Del mismo modo que Sherlock Holmes es el detective más conocido o Don Quijote el loco más famoso del mundo, Drácula gana el oro, sin lugar a dudas, en ser el más popular de los vampiros.
Él es el indiscutible # 1 de los vampiros, el príncipe de las tinieblas. Hablamos de todo un símbolo del terror en estado puro, que ha traspasado las fronteras de la leyenda, la novela y el celuloide para instalarse en el lado oscuro de nuestras mentes.
La mayoría lo conocieron a oscuras, ante cientos de escalofriantes fotogramas que los mantenían inmóviles en sus butacas. No en vano, Drácula es el personaje de ficción más veces llevado a la gran pantalla, siguiéndole, a cierta distancia, por la celebérrima pareja del Doctor Watson.
Sus colores son el rojo sangre, el negro sobrio y el blanco oxigenado; no se refleja en los espejos; no tolera la luz y, un detalle importante, nuestro solitario diurno comparte sus noches con una legión de mujeres de curvas sinuosas y cuellos mordidos, en un castillo irremediablemente aislado del mundanal ruido...
A este ser ficticio de ultratumba, sin embargo, le hemos concedido un lugar preferente en el más acá, aunque nos asusta tan sólo imaginarlo. Aún así, ¿no es precisamente ese miedo lo que nos atrae? ¿Qué clase de hechizo sentimos, si no, cuando planea sobre nuestras cabezas el ensangrentado enigma de su misterio?
Pero, empecemos por el principio. Dibujemos al personaje. ¿Cómo imaginamos a Drácula? ¿O quizás cuando nos disponemos a hacerlo comenzamos a sentir su aliento en el cuello y debemos dejar de hacerlo al asaltarnos pavorosos pensamientos de forma inesperada? No temamos, evocar a Drácula no lo atraerá hacia nosotros. O quizás sí. Quizás esa sea la fuerza de su poderoso magnetismo.
Seamos, pues, previsores. Un modo seguro de acercarse a este personaje, el conde Drácula, que respira tras las puertas chirriantes de nuestras mentes, es imaginar un paisaje iluminado por un sol radiante, aproximarse de puntillas, mientras él duerme en un castillo desvencijado, con puertas y ventanas cerradas con candado, en cuyo interior descansa con una tapa de ataúd por sábana...
Del mismo modo que el visitante del castillo de Drácula penetra en él por propia voluntad, hipnotizado por un silencio inquietante y transilvánico, también personas de todo el mundo se dejan atrapar por la historia de Drácula como imanes que no pueden ni desean resistirse a la fuerza de su atracción.
No poder salir de ese castillo, ese es el verdadero problema. Una vez se cierran sus puertas, no hay marcha atrás. Ya nunca vuelven a abrirse. O, lo que es lo mismo, una vez se ha perdido la inocencia y se conoce el horror, la mirada se mancha, se entristece para siempre. ¿Será ese el mensaje y el éxito de Drácula?
Muy probablemente, sin embargo, los párrafos que preceden a esta frase sean una suma de inexactitudes sobre el personaje que inventó Bram Stoker, cuya conocida novela se publicó en 1987. En una interesante entrevista de Guzmán Urrero a José Luis González Martín, especialista en la biografía y obra de Stoker, afirma que buena parte de los textos sobre Drácula están repletos de errores, aunque reconoce que si perduran y crecen muchos de ellos es porque deslumbran y emocionan al público.
En su intento por encontrar la verdad de cómo surgió la historia del conde Drácula, González hace un repaso a los falsos mitos que envuelven la figura de este terrorífico personaje, del que hacemos un resumen en las siguientes líneas.
González asegura que el autor irlandés se inspiró en un tipo de murciélagos reales (vampiros) para trazar a su personaje, si bien los describe de forma fantástica, y dota a Drácula del poder de transformarse en uno de ellos.
Del mismo modo, Transilvania, escenario de la novela, era ya un lugar misterioso, aunque en la novela se exagera este aspecto inquietante y sobrenatural del territorio de los Cárpatos.
Siguiendo al especialista, además, el creador del popular vampiro se inspiró en una novela de Emily Gerard para conocer el modo de ahuyentar a los nosferatu (significa no muerto, en rumano, y es una invención literaria), con ajo, y de matarlo clavando en el corazón una estaca.
Sobre el histórico guerrero y caudillo Vlad el Empalador, de apodo Drácula, a Stoker tan sólo le interesó su sobrenombre, no su biografía, algo contrario a los intentos de la política turística rumana de vincularlo para atraer el turismo, opina el erudito.
De hecho, el ambiente neblinoso y enigmático parece haber contagiado no sólo los aspectos de la creación literaria del personaje, sino la misma biografía de su autor, algo que la personalidad de éste propició. A Stoker, siempre predispuesto de la teatralidad y el dramatismo, le gustaba contar, por ejemplo, que la novela tuvo origen en una pesadilla en la que se intoxicó con cangrejos, si bien se han establecido otras hipótesis más plausibles sobre qué inspiró la historia.
Una de las más destacables enlaza el génesis de Drácula con los terribles sucesos londinenses del otoño de 1888, dos antes del comienzo de su redacción, cuando el Londres más popular fue sacudido por los sangrientos crímenes de Jack el destripador, una tesis de Grigore Nandris (1971).
O, quién puede saberlo ahora, como suele ocurrir tantas veces, el origen de tan truculento personaje sea, sencillamente consecuencia de algo tan inocente como los cuentos de folclore irlandés, de género fantástico, que su madre acostumbraba a contarle al escritor en su infancia. Aunque esta explicación, hay que reconocerlo, no ayuda demasiado a crear el clima terrorífico adecuado.
Pero, silencio... Mientras contábamos esta apasionante historia nos hemos desviado de nuestro camino, hemos perdido el rumbo... La noche se nos ha echado encima, los lobos aúllan, las nubes grises tapan la luna llena, los murciélagos alzan el vuelo...Nos hemos extraviado en los inhóspitos parajes de Transilvania. Nada temáis..., en lo alto de aquel encrespado peñasco se alza un Castillo. Vayamos a él, quizás en su interior podamos cobijarnos hasta que amanezca...
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