apreciarse en la actualidad.
¿Milagro o fraude?
La polvareda que provocaron las "caras de Bélmez" no se ha disipado todavía. Las explicaciones abarcan todo el abanico de prejuicios y creencias racionales que suelen manifestarse ante cualquier fenómeno que escapa a las reglas corrientes. Milagro, afirmaban unos. Fraude publicitario, sostenían otros. Hubo quien arriesgó la hipótesis de que las caras pertenecían a los difuntos, cuyo descanso había sido perturbado por la construcción de la casa sobre sus tumbas. La pregunta que se planteaba era por qué habían esperado siglos para manifestar su incomodidad. Pero entonces salían a colación los ruidos y gemidos inexplicables que se habían escuchado en la casa contigua cien años atrás.
Los investigadores parapsicólogos proponían una teoría más sencilla, desde su punto de vista: alguno de los ocupantes de la casa era un dotado, alguien cuyo subconsciente poseía el tipo de energía que suele producir efectos poltergeist. Sólo que en lugar de provocar desplazamientos, golpes y levitaciones, esa energía modificaba la materia, creando en ella imágenes que expresaban un mensaje que nadie ha sabido descifrar.
El punto de vista de los escépticos se inclinaba por explicaciones más prosaicas. El deseo de notoriedad o de compensaciones económicas podía explicar la creación furtiva de imágenes. El problema era quién... y cómo. Evidentemente, ni el señor Pereira ni su esposa tenían los conocimientos precisos para representar rostros misteriosos, y las malas lenguas acusaron a un pintor local de ser el autor de las "caras". Pero el pintor en cuestión pudo demostrar que en el momento de la aparición de las primeras imágenes se encontraba muy lejos de Bélmez, de modo que quizá convenga buscar por otros caminos.
¿Una explicación lógica?
Leonardo da Vinci, el más intelectual y analítico de los artistas del Renacimiento, dijo una vez que quien no era capaz de imaginar batallas en una mancha de humedad, no podía ser pintor. Es posible que algunos consideren esta frase como una boutade del genial italiano, pero detrás de ella se esconde una verdad profunda.
El ojo humano tiene una tendencia natural a recomponer las imágenes que registra la retina, a ordenar el caos, por así decirlo. Igual que una nube en el cielo de verano adopta la forma de una montaña nevada, de una bandada de pájaros, de un rebaño de ovejas.., o simplemente de un bocadillo, según la imaginación del que la contempla, una mancha que aparece de forma casual en un suelo de cemento puede adoptar el contorno de una cara, una raya transformarse en una nariz o una sonrisa, y una zona más oscura en la sombra de una barba. Y cuando el primer espectador exclama "¡Mira, si parece una cara!", está transmitiendo a sus interlocutores su recomposición de esas manchas y rayas, sugestionándolos, en el mejor sentido de la palabra.
En una cocina como la de la familia Pereira hay dos elementos abundantes: hollín y grasa. Dichos elementos pueden depositarse en el cemento húmedo antes de que éste fragüe, difuminándose o concentrándose al azar de un golpe de la llana del albañil. Y a medida que el cemento se endurece, el hollín (pigmento que, por cierto, usaron los desconocidos, remotos y geniales artistas que decoraron la cueva de Altamira, por ejemplo), combinándose con la grasa o rechazado por ésta, puede agruparse configurando formas que después son interpretadas como "caras" por quienes las contemplan.
A esto se objetará que es muy fácil reconocer una cara, que nadie puede llamarse a engaño. Pero también podría sacarse a colación por lo menos un caso famoso de imagen percibida o no, con la misma seguridad, por grupos de personas cultas y acostumbradas a "mirar": el buitre que Freud veía en Santa Ana, la Virgen y el Niño, famoso cuadro de Leonardo ubicado en el Louvre. Freud veía con tanta claridad el contorno de un buitre en el perfil de las figuras que escribió un ensayo sobre el tema, analizando las raíces psicoanalíticas inconscientes del artista. Pero muchos de sus discípulos más notables han confesado su incapacidad para distinguir al buitre. Entonces, ¿no podríamos suponer que quienes vieron en las "manchas" de Bélmez "caras" acabadas tenían simplemente tanta capacidad para recomponer imágenes como el gran psicoanalista Vienés?
Uno de los argumentos en que se apoyaban los partidarios del origen psíquico de las caras de Bélmez era que se podía raspar la superficie del cemento sin que las imágenes desaparecieran. Si hubiesen sido pintadas por una mano humana, habría pintura en la superficie, afirmaban. Estas personas desconocían, evidentemente, la técnica del fresco, en que los colores, que se emulsionan con la cal, quedan por de bajo de ésta una vez fragua. O sea que es posible que un fresquista hubiese pintado las caras y, una vez secos los materiales, podía rascarse la superficie del suelo sin que se alterara la imagen.
Pero, ¿quién pudo haber sido el fresquista que trabajó durante meses en casa de los Pereira, creando toda una serie de caras diferentes? ¿Cómo se las arregló para que las caras fueran apareciendo gradualmente? Sus conocimientos de química tendrían que haber sido muy completos y sutiles para obtener semejante efecto. Y puede argumentarse al respecto que una persona con tales conocimientos técnicos no necesitaría de semejante superchería para ganarse la vida o para adquirir notoriedad.
De modo que el enigma sigue en pie. Algunas de las caras, protegidas por cristales como si se tratase de valiosas obras de arte, continúan adornando la casita de los Pereira en Bélmez de la Moraleda, a disposición de quien desee contemplarlas. Y la polémica sigue, y seguirá durante mucho tiempo, entre quienes hablan de ectoplasma y energía psíquica y aquellos que prefieren creer en la astucia de unos y la sugestibilidad de los más.
Bélmez de la Moraleda, un pueblo olvidado de la provincia de Jaén, enclavado en las estribaciones de Sierra Mágina (España), hasta 1971 sólo era conocido por los vecinos de las demás localidades de la zona, igualmente bellas, modestas, tranquilas, entrañables, donde los acontecimientos importantes eran el bautizo del hijo de éste o la muerte del tío de aquél, las lluvias de abril o la sequía de agosto. Pero el nombre de Bélmez dio la vuelta al mundo hace varios años, a raíz de uno de los más extraños fenómenos de que se tenga noticia en España.
La casa de las caras
El número 5 de la calle Rodríguez Acosta, en Bélmez de la Moraleda, corresponde a una casa de pueblo igual a tantas otras. La fachada encalada y el balcón lleno de flores son los de cualquier vivienda andaluza. Es cierto que los vecinos recuerdan que esa casa y la que lleva el número 3 fueron construidas en el emplazamiento de la antigua iglesia y el cementerio adyacente. Según los ancianos del lugar, en el número 3 se registraba actividad poltergeist en tiempos no muy lejanos, y si tenemos en cuenta que muchos ocultistas sostienen que la energía psíquica queda fijada a los lugares donde se ejerció, quizá nos resulte más fácil aceptar el desconcertante fenómeno de las caras de Bélmez.
La historia empezó el 23 de agosto de 1971. Hasta ese momento, ningún fenómeno fuera de lo común había alterado la vida de Juan Pereira Sánchez y de su esposa, María Gómez Cámara, que vivían solos en la casa, pues los hijos estaban casados y habían abandonado el hogar paterno. Pero ese día la mujer advirtió, por primera vez, que en el suelo de la cocina, a poca distancia del fogón, había una cara extraña. Según contaron después, la "cara" -y las que le siguieron- no apareció de pronto: en el piso de cemento se formó una mancha que fue evolucionando durante unos días hasta llegar a reproducir con fidelidad la apariencia de un rostro humano.
La noticia corrió por el pueblo como un reguero de pólvora, y la sorprendente aparición pudo ser observada por muchos de sus habitantes. Pero esa inquietante cara en el suelo de la cocina atemorizaba a los Pereira, y uno de sus hijos, Miguel, procedió a picar cuidadosamente el lugar donde se encontraba, hasta hacerla desaparecer, y a continuación lo alisó con cemento. El esfuerzo resultó inútil, pues algunos días después, ya en el mes de septiembre, comenzó a aparecer, exactamente en el mismo lugar del suelo que había sido renovado, una nueva cara, de rasgos muy acusados y gran expresividad, que produjo auténtico temor en el desconcertado matrimonio.
Según relataron los dueños de la casa a los periodistas que los asediaban, las caras no aparecían ya totalmente formadas. Lo primero que podía distinguirse eran los ojos, y después iban surgiendo gradualmente la nariz, la boca y el contorno. Los comentarios y las versiones tomaron tales vuelos que el Ayuntamiento de Bélmez se vio obligado a intervenir: unos albañiles, ayudados por Miguel Pereira, "recortaron" la segunda cara aparecida en el suelo y excavaron hasta llegar casi a los tres metros de profundidad. En el hoyo practicado aparecieron varios huesos humanos, testimonio sin duda del cementerio sobre el cual está construida la casa. La cara recortada por orden del Ayuntamiento, de 40 cm de base por 60 de altura, adorna, protegida por un cristal, la cocina de la familia Pereira. Es quizá la más nítida y definida de las que aparecieron.
Poco después, y una vez cubierto el hoyo con cemento, comenzó nuevamente el proceso. El 10 de septiembre una nueva cara, algo más difusa, aparecía lentamente en el mismo lugar. Miguel Pereira, alarmado, la recortó y volvió a reparar el suelo de la cocina, donde una extraña fuerza se empeñaba en crear diseños que sembraban la inquietud no sólo en la familia, sino en el pueblo entero y en el gran número de visitantes que llegaban hasta allí alertados por los medios de comunicación. Pero los esfuerzos del joven fueron inútiles, pues algunos días después apareció una nueva cara, esta vez la de una mujer joven y bella, que poco a poco fue rodeada por otras más pequeñas, a modo de satélites.
Desde ese momento, la familia, resignada, dejó de luchar contra la fuerza desconocida. Más adelante apareció una nueva cara conocida popularmente como el Pelao, que fue retirada del suelo en 1975. Y una vez más, cuando parecía que todo había acabado, volvieron a surgir en el mismo lugar caras que, tras evolucionar lentamente, desaparecieron un año más tarde para dejar sitio a nuevas imágenes, de contornos menos precisos, que son las que pueden apreciarse en la actualidad.
¿Milagro o fraude?
La polvareda que provocaron las "caras de Bélmez" no se ha disipado todavía. Las explicaciones abarcan todo el abanico de prejuicios y creencias racionales que suelen manifestarse ante cualquier fenómeno que escapa a las reglas corrientes. Milagro, afirmaban unos. Fraude publicitario, sostenían otros. Hubo quien arriesgó la hipótesis de que las caras pertenecían a los difuntos, cuyo descanso había sido perturbado por la construcción de la casa sobre sus tumbas. La pregunta que se planteaba era por qué habían esperado siglos para manifestar su incomodidad. Pero entonces salían a colación los ruidos y gemidos inexplicables que se habían escuchado en la casa contigua cien años atrás.
Los investigadores parapsicólogos proponían una teoría más sencilla, desde su punto de vista: alguno de los ocupantes de la casa era un dotado, alguien cuyo subconsciente poseía el tipo de energía que suele producir efectos poltergeist. Sólo que en lugar de provocar desplazamientos, golpes y levitaciones, esa energía modificaba la materia, creando en ella imágenes que expresaban un mensaje que nadie ha sabido descifrar.
El punto de vista de los escépticos se inclinaba por explicaciones más prosaicas. El deseo de notoriedad o de compensaciones económicas podía explicar la creación furtiva de imágenes. El problema era quién... y cómo. Evidentemente, ni el señor Pereira ni su esposa tenían los conocimientos precisos para representar rostros misteriosos, y las malas lenguas acusaron a un pintor local de ser el autor de las "caras". Pero el pintor en cuestión pudo demostrar que en el momento de la aparición de las primeras imágenes se encontraba muy lejos de Bélmez, de modo que quizá convenga buscar por otros caminos.
¿Una explicación lógica?
Leonardo da Vinci, el más intelectual y analítico de los artistas del Renacimiento, dijo una vez que quien no era capaz de imaginar batallas en una mancha de humedad, no podía ser pintor. Es posible que algunos consideren esta frase como una boutade del genial italiano, pero detrás de ella se esconde una verdad profunda.
El ojo humano tiene una tendencia natural a recomponer las imágenes que registra la retina, a ordenar el caos, por así decirlo. Igual que una nube en el cielo de verano adopta la forma de una montaña nevada, de una bandada de pájaros, de un rebaño de ovejas.., o simplemente de un bocadillo, según la imaginación del que la contempla, una mancha que aparece de forma casual en un suelo de cemento puede adoptar el contorno de una cara, una raya transformarse en una nariz o una sonrisa, y una zona más oscura en la sombra de una barba. Y cuando el primer espectador exclama "¡Mira, si parece una cara!", está transmitiendo a sus interlocutores su recomposición de esas manchas y rayas, sugestionándolos, en el mejor sentido de la palabra.
En una cocina como la de la familia Pereira hay dos elementos abundantes: hollín y grasa. Dichos elementos pueden depositarse en el cemento húmedo antes de que éste fragüe, difuminándose o concentrándose al azar de un golpe de la llana del albañil. Y a medida que el cemento se endurece, el hollín (pigmento que, por cierto, usaron los desconocidos, remotos y geniales artistas que decoraron la cueva de Altamira, por ejemplo), combinándose con la grasa o rechazado por ésta, puede agruparse configurando formas que después son interpretadas como "caras" por quienes las contemplan.
A esto se objetará que es muy fácil reconocer una cara, que nadie puede llamarse a engaño. Pero también podría sacarse a colación por lo menos un caso famoso de imagen percibida o no, con la misma seguridad, por grupos de personas cultas y acostumbradas a "mirar": el buitre que Freud veía en Santa Ana, la Virgen y el Niño, famoso cuadro de Leonardo ubicado en el Louvre. Freud veía con tanta claridad el contorno de un buitre en el perfil de las figuras que escribió un ensayo sobre el tema, analizando las raíces psicoanalíticas inconscientes del artista. Pero muchos de sus discípulos más notables han confesado su incapacidad para distinguir al buitre. Entonces, ¿no podríamos suponer que quienes vieron en las "manchas" de Bélmez "caras" acabadas tenían simplemente tanta capacidad para recomponer imágenes como el gran psicoanalista Vienés?
Uno de los argumentos en que se apoyaban los partidarios del origen psíquico de las caras de Bélmez era que se podía raspar la superficie del cemento sin que las imágenes desaparecieran. Si hubiesen sido pintadas por una mano humana, habría pintura en la superficie, afirmaban. Estas personas desconocían, evidentemente, la técnica del fresco, en que los colores, que se emulsionan con la cal, quedan por de bajo de ésta una vez fragua. O sea que es posible que un fresquista hubiese pintado las caras y, una vez secos los materiales, podía rascarse la superficie del suelo sin que se alterara la imagen.
Pero, ¿quién pudo haber sido el fresquista que trabajó durante meses en casa de los Pereira, creando toda una serie de caras diferentes? ¿Cómo se las arregló para que las caras fueran apareciendo gradualmente? Sus conocimientos de química tendrían que haber sido muy completos y sutiles para obtener semejante efecto. Y puede argumentarse al respecto que una persona con tales conocimientos técnicos no necesitaría de semejante superchería para ganarse la vida o para adquirir notoriedad.
De modo que el enigma sigue en pie. Algunas de las caras, protegidas por cristales como si se tratase de valiosas obras de arte, continúan adornando la casita de los Pereira en Bélmez de la Moraleda, a disposición de quien desee contemplarlas. Y la polémica sigue, y seguirá durante mucho tiempo, entre quienes hablan de ectoplasma y energía psíquica y aquellos que prefieren creer en la astucia de unos y la sugestibilidad de los más.
DIOS ES VERDAD QUE LAS CARAS SON DE VERDAD QUIERO DECIR QUE NO ESTÁN PINTÁS
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