Billy Ray Taylor tenía sed. Caía la noche, pero el calor de agosto permanecía en las colinas sudoeste de Kentucky. Taylor, de veintiún años, sólo buscaba un trago de agua fresca cuando salió de la casa para ir hasta el aljibe de la granja. Pero en el trayecto vio algo que lo hizo regresar de inmediato a la casa, en un estado de excitación total.
Los once miembros de la familia Sutton, que vivían y trabajaban en la granja, oyeron la historia con descreimiento. Un plato volador contó Billy, una nave rodeada de humo de todos los colores del arco iris, acababa de volar sobre su cabeza y había aterrizado en una hondonada a poca distancia de la casa. Los Sutton se rieron de él. Pero media hora después empezaron a tomarlo un poco más en serio, cuando el perro de la familia comenzó a ladrar y luego se ocultó en un rincón con la cola entre las patas.
Según la historia que narraron después, Taylor y otro adulto, Lucky Sutton, se asomaron a la puerta y vieron una figura luminosa que se aproximaba a la casa, acercándose lo suficiente como para que los dos hombres pudieran apreciarla bien: se trataba de una criatura de un metro de altura con una cabeza redonda de gran tamaño, ojos luminosos de color amarillo y brazos que terminaban en garras que casi tocaban el piso. Sutton y Taylor no se molestaron en darle la bienvenida. Se metieron a la casa y volvieron a salir empuñando una escopeta calibre 20 y un rifle calibre 22.
Cuando la criatura estuvo a unos seis metros de la puerta, Taylor y Sutton dispararon. La figura dio un salto y desapareció. Los dos hombres salieron de la casa y descubrieron una criatura similar sobre el techo. Sutton disparó y el extraño ser se desplomó. Notaron entonces que había un tercer extraterrestre colgado de un arce y volvieron a disparar. La criatura flotó hacia el suelo y huyó con un extraño y desequilibrado andar. Cuando apareció otra criatura a un costado de la casa, Sutton atacó con su escopeta en forma rotunda; los perdigones sonaban como si hubieran pegado contra un balde de metal, y la criatura no se perturbó, aunque se alejó.
Después de un rato, los dos hombres dejaron de disparar. Regresaron a la casa y cuando trataban de calmar a los niños vieron que los extraterrestres espiaban por las ventanas. La aterrorizada familia optó por huir en auto hacia el pueblo cercano de Hopkinsville para informar a la policía.
La respuesta oficial fue rápida y detallada. La policía local y estatal y un fotógrafo regresaron a la granja Sutton con la familia y recorrieron el área. Encontraron, según un informe, sólo una mancha luminosa en el sitio en donde supuestamente había caído después de ser volteada del lugar donde se había resguardado. Los investigadores se retiraron minutos después de las dos de la madrugada y la familia volvió a la cama. Pero la tranquilidad no duraría mucho tiempo.
Los extraterrestres regresaron. Insistieron con espiar por las ventanas de la granja, y de nuevo en los campos de Kentucky resonaron los disparos de las armas de los hombres. Las balas y los perdigones produjeron muchos agujeros en los vidrios de las ventanas, pero no pudieron hacer salir sangre del cuerpo de los intrusos de otro mundo. A las 5 y 15 minutos, justo antes del amanecer, según los Sutton, las criaturas desaparecieron, y nunca más volvieron.
Sin embargo, la aventura no había terminado. Durante varios días, periodistas de todo el estado y los estados vecinos invadieron la granja. Llovieron curiosos, que pisotearon las tierras en busca de huellas de los extraterrestres y se metieron en la casa pidiendo fotografiarse con los exasperados granjeros. Los investigadores de ovnis también estuvieron allí, registrando minuciosamente el lugar. No se encontró evidencia física, salvo la supuesta mancha luminosa que quedó sobre la tierra, que fundamentara la historia narrada por Taylor y los Sutton. Sin embargo, los investigadores llegaron a la conclusión de que esta gente era sincera y mentalmente sana y que no tenían interés en explotar el caso para obtener publicidad. Y así quedaría el asunto.
Los once miembros de la familia Sutton, que vivían y trabajaban en la granja, oyeron la historia con descreimiento. Un plato volador contó Billy, una nave rodeada de humo de todos los colores del arco iris, acababa de volar sobre su cabeza y había aterrizado en una hondonada a poca distancia de la casa. Los Sutton se rieron de él. Pero media hora después empezaron a tomarlo un poco más en serio, cuando el perro de la familia comenzó a ladrar y luego se ocultó en un rincón con la cola entre las patas.
Según la historia que narraron después, Taylor y otro adulto, Lucky Sutton, se asomaron a la puerta y vieron una figura luminosa que se aproximaba a la casa, acercándose lo suficiente como para que los dos hombres pudieran apreciarla bien: se trataba de una criatura de un metro de altura con una cabeza redonda de gran tamaño, ojos luminosos de color amarillo y brazos que terminaban en garras que casi tocaban el piso. Sutton y Taylor no se molestaron en darle la bienvenida. Se metieron a la casa y volvieron a salir empuñando una escopeta calibre 20 y un rifle calibre 22.
Cuando la criatura estuvo a unos seis metros de la puerta, Taylor y Sutton dispararon. La figura dio un salto y desapareció. Los dos hombres salieron de la casa y descubrieron una criatura similar sobre el techo. Sutton disparó y el extraño ser se desplomó. Notaron entonces que había un tercer extraterrestre colgado de un arce y volvieron a disparar. La criatura flotó hacia el suelo y huyó con un extraño y desequilibrado andar. Cuando apareció otra criatura a un costado de la casa, Sutton atacó con su escopeta en forma rotunda; los perdigones sonaban como si hubieran pegado contra un balde de metal, y la criatura no se perturbó, aunque se alejó.
Después de un rato, los dos hombres dejaron de disparar. Regresaron a la casa y cuando trataban de calmar a los niños vieron que los extraterrestres espiaban por las ventanas. La aterrorizada familia optó por huir en auto hacia el pueblo cercano de Hopkinsville para informar a la policía.
La respuesta oficial fue rápida y detallada. La policía local y estatal y un fotógrafo regresaron a la granja Sutton con la familia y recorrieron el área. Encontraron, según un informe, sólo una mancha luminosa en el sitio en donde supuestamente había caído después de ser volteada del lugar donde se había resguardado. Los investigadores se retiraron minutos después de las dos de la madrugada y la familia volvió a la cama. Pero la tranquilidad no duraría mucho tiempo.
Los extraterrestres regresaron. Insistieron con espiar por las ventanas de la granja, y de nuevo en los campos de Kentucky resonaron los disparos de las armas de los hombres. Las balas y los perdigones produjeron muchos agujeros en los vidrios de las ventanas, pero no pudieron hacer salir sangre del cuerpo de los intrusos de otro mundo. A las 5 y 15 minutos, justo antes del amanecer, según los Sutton, las criaturas desaparecieron, y nunca más volvieron.
Sin embargo, la aventura no había terminado. Durante varios días, periodistas de todo el estado y los estados vecinos invadieron la granja. Llovieron curiosos, que pisotearon las tierras en busca de huellas de los extraterrestres y se metieron en la casa pidiendo fotografiarse con los exasperados granjeros. Los investigadores de ovnis también estuvieron allí, registrando minuciosamente el lugar. No se encontró evidencia física, salvo la supuesta mancha luminosa que quedó sobre la tierra, que fundamentara la historia narrada por Taylor y los Sutton. Sin embargo, los investigadores llegaron a la conclusión de que esta gente era sincera y mentalmente sana y que no tenían interés en explotar el caso para obtener publicidad. Y así quedaría el asunto.
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