Esto ―cuenta la leyenda― sucedió hace mucho tiempo, cuando Detroit era colonia francesa y los cánticos indígenas en honor al Gran Dios Serpiente todavía se podían oír desde las afueras de la ciudad. En aquel entonces la magia india aún no había perdido su poder, y las brujas del bosque, las conocidas como “Mujeres Blancas”, vendían burbujeantes pociones que transformaban a los hombres en licántropos.
Dicen que por aquellos años vivía en la ciudad una joven llamada Archange Simonet, a quien un hombre lobo raptó durante el baile de su boda sin que ninguno de los invitados pudiese hacer nada para evitarlo, como tampoco pudo hacer nada su horrorizado marido, que desde entonces se dedicaría en cuerpo y alma a intentar recuperarla.
Rápidamente, organizó una partida de búsqueda que se adentró en lo más profundo del temido bosque, y en la cual participaron multitud de amigos, vecinos y conocidos de la pareja. Uno de ellos estuvo a punto de abatir al licántropo, pero falló su disparo, aunque por poco, logrando tan solo arrancarle la cola al monstruo. Esta sería venerada desde entonces como una auténtica reliquia por los indios de la región.
Tras esta escaramuza, nadie volvió a encontrar el rastro del hombre lobo ni obtuvo pista alguna sobre dónde se podía encontrar Archange. Poco a poco, las batidas fueron espaciándose en el tiempo, a la vez que perdían componentes, hasta que solo quedó el marido de la joven, cada vez más pálido y nervioso, continuando en solitario su desesperada búsqueda nocturna, apenas ya un obstinado vagabundeo sin rumbo fijo.
Había pasado tanto tiempo que casi nadie se acordaba ya de su pobre esposa cuando, en una noche de luna llena, el joven encontró unas huellas extrañas. Eran demasiado humanas para pertenecer a un lobo y demasiado lobunas para ser de un hombre. Las siguió hasta llegar al río Detroit, en cuya orilla pudo ver al licántropo, el mismo que había raptado a su mujer, pues le faltaba la cola. En silencio, se aproximó a él mientras introducía una brillante bala de plata en el cargador de su rifle; levanto el arma y apuntó hacia su presa.
En aquel momento, solo una idea le pasaba por la cabeza: vengarse de aquel ser que tanto daño le había causado. Así que sin pensar en nada más apretó el gatillo, pero antes de que el arma disparase, el hombre lobo se arrojó al río, desapareciendo bajo el agua para, cosa extraña, no volver a salir a la superficie, por mucho lo esperase. Al amanecer, lloró de desesperación junto a la orilla del río.
A partir de entonces, abandonó su búsqueda. Todos pensaron que había perdido un poco la razón, pues no dejaba de contar, a todo aquel que quisiera escucharle, la historia de cómo un hombre lobo había raptado a su mujer durante el mismo día de su boda. Al llegar a la parte en la que el monstruo se arrojaba al agua, aseguraba que un pez enorme había salido de las profundidades y lo había engullido de un bocado.
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