Cuenta la leyenda que Macías, un trovador de Galicia dedicado a escribir los más bellos poemas, durante su vida se vio envuelto en más un amorío. Una de las historias de amor más famosas en las que Macías estuvo implicado fue la que sostuvo con María de Albornoz, quien estaba casada con el prestigioso Enrique de Villena.
Villena y Albornoz eran un matrimonio noble bien acomodado socialmente y económicamente, pero, como todos los matrimonios de la época, el suyo también había sido “arreglado” por sus familias. El amor entre ellos no era puro, sino el resultado del paso de los años y la costumbre. Más pasaba el tiempo y peor se trataba el uno al otro, llegándose a convertir el aprecio en desprecio absoluto.
Macías trabajaba en la casa de los Villena-Albornoz. Desde el momento de la boda de los amos, él había quedado maravillado con la belleza y dulzura de María, enamorándose cada segundo que pasaba un poco más. Escribía rimas y poemas todos los atardeceres y se los regalaba a María, quien cada vez más correspondía a su amor, claro está, en secreto.
Por otro lado, Enrique ansiaba obtener el cargo de maestrazgo de la Orden de Calatrava, pero la condición para ascender al puesto era que fuese viudo o soltero, por lo que, sumido en la ambición, decide ponerse a pensar de qué forma podía deshacerse de María.
Divorciarse era un gran problema, la familia Albornoz nunca lo aceptaría, y el asesinato era demasiado terrible como para hacerlo. Sin embargo pasaron los días y el Enrique decidió cumplir su objetivo fuera como fuese… ¿Cómo? Dándole a Macías la orden de mandar a matar a María.
Macías inventó más de una excusa para negarse a cometer tal acto contra el gran amor de su vida, por lo cual el rey no tuvo otra opción que contratar sicarios para cometer el crimen. Y un día aciago, el rey anunció a toda la comunidad que los restos ensangrentados de su esposa habían sido encontrados en el bosque.
Y varios días después de la muerte de María, Enrique se entera de la relación que mantenía la difunta con Macías, por lo cual decide encarcelarlo, tras haberlo sometido a una paliza, en la cárcel Arjonilla.
Y aquí la historia cambia de rumbo: en una celda contigua a la del trovador estaba María, la misma que se creía muerta desde hacía más de un mes. Entonces, y todos los días, Macías le recitaba poemas a su amada para que ésta aliviara su dolor y desesperación por el encierro. Ahora bien, no podían siquiera verse ni mucho menos tocarse.
Pasaron los meses y Enrique decidió visitar la cárcel. Al llegar y ver que los dos seguían vivos, y peor aún, amándose, mató a Macías. Casi por castigo divino, el Enrique pierde su puesto de maestrazgo varios meses después, quedando pobre y sin amor.
La leyenda cuenta que María logra escapar de la cárcel y regresa a Cuenca, su lugar natal. Los lugareños la veían caminar por las calles del pueblo como una loca, gritando por su amado y llorando sin cesar. Ya no era una noble, era una mendiga de la cual todo el mundo se burlaba.
Otros cuentan que dormía en las puertas de la iglesia donde se encontraban enterrados los restos de Macías. Un día, un sacerdote decide ir hasta el lugar y por sorpresa encuentra a María tumbada sobre la lápida de su difunto amado. Al llamarla, notó vio que no respondía… María estaba muerta.
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