viernes, 20 de febrero de 2009

¿Dónde viven los extraterrestres?

Sabemos qué estrellas podrían albergar vida. Pero, ¿se han enterado los extraterrestres de que hay vida en la Tierra? ¿Están investigando igual que nosotros?

La creencia de que la humanidad no es la única forma de vida inteligente en el Universo es muy antigua. Y es más que una creencia: como dijo el filósofo Metrodoro en el siglo III a.C., «considerar que la Tierra es el único mundo poblado en la infinidad del espacio es tan absurdo como asegurar que en un campo sembrado de mijo sólo germinará una semilla.» De hecho, las posibilidades matemáticas de que el hombre no sea la única criatura inteligente en la inmensidad del espacio son muy altas, pero subsisten problemas que deben superarse antes de que podamos estar seguros de que entraremos en contacto con otra civilización.

Uno de ellos, como hemos visto, es el problema de que una civilización tecnológicamente avanzada sobreviva el tiempo suficiente para recibir un mensaje de la Tierra. Usando la misma lógica, nosotros podríamos desaparecer en el tiempo que tarda la señal en ser recibida y contestada. Otro problema es hacia dónde dirigir nuestras señales y, aunque nuestros mensajes sean recibidos, ¿cómo podremos estar seguros de que son entendidos?

Las condiciones de la vida

Presupondremos que la vida que podremos encontrar es, biológicamente, igual que la vida de la Tierra, o sea una vida basada en el carbono y el agua. Esta idea es lógica porque, aunque en teoría la vida puede surgir en temperaturas que van desde la que hay en la superficie de una estrella hasta la de un planeta frío, esa vida difícilmente estará compuesta por los mismos materiales o se parecerá a la de la Tierra. Además, la biología terrestre incorpora materiales -carbono, nitrógeno, hidrógeno y oxígeno- que existen en grandes cantidades en el espacio, y las condiciones de la Tierra se prestan para que surja vida basada en ellos. Es lógico que la vida aparezca a partir de las sustancias que abundan, como comprendió instintivamente Metrodoro.

En la práctica, esto significa empezar la búsqueda por las estrellas más parecidas a nuestro Sol. En materia de estrellas, el Sol no es particularmente grande ni pequeño, y esa moderación es crucial para el desarrollo de la vida. Una estrella pesada arde con brillo, y arde rápido; una que tenga el doble de su masa será el doble de caliente, pero durará la décima parte del tiempo de vida que se predice para el Sol: mil millones de años en vez de diez mil millones. Y además, emitirá grandes cantidades de radiaciones letales de onda corta que impedirán la aparición de cualquier tipo de vida.

Una estrella relativamente ligera, en cambio, durará mucho tiempo, pero no producirá suficiente luz para mantener la vida, pese a que sus radiaciones serán comparativamente inofensivas. Sucede que las formas de vida más primitivas y tempranas -las plantas- dependen de la luz del Sol para descomponer el dióxido de carbono de la atmósfera, utilizar el carbono como alimento y liberar oxígeno. Nuestro Sol es un afortunado punto medio entre los extremos de calor y frío; existen unos 5.000 millones de estrellas como él en la Galaxia.

Sin embargo, la mera existencia de estrellas del tipo del Sol no significa que haya vida -o pueda haberla- en sus proximidades. Cualquier proceso biológico necesita la protección de un planeta: un lugar protegido por su atmósfera de las radiaciones ultravioleta, que funcione como lugar de encuentro para los elementos químicos de la vida. Para un astrónomo moderno resulta bastante fácil encontrar las estrellas adecuadas. Pero encontrar una acompañada de todo un sistema planetario es un poco más complicado.

Los resultados de una investigación sobre la naturaleza de las estrellas con planetas, publicada en 1976 por Helmut Abt y Saúul Levy, son cruciales a este respecto. Abt y Levy observaron que los sistemas de estrellas dobles (o estrellas binarias) se dividen en dos categorías: los que necesitan 100 años o más para completar una órbita alrededor de la otra, y aquellos en que las estrellas están más cerca la una de la otra y completan sus órbitas con más rapidez. Razonaron que los sistemas binarios más cercanos y de período corto se crearon cuando la nube de gas giratorio de la que se forman las estrellas se partió en dos. A medida que la rotación de la nube aumentaba, aumentaba también su densidad, y la protoestrella se volvió inestable; finalmente se dividió y formó una estrella doble. Cuando calcularon la cantidad de energía de esos sistemas, llegaron a la conclusión de que todas las protoestrellas que se estaban condensando se dividieron de esa forma. Pero un tercio de las estrellas que estudiaron Abt y Levy no tenían soles acompañantes. La conclusión a que llegaron fue que se habían formado planetas en vez de estrellas.

Los astrónomos calculan que las estrellas que tienen una vez y media la masa de nuestro Sol o menos, producen suficiente luz y duran el tiempo necesario para que la vida aparezca en sus planetas. Del trabajo de Abt y Levy se desprende que las estrellas de ese tamaño que no forman parte de un sistema binario próximo deberían tener planetas. Esos planetas podrían albergar vida y... si hay vida, ¿por qué no civilización?

Es posible detectar la existencia de planetas alrededor de una estrella al buscar variaciones en su movimiento por el espacio. El movimiento es resultado de la rotación de toda nuestra Galaxia; la variación es un «bamboleo» causado por el efecto gravitatorio de los satélites que pueda tener la estrella. Y en 1963, Peter van de Kamp, astrónomo del observatorio Sproul de Pennsylvania (Estados Unidos), anunció que la enana roja llamada estrella de Barnard -la segunda más próxima a nuestro Sol- parecía tener un sistema planetario. En 1978 ya se habían descubierto una docena de estrellas con planetas tanto más grandes que nuestro Júpiter, pero todas eran enanas rojas. Ninguno podía albergar vida.

Pese a ello, otros astrónomos están observando estrellas más prometedoras, usando el método más sensible de la espectroscopia. Ésta mide los cambios de longitud de onda de la luz emitida por las estrellas, cambios causados por los planetas que giran a su alrededor. Otro método es la interferometría por rayos láser, que anula en gran parte el efecto de la atmósfera de la Tierra y permite medir con precisión el comportamiento de las estrellas. Pero el trabajo es largo y delicado, y pasarán años antes de que dé resultados.

Y, cuando se descubran los planetas, ¿qué? Las señales de radio siguen pareciendo el mejor método para establecer contacto, y en ese caso sólo las civilizaciones tecnológicamente avanzadas podrán responder. Si se envían ondas equipadas con cámaras podrán proporcionar pocos datos, ya que las cámaras necesitarían lentes de gran definición, capaces de distinguir detalles pequeños a pocos metros de distancia.

Por otro lado, aunque los astronautas sólo han llegado a la Luna, sondas automáticas han aterrizado ya en Marte y en Venus y han viajado más allá de Júpiter y Saturno. Nuestra primera exploración de las estrellas, entonces, podría hacerse por medio de sondas estelares, más que con misiones tripuladas. Usando la misma lógica, es posible que si los extraterrestres quisieran visitarnos, al principio no lo hicieran personalmente sino por medio de sondas que atravesarían nuestro sistema solar y enviarían mensajes acerca de la vida en la Tierra.

Nosotros mismos hemos enviado sondas, no sólo para obtener información sino llevando un mensaje de la Tierra a otros seres del espacio. El 3 de marzo de 1972 se efectuó el lanzamiento de la sonda dirigida a Júpiter, Pioneer 10. Fijada en su antena había una pequeña placa grabada en una plancha de aluminio anodizada con oro cuyo tamaño era de 15 por 22,5 cm.

En la plancha está grabado un mensaje en clave que fue compuesto por los astrónomos norteamericanos Carl Sagan y Frank Donald Drake. Está escrito según el código binario que usan las computadoras, y localiza a la Tierra en relación a los púlsares más próximos, que forzosamente constituirían «señales físicas» reconocibles para cualquier civilización tecnológicamente avanzada. Otra parte del grabado muestra las posiciones de los planetas del sistema solar, con la trayectoria del Pioneer X marcada entre ellos. Pero el detalle más discutido de la placa es un diagrama que muestra al Pioneer X y, frente a él, a escala, las representaciones de un hombre y una mujer desnudos. Se debatió mucho el hecho de que el hombre tuviera el brazo levantado, en lo que -se espera- será interpretado como un saludo de paz. Pero el escritor científico Ian Ridpath informa que cuando levantó un brazo frente a una jaula llena de monos Rhesus, que están estrechamente emparentados con el hombre, éstos le atacaron.

¿Qué entenderán de esto otros seres? Presumiblemente, cualquier civilización suficientemente avanzada como para hacerse con la sonda tendrá el conocimiento científico necesario para entender los símbolos puramente técnicos. Pero Sagan ha señalado que los dibujos de los seres humanos podrían desconcertarlos, ya que quizá no se parezcan a ninguna forma de vida conocida por ellos; quizá no se den cuenta, siquiera, de que se trata de formas de vida.

Pero, ¿y si una sonda espacial ha pasado ya junto a la Tierra? ¿Les interesaríamos? ¿Se molestarían en venir a visitarnos personalmente? Estamos empezando a demostrar que podemos enviar cohetes de nuestro planeta a otros mundos; también hemos mostrado una notable incapacidad para vivir en paz y resolver los problemas de nuestro planeta. Pero ahora que podemos impulsarnos, junto con nuestros problemas, hacia las estrellas, podríamos adquirir gran interés para los habitantes de otros mundos. Cualquier federación galáctica preocupada por su supervivencia y la paz de la Galaxia, sin duda querrá vigilarnos cuidadosamente.

En realidad, ¿no será que ya hay extraterrestres viviendo entre nosotros? Si quisiéramos estudiar una cultura primitiva, trataríamos de pasar lo más desapercibidos posible. Del mismo modo; un buen hombre de ciencia extraterrestre preferiría observarnos sin ser visto. Y si los extraterrestres quieren entendernos realmente, lo más probable es que se mezclen con nosotros. ¿Qué mejor sistema que adoptar una apariencia humana, para pasar desapercibidos? De modo que quizás ya nos estén vigilando: quizá los extraterrestres están más cerca de lo que imaginamos.

Sonidos de la vida humana

El disco de larga duración más extraño y -quizás- más importante que se haya grabado en la Tierra, fue enviado al espacio a bordo de las dos naves Voyager lanzadas en agosto de 1977. Se trata de un disco de cobre de 30 cm de diámetro y 16 2/3 revoluciones por minuto; su duración es de 2 horas. Una selección de 116 imágenes, grabadas electrónicamente, muestran la vida en la Tierra en el siglo XX, incluyendo «fotos» de un feto, una madre y su hijo, una familia, gente de diferentes razas y diversas muestras de vida animal y vegetal. Varios edificios y una plataforma de lanzamiento de cohetes representan la tecnología humana. También hay saludos orales en 55 idiomas, así como sonidos: el viento, la marea, ranas, ballenas y sonidos no naturales, como el del motor de un tractor y el despegue del Saturno V. El inventor de Sonidos de la Tierra, el doctor Carl Sagan, lo describe como «una botella arrojada al océano cósmico». Pero, ¿la encontrará alguien? Y, si es así, ¿podrán entenderla los extraterrestres?

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