jueves, 15 de mayo de 2008

La Papisa Juana

Existe una vieja leyenda medieval que de una u otra forma se recuerda hasta hoy día.
Contaban en Polonia, por ahí por el siglo X, que en un momento sumamente difícil, venían saliendo de una invasión y la peste diezmaba las poblaciones, era tal la pobreza del país que sólo los curas mendicantes y los ni­ños podían, a veces, obtener alguna limosna. En estas condiciones la supervivencia de una mujer pobre, de más de veinte años y de inclinaciones muy religiosas, era altamente improbable. Tal era el caso de Juana, que por ningún motivo quería trabajar como prostituta.
De modo que optó por vestirse con las ropas de un sacerdote muerto por la peste y dedicarse a mendigar así, con más posibilidades de éxito. Pero Juana era una mujer inteligente, y pronto se dio cuenta que obtenían mucho mejor resultado los sacerdotes que predicaban con éxito en las plazas y las iglesias de los pueblos.
Demás está decir que pronto Juana se transformó en un orador sacro de gran resonancia, hasta el punto que acudían pequeñas peregrinaciones de gentes de pueblos vecinos para escucharla. Los problemas de Juana ya no eran los de la mera supervivencia.
Creció la fama de Juana que no sólo tuvo iglesia pro­pia, sino que al tiempo fue nombrada obispo... y, en la imaginación popular, de obispo a cardenal no hay más que un, paso... y de cardenal a Papa, sólo un poco de suerte.
De modo que ya tenemos a Juana entronizada en Roma. en la salida de los Papas. Este hecho, cuya realidad histórica es absolutamente improbable, se convirtió en una leyenda que con algunas variaciones de nacionalidad y época, fue profusamente relatada durante la Baja Edad Media... y, de una u otra manera, se conserva hasta el día de hoy.
Por supuesto que la leyenda medieval no terminaba con Juana sentada en el trono de los Papas; contaban que durante un tiempo la mujer Papa lo hizo bastante bien y más allá de toda sospecha. Pero, sigue la leyenda, finalmente pasó lo que tenía que pasar: la Papisa, rodeada de hermosos pajes adolescentes, dedicados a su servicio, cayó perdidamente enamorada de uno de ellos. Estos amores tuvieron por resultado el que generalmente tienen, Juana, la Papisa, quedó embarazada.
Al principio pudo ocultar su estado, pero con el correr de los meses se hizo tan evidente, que comenzó a eludir sus apariciones públicas. Es posible que hubiese conseguido mantener el engaño de no mediar una circunstancia desafortunada. Hacía un mes que Juana no aparecía en público, ni siquiera en las ceremonias oficiales, y el pueblo romano comenzaba ya a murmurar, además se aproximaba la fiesta del Corpus Christi y Juana a su vez sentía muy próximo el momento del parto.
De acuerdo a la leyenda, pasó lo peor que podía pasar. Muy próxima al parto, Juana se vio obligada a asistir a la larga procesión con que celebrarían el Corpus, ocultando su enorme vientre bajo los paramentos papales.
Seis cardenales cargaban el anda, encima Juana, sentada, atravesaba como un navío blanco la muchedumbre que la perseguía tratando de obtener una bendición papal más personal.
Según la leyenda Juana alumbró ahí mismo, en plena procesión, rodeada por el pueblo que gobernaba.
Y éste es el verdadero final de cuento medieval, porque respecto del destino posterior de Juana hay versiones extremadamente contradictorias, según unos fue linchada acto seguido por la muchedumbre, para otros terminó sus días en un convento, aquí cuentan que volvió a la pobreza y tuvo que mendigar con su hijo, allá dicen en cambio que ella y su hijo murieron años más tarde en un castillo papal, donde permanecieron encerrados. Pero este destino final de Juana es lo menos interesante de la leyenda, el nivel arquetípico que ha permanecido vigente hasta nuestros días culmina en. el parto durante la procesión del Corpus.
Algunos comentaristas, muy pocos, pretenden que la, leyenda de la papisa Juana ocurrió en la realidad, para afirmarlo, se basan, por ejemplo, en el hecho de que en los cónclaves para la elección de los papas, desde el medioevo, se haya utilizado la "silla gestatoria", una silla sin asiento, mediante la cual, los cardenales encargados podían cerciorarse del sexo del futuro Papa.
En la verdad histórica, parece que nunca hubo una mujer Papa... pero el temor existía. Es probable que ese temor haya dado origen a la leyenda.
El cuento de la Papisa Juana provocó poderosamente la imaginería medieval, transformándose en un equivalente a lo que es un personaje de tira cómica para nuestra sociedad.
El arquetipo de la mujer disfrazada de hombre se repitió en innumerables obras literarias, antes y después de la leyenda referida. Sólo para mencionar los relatos posteriores recordemos que Shakespeare, Calderón de la Barca, Lope de Vega y muchos otros autores trataron el tema de la mujer vestida de hombre, capaz de engañar hasta a los más sagaces.
En una época más moderna, la idea fue repetida incluso en la literatura juvenil, como lo hace Emilio Salgari en su famoso "Capitán Tormenta", héroe de la batalla de Lepanto que resulta también ser mujer. Asimismo, el cine, la televisión y el teatro contemporáneo han utilizado en innumerables oportunidades este arquetipo, pero es probable que ninguno de ellos tenga más fuerza que la leyenda de la mujer Papa.
La papisa llegó a ser un tema tan trascendente para la mentalidad medieval que en los alrededores del siglo XI fue incluida en el diseño del primer naipe que se dibujó en el mundo, el famosísimo Tarot. El naipe Tarot llamado de Marsella, que es el único diseñado auténticamente en el medioevo, incluye entre sus arcanos mayores el N° 2: la Papisa.
Evidentemente, en un diseño del siglo XI, cualquier mención a la Papisa, sólo podía aludir a la Papisa Juana. De modo que tal vez revisando la simbología de este arcano, será más fácil interpretar el arquetipo que ha subsistido hasta nuestros días bajo el titulo de la leyenda: "la papisa Juana".
En su numeración, el Tarot es de origen pitagórico. Recordemos que dicha escuela interpretaba los números no sólo como objetos matemáticos, también los veían como entidades teológicas.
Así, en la interpretación tradicional de las cartas del Tarot, bajo el primer arcano, El Prestidigitador, el "mago" de la feria medieval, ese que saca cosas de la nada, se oculta el sentido teológico del número uno. Uno es el principio de todo, es el que saca de la nada todos los otros números que no son más que repeticiones sucesivas de este primer número, el uno, que por lo tanto, está contenido en todos los otros.
A la imagen de la Papisa Juana le correspondió ilustrar el sentido pitagórico del número dos.
Kabir, el gran poeta místico, decía: "Ve sólo Uno en todas las cosas, es el dos el que te descarría". Dos es dos veces uno, dos es uno jugando a las escondidas consigo mismo, uno detrás de otro.
Dos esconde al uno, dos separa al uno, crea lo que es distinto de uno; y esta distinción es confusa: Se supone que el Tarot es una descripción del camino místico de la vida, y en este camino, el número dos corresponde a esa etapa confusa de la percepción, en la cual el sentido de la unidad de todo lo creado se esconde tras la apariencia de las formas distintas.
Por eso, para la escuela pitagórica, el dos es femenino... ¿acaso la mujer no se divide en dos al parir?
Toda esta disquisición filosófica se escondía para los medievales y se esconde hasta hoy detrás de la leyenda de la Papisa Juana, queriendo definir un estado del alma humana, ese estado ignorante de la unidad en que el alma se siente sola y separada, rodeada de un mundo hostil. En ese estado, el alma oculta un profundo temor a lo que es distinto de sí misma. Es "la noche oscura del alma", cuando olvida que el uno subyace bajo el dos... y que éste tampoco es un estado permanente, porque después del dos viene el tres.
Gran parte de la cultura contemporánea desdeña este lenguaje de los símbolos, pero desde Carl Gustav Jung, cada vez se da más importancia a estas "imágenes de contenido trascendente a la conciencia de la humanidad".

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