Un autómata, según la Real Academia de la Lengua Española y en su segunda acepción, es una “máquina que imita la figura y los movimientos de un ser animado”, por tanto, una estructura que reproduce de forma automática, mediante complejos mecanismos, movimientos similares a los seres humanos o animales.
Estas máquinas se remontan a la antigüedad desde la imperiosa necesidad del ser humano de emular a la naturaleza en su creación. Los primeros autómatas eran de madera, y si tienen forma humana se les denomina “androide”. Fueron una especie de pre-robots, un salto cualitativo de la primitiva ciencia.
Sus creadores buscaban con ahínco que éstos fueran a imagen y semejanza de los seres humanos y que, incluso, dieran la impresión de pensar por sí mismos. Los engranajes en los que se basaban sus complejos esqueletos son los primeros bocetos de la actual robótica. No obstante, lo que a priori debería parecer un asombroso descubrimiento tecnológico, se convirtió en objeto de recelo para muchas personas que empezaron a ver en ellos títeres del demonio.
Pero al contrario de lo que muchos tachaban como obras del mal, los autómatas funcionaban mediante diferentes mecanismos que se basaban en aire y agua caliente con válvulas, palancas y contrapesos y engranajes, entre otros. Sus rostros y movimientos causaban inquietud en las multitudes, que se asustaban al verles mover los ojos de un lado para otro, parpadear, sonreír, mover los brazos y piernas... Y hablar.
Pronto nacieron leyendas que aseguraban que estos autómatas eran poseídos por espíritus y que tenían capacidades psíquicas. Ejemplo de ello, son los bustos de zíngaras que, a cambio de una moneda, se activaban y adivinaban el porvenir. También sus artífices empezaron a ser observados con resquemor, ya que se les atribuía la fabricación de extraordinarias máquinas que jugaban al ajedrez o palomas que podía volar. En algunos casos, se les acusó de herejía y/o pactos con el diablo.
¿Por qué los autómatas causan recelo?
Sus cuidados movimientos, unidos a la música que les suele acompañar, los relaciona directamente con algo más allá que la mera tecnología, con un ente mágico. Es la imitación de la vida misma, como cuando Dios nos creó a imagen y semejanza. No obstante, estas vidas artificiales, con carácter y personalidad propias, carecen de alma, empero son productos artesanales, únicos en su existencia.
Lo que es indudable es que cuando miramos a los ojos de un autómata, algo nos inquieta. A veces es difícil separar de nuestra percepción que son piezas inertes que reciben el hálito a través de engranajes mecánicos, y llegamos a verlos como máquinas poseedoras de alma. Evidentemente, nada más lejos de la realidad, todo forma parte de nuestra imaginería.
Por tanto, he aquí el misterio de los autómatas.
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