Desde siempre, la meca del cine se ha sentido atraída por la paranoia, ansiedad y suspense que generan los entramados conspiratorios; aunque, en algunas ocasiones, el diseño del argumento ha convertido dichas películas en auténticos monumentos al ridículo (en ocasiones, buscado).
10. La conspiración del pánico (Eagle Eye, 2008). Un plan sencillo: destruir el capitolio, matar al gobierno casi al complete y situar al mando de los Estado Unidos al Secretario de defensa del presidente. Para complicar más el asunto, dicha estrategia es diseñada por la supercomputadora Arija, un cruce de la Skynet de Terminator y el Hal de 2001. La víctima, el joven Jerry (Shia LaBeouf), hermano gemelo de un miembro de la fuerza aérea y, por tanto, el único capaz de activar el plan gracias a un sistema de reconocimiento de voz. Podría parecer brillante si no fuera tan descabellado.
9. El Código Da Vinci (The Da Vinci Code, 2006). Lo descabellado de este caso es probablemente el éxito desorbitado que cosechó la tediosa película de Ron Howard, sobre la novela de Dan Brown. Aquí, de lo que se trata es de encubrir el hecho de que Jesús tuvo un hijo y así proteger a sus actuales descendientes. Tom Hanks, con un peinado a lo Nicholas Cage, será el encargado de proteger el secreto. La película, como la novela, enervó a la iglesia y a sus más fanáticos seguidores, lo cual, como ya apuntamos, pasa a ser algo secundario cuando nos referimos a una de las peores películas de los últimos años.
8. Ha llegado el águila (The Eagle Has Landed, 1976). En plena Seguna Guerra Mundial, Himmler diseña un plan para acabar con Winston Churchill durante uno de sus retiros de fin de semana en Norfolk. Los encargados de ejecutar el plan son un grupo de paracaidistas liderados por el Coronel Steiner (Michael Caine), ayudados por Donald Sutherland en la piel de una miembro del IRA. La trama tiene su lógica, pero es imposible creerse a Caine, un británico de pura cepa, interpretando a un alemán que simula ser un polaco. Suena a chiste, ¿No?
7. El informe pelícano (The Pelican Brief, 1993). La película contaba con las mejores cartas para triunfar: una novela de John Grisham y la dirección de Alan Pakula. La trama: un viejo magnate, con amigos en la Casa Blanca, quiere perforar una zona protegida por su valor medioambiental. En frente tendrá a una voluntariosa abogada, Julia Roberts, y a un tenaz periodista, Denzel Washington. Todo pintaba bien, pero los detalles le quitaron pegada al producto: lo enrevesado del argumento, la falta de pulso narrativo y algún detalle más bien ridículo (sobre todo, la figura del matón interpretado por Stanley Tucci).
6. Coma (1978). He aquí una obra de culto entre los devotos de la paranoia. Al jefe de cirugía de un hospital, el malvado Dr Harris (Richard Widmark), se le ocurre que puede sacar provecho comerciando con los órganos de pacientes a los que induce un coma letal. No es un mal plan, si no fuera porque los niveles de “fatalidad” en las operaciones quirúrgicas se calcula que rondan el 0,2%. En fin, que el plan de Harris despertaría demasiadas sospechas.
5. Sólo se vive dos veces (You only live twice, 1967). Un plan a la altura de uno de los Bonds más bizarros. El plan: desatar la Tercera Guerra Mundial mediante la destrucción de las lanzaderas espaciales rusas y norteamericanas. Los recursos: unos cohetes propios del cine de Georges Méliès, un volcán, un innecesario monorraíl, un japonés especialista en ordenar “abrir cráter” y un gato. El responsable: el súper-villano, geólogo en sus ratos libres, Ernst Stavro Blofeld (Donald Pleasance). El resultado: una ida de olla descomunal.
4. El último testigo (The Parallax View, 1974). La madre de las películas de conspiraciones políticas de los 70, heredera de la mítica El mensajero del miedo (1962). Aquí, la malévola corporación Parallax (dirigida por los papás de los neocon de hoy día), especialista en propagar el horror y el crimen encubierto, no se detendrá ante nada para alcanzar el dominio político mundial. Nada, poca cosa. Además, Parallax parece poseer el don de la ubicuidad: esta en todas partes, sabe más que tú y es más lista que tú. En fin, que como metáfora del gobierno de derechas que imponía su ley en la Norteamérica de finales de los 70, la película tiene un pase; sin embargo, como complot creíble, el filme dista de resultar verosímil.
3. JFK (1991). El mismo Oliver Stone definió su película sobre el asesinato de Kennedy como un contra-mito: diseñada como la alternativa extrema a los huecos dejados por la Comisión Warren en su informe del suceso. Total, que para no quedarse corto, Stone montó el complot más grande jamás diseñado, implicando al gobierno, la CIA, los rusos, Fidel Castro, la Mafia, Lee Harvey Oswald, Jack Ruby… El súmmum.
2. Capricornio Uno (Capricorn One, 1978). La idea: simular la llegada del hombre a Marte, escenificando toda la misión en un hangar perdido en medio del desierto y pintado con spray rojo. Los tripulantes de la misión (O.J. Simpson, James Brolin y Sam Waterston) deben montar el gran paripé si no quieren ver a sus familias asesinadas. El malo de la película es el Dr James Kelloway (Hal Holbrook) junto a sus secuaces de la Nasa. Lo curioso del caso es que la delirante película se realizó con el apoyo de la misma NASA.
1. Zoolander (2001). El plan: lavarle el cerebro a una super-estrella de la moda en decadencia y programarle para que asesine al Primer Ministro de Malasia, y así impedir que éste legisle en contra del trabajo infantil. El responsable: el magnate de la moda Jacobim Mugatu (Will Ferrell), ex-miembro de los Frankie Goes to Hollywood. Aquí todo funciona a la perfección. La idea del complot se retuerce hasta la sátira. No queda títere con cabeza: la frivolidad del mundo de la moda, la sed de poder corporativo, el imperialismo yanki… Todo es ridículo porque la película quiere ser delirante, y lo consigue, dejando para la historia uno de los grandes personajes de la comedia norteamericana: Derek Zoolander (interpretado por Ben Stiller, también director de la cinta).
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