martes, 17 de mayo de 2011

Peter Kürten: El vampiro de Düsseldorf

Peter Kürten nació en 1883 en Colina (Alemania) en una familia numerosa y muy, muy pobre. Era el tercero de trece hermanos, y su padre era alcohólico y maltratador. A la temprana edad de ocho años, asfixiado por el ambiente familiar y los malos tratos, intentó escaparse, demostrando un carácter fuerte y aventurero.

Cuando su familia se mudó a Düsseldorf, Peter inició la que sería una de las carreras criminales más sanguinaria de la historia. Se ausentaba días enteros de su casa, viviendo de la mendicidad y de pequeños hurtos, además de empezar una serie de actos de salvajismo tales como estrangular ardillas, maltratar a perros callejeros y actos de zoofilia con ovejas a las que luego degollaba para ver correr su sangre.

No contento con estas actividades, también intentó violar a una de sus hermanas menores, y con catorce años pisó por primera vez una cárcel. Pero sería en 1913 cuando cometería su gran primer crimen: violó y degolló a una inocente niña de 13 años. Su fascinación por la sangre iba en aumento.

Imprevisiblemente, y a la edad de cuarenta años, su vida sufre un giro radical: de vivir entre rejas pasa a formar parte de una acomodada familia al casarse con una mujer de buena posición social. Cambia su aspecto físico, vistiendo de forma elegante, usa gafas, un bigote corto, polvo facial e incluso brillantino en el pelo. Además, se convirtió en un hombre educado y atento, y parecía ser al marido perfecto que trabajaba conduciendo autobuses.

En ningún momento su mujer podría sospechar de un esposo tan ideal como Kürten. Pero éste llevaba una doble vida: durante cinco años (entre 1925 y 1930) en la pequeña localidad alemana se sucedieron una serie de crímenes espantosos que sólo podían ser obra de un psicópata depravado sexual. Incluso compararon los asesinatos con los de Jack el destripador, y apodaron a su autor como “el vampiro de Düsseldorf o “El rey del crimen sexual”.

Entre sus actividades predilectas, se encontraba la de beber la sangre de sus víctimas o, si no tenía ninguna a mano, la de animales. Igualmente, se complacía viendo arder casas abandonadas con la esperanza de que un vagabundo se encontrara dentro. A una de sus víctimas, una niña de ocho años, la roció con gasolina y le prendió fuego.

Afortunadamente, cometió un error al escaparse una posible víctima quien hizo una descripción de su rostro. Rápidamente, la policía elaboró un retrato robot que publicó en todos los medios de comunicación. Éste, presa del pánico, le contó todo a su mujer quitándole hierro al asunto. Su esposa, asqueada y asustada, acabó por delatarle a la policía quien tenía detenido a otro sospechoso.

Durante el juicio, escribió cartas a los familiares de las víctimas, disculpándose y alegando que su deseo de beber sangre era equiparable al de un alcohólico por la bebida. Fue condenado a nueve penas de muerte y sólo solicitó escuchar, durante su ejecución, el caer de las gotas de su sangre (se dice que padecía la enfermedad “hematodipsia”, una patología que consiste en obsesión compulsiva por beber sangre, siempre con connotaciones sexuales).

A las seis de la mañana del 2 de julio de 1931, en Colonia, Peter Kürten fue decapitado.

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