Corría el año 1426. Castilla se hallaba dividida en bandos por rivalidades y odios implacables entre los miembros de la nobleza: de un lado, el príncipe heredero con sus partidarios, de otro, los infantes de Aragón, y por encima de todos, el condestable don Álvaro de Luna, que con sus ambiciosas intrigas y enemistades tenía alterado todo el reino en continuas luchas y discordias. Poco a poco don Álvaro fue ganando poder y también la voluntad del monarca, llegando a constituir una amenaza para todos los nobles, tanto fue así que decidieron reunirse entre ellos y planear acciones contra el favorito del rey.
El rey era Juan II de Castilla. Ese año se dispuso a celebrar las fiestas de Navidad con gran esplendor, adornando ricamente sus palacios y aposentos. En uno de los días de la celebración ocurrió que al bajar las escaleras de Alcázar de Segovia, uno de sus invitados, Alvar Núñez, enemigo encarnizado de don Álvaro de Luna, tropezó con uno de los bufones de Juan II , al que llamaban "Aleluya", haciéndole rodar escaleras abajo, el bufón se levantó airado y juró venganza....
La fiesta continuó en el Alcázar , donde se habían congregado la flor y nata de la nobleza castellana, el magnífico salón del trono se encontraba el rey, y a su derecha el condestable don Álvaro de Luna. La fiesta había sido dedicada a la danza y a la poesía, de la cual el monarca era muy aficionado, al final se pensó en llamar al bufón "Aleluya" para que terminara la fiesta con buen humor.
Era el bufón de pequeña estatura y de aspecto ridículo, su sola presencia causaba risa y expectación. Todos los presentes comenzaron a hacerle preguntas a las que contestaba con gran ingenio, sobre quién era el más valiente o el más generoso de los nobles. De pronto dijo :
-El más desvergonzado de todos es el condestable don Álvaro de Luna , que ha llegado a requerir los amores de la reina. El más sabio Alvar Núñez que sabe todos los detalles y se lo ha contado a todo el mundo, y el más tonto el rey que lo sabe y no lo ahorca.
El monarca se puso en pie airado por tales palabras, la reina se puso nerviosa y abandonó el salón seguida de todos los invitados que alarmados quisieron abandonar el palacio.
Al día siguiente salía el condestable camino del destierro que duraría año y medio, tiempo que tardó el rey en recapacitar y perdonarle.
Con la vuelta del condestable se dispersaron todos los nobles, algunos huyeron a Portugal por miedo a represalias, sin embargo pudo dar alcance a Alvar Núñez que fue el que había sido acusado de ser el causante de su destierro, le llevó prisionero a su fortaleza (en Escalona) encerrándole en un calabozo y apropiándose de sus bienes.
Pasaba el tiempo y Alvar Núñez no lograba la piedad del condestable, y éste tampoco quería renunciar a los bienes que le había expropiado, por lo que le mantenía prisionero indefinidamente. Sin embargo el prisionero tenía un hijo llamado Fernán Núñez, el cual decidió limpiar la mancha de tener a su padre en los calabozos por capricho del condestable. Decidió liberarle aún a costa de su vida. Vendió todos sus bienes de su señorío, los cambió por monedas de oro que cargó sobre un burro, se disfrazó de aldeano y se fue a la que llamaban Venta del Perote, muy cerca de la ciudad de Escalona. Era aquella el punto de reunión de los soldados del condestable donde se divertían y emborrachaban cada noche.
Allí Fernán Núñez hizo amistad con uno de los soldados del condestable llamado Martín, gracias a él podía tener noticias de su padre prisionero. Le ofreció a este soldado mil maravedíes de oro si en una de sus guardias se comprometía a tirarle una escala por las murallas que le permitieran trepar, llegar a las mazmorras y liberar a su padre del confinamiento.
El buen hijo, transformado en soldado del condestable y de acuerdo con el soldado Martín, se dirigió a Escalona, cuando se encontraba al pie de las murallas del castillo, esperó con ansiedad la escala que apareció a las doce de la noche. Rápidamente subió por ella sin temor del abismo que se abría a sus pies. Una vez arriba. como si fuera un soldado mas, no tuvo dificultades para llegar al calabozo donde estaba su padre. Allí habló nervioso con el guardián, ofreciéndole otros 1000 maravedíes de oro si aceptaba abrir la puerta de la celda; el soldado aceptó y abrió los cerrojos de la prisión a Fernán Núñez que con profunda emoción abrazó a su padre, sin perder tiempo salieron de las mazmorras, llegaron a la puerta y lograron huir a toda prisa de la torre.
Sin embargo Martín, decidió que quizá obtuviera otra recompensa, esta vez del condestable, si daba la alarma y atrapaban a los fugitivos, sería gracias a él. La campana de alarma comenzó a sonar por esto padre e hijo se vieron rodeados en poco tiempo por soldados y por el propio don Álvaro que presenciaba la lucha.
Fernán Núñez entregó a su padre la espada que llevaba al cinto y él mismo luchaba con una daga. Se hallaban en medio de la plaza de la fortaleza en cuyo centro se hallaba un ancho pozo. Los dos caballeros se defendía con gran valor, pero faltos ya de fuerzas iban retrocediendo poco a poco hasta que se vieron en el borde del mismo pozo. Allí Alvar Núñez recibió el golpe de una maza en el cráneo y cayó pesadamente en el profundo abismo. A los pocos momentos el hijo también caía víctima de las estocadas de los soldados, precipitándose también al pozo. El condestable, mandó sellarlo con una pesada losa de piedra, de forma que aquella fue la sepultura de ambos infelices para siempre.
En el año 1853, debido a unas reformas del abandonado castillo, comenzaron los rumores de unos ruidos que por la noche no dejaban pegar ojo a los obreros, tanto era el misterio que alarmados, la cuadrilla de trabajadores permanecieron una noche en vela esperando descubrir el origen de aquellos gritos. Vieron con espanto que procedían de un pozo situado en el centro de la derruida plaza. El mismo se encontraba tapado y sellado con una losa enorme. Entre todos y con ayuda de palancas lograron desplazar la piedra, en ese momento una terrible explosión liberó una luz cegadora, todos cayeron al suelo, ante ellos aparecieron las figuras de dos guerreros que espada en mano subieron por las murallas y desaparecieron por encima de sus cabezas. Atónitos permanecieron tirados en el suelo algunos, otros corrieron a refugiarse en algún lugar. Cuenta la leyenda que eran las figuras de Alvar y Fernán Núñez que cuatrocientos años después lograron por fin su objetivo, recuperar la libertad y limpiar su honor.
El rey era Juan II de Castilla. Ese año se dispuso a celebrar las fiestas de Navidad con gran esplendor, adornando ricamente sus palacios y aposentos. En uno de los días de la celebración ocurrió que al bajar las escaleras de Alcázar de Segovia, uno de sus invitados, Alvar Núñez, enemigo encarnizado de don Álvaro de Luna, tropezó con uno de los bufones de Juan II , al que llamaban "Aleluya", haciéndole rodar escaleras abajo, el bufón se levantó airado y juró venganza....
La fiesta continuó en el Alcázar , donde se habían congregado la flor y nata de la nobleza castellana, el magnífico salón del trono se encontraba el rey, y a su derecha el condestable don Álvaro de Luna. La fiesta había sido dedicada a la danza y a la poesía, de la cual el monarca era muy aficionado, al final se pensó en llamar al bufón "Aleluya" para que terminara la fiesta con buen humor.
Era el bufón de pequeña estatura y de aspecto ridículo, su sola presencia causaba risa y expectación. Todos los presentes comenzaron a hacerle preguntas a las que contestaba con gran ingenio, sobre quién era el más valiente o el más generoso de los nobles. De pronto dijo :
-El más desvergonzado de todos es el condestable don Álvaro de Luna , que ha llegado a requerir los amores de la reina. El más sabio Alvar Núñez que sabe todos los detalles y se lo ha contado a todo el mundo, y el más tonto el rey que lo sabe y no lo ahorca.
El monarca se puso en pie airado por tales palabras, la reina se puso nerviosa y abandonó el salón seguida de todos los invitados que alarmados quisieron abandonar el palacio.
Al día siguiente salía el condestable camino del destierro que duraría año y medio, tiempo que tardó el rey en recapacitar y perdonarle.
Con la vuelta del condestable se dispersaron todos los nobles, algunos huyeron a Portugal por miedo a represalias, sin embargo pudo dar alcance a Alvar Núñez que fue el que había sido acusado de ser el causante de su destierro, le llevó prisionero a su fortaleza (en Escalona) encerrándole en un calabozo y apropiándose de sus bienes.
Pasaba el tiempo y Alvar Núñez no lograba la piedad del condestable, y éste tampoco quería renunciar a los bienes que le había expropiado, por lo que le mantenía prisionero indefinidamente. Sin embargo el prisionero tenía un hijo llamado Fernán Núñez, el cual decidió limpiar la mancha de tener a su padre en los calabozos por capricho del condestable. Decidió liberarle aún a costa de su vida. Vendió todos sus bienes de su señorío, los cambió por monedas de oro que cargó sobre un burro, se disfrazó de aldeano y se fue a la que llamaban Venta del Perote, muy cerca de la ciudad de Escalona. Era aquella el punto de reunión de los soldados del condestable donde se divertían y emborrachaban cada noche.
Allí Fernán Núñez hizo amistad con uno de los soldados del condestable llamado Martín, gracias a él podía tener noticias de su padre prisionero. Le ofreció a este soldado mil maravedíes de oro si en una de sus guardias se comprometía a tirarle una escala por las murallas que le permitieran trepar, llegar a las mazmorras y liberar a su padre del confinamiento.
El buen hijo, transformado en soldado del condestable y de acuerdo con el soldado Martín, se dirigió a Escalona, cuando se encontraba al pie de las murallas del castillo, esperó con ansiedad la escala que apareció a las doce de la noche. Rápidamente subió por ella sin temor del abismo que se abría a sus pies. Una vez arriba. como si fuera un soldado mas, no tuvo dificultades para llegar al calabozo donde estaba su padre. Allí habló nervioso con el guardián, ofreciéndole otros 1000 maravedíes de oro si aceptaba abrir la puerta de la celda; el soldado aceptó y abrió los cerrojos de la prisión a Fernán Núñez que con profunda emoción abrazó a su padre, sin perder tiempo salieron de las mazmorras, llegaron a la puerta y lograron huir a toda prisa de la torre.
Sin embargo Martín, decidió que quizá obtuviera otra recompensa, esta vez del condestable, si daba la alarma y atrapaban a los fugitivos, sería gracias a él. La campana de alarma comenzó a sonar por esto padre e hijo se vieron rodeados en poco tiempo por soldados y por el propio don Álvaro que presenciaba la lucha.
Fernán Núñez entregó a su padre la espada que llevaba al cinto y él mismo luchaba con una daga. Se hallaban en medio de la plaza de la fortaleza en cuyo centro se hallaba un ancho pozo. Los dos caballeros se defendía con gran valor, pero faltos ya de fuerzas iban retrocediendo poco a poco hasta que se vieron en el borde del mismo pozo. Allí Alvar Núñez recibió el golpe de una maza en el cráneo y cayó pesadamente en el profundo abismo. A los pocos momentos el hijo también caía víctima de las estocadas de los soldados, precipitándose también al pozo. El condestable, mandó sellarlo con una pesada losa de piedra, de forma que aquella fue la sepultura de ambos infelices para siempre.
En el año 1853, debido a unas reformas del abandonado castillo, comenzaron los rumores de unos ruidos que por la noche no dejaban pegar ojo a los obreros, tanto era el misterio que alarmados, la cuadrilla de trabajadores permanecieron una noche en vela esperando descubrir el origen de aquellos gritos. Vieron con espanto que procedían de un pozo situado en el centro de la derruida plaza. El mismo se encontraba tapado y sellado con una losa enorme. Entre todos y con ayuda de palancas lograron desplazar la piedra, en ese momento una terrible explosión liberó una luz cegadora, todos cayeron al suelo, ante ellos aparecieron las figuras de dos guerreros que espada en mano subieron por las murallas y desaparecieron por encima de sus cabezas. Atónitos permanecieron tirados en el suelo algunos, otros corrieron a refugiarse en algún lugar. Cuenta la leyenda que eran las figuras de Alvar y Fernán Núñez que cuatrocientos años después lograron por fin su objetivo, recuperar la libertad y limpiar su honor.
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