miércoles, 12 de octubre de 2011

El duende de la calle Fuencarral: Suceso del escritor madrileño

En agosto de 1724 la residencia madrileña de la condesa de Arcos fue escenario de una serie de fenómenos inexplicables que aterrorizaron completamente a sus habitantes. El escritor Diego de Torres Villarroel, encargado por la condesa de investigar los sucesos, se refiere al episodio en una obra titulada Anatomía de lo visible y lo invisible y lo recoge de forma más amplia en su autobiografía, Vida, ascendencia, nacimiento, crianza y aventuras.

A pesar de que publicaba con frecuencia predicciones astrológicas, Torres Villarroel era escéptico en lo concerniente a fantasmas, aparecidos y fuerzas mágicas. Así el día en que el mensajero de la condesa de Arcos va a buscarlo y le habla acerca de estruendos imposibles que sacuden la vivienda de su señora durante la noche, lo primero que piensa Torres es que detrás de los hechos se encuentra algún bromista.

Cuando llega al caserón, encuentra a la condesa y a sus sirvientes al borde de un ataque de nervios. Intenta tranquilizarlos a todos, prometiendo que pasará la noche con ellos en el dormitorio colectivo que han habilitado en un salón de la planta baja, y que saldrá a hacer ronda por el inmueble si se oye algo extraño. Al caer la noche, nobles y plebeyos se acuestan, mientras Torres busca una silla en la que montar guardia.

A la una de la mañana un gran estruendo, seguido de ráfagas de golpes provenientes de la parte de arriba de la casa, despierta a los durmientes. Torres, que también se había quedado dormido, agarra un candelabro de cuatro velas y un espadón oxidado, sale del salón y sube a revisar desvanes y azoteas. Sin embargo, no ve allí ninguna posible causa para los ruidos. Entonces vuelve a oír los golpes y le parece que el sonido viene de un aposento de la planta de abajo. Se dirige hacia allí, iluminándose con su candelabro en la oscuridad de la noche, pero al llegar halla otra vez vacía la habitación. Así pasa las dos horas siguientes, persiguiendo ruidos esquivos de habitación en habitación, sin nunca encontrar nada, hasta que a eso de las tres cesan por fin.

La misma situación se repite durante otras nueve noches, pero a la décima los fenómenos extraños se intensifican. Otra vez suenan repetidos golpecillos, aterrorizando a los refugiados del salón, y Torres sube a la planta superior. Mientras atraviesa un largo pasillo, se le apagan de forma simultánea las cuatro velas del candelabro, así como dos lámparas fijadas a la pared. Nada más quedar a oscuras, suenan cuatro golpes ensordecedores y en la habitación anterior varios cuadros se desprenden de sus alcayatas y caen al suelo. Torres escapa como puede hacia uno de los patios de abajo.

En Anatomía habla además de puertas que se abren por sí mismas estando cerradas con llave, de platos que ruedan solos por la cocina y de intensas ráfagas de viento que soplan en lugares donde no hay ventanas ni puertas abiertas. Tras asistir a este despliegue de prodigios, Torres suplica a la condesa que no le haga rondar más la casa de noche, pues no encuentra ninguna causa natural detrás de lo que sucede y, por tanto, no le parece que se puede hacer nada para evitarlo. La condesa claudica y al día siguiente se muda a otra vivienda, llevando con ella a los criados y también a Torres Villarroel, al que acoge bajo su protección, agradada por su humildad, sus buenas maneras y su actuación durante la crisis.

La casa se alzaba en la calle Fuencarral, pero Torres no nos informa sobre el emplazamiento exacto, por lo que no podemos conocer si aún hoy sigue en pie y si, en ese caso, sus habitantes sufren un sueño tan intranquilo como el de la condesa de Arcos y sus sirvientes.

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