jueves, 3 de noviembre de 2011

La escuela del Diablo

Según dicen los que saben, el Diablo tiene una escuela donde enseña a los hombres que reniegan de Dios y de su alma, todas las artes que desean para lograr sus objetivos, generalmente deshonrosos, viles y destinados a encontrar fama o dinero... Aunque también están aquellos que venden su eternidad por apenas unas pocas monedas, o por la conquista de algún corazón vecino.

El lugar está en las montañas del sur del continente americano, en la Cordillera de los Andes. Su nombre: La Salamanca.

La leyenda llega a América con los conquistadores españoles que a su vez la habían recibido de los moros. Se afinca en el sur y se la acondiciona a la idiosincrasia y a la geografía. Sin embargo, mantiene características de algún pasado árabe. En el interior de La Salamanca hay grandes patios donde mujeres, de esplendorosa belleza suponemos, bailan y seducen a los visitantes, como si se tratara de un inmenso harem del palacio de algún Gran Califa.

Lejos está la imagen de parecerse al infierno dantesco. Además de las mujeres, bailan muchachos alegres al compás de la música, rodeados de árboles y flores de esplendorosa belleza, en un clima ameno y agradable. Allí tienen lugar las clases.

En contraste, es el exterior lo abrumante, lo aterrador... El camino que lleva a La Salamanca es tortuoso, repleto de problemas, dudas y contratiempos. Y sólo puede realizarse de noche, al amparo de la luna llena. Un bosque, que hace acordar a aquel que protegía a la Bella Durmiente pero formado por chañares, algarrobos y talas que se entrecruzan, impide el paso del hombre. Aquel que deseare llegar hasta el lugar deberá someterse a una prueba de tesón y voluntad más digna del noble de espíritu que de aquel que tiene como propósito vender su alma al Príncipe del Mal.

Una vez que el pretendiente logra pasar la barrera del bosque, y llega a la puerta de La Salamanca debe cumplir con una última obligación: renegar de Dios. Para eso debe escupir sobre un crucifijo y soportar sin mostrar dolor que una gran serpiente se enrosque por su cuerpo hasta su cabeza.

Así termina por matar su vieja fe y adentrarse al nuevo reino. Al de Supay (nombre que tiene el Diablo en Argentina). Al de Mandinga. Al de Lucifer.

La Salamanca es producto de la unión de varias leyendas y relatos cristianos, con relatos y enseñanzas esotéricas.

La venta del alma y el escupitajo al crucifijo son imágenes cristianas presentes en su historia: en los juicios contra los templarios de la edad media se los acusaba de esta herejía. Sin embargo, la ruta tortuosa para acceder al lugar y los problemas que el mismo camino presenta, parece estar más relacionada con las enseñanzas esotéricas que hablan de lo difícil que es hacer el “buen camino”. Incluso la belleza de La Salamanca parece más bien un premio para aquel que se esfuerza, y en donde recibirá enseñanzas, que un lugar atroz, residencia del Hombre del Mal.

También la serpiente que sube por el cuerpo del aprendiz hasta su cabeza, tiene grandes similitudes con la “serpiente Kundalini”, aquella que sube por la espina dorsal hasta alcanzar la corona, que se relaciona con la evolución espiritual del hombre, y que está presente en casi todas las civilizaciones antiguas, como la egipcia, la maya, o la hindú.

Según los relatos de los lugareños, La Salamanca existe y llegan a decir que no es sólo una, sino que hay varias desperdigadas a lo largo de las montañas y los montes sureños. Aunque hay cierta concordancia en afirmar que la más grande de ellas se encuentra al pie del volcán Lanín, en la provincia argentina de Neuquén, a más de mil kilómetros de la ciudad de Buenos Aires, relativamente fácil de acceder, a no ser por el bosque infranqueable que la rodea.

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