África es un continente muy ligado a las creencias espirituales, a las tradiciones y al respeto a sus muertos. África roba el corazón con sus historias y leyendas, con sus inexplicables encuentros y desencuentros con otros mundos, con sus supersticiones, donde se mezclan espíritus errantes, miedos y antiguos ritos ancestrales.
El Castillo de Buena Esperanza, en Ciudad del Cabo, es uno de esos lugares reservados a la leyenda y a las extrañas creencias en un más allá donde los espíritus agonizan en espera del reposo eterno.
Pieter Gysbert van Noodt es uno de esos espíritus. Gobernador de El Cabo en el siglo XVIII, era un hombre temible y severo que mandó a la horca a siete soldados que habían intentado desertar. Estos soldados habían sido sentenciados por el consejo militar a ser apaleados y deportados. Conocedor de la sentencia, y para que sirviera de escarmiento, el gobernador levantó la sentencia y mandó ahorcarlos. De nada sirvieron las peticiones de clemencia: cuando llegó el momento fatal uno de aquellos soldados, invocando al cielo, levantó la vista y pidió justicia divina contra el gobernador van Noodt.
Aquella noche, van Noodt fue encontrado muerto en su silla, con el rictus contraído de espanto y el horror dibujado en su cara. Siendo gobernador como era, su entierro debía hacerse siguiendo todos los fastos, y aunque así se hizo para aparentar, lo cierto es que el ataúd se enterró vacío, pues temerosos de una maldición no quisieron enterrarlo realmente en campo santo. Su cuerpo fue echado, sin más honores, a una fosa.
Desde entonces, en el castillo se han venido observando muchos sucesos y apariciones extrañas. Es normal que las luces se apaguen y enciendan solas, que se escuchen voces o que las campanas del castillo suenen.
Sin embargo, este tañido de campanas también se atribuye a un soldado que se suicidó colgándose de la cuerda de éstas. Dicen que de vez en cuando una silueta se ve en las almenas, junto a las campanas, y que se trata del espíritu de este pobre soldado.
La historia del Castillo de Buena Esperanza está sembrada de sucesos lúgubres y es que durante muchos años el castillo sirvió de prisión para muchos desgraciados que acabaron perdiendo la vida en sus oscuros calabozos. Entre estos calabozos es famoso el conocido como “agujero negro” (die Donker Gat), una celda donde se encadenaba a los presos en la oscuridad. Esta celda se inunda cuando sube la marea en invierno y atrapó, ahogando, a muchos de aquellos prisioneros.
Pero el castillo ha visto agrandada su leyenda con múltiples historias más, quién sabe si fruto de la imaginación popular. También se cuenta que suele verse el espíritu de un gran perro que se abalanza sobre los turistas y que solamente desaparece justo en el momento en que va a impactar contra ellos. O la amenazante figura de una dama gris que se pasea por las estancias y dicen pertenece a una artista que escribía y pintaba sobre el castillo. Lady Ann Barnard, que así se llamaba, creó una sala de baile y diseñó la piscina de los delfines del castillo, donde se bañaba desnuda. Dicen que era tal su amor por el castillo que acabó quedándose en él eternamente.
El Castillo de Buena Esperanza, en Ciudad del Cabo, es uno de esos lugares reservados a la leyenda y a las extrañas creencias en un más allá donde los espíritus agonizan en espera del reposo eterno.
Pieter Gysbert van Noodt es uno de esos espíritus. Gobernador de El Cabo en el siglo XVIII, era un hombre temible y severo que mandó a la horca a siete soldados que habían intentado desertar. Estos soldados habían sido sentenciados por el consejo militar a ser apaleados y deportados. Conocedor de la sentencia, y para que sirviera de escarmiento, el gobernador levantó la sentencia y mandó ahorcarlos. De nada sirvieron las peticiones de clemencia: cuando llegó el momento fatal uno de aquellos soldados, invocando al cielo, levantó la vista y pidió justicia divina contra el gobernador van Noodt.
Aquella noche, van Noodt fue encontrado muerto en su silla, con el rictus contraído de espanto y el horror dibujado en su cara. Siendo gobernador como era, su entierro debía hacerse siguiendo todos los fastos, y aunque así se hizo para aparentar, lo cierto es que el ataúd se enterró vacío, pues temerosos de una maldición no quisieron enterrarlo realmente en campo santo. Su cuerpo fue echado, sin más honores, a una fosa.
Desde entonces, en el castillo se han venido observando muchos sucesos y apariciones extrañas. Es normal que las luces se apaguen y enciendan solas, que se escuchen voces o que las campanas del castillo suenen.
Sin embargo, este tañido de campanas también se atribuye a un soldado que se suicidó colgándose de la cuerda de éstas. Dicen que de vez en cuando una silueta se ve en las almenas, junto a las campanas, y que se trata del espíritu de este pobre soldado.
La historia del Castillo de Buena Esperanza está sembrada de sucesos lúgubres y es que durante muchos años el castillo sirvió de prisión para muchos desgraciados que acabaron perdiendo la vida en sus oscuros calabozos. Entre estos calabozos es famoso el conocido como “agujero negro” (die Donker Gat), una celda donde se encadenaba a los presos en la oscuridad. Esta celda se inunda cuando sube la marea en invierno y atrapó, ahogando, a muchos de aquellos prisioneros.
Pero el castillo ha visto agrandada su leyenda con múltiples historias más, quién sabe si fruto de la imaginación popular. También se cuenta que suele verse el espíritu de un gran perro que se abalanza sobre los turistas y que solamente desaparece justo en el momento en que va a impactar contra ellos. O la amenazante figura de una dama gris que se pasea por las estancias y dicen pertenece a una artista que escribía y pintaba sobre el castillo. Lady Ann Barnard, que así se llamaba, creó una sala de baile y diseñó la piscina de los delfines del castillo, donde se bañaba desnuda. Dicen que era tal su amor por el castillo que acabó quedándose en él eternamente.
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