Más allá de las románticas sirenas y de los míticos tritones, los relatos acerca de los hombres-pez sobrecogen por sus vividos detalles y por su apariencia de realidad.
Dentro del capitulo de las leyendas relativas a seres acuáticos, y aparte de los míticos tritones, nereidas y sirenas, se inscriben las de los hombres-pez u hombres marinos. Se trata de seres, en principio, totalmente humanos, pero que un buen día sintieron la llamada de las aguas y se lanzaron a vivir en el océano. Hay noticias diversas y muy antiguas sobre estos seres legendarios. Plinio ya da conocimiento de dos de ellos, uno visto precisamente en las aguas atlánticas de la bahía de Cádiz. Eliano, Pausanias, Belonio Nauclero, Lilio Giraldo y Alejandro de Alejandro son algunos otros de los cronistas que reseñan apariciones de estos fantásticos hombres-pez. Pedro Mexía, en su Silva de Varia Lección, Juan de Mandevilla en el Libro de las maravillas del mundo, aparecido por primera vez en Valencia en 1515, y Antonio de Torquemada en su Jardín de flores curiosas, publicado en Salamanca en el año 1570, son los españoles anteriores al siglo XVIII que se hacen eco de las curiosas noticias de estos extraños personajes acuáticos.
El padre Feijoo y el Hombre-Pez
Pero el relato que presenta mayor número de detalles y que resulta de un singular interés por el carácter racionalista y desmitificador de quien escribe sobre él, es el del hombre-pez de Liérganes, que aparece reseñado por primera vez en el volumen VI del Teatro Crítico Universal (1726-1740) de fray Benito Jerónimo Feijoo. La historia, tal y como la cuenta el ilustrado fraile, es más o menos como sigue.
En el lugar de Liérganes, cercano a la villa de Santander, vivía a mediados del siglo XVII el matrimonio formado por Francisco de la Vega y María de Casar, que tenían cuatro hijos. La mujer, al enviudar, mandó al segundo de ellos, Francisco, a Bilbao, para que aprendiese el oficio de carpintero. Allí vivía el joven Francisco cuando, la víspera del día de San Juan del año 1674, se fue a nadar con unos amigos al río. El joven se desnudó, entró en el agua y se fue nadando río abajo, hasta perderse de vista. Según parece, el muchacho era un excelente nadador y sus compañeros no temieron por él hasta pasadas unas horas. Entonces, al ver que no regresaba, le dieron por ahogado.
Cinco años más tarde, en 1679, mientras unos pescadores faenaban en la bahía de Cádiz, se les apareció un ser acuático extraño, con apariencia humana. Cuando se acercaron a él para ver de qué se trataba, desapareció. La insólita aparición se repitió por varios días, hasta que finalmente pudieron atraparlo, cebándolo con pedazos de pan y cercándolo con las redes. Cuando lo subieron a cubierta comprobaron con asombro que el extraño ser era un hombre joven, corpulento, de tez pálida y cabello rojizo y ralo; las únicas particularidades eran una cinta de escamas que descendía de la garganta hasta el estómago, otra que cubría todo el espinazo, y unas uñas gastadas, como corroídas por el salitre.
Los pescadores llevaron al extraño sujeto al convento de San Francisco donde, después de conjurar a los espíritus malignos que pudiera contener, le interrogaron en varios idiomas sin obtener de él respuesta alguna. Al cabo de unos días, los esfuerzos de los frailes en hacerlo hablar se vieron recompensados con una palabra: "Liérganes". El suceso corrió de boca en boca, y nadie encontraba explicación alguna al vocablo hasta que un mozo montañés, que trabajaba en Cádiz, comentó que por sus tierras había un lugar que se llamaba así. Don Domingo de la Cantolla, secretario del Santo Oficio de la Inquisición, confirmó la existencia de Liérganes como un lugar cercano a Santander, perteneciente al arzobispado de Burgos, y del cual él era oriundo. De inmediato mandó noticia del hallazgo efectuado en Cádiz a sus parientes, solicitando que informaran de si allí había ocurrido algún suceso que pudiese tener conexión con el extraño sujeto que tenían en el convento. De Liérganes respondieron que allí no había ocurrido nada extraordinario fuera de la desaparición de Francisco de la Vega, hijo de la viuda María de Casar, mientras nadaba en el río de Bilbao; pero que esto había ocurrido cinco años atrás.
Esta respuesta excitó la curiosidad de Juan Rosendo, fraile del convento, quien, deseoso de comprobar si el joven sacado de la mar y Francisco de la Vega eran la misma persona, se encaminó con él hacia Liérganes. Cuando llegaron al monte que llaman de la Dehesa, a un cuarto de legua del pueblo, el religioso mandó al joven a que se adelantara hasta allí. Así lo hizo su silencioso acompañante, que se dirigió directamente hacia Liérganes, sin errar una sola vez al camino; ya en el caserío, se encaminó sin dudar hacia la casa de María de Casar. Ésta, en cuanto le vio, le reconoció como su hijo Francisco, al igual que dos de sus hermanos que se hallaban en casa.
El joven Francisco se quedó en casa de su madre, donde vivía tranquilo, sin mostrar el menor interés por nada ni por nadie. Siempre iba descalzo, y si no le daban ropa no se vestía y andaba desnudo con absoluta indiferencia. No hablaba; sólo de vez en cuando pronunciaba las palabras "tabaco", "pan" y "vino", pero sin relación directa con el deseo de fumar o comer. Cuando comía lo hacia con avidez, para luego pasarse cuatro o cinco días sin probar bocado. Era dócil y servicial; si se le mandaba algún recado lo cumplía con puntualidad, pero jamás mostraba entusiasmo por nada. Por todo ello se le creía loco hasta que un buen día, al cabo de nueve años, desapareció de nuevo en el mar sin que se supiera nunca más nada de él.
El "Pesce Cola" o "Peje Nicolao"
Hasta ahí el relato resumido, tal y como lo expone el padre Feijoo. En su obra, el fraile abunda en detalles y da los nombres de quienes le impulsaron a reseñar este suceso, ante el cual, en un principio, se mostró escéptico, y al que sólo dio crédito tras recabar información de personajes que merecían su confianza, como el marqués de Valbuena, de Santander, don Gaspar Melchor de la Riba Agüero, caballero de la orden de Santiago y natural de Gajano, pueblo cercano a Liérganes, y don Dionisio Rubalcava de Solares, que conoció y trató a Francisco de la Vega.
Resulta curioso ver cómo el proverbial rigor critico que demostraba el padre Feijoo ante supersticiones comunes en aquel tiempo se desvanece ante el caso del hombre-pez de Liérganes y ante la creencia, en general, en los hombres marinos. Este típico erudito de la Ilustración esgrime un sinfín de argumentos para explicar la posibilidad de existencia de hombres anfibios o marinos. Y al caso de Francisco de la Vega añade otro más, del que ya habían dado cuenta en sus escritos Joviano Potano, Alejandro de Alejandro y Pedro Mexía: el caso de "pesce Cola" o "peje Nicolao".
Nicolao fue un siciliano, natural de Catania, que vivió hacia la segunda mitad del siglo XV. Este hombre, si bien no habitó en el mar durante largos períodos de tiempo, como nuestro hombre-pez de Liérganes, según parece era capaz de salvar grandes distancias a nado, por lo que le empleaban como correo marítimo entre los puertos del continente y las islas. Aún en días de tormenta, cuando los marineros no se atrevían a salir a la mar, "pesce Cola" se zambullía en el agua y llegaba a su destino.
Nicolao era capaz de permanecer hasta una hora debajo del agua sin salir a respirar, lo que le permitía vivir con holgura de la pesca de ostras y coral. Se había dado el caso de que "pesce Cola" siguiese nadando a un barco hasta alta mar, lo abordase y después de comer en él, se brindase a llevar noticias de los marinos a sus familiares de tierra. Los prodigios acuáticos de Nicolao llegaron a su fin cuando el rey Federico de Nápoles y Sicilia quiso comprobar la certeza de su leyenda. El monarca, para ver hasta dónde llegaba la intrepidez y resistencia del siciliano, lo llevó hasta el famoso remolino de Caribdis, situado en el lugar más angosto del estrecho de Mesina, y arrojó al agua una copa de oro, diciéndole a Nicolao que si la recuperaba era suya. "Pesce Cola" se lanzó al agua y permaneció bajo ella tres cuartos de hora, hasta que finalmente salió con la copa en la mano. Interrogado por el rey sobre lo que había visto en tan temido lugar, Nicolao contó tremendas visiones de monstruos marinos, moradores de profundas cavernas. El rey, entusiasmado por el relato, quiso saber más detalles y le prometió igual recompensa si bajaba de nuevo. Nicolao se mostró remiso a cumplir los deseos del monarca, por lo que éste le estimuló con una bolsa de oro, además de otra copa que arrojó al agua. "Pesce Cola" consintió y se sumergió de nuevo para no aparecer mas.
Incredulidad de Marañón
La existencia de los hombres marinos la explica Feijoo a base de la adaptación al medio Arguye que sí a una natural inclinación hacia el mar y una especial predisposición para la natación, se añade la práctica continuada, tanto del ejercicio natatorio como de la retención de la respiración, se podría llegar a resultados sorprendentes, como los que lograron estos singulares sujetos. Aceptada la posibilidad de existencia de estos individuos, cabe la posibilidad de que hombres y mujeres con estas habilidades tuviesen, por causas diversas, que buscar refugio en la solitaria vida marina. A partir de aquí, la existencia de una raza de hombres marinos, herederos de las facultades de unos padres adaptados al medio acuático, es del todo admisible.
Establecida la existencia de una raza de hombres marinos, Feijoo explica la existencia de tritones y nereidas, mitad hombre o mujer y mitad pez, mediante el apareamiento de los hombres marinos y los peces.
Ya en nuestro siglo, el doctor Gregorio Marañón volvió a interesarse por la leyenda del hombre pez de Liérganes, y en su libro "Las ideas biológicas del padre Feijoo" dedica un capítulo entero a la leyenda y a los argumentos presuntamente científicos que utilizó el ilustrado para justificar la existencia de los hombres marinos.
A partir de toda la serie de datos recogidos, Marañón formula la hipótesis de que Francisco de la Vega padeciese cretinismo, enfermedad caracterizada por una detención del desarrollo físico y mental y acompañada de deformaciones. Esta es la causa de que un buen día el joven Francisco, "idiota y casi mudo", abandonase su lugar habitual de residencia y vagase por tierra o quizá por mar, "pero no nadando", hasta que se le localizó de nuevo en Cádiz. La coincidencia de que desapareciese bañándose y que se le localizase de nuevo en el mar, junto con la incapacidad del muchacho para dar cualquier explicación, tejió la leyenda de los cincos años de vida marina.
La mudez, la tez blanca, el pelo rojizo, la piel escamosa -debido probablemente a la ictiosis-, la glotonería y el hecho de comerse las uñas, datos todos que aparecen en el relato del padre Feijoo, interpretados desde un punto de vista clínico, no son sino síntomas de cretinismo, enfermedad endémica propia de regiones montañosas, y entonces frecuente en la montaña santanderina.
La habilidad de Francisco de la Vega en la natación y su resistencia en las inmersiones, las explica Marañón a través de la insuficiencia tiroidea, con frecuencia ligada a las personas que padecen ictiosis. Se ha podido comprobar experimentalmente que, cuanto menor es la cantidad de tiroxina segregada, tanto menor es la necesidad de oxígeno, y por tanto mayor el tiempo de resistencia del organismo a situaciones en que falta este elemento.
De todos modos, después de leer la historia de Feijoo y la explicación del doctor Marañón, se nos plantea una duda: Francisco de la Vega, ¿era realmente un cretino? Lo cierto es que no se dice nada de eso antes de la desaparición del muchacho en el río de Bilbao, y tan sólo se alude a su silencio y locura después de su reaparición en Cádiz.
Aunque la interpretación del suceso que ofrece Marañón es ingeniosa y parece dar una respuesta lógica (dentro de la lógica científico- experimental típica del siglo XX) al fenómeno del hombre-pez, nuestro doctor, muy prudentemente -como corresponde a todo buen espíritu científico- se muestra abierto a valorar cualquier otra posible explicación que se pueda dar a tenor de nuevos datos.
Los Mariños y H. P. Lovecraft
Siguiendo en la línea de los sucesos extraordinarios y leyendas tejidas en tono a los hombres marinos no se puede dejar de mencionar la historia de los mariños o marinhos gallegos, narrada en el siglo XVI por el licenciado Luis de Molina en sus Descripción del Reino de Galicia y de las cosas notables (Mondoñedo, 1550) y por Antonio de Torquemada en el ya mencionado Jardín de flores curiosas.
Según cuenta el licenciado Molina, un hidalgo pescó en la isla de Lobeira a una sirena. Cuidó de ella hasta que le cayeron las escamas, y entonces la tomó por esposa. Los hijos que tuvieron fueron llamados mariños.
El relato que nos ofrece Torquemada es mucho menos romántico; cuenta que "andando una mujer ribera de la mar, entre una espesura de árboles, salió un hombre marino en tierra, y tomándola por la fuerza, tuvo sus ayuntamientos libidinosos con ella, de los cuales quedó preñada, y este hombre o pescado se volvió a la mar; y retornaba muchas veces al mismo lugar a buscar a esta mujer, pero sabiendo que le ponían trampas para capturarlo, desapareció. Cuando la mujer vino a parir, aunque la criatura era racional, no dejó de traer en si señales por lo que se supo era verdad lo que decía que con el Tritón lo había tenido."
Es curiosa la conexión entre esa leyenda de los mariños gallegos y uno de los relatos del escritor fantástico norteamericano Howard Phillips Lovecraft. En La Sombra sobre Innsmouth, sin duda una de las mejores narraciones cortas de este autor, Lovecraft nos presenta una raza de seres, "mitad peces mitad batracios" -a quienes llama profundos- capaces de reproducirse con seres humanos.
El relato nos cuenta la horrible experiencia de un hombre que va a parar a un extraño pueblo costero, Innsmouth, donde los profundos han logrado establecer contacto con sus habitantes y dejar descendencia. Estos descendientes humanos, si bien en un principio parecen por completo racionales, poco a poco van sufriendo una metamorfosis, hasta que, tras adquirir el monstruoso aspecto de sus progenitores acuáticos, se lanzan a vivir en el océano.
Es de suponer que Lovecraft se inspiró, para la creación de este relato, en alguna leyenda del folklore anglosajón, del que era un buen conocedor; es probable que utilizase ese substrato mítico ancestral, presente en lo más oscuro de nosotros mismos, como un elemento más para articular su peculiar narrativa de terror. Por otra parte, no hay que olvidar que el folklore anglosajón es una de las ramas de la cultura céltica, del que los gallegos -y sus mariños- son representantes de lo más genuino...
Sea como sea, hay que reconocer que la solidez y la verosimilitud de las leyendas acerca de los hombres-pez sobrepasan en mucho las de otros fenómenos más o menos legendarios, por muy universales que éstos sean. Quizá la antiquísima atracción que el hombre experimenta hacia el mar se deba, después de todo, a unas capacidades o a unas inclinaciones que todos poseemos inconscientemente, y que algunos privilegiados han logrado desarrollar.
Dentro del capitulo de las leyendas relativas a seres acuáticos, y aparte de los míticos tritones, nereidas y sirenas, se inscriben las de los hombres-pez u hombres marinos. Se trata de seres, en principio, totalmente humanos, pero que un buen día sintieron la llamada de las aguas y se lanzaron a vivir en el océano. Hay noticias diversas y muy antiguas sobre estos seres legendarios. Plinio ya da conocimiento de dos de ellos, uno visto precisamente en las aguas atlánticas de la bahía de Cádiz. Eliano, Pausanias, Belonio Nauclero, Lilio Giraldo y Alejandro de Alejandro son algunos otros de los cronistas que reseñan apariciones de estos fantásticos hombres-pez. Pedro Mexía, en su Silva de Varia Lección, Juan de Mandevilla en el Libro de las maravillas del mundo, aparecido por primera vez en Valencia en 1515, y Antonio de Torquemada en su Jardín de flores curiosas, publicado en Salamanca en el año 1570, son los españoles anteriores al siglo XVIII que se hacen eco de las curiosas noticias de estos extraños personajes acuáticos.
El padre Feijoo y el Hombre-Pez
Pero el relato que presenta mayor número de detalles y que resulta de un singular interés por el carácter racionalista y desmitificador de quien escribe sobre él, es el del hombre-pez de Liérganes, que aparece reseñado por primera vez en el volumen VI del Teatro Crítico Universal (1726-1740) de fray Benito Jerónimo Feijoo. La historia, tal y como la cuenta el ilustrado fraile, es más o menos como sigue.
En el lugar de Liérganes, cercano a la villa de Santander, vivía a mediados del siglo XVII el matrimonio formado por Francisco de la Vega y María de Casar, que tenían cuatro hijos. La mujer, al enviudar, mandó al segundo de ellos, Francisco, a Bilbao, para que aprendiese el oficio de carpintero. Allí vivía el joven Francisco cuando, la víspera del día de San Juan del año 1674, se fue a nadar con unos amigos al río. El joven se desnudó, entró en el agua y se fue nadando río abajo, hasta perderse de vista. Según parece, el muchacho era un excelente nadador y sus compañeros no temieron por él hasta pasadas unas horas. Entonces, al ver que no regresaba, le dieron por ahogado.
Cinco años más tarde, en 1679, mientras unos pescadores faenaban en la bahía de Cádiz, se les apareció un ser acuático extraño, con apariencia humana. Cuando se acercaron a él para ver de qué se trataba, desapareció. La insólita aparición se repitió por varios días, hasta que finalmente pudieron atraparlo, cebándolo con pedazos de pan y cercándolo con las redes. Cuando lo subieron a cubierta comprobaron con asombro que el extraño ser era un hombre joven, corpulento, de tez pálida y cabello rojizo y ralo; las únicas particularidades eran una cinta de escamas que descendía de la garganta hasta el estómago, otra que cubría todo el espinazo, y unas uñas gastadas, como corroídas por el salitre.
Los pescadores llevaron al extraño sujeto al convento de San Francisco donde, después de conjurar a los espíritus malignos que pudiera contener, le interrogaron en varios idiomas sin obtener de él respuesta alguna. Al cabo de unos días, los esfuerzos de los frailes en hacerlo hablar se vieron recompensados con una palabra: "Liérganes". El suceso corrió de boca en boca, y nadie encontraba explicación alguna al vocablo hasta que un mozo montañés, que trabajaba en Cádiz, comentó que por sus tierras había un lugar que se llamaba así. Don Domingo de la Cantolla, secretario del Santo Oficio de la Inquisición, confirmó la existencia de Liérganes como un lugar cercano a Santander, perteneciente al arzobispado de Burgos, y del cual él era oriundo. De inmediato mandó noticia del hallazgo efectuado en Cádiz a sus parientes, solicitando que informaran de si allí había ocurrido algún suceso que pudiese tener conexión con el extraño sujeto que tenían en el convento. De Liérganes respondieron que allí no había ocurrido nada extraordinario fuera de la desaparición de Francisco de la Vega, hijo de la viuda María de Casar, mientras nadaba en el río de Bilbao; pero que esto había ocurrido cinco años atrás.
Esta respuesta excitó la curiosidad de Juan Rosendo, fraile del convento, quien, deseoso de comprobar si el joven sacado de la mar y Francisco de la Vega eran la misma persona, se encaminó con él hacia Liérganes. Cuando llegaron al monte que llaman de la Dehesa, a un cuarto de legua del pueblo, el religioso mandó al joven a que se adelantara hasta allí. Así lo hizo su silencioso acompañante, que se dirigió directamente hacia Liérganes, sin errar una sola vez al camino; ya en el caserío, se encaminó sin dudar hacia la casa de María de Casar. Ésta, en cuanto le vio, le reconoció como su hijo Francisco, al igual que dos de sus hermanos que se hallaban en casa.
El joven Francisco se quedó en casa de su madre, donde vivía tranquilo, sin mostrar el menor interés por nada ni por nadie. Siempre iba descalzo, y si no le daban ropa no se vestía y andaba desnudo con absoluta indiferencia. No hablaba; sólo de vez en cuando pronunciaba las palabras "tabaco", "pan" y "vino", pero sin relación directa con el deseo de fumar o comer. Cuando comía lo hacia con avidez, para luego pasarse cuatro o cinco días sin probar bocado. Era dócil y servicial; si se le mandaba algún recado lo cumplía con puntualidad, pero jamás mostraba entusiasmo por nada. Por todo ello se le creía loco hasta que un buen día, al cabo de nueve años, desapareció de nuevo en el mar sin que se supiera nunca más nada de él.
El "Pesce Cola" o "Peje Nicolao"
Hasta ahí el relato resumido, tal y como lo expone el padre Feijoo. En su obra, el fraile abunda en detalles y da los nombres de quienes le impulsaron a reseñar este suceso, ante el cual, en un principio, se mostró escéptico, y al que sólo dio crédito tras recabar información de personajes que merecían su confianza, como el marqués de Valbuena, de Santander, don Gaspar Melchor de la Riba Agüero, caballero de la orden de Santiago y natural de Gajano, pueblo cercano a Liérganes, y don Dionisio Rubalcava de Solares, que conoció y trató a Francisco de la Vega.
Resulta curioso ver cómo el proverbial rigor critico que demostraba el padre Feijoo ante supersticiones comunes en aquel tiempo se desvanece ante el caso del hombre-pez de Liérganes y ante la creencia, en general, en los hombres marinos. Este típico erudito de la Ilustración esgrime un sinfín de argumentos para explicar la posibilidad de existencia de hombres anfibios o marinos. Y al caso de Francisco de la Vega añade otro más, del que ya habían dado cuenta en sus escritos Joviano Potano, Alejandro de Alejandro y Pedro Mexía: el caso de "pesce Cola" o "peje Nicolao".
Nicolao fue un siciliano, natural de Catania, que vivió hacia la segunda mitad del siglo XV. Este hombre, si bien no habitó en el mar durante largos períodos de tiempo, como nuestro hombre-pez de Liérganes, según parece era capaz de salvar grandes distancias a nado, por lo que le empleaban como correo marítimo entre los puertos del continente y las islas. Aún en días de tormenta, cuando los marineros no se atrevían a salir a la mar, "pesce Cola" se zambullía en el agua y llegaba a su destino.
Nicolao era capaz de permanecer hasta una hora debajo del agua sin salir a respirar, lo que le permitía vivir con holgura de la pesca de ostras y coral. Se había dado el caso de que "pesce Cola" siguiese nadando a un barco hasta alta mar, lo abordase y después de comer en él, se brindase a llevar noticias de los marinos a sus familiares de tierra. Los prodigios acuáticos de Nicolao llegaron a su fin cuando el rey Federico de Nápoles y Sicilia quiso comprobar la certeza de su leyenda. El monarca, para ver hasta dónde llegaba la intrepidez y resistencia del siciliano, lo llevó hasta el famoso remolino de Caribdis, situado en el lugar más angosto del estrecho de Mesina, y arrojó al agua una copa de oro, diciéndole a Nicolao que si la recuperaba era suya. "Pesce Cola" se lanzó al agua y permaneció bajo ella tres cuartos de hora, hasta que finalmente salió con la copa en la mano. Interrogado por el rey sobre lo que había visto en tan temido lugar, Nicolao contó tremendas visiones de monstruos marinos, moradores de profundas cavernas. El rey, entusiasmado por el relato, quiso saber más detalles y le prometió igual recompensa si bajaba de nuevo. Nicolao se mostró remiso a cumplir los deseos del monarca, por lo que éste le estimuló con una bolsa de oro, además de otra copa que arrojó al agua. "Pesce Cola" consintió y se sumergió de nuevo para no aparecer mas.
Incredulidad de Marañón
La existencia de los hombres marinos la explica Feijoo a base de la adaptación al medio Arguye que sí a una natural inclinación hacia el mar y una especial predisposición para la natación, se añade la práctica continuada, tanto del ejercicio natatorio como de la retención de la respiración, se podría llegar a resultados sorprendentes, como los que lograron estos singulares sujetos. Aceptada la posibilidad de existencia de estos individuos, cabe la posibilidad de que hombres y mujeres con estas habilidades tuviesen, por causas diversas, que buscar refugio en la solitaria vida marina. A partir de aquí, la existencia de una raza de hombres marinos, herederos de las facultades de unos padres adaptados al medio acuático, es del todo admisible.
Establecida la existencia de una raza de hombres marinos, Feijoo explica la existencia de tritones y nereidas, mitad hombre o mujer y mitad pez, mediante el apareamiento de los hombres marinos y los peces.
Ya en nuestro siglo, el doctor Gregorio Marañón volvió a interesarse por la leyenda del hombre pez de Liérganes, y en su libro "Las ideas biológicas del padre Feijoo" dedica un capítulo entero a la leyenda y a los argumentos presuntamente científicos que utilizó el ilustrado para justificar la existencia de los hombres marinos.
A partir de toda la serie de datos recogidos, Marañón formula la hipótesis de que Francisco de la Vega padeciese cretinismo, enfermedad caracterizada por una detención del desarrollo físico y mental y acompañada de deformaciones. Esta es la causa de que un buen día el joven Francisco, "idiota y casi mudo", abandonase su lugar habitual de residencia y vagase por tierra o quizá por mar, "pero no nadando", hasta que se le localizó de nuevo en Cádiz. La coincidencia de que desapareciese bañándose y que se le localizase de nuevo en el mar, junto con la incapacidad del muchacho para dar cualquier explicación, tejió la leyenda de los cincos años de vida marina.
La mudez, la tez blanca, el pelo rojizo, la piel escamosa -debido probablemente a la ictiosis-, la glotonería y el hecho de comerse las uñas, datos todos que aparecen en el relato del padre Feijoo, interpretados desde un punto de vista clínico, no son sino síntomas de cretinismo, enfermedad endémica propia de regiones montañosas, y entonces frecuente en la montaña santanderina.
La habilidad de Francisco de la Vega en la natación y su resistencia en las inmersiones, las explica Marañón a través de la insuficiencia tiroidea, con frecuencia ligada a las personas que padecen ictiosis. Se ha podido comprobar experimentalmente que, cuanto menor es la cantidad de tiroxina segregada, tanto menor es la necesidad de oxígeno, y por tanto mayor el tiempo de resistencia del organismo a situaciones en que falta este elemento.
De todos modos, después de leer la historia de Feijoo y la explicación del doctor Marañón, se nos plantea una duda: Francisco de la Vega, ¿era realmente un cretino? Lo cierto es que no se dice nada de eso antes de la desaparición del muchacho en el río de Bilbao, y tan sólo se alude a su silencio y locura después de su reaparición en Cádiz.
Aunque la interpretación del suceso que ofrece Marañón es ingeniosa y parece dar una respuesta lógica (dentro de la lógica científico- experimental típica del siglo XX) al fenómeno del hombre-pez, nuestro doctor, muy prudentemente -como corresponde a todo buen espíritu científico- se muestra abierto a valorar cualquier otra posible explicación que se pueda dar a tenor de nuevos datos.
Los Mariños y H. P. Lovecraft
Siguiendo en la línea de los sucesos extraordinarios y leyendas tejidas en tono a los hombres marinos no se puede dejar de mencionar la historia de los mariños o marinhos gallegos, narrada en el siglo XVI por el licenciado Luis de Molina en sus Descripción del Reino de Galicia y de las cosas notables (Mondoñedo, 1550) y por Antonio de Torquemada en el ya mencionado Jardín de flores curiosas.
Según cuenta el licenciado Molina, un hidalgo pescó en la isla de Lobeira a una sirena. Cuidó de ella hasta que le cayeron las escamas, y entonces la tomó por esposa. Los hijos que tuvieron fueron llamados mariños.
El relato que nos ofrece Torquemada es mucho menos romántico; cuenta que "andando una mujer ribera de la mar, entre una espesura de árboles, salió un hombre marino en tierra, y tomándola por la fuerza, tuvo sus ayuntamientos libidinosos con ella, de los cuales quedó preñada, y este hombre o pescado se volvió a la mar; y retornaba muchas veces al mismo lugar a buscar a esta mujer, pero sabiendo que le ponían trampas para capturarlo, desapareció. Cuando la mujer vino a parir, aunque la criatura era racional, no dejó de traer en si señales por lo que se supo era verdad lo que decía que con el Tritón lo había tenido."
Es curiosa la conexión entre esa leyenda de los mariños gallegos y uno de los relatos del escritor fantástico norteamericano Howard Phillips Lovecraft. En La Sombra sobre Innsmouth, sin duda una de las mejores narraciones cortas de este autor, Lovecraft nos presenta una raza de seres, "mitad peces mitad batracios" -a quienes llama profundos- capaces de reproducirse con seres humanos.
El relato nos cuenta la horrible experiencia de un hombre que va a parar a un extraño pueblo costero, Innsmouth, donde los profundos han logrado establecer contacto con sus habitantes y dejar descendencia. Estos descendientes humanos, si bien en un principio parecen por completo racionales, poco a poco van sufriendo una metamorfosis, hasta que, tras adquirir el monstruoso aspecto de sus progenitores acuáticos, se lanzan a vivir en el océano.
Es de suponer que Lovecraft se inspiró, para la creación de este relato, en alguna leyenda del folklore anglosajón, del que era un buen conocedor; es probable que utilizase ese substrato mítico ancestral, presente en lo más oscuro de nosotros mismos, como un elemento más para articular su peculiar narrativa de terror. Por otra parte, no hay que olvidar que el folklore anglosajón es una de las ramas de la cultura céltica, del que los gallegos -y sus mariños- son representantes de lo más genuino...
Sea como sea, hay que reconocer que la solidez y la verosimilitud de las leyendas acerca de los hombres-pez sobrepasan en mucho las de otros fenómenos más o menos legendarios, por muy universales que éstos sean. Quizá la antiquísima atracción que el hombre experimenta hacia el mar se deba, después de todo, a unas capacidades o a unas inclinaciones que todos poseemos inconscientemente, y que algunos privilegiados han logrado desarrollar.
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