El desafortunado John Palmer conoció a Annie Mae Patterson en 1820. Poco podía imaginar que tras casarse con ella, convirtiéndola en la señora de Rose Hall, su joven esposa le acuchillaría hasta matarlo. A John Palmer le sucedieron otros dos maridos; el segundo fue envenenado, el tercero, estrangulado. Siguiendo las órdenes de Annie, algunos esclavos sacaron los cadáveres a través de secretos pasadizos subterráneos y los enterraron bajo la arena blanca de la playa. La dama achacó las tres muertes a la fiebre amarilla, sin que tal coincidencia extrañase al resto de terratenientes de Montego Bay. Tal vez no sospecharon nada, o tal vez prefirieron no hacer preguntas cuya respuesta sabían incómoda.
Dentro de su plantación de Rose Hall, Annie Palmer tenía poder absoluto, y lo utilizaba de forma arbitraria, cruel y sangrienta. En la mazmorra situada en los sótanos de la mansión torturaba a los esclavos indisciplinados con total impunidad. Cuando sentía la llamada de la carne, bajaba hasta los barracones en que vivían sus esclavos a escoger un compañero de alcoba. En cuanto se cansaba de él, el pobre diablo era ejecutado sin contemplaciones.
A pesar de todo, pocos intentaban escapar de Rose Hall: grandes cepos escondidos a lo largo del perímetro de la plantación disuadían a los hipotéticos prófugos; y algunas noches las propia Annie salía a caballo a perseguir a los que no cumplían el toque de queda. Las presas de la amazona eran encadenadas, marcadas a fuego y devueltas a su barracón.
La plantación de Rose Hall comprendía más de 300 km², y contaba con 2000 esclavos. Todas las plantaciones coloniales jamaicanas consistían en vastos territorios dominados por una gran mansión construida de tal manera que resultase visible desde muchos kilómetros a la redonda. El propietario de la plantación era como un señor feudal, y la mansión, su castillo. La jerarquía separaba a una mayoría explotada de la minoría explotadora, dando lugar a sistema social sostenido por el miedo, algo que Annie Palmer sabía cultivar muy bien.
Annie infundía en los esclavos un temor que iba mucho más allá de lo físico; podía infligir un daño peor que la laceración del látigo y el dolor punzante del cuchillo. Annie Palmer, la refinada señorita blanca, había aprendido en Haití los secretos del vudú, convirtiéndose en una poderosa hechicera. Utilizaba su magia contra todo aquel que se interpusiera en su camino, bien fuese una rival en amores o algún vecino molesto, y cuentan que llegó a sacrificar niños para usar sus huesos en rituales. Ningún bokor, mambo u hougan igualaba en poder a Annie Palmer.
Aunque el reino del terror que había establecido en Rose Hall parecía invulnerable, se avecinaban cambios importantes que iban a afectar a la base de la sociedad colonial jamaicana. El parlamento británico votó a favor de abolir la esclavitud. Los terratenientes de Jamaica retrasaron todo lo que pudieron la aplicación de las nuevas leyes, pero esto generó una gran tensión con la población negra que en 1830 estalló en violentas revueltas a lo largo de toda la isla.
La rebelión llegó también a Rose Hall. Al fin la ira fue más fuerte que el miedo: una partida de insurrectos entró en la mansión, subió las grandes escaleras e irrumpió en la habitación de Annie Palmer. Tras matar a la Bruja Blanca, desfiguraron su cadáver y lo arrojaron por la ventana. Un vecino enterró sus restos en una tumba sin señalar, en tres de cuyos lados alguien colocó tres cruces para contener el poder de la hechicera. El cuarto lado quedaba libre, de tal forma que su espíritu podría salir a vagar por la Tierra cuando desease.
Así termina la leyenda de Annie Palmer, de quien en realidad apenas se sabe si existió. Sin embargo, el trasfondo histórico de la narración es completamente verídico, y su protagonista, la Bruja Blanca, ha pasado a ser un personaje básico del folklore jamaicano. En 1931 H. G. Lisser escribió una novela sobre la leyenda titulada The White Witch of Rose Hall, que serviría al grupo de rock ocultista Coven como inspiración para un vibrante tema del mismo nombre.
En la actualidad la mansión de Rose Hall está abierta a los visitantes, y es una auténtica joya histórica, una de las pocas residencias de los propietarios de plantaciones conservada, ya que la mayor parte de las 700 que había ardieron durante las revueltas de los esclavos. Se mantiene casi como cuando la Bruja Blanca vivía en ella. Cuentan que durante los trabajos de restauración aparecieron manchas de sangre en las paredes de una habitación, precisamente aquella en la cual Annie Palmer habría acuchillado a su primer marido.
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