Oxolotán, pueblo zoque bañado por las verdes y turbulentas aguas del río de la sierra, oculta entre los cerros la magia de acontecimientos legendarios de una raza cuyo origen conserva el deseo propio del hombre entre el saber y el enseñar, que le permite expresar en cada elemento de la naturaleza la variedad de significaciones que envuelve a los sentidos.
La magia de la selva invita a la búsqueda y al encuentro con lo desconocido. El espíritu de su pueblo aún conserva los vestigios de la tradición prehispánica en los testimonios silenciosos de los muros del convento Dominico y sus leyendas. En Oxolotán aún se conserva la tradición ancestral del respeto al consejo patriarcal del clan, que guarda y revela a las nuevas generaciones la sabiduría de los tiempos y los secretos de la vida.
Las palabras del abuelo en los oídos de su nieto Eustaquio habrían de marcar la existencia del niño con los significados de las leyendas que en su infancia guardaría.
Las sombras de la tarde en languidez se alargaban de la choza de don Celestino hasta el río y hasta las faldas de los cerros que la rodeaban, por eso, el pequeño Eustaquio cerraba la puerta, acercaba el butaque al fogón, mientras el abuelo enrollaba el tabaco, y Lluvia, la madre del niño, preparaba la cena, calentaba la tortilla de frijol y al ritmo del molinillo hacia la bebida para su padre. Después vendría el relato sin tiempo que el abuelo guardaba para su nieto, en donde transmitiría la magia del monte con sus duendes como legado ancestral de su pueblo.
Sentado en el suelo, Eustaquio se acomodó con la cabeza sobre las piernas de don Celestino. Una a una las palabras fueron cayendo, abriendo el consejo para dar paso a la leyenda.
—"Hijo, ya estás crecidito y atiende lo que te digo: cuando tu mamá te dice que no juegues dentro del monte, hazle caso porque ése es un lugar donde existen los chaneques. Pronto tendrás que acompañar a tu papá por el monte a la siembra y a la caza y tienes que aprender los secretos de la selva para que siempre regreses y no te pierdan."
—"¿Y por qué me han de perder los chaneques abuelito?", preguntó aquella vez el niño con la inocencia de sus escasos cinco años de edad.
—"¡Ah! -Porque los chaneques son dueños del monte y les gusta perder a la gente cuando les macheteamos su acahual, o cuando pasamos por la ceiba donde juegan."
—"Abuelo, ¿cómo son los chaneques? ¿Los has visto?— El niño alejó su jícara y se pendió al relato del abuelo con el mismo encanto de los duendes.
Sus ojos dilatados y sus oídos alerta se avivaron ante el deseo de saber todo sobre aquellos personajes místicos.
El abuelo mordió el tabaco, lanzó un escupitajo y prosiguió. —"Así es hijito, yo los he visto, una vez fui con mi padre a buscar a un curandero porque a mi hermano Encarnación -se llamaba igualito a tu papá0—, a ése lo perdieron los duendes y lo encontramos a los tres días arañado y roto de la ropa de tanto caballito que le dieron, sólo recordaba que lo hacían brincar los acahuales y los zarzales, estaba como loco, pero el curandero lo rameó con un gajo de jícaro y lo bañaron en el río, le dieron de beber albahaca por nueve días y lo cuartearon hasta que regresó su espíritu, pero los chaneques lo venían a buscar.
Son como de tu tamaño, andan desnudos, se ríen con unos dientes como palillos, tienen los pies al revés como las pezuñas del burro, las chanequitas tienen la trenza larga hasta el suelo y te hacen cosquillas; parecen niños traviesos y te dicen que los sigas y te van llevando y llevando hasta que te pierden y ya no puedes regresar, estás vuelta y vuelta en el mismo lugar. Son enamorados y se llevan a las muchachas, las atontan y luego hay que curarlas en la misma forma.
Ellos hacen sus maldades de acuerdo con el lugar donde estén, si en el campo encuentran un caballo lo toman para jugar, le trenzan y enredan la crin y la cola y lo carrerean a reventar.
"—¡Ah! Pero también los puedes desencantar y alejarlos de los caminos. Escucha: si te los encuentras, quítate la ropa, póntela al revés y camina en sentido contrario a sus huellas, sólo así reencuentras el camino. Luego vuelves y les pones bajo la ceiba juguetes, tabaco, perfumes, un carrete de hilo, peines, espejo, trago y les cuelgas una hamaca de bejucos y hoja de tanai y cuando el chaneque se canse de jugar, se emborrache y se duerma, lo amarras con jolosin, lo cuereas con otro mecate hasta que te canses y después lo sueltas. Así, el encanto estará roto y tu camino estará libre. Ese es el secreto, ni el cura con rezos y agua bendita lo puede correr porque se le desaparece y luego regresa."
El viejo así cumplía con su misión, sentía alcanzar la plenitud al otorgar en cada tarde los secretos de la vida a aquel niño para enfrentarse a la naturaleza, pues a su vez éste representaba la continuidad de su estirpe y él era el portavoz de los deseos más profundos de la familia.
Por su parte, Eustaquio supo que los personajes que dramatizan en la vida, que son dueños de atributos sobrenaturales, que distribuyen la vida y la luz en razón a la naturaleza, son a la medida del hombre y poseen sentimientos y pasiones que los hacen vulnerables. Vencerlos significa imponerse a la naturaleza en su omnipotencia y perfección, lo cual permite abrir los caminos a la conquista del saber.
En su inconsciente, el eco de aquellos momentos producto de lo real y lo simbólico representaría el hilo imaginario para adentrarse en los laberintos de la vida.
De esa manera, seguiría cumpliendo con aquella vocación inculcada por su familia y después de mil batallas libradas con escasez de recursos, pero con entereza de espíritu, culminaría una formación universitaria dentro del área educativa de las ciencias biológicas, lo cual lo ubicaba en el terreno de búsqueda de lo natural, hasta donde rompería con el compromiso contraído con Celestino, el abuelo, Lluvia, su noble madre, y Encarnación, su padre, aunque seguiría asumiendo el papel protagónico de ejemplo de sus siete hermanos menores.
Esta ruptura le permitiría a Eustaquio encontrar otro significado de la vida y hoy, sin perder la vocación de guía, se aboca a la interpretación de las ciencias humanas como una forma de acercamiento a su propia interpretación. Seguiría así, esa búsqueda incesante del hombre libre, del reencuentro constante entre los vericuetos que en cada instante nos plantea la vida.
Las simbolizaciones de su niñez configurarían en él una idea clara sobre el sentido humano más profundo de la educación, pues la había entendido como condición de libertad y prisión, había conocido también su sentido condicionante de unión y separación y ahora la comprendía como sinónimo de búsqueda y ocultación. Para nuestro personaje, su punto de partida para la búsqueda de su completud es el aula de clases; y ese deseo incesante lo comparte con sus discípulos.
Breve glosario oxoloteco
Jolosin. Corteza fibrosa de la planta de jolosin que se usa para elaborar mecates para sujetar las carpas de leña.
Tanai. Planta silvestre que produce hoja parecida a la del plátano y flor amarilla vistosa.
Chaneque. Originaria de Chaneabal, dialecto de Chiapas, ramas del tronco lingüístico maya que quedan todavía, el menos conocido es el chane-abal o chanabal, compuesto del Zotzil Catsdal, Maya y Trokect.
La magia de la selva invita a la búsqueda y al encuentro con lo desconocido. El espíritu de su pueblo aún conserva los vestigios de la tradición prehispánica en los testimonios silenciosos de los muros del convento Dominico y sus leyendas. En Oxolotán aún se conserva la tradición ancestral del respeto al consejo patriarcal del clan, que guarda y revela a las nuevas generaciones la sabiduría de los tiempos y los secretos de la vida.
Las palabras del abuelo en los oídos de su nieto Eustaquio habrían de marcar la existencia del niño con los significados de las leyendas que en su infancia guardaría.
Las sombras de la tarde en languidez se alargaban de la choza de don Celestino hasta el río y hasta las faldas de los cerros que la rodeaban, por eso, el pequeño Eustaquio cerraba la puerta, acercaba el butaque al fogón, mientras el abuelo enrollaba el tabaco, y Lluvia, la madre del niño, preparaba la cena, calentaba la tortilla de frijol y al ritmo del molinillo hacia la bebida para su padre. Después vendría el relato sin tiempo que el abuelo guardaba para su nieto, en donde transmitiría la magia del monte con sus duendes como legado ancestral de su pueblo.
Sentado en el suelo, Eustaquio se acomodó con la cabeza sobre las piernas de don Celestino. Una a una las palabras fueron cayendo, abriendo el consejo para dar paso a la leyenda.
—"Hijo, ya estás crecidito y atiende lo que te digo: cuando tu mamá te dice que no juegues dentro del monte, hazle caso porque ése es un lugar donde existen los chaneques. Pronto tendrás que acompañar a tu papá por el monte a la siembra y a la caza y tienes que aprender los secretos de la selva para que siempre regreses y no te pierdan."
—"¿Y por qué me han de perder los chaneques abuelito?", preguntó aquella vez el niño con la inocencia de sus escasos cinco años de edad.
—"¡Ah! -Porque los chaneques son dueños del monte y les gusta perder a la gente cuando les macheteamos su acahual, o cuando pasamos por la ceiba donde juegan."
—"Abuelo, ¿cómo son los chaneques? ¿Los has visto?— El niño alejó su jícara y se pendió al relato del abuelo con el mismo encanto de los duendes.
Sus ojos dilatados y sus oídos alerta se avivaron ante el deseo de saber todo sobre aquellos personajes místicos.
El abuelo mordió el tabaco, lanzó un escupitajo y prosiguió. —"Así es hijito, yo los he visto, una vez fui con mi padre a buscar a un curandero porque a mi hermano Encarnación -se llamaba igualito a tu papá0—, a ése lo perdieron los duendes y lo encontramos a los tres días arañado y roto de la ropa de tanto caballito que le dieron, sólo recordaba que lo hacían brincar los acahuales y los zarzales, estaba como loco, pero el curandero lo rameó con un gajo de jícaro y lo bañaron en el río, le dieron de beber albahaca por nueve días y lo cuartearon hasta que regresó su espíritu, pero los chaneques lo venían a buscar.
Son como de tu tamaño, andan desnudos, se ríen con unos dientes como palillos, tienen los pies al revés como las pezuñas del burro, las chanequitas tienen la trenza larga hasta el suelo y te hacen cosquillas; parecen niños traviesos y te dicen que los sigas y te van llevando y llevando hasta que te pierden y ya no puedes regresar, estás vuelta y vuelta en el mismo lugar. Son enamorados y se llevan a las muchachas, las atontan y luego hay que curarlas en la misma forma.
Ellos hacen sus maldades de acuerdo con el lugar donde estén, si en el campo encuentran un caballo lo toman para jugar, le trenzan y enredan la crin y la cola y lo carrerean a reventar.
"—¡Ah! Pero también los puedes desencantar y alejarlos de los caminos. Escucha: si te los encuentras, quítate la ropa, póntela al revés y camina en sentido contrario a sus huellas, sólo así reencuentras el camino. Luego vuelves y les pones bajo la ceiba juguetes, tabaco, perfumes, un carrete de hilo, peines, espejo, trago y les cuelgas una hamaca de bejucos y hoja de tanai y cuando el chaneque se canse de jugar, se emborrache y se duerma, lo amarras con jolosin, lo cuereas con otro mecate hasta que te canses y después lo sueltas. Así, el encanto estará roto y tu camino estará libre. Ese es el secreto, ni el cura con rezos y agua bendita lo puede correr porque se le desaparece y luego regresa."
El viejo así cumplía con su misión, sentía alcanzar la plenitud al otorgar en cada tarde los secretos de la vida a aquel niño para enfrentarse a la naturaleza, pues a su vez éste representaba la continuidad de su estirpe y él era el portavoz de los deseos más profundos de la familia.
Por su parte, Eustaquio supo que los personajes que dramatizan en la vida, que son dueños de atributos sobrenaturales, que distribuyen la vida y la luz en razón a la naturaleza, son a la medida del hombre y poseen sentimientos y pasiones que los hacen vulnerables. Vencerlos significa imponerse a la naturaleza en su omnipotencia y perfección, lo cual permite abrir los caminos a la conquista del saber.
En su inconsciente, el eco de aquellos momentos producto de lo real y lo simbólico representaría el hilo imaginario para adentrarse en los laberintos de la vida.
De esa manera, seguiría cumpliendo con aquella vocación inculcada por su familia y después de mil batallas libradas con escasez de recursos, pero con entereza de espíritu, culminaría una formación universitaria dentro del área educativa de las ciencias biológicas, lo cual lo ubicaba en el terreno de búsqueda de lo natural, hasta donde rompería con el compromiso contraído con Celestino, el abuelo, Lluvia, su noble madre, y Encarnación, su padre, aunque seguiría asumiendo el papel protagónico de ejemplo de sus siete hermanos menores.
Esta ruptura le permitiría a Eustaquio encontrar otro significado de la vida y hoy, sin perder la vocación de guía, se aboca a la interpretación de las ciencias humanas como una forma de acercamiento a su propia interpretación. Seguiría así, esa búsqueda incesante del hombre libre, del reencuentro constante entre los vericuetos que en cada instante nos plantea la vida.
Las simbolizaciones de su niñez configurarían en él una idea clara sobre el sentido humano más profundo de la educación, pues la había entendido como condición de libertad y prisión, había conocido también su sentido condicionante de unión y separación y ahora la comprendía como sinónimo de búsqueda y ocultación. Para nuestro personaje, su punto de partida para la búsqueda de su completud es el aula de clases; y ese deseo incesante lo comparte con sus discípulos.
Breve glosario oxoloteco
Jolosin. Corteza fibrosa de la planta de jolosin que se usa para elaborar mecates para sujetar las carpas de leña.
Tanai. Planta silvestre que produce hoja parecida a la del plátano y flor amarilla vistosa.
Chaneque. Originaria de Chaneabal, dialecto de Chiapas, ramas del tronco lingüístico maya que quedan todavía, el menos conocido es el chane-abal o chanabal, compuesto del Zotzil Catsdal, Maya y Trokect.
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