Nessie no está solo. En regiones remotas a inaccesibles de África quedan dinosaurios vivos, si damos crédito a testimonios de nativos y expedicionarios que han descrito animales semejantes a los grandes saurios que se suponían desaparecidos.
¿Quedan dinosaurios vivos en la actualidad? Esta pregunta, que en un principio puede parecer absurda, no lo es tanto si hacemos caso de los testimonios provenientes de algunos de los más remotos a inaccesibles pantanos del África ecuatorial o de las diferentes zonas lacustres del globo. Estas narraciones hablan de la presencia de un extraño animal de gran tamaño, tronco voluminoso, patas corpulentas, pequeña cabeza, cola grande y musculosa y un largo cuello. Tal descripción, que parece extraída de un libro de paleontología, coincide con la de un tipo de animales que se creía extinguido desde hace 65 millones de años: los dinosaurios. Estos testimonios, surgidos no sólo de nativos sino de científicos y exploradores europeos que han tenido la ocasión de contemplarlos, hacen suponer que los grandes saurios no están completamente extinguidos.
El «Mokele-Mbembé»
El escritor y naturalista inglés Ivan T. Sanderson pudo ver en 1932 a esta criatura en una de sus expediciones por la pantanosa zona del río Mainyu, en el África ecuatorial occidental. Se encontraba navegando junto con sus compañeros en una zona inexplorada de este río, cuando de una cueva cercana surgió un ruido ensordecedor y, según relata él mismo, «vimos cómo algo enorme se levantó frente a nosotros, convirtiendo el agua en espuma». La visión duró apenas unos instantes, pero fue un tiempo suficiente para que pudiesen apreciar que lo que se había levantado del agua era «la cabeza negra de un animal semejante a una enorme foca, aunque mucho más ancha que larga». Si bien el tamaño de esta cabeza -única parte del animal que pudieron contemplar- era del mismo tamaño que la de un hipopótamo adulto, la forma de la misma no tenía ningún parecido con la de este mamífero.
Tras esta visión, las dos piraguas que formaban parte de la expedición se alejaron lo más rápido posible mientras los indígenas no cesaban de gritar aterrados: «Mokele-Mbembé». Hablando más tarde con los nativos de la zona, todos coincidieron en que en esos parajes vive un terrible animal, el Mokele; un ser que pese a ser vegetariano -se alimenta de lianas- es un terrible enemigo de hipopótamos y cocodrilos que evitan pasar por la zona donde habita esta temible bestia.
La existencia de este extraño animal en las regiones pantanosas del corazón de África es casi como un secreto a voces. Voces que dan los indígenas, para los que su existencia está fuera de toda duda, y también los pocos occidentales que han podido ver a este excepcional animal, que podría ser una reliquia del pasado.
Para conocer si hay algo de verdad en los relatos de nativos y exploradores, se han realizado multitud de expediciones a las zonas donde se han producido la mayoría de los testimonios. En 1982, el doctor Roy Mackal, de la Universidad de Chicago, organizó una exploración de la zona norte del lago Likusia, en la República Popular del Congo. Desde esta región pantanosa habían llegado multitud de noticias sobre este animal desconocido por la ciencia. Durante varias semanas, el grupo de científicos recorrió esta extensa zona apenas hollada por el hombre blanco recogiendo decenas de testimonios de los nativos. Finalmente los científicos encontraron las huellas de un animal desconocido pero de tamaño superior, sin duda, al de un elefante.
Otra expedición, en esta ocasión de científicos de la universidad de Brazzaville: repitió pocos meses después el intento de encontrar esa bestia misteriosa que se dice habita en las apartadas marismas. En esta ocasión, los científicos tuvieron más suerte. El biólogo Marcellín Agnagna y su equipo se encontraron frente a frente con ese animal. Se trataba de una especie con aspecto distinto a cualquier otra conocida hoy día, y con una morfología muy similar a la de un gran dinosaurio saurópodo, que, como si proviniese de una máquina del tiempo, parecía surgido del Mesozoico, período del secundario en que los grandes saurios dominaban la Tierra.
Por desgracia, tampoco en esta ocasión fue posible obtener la prueba definitiva para demostrar al mundo entero la existencia de este fósil viviente, conseguir la captura de un ejemplar. La complicada orografía, el intrincado laberinto de pantanos y ríos que se entrecruzan, es sin duda uno de los principales garantes del anonimato de los que tal vez pueden ser los últimos dinosaurios sobre nuestro planeta. Otras expediciones que se han realizado a la zona, tampoco han sido jalonadas por el éxito.
Tras el monstruo de las marismas
Una de las últimas exploraciones la realizó un equipo de once japoneses, entre marzo y abril de 1988, algunos de los cuales habían participado con anterioridad en otros viajes a la zona. Las marismas del lago Telle, en la misma región de Likuala, fue el terreno elegido para realizar la expedición; numerosos lugareños habían testificado sobre su contacto directo con el monstruo. Uno de ellos afirmó haberlo visto entrar en el lago apenas un mes antes, y otro, un cazador de elefantes llamado Inmanuel Mongoumelo, dice que lo vio en los ríos Sanga y Bai, que están conectados con el lago Telle. Incluso varios de los ancianos de la aldea recuerdan que, a principios de siglo, una de estas criaturas fue cazada por los pigmeos de la cercana zona de Oumé. Los expedicionarios sólo pudieron ver en una ocasión, un gran objeto negro flotando en el centro del lago, pero la niebla les impidió observar más detalles.
La sospecha de que en algunas apartadas zonas del continente africano hay un extraño y enorme animal de costumbres anfibias no es algo reciente. Uno de los grandes exploradores y cazadores del pasado siglo, Alfred Aloysius Horn, pudo ver personalmente las pisadas de un desconocido animal que los indígenas del Camerún llamaban «Jagonini», que quiere decir «el buceador gigante». "Las huellas de la bestia eran del tamaño de unas grandes sartenes, pero con tres enormes garras", cuenta este traficante y cazador, que recogió abundantes testimonios entre los nativos sobre la fiereza de la bestia.
Años más tarde, en 1913, el capitán de las fuerzas coloniales alemanas en Camerún, el barón von Stein zu Lausnitz, realizó una completa investigación sobre las riquezas minerales y naturales de este territorio que estaba administrado por el Imperio Alemán. Unos párrafos de su trabajo, hablan de que «existe al parecer, una criatura que causa el terror entre los negros de determinadas zonas del Congo, del bajo Ubangui, del Sanga y del lkelemba, al que se le da el nombre genérico de «Mokele-Mbembé». Según diversos relatos provenientes de guías experimentados, el animal es de color oscuro, piel lisa y tamaño cercano al de un elefante. Su cuello es largo y flexible y cuenta con una cola de gran poder».
El informe del meticuloso militar alemán explica que, «los rumores señalan que emplea la cola para hacer zozobrar las canoas que caen bajo su radio de acción, para a continuación matar con saña a sus ocupantes, pero sin llegar a devorarlos. Se asegura que el animal vive en las oquedades y cavernas que forma la arcilla en las márgenes del río. Unos nativos incluso me han enseñado el alimento predilecto de este monstruo, una liana con grandes flores blancas que da una savia lechosa y que tiene unos frutos parecidos alas manzanas». Incluso en una ocasión el barón von Stein pudo ver el sendero que había trazado el animal.
El «Shimpekwe», mitad elefante y mitad dragón
De otras zonas del corazón del Continente Negro llegan más testimonios que hablan de la presencia de un extraño y desconocido animal. El nombre que se le da cambia, pero la descripción es, en esencia, similar. En 1910, un traficante de animales salvajes, Karl Hagenbeek, recibió por varios caminos la noticia de la existencia de un gran animal desconocido, el «Shimpekwe», una bestia «mitad elefante y mitad dragón», que habitaba en la región sur del Congo Belga y el norte de Rhodesia (la actual Zimbawe). Tan convencido estaba de que se trataba de un dinosaurio, «posiblemente relacionado con los brontosauros», que organizó una expedición hacia la zona del lago Bangweolo, a unos 260 kilómetros al este de Elizabethville, la actual Lubumbashi. Lamentablemente esta expedición fracasó; ni siquiera logró encontrar el lago.
Sin embargo, un colono y escritor inglés, J.E. Hughes, vivió 18 años a orillas del Bangweolo y pudo realizar una detallada encuesta entre los nativos de la zona, recogiendo multitud de testimonios sobre este animal, que ellos llaman «Chipekwe». Uno de los más destacados es la narración del jefe de la tribu de los Wa-ushi, cuyo abuelo fue testigo presencial de la caza de una de estas bestias en las aguas del río Luapula, que une los lagos Bangweolo y Mweru, en la zona fronteriza de los actuales estados de Zaire y Zambia. Este colono inglés cuenta que el funcionario británico retirado, M.H. Croad, se despertó una noche por un gran ruido de chapoteo y que, al revisar intrigado los contornos, encontró sobre la arena unas enormes huellas totalmente desconocidas.
John Millais, un naturalista inglés que durante los años veinte exploró amplias regiones del continente africano, escribió un amplio informe sobre el extraño animal del que se hablaba en el país de los Ba-rotses, en el Zambezee medio (al este de la actual Zambia). Las apariciones de este animal, al parecer un gran reptil acuático de un tamaño superior al de un elefante, con largo cuello, cabeza parecida a la de una serpiente y patas de lagarto, que los indígenas llamaban «Isigugumadevu», intrigaron vivamente al rey Lewanika, que investigó los testimonios de sus súbditos y envió un amplio informe al Residente británico en Zululandia, el coronel Hardinge, en el que le relataba que él mismo había podido ver el sendero formado por esta bestia entre los cañaverales, un rastro que tendría un grosor de un metro y medio. Los habitantes de las zonas pantanosas de Zaire llaman «Mbilintu» a este extraño animal que habita en las ciénagas y tiene un tamaño comparable al de un elefante.
El «León de las Aguas»
Angola es otra de las zonas de donde llegan testimonios de la existencia de un monstruo acuático, el «Coje Ya Menia», un animal que emite unos potentes rugidos que le han valido el apelativo de «León de las Aguas». Según los nativos, este animal es un enemigo acérrimo de los hipopótamos, a los que mata en cuanto tiene oportunidad. Un comerciante portugués, Pereira da Costa, tuvo noticias durante su estancia en Luanda en los años treinta, de que uno de estos monstruos había matado a un hipopótamo. El intrigado portugués se desplazó al día siguiente a la zona donde se había producido este suceso y pudo encontrar el cuerpo del hipopótamo, convertido en una piltrafa, totalmente desgarrado y deshecho, pero al parecer, sin haber sido devorado. El terreno mostraba claros indicios de que se había producido una feroz lucha, las hierbas y la maleza estaban aplastadas y casi arrancadas. La única pista de lo que pudo acabar con la vida del pobre animal son las pisadas de otra bestia de un tamaño mucho mayor. Las huellas era, sin duda, similares a las de un elefante. Sin embargo, a diferencia de las huellas de estos paquidermos, las encontradas por Pereira da Costa mostraban claramente las marcas producidas por unos dedos bien diferenciados.
Las historias sobre la presencia de este extraño animal provocaron que el Smithsonian Institute ofreciese una recompensa de tres millones de dólares a quien fuese capaz de capturar a ese monstruo, vivo o muerto. Una suma que nadie pudo cobrar pese a que se organizaran varias expediciones.
Las extrañas bestias del Nilo
En las zonas colindantes con el lago Victoria y en los afluentes del Nilo también hay indicios que avalan la existencia de un extraño animal, que si bien presenta algunas diferencias con el de los pantanos del corazón de África, su descripción también se acerca asombrosamente a la de un dinosaurio.
Los ribereños del lago Victoria hablan de un extraño animal, el «Lukwata» o «Amaliv». Esta bestia estuvo a punto de hacer zozobrar en el año 1900 a un pequeño vapor que se dirigía de Kimusu, en Kenia, a Entebbe, en Uganda. Según el relato de un testigo inglés, Sir Ciement Hill, el animal surgió de las aguas a intentó apoderarse de un indígena que se encontraba sentado en la proa, sin llegar a conseguirlo. Sólo pudo apreciar la cabeza del animal, que era de forma redondeada y color oscuro, lo suficiente para descartar que se tratase de un cocodrilo. Los testimonios que hablan de la presencia del «Lukwata» se suceden. Según los nativos de una tribu de Uganda, los carivondos, este animal combate a menudo con los cocodrilos, y en el transcurso de la pelea suele perder alguna parte de su anatomía, que después es buscada afanosamente por los indígenas, que consideran que es un eficaz amuleto. Durante estas batallas se puede escuchar el mugido de este animal en muchos kilómetros a la redonda. Esta característica descarta que se trate de algún tipo de serpiente, como la pitón, pues estos animales carecen de cuerdas vocales.
La efigie de un «Lau»
En las fuentes del Nilo, los indígenas hablan de la existencia de una terrible bestia, que los pueblos nuer califican como una serpiente de enorme tamaño, cortas patas y gran ferocidad. El naturalista John Millais exploró ampliamente las grandes marismas del valle del Nilo y se encontró que tanto los nativos dinka como los shilluk y los propios nuer hablaban de un gran reptil de una longitud entre los doce y los treinta metros y el grosor de un caballo, con un color amarillo oscuro o castaño. Estos le relataron como en algunas ocasiones habían asistido a una cacería de esta bestia.
El gobernador británico del Sudán, H.C. Jakson, publicó en 1923 un estudio sobre el pueblo nuer del Alto Nilo, en el que hablaba del extraño animal que estos nativos llamaban «Lau», y que vive preferentemente en la zona del Nilo Blanco. Según las descripciones facilitadas por los nuer, el animal vive en agujeros cavados en las orillas de los ríos o en lugares pantanosos, como los de Bahr el Ghazal y Addar, su tamaño supera los cuatro metros y tiene una corta cresta de pelos en la parte alta de la cabeza. Un rasgo común en los relatos de los indígenas es el terror que les produce este animal, muy superior al que les provoca una pitón.
Un dato que avala su existencia es la efigie de la cabeza de un «Lau» hecha en madera por un artista de la tribu Iramba. El capitán William Hichens, funcionario de los Servicios de Información y de Administración del Este Africano, encontró y fotografió esta talla, un expresivo testimonio de la presencia de ese extraño animal en las marismas del gran río africano.
Algunos estudiosos en Criptozoología, la ciencia que estudia la posible existencia de animales que permanecen desconocidos, opinan que el «Lau» y el «Lukwata» son en realidad el mismo animal. Las descripciones de estas bestias, como grandes serpientes con unas patas rudimentarias y la comunicación del lago Victoria con las fuentes del Nilo, avalan esta posibilidad.
En los alrededores del gran lago Victoria vive otro extraño animal desconocido, al que los masais llaman «Olumaina». La bestia tiene alrededor de unos cinco metros de longitud, una cabeza parecida a la de un perro, con unas pequeñas orejas en forma de cuernos, patas cortas armadas de garras y un cuello pequeño. Al parecer cava zanjas en las orillas de los ríos, en los que se esconde tan pronto como hay algún peligro, dejando sólo la cabeza visible. Este animal ha sido visto por cazadores occidentales en el río Mara y en el río Gori, en la zona fronteriza entre Kenia y Tanzania, que añaden a la descripción de los masais que su cuerpo está recubierto por escamas, como si fuera un armadillo, su lomo es ancho como un hipopótamo y moteado como un leopardo, su cabeza se parece a la de una nutria y las huellas que dejan sus patas son tan grandes como las de un hipopótamo, pero con la presencia de garras como las de un reptil.
Esbozando una teoría
La idea de que puedan sobrevivir algunos dinosaurios aislados en las más remotas regiones de África, puede parecer absurda para muchos, pero no lo es tanto si se tiene en cuenta que en este continente, al igual que en otras regiones remotas de nuestro planeta, el clima apenas es distinto en la actualidad a como lo era hace más de sesenta millones de años. No hay que olvidar que en nuestro planeta hay auténticos fósiles vivientes, animales tanto o más antiguos que los grandes saurios, como los cocodrilos o el dragón de Komodo, en el asiático archipiélago de la Sonda.
La acumulación de testimonios ha popularizado la idea de que en las regiones pantanosas de África podría vivir un dinosaurio. Esto ha provocado que los productores de cine se hayan fijado en este misterio. Hace unos años se estrenó una película, "Baby", que trataba del descubrimiento de un dinosaurio vivo en la selva africana. Por otro lado, algunos diarios de gran tirada, pero poco rigurosos con las noticias, han publicado la información del encuentro de estos seres. El 27 de agosto de 1985 el rotativo británico The Sun, publicó la noticia de que se había capturado con vida un dinosaurio en África. Casi dos años después, el 21 de abril de 1987 el periódico americano National Inquirer, volvió sobre el asunto, afirmando que una expedición había encontrado dinosaurios vivos en este continente. En ambos casos, huelga decirlo, la información no se confirmó.
Los últimos dinosaurios de nuestro planeta no hay que buscarlos sólo en los pantanos, lagos, ríos y en las selvas más inexploradas. Diversos testimonios apuntan que algunos de estos animales casi míticos, habría que descubrirlos mirando hacia arriba, en el cielo. Buscarlos como si fueran pájaros porque son capaces de volar.
Con todos los testimonios que hemos ido repasando podemos empezar a hacernos una idea de cómo pueden ser los últimos dinosaurios. Si bien según las zonas de donde llegan los testimonios hay algunas diferencias, éstas podrían ser debidas en parte a que el alejamiento de los habitats hubiese provocado con el paso de los milenios, desigualdades entre estos saurios. Sin embargo, se puede decir que, por un lado, tenemos a un reptil de entre seis y diez metros de longitud, con el cuerpo grueso, como el tórax de un caballo, y con unas fuertes y poderosas garras, una musculosa y fuerte cola, y un largo cuello. Su piel es de aspecto liso como un hipopótamo y de color gris y la cabeza sería similar a la de una serpiente: corta y redondeada, con algo parecido a un cuerno sobre las fosas nasales y una cresta carnosa en la cabeza. Se trata de un animal anfibio, con un fuerte rugido, seguramente vegetariano, pero dispuesto siempre a la lucha con singular agresividad, en especial si se trata de combatir por su espacio o comida con los animales que serían sus competidores más directos, los hipopótamos, y en menor medida los manatíes. Luchas en las que suele salir bien parado a causa de su fortaleza y sus bien armadas garras. Por otro lado están los testimonios sobre lo que parece un gran reptil volador, un pterodáctilo.
Retrato robot
El zoólogo Bernard Heuvelmans, uno de los principales expertos en el estudio de los animales «ocultos», presidente de la International Society of Criptozoology y con más de treinta años estudiando la posible existencia de esta bestia, ha elaborado un retrato robot de la misma en función de las explicaciones dadas por los testigos y de los bajorrelieves del pórtico de Ishtar. Según sus conclusiones, la descripción del extraño animal de los pantanos africanos se corresponde con la de un dinosaurio del tipo de los ornitópodos, o dinosaurios de patas de ave. En especial los relatos de los testigos apuntan al grupo de los tracodontídeos, o dinosaurios con pico de pato. Unos reptiles vegetarianos que vivían la mayor parte del tiempo en el agua y que cuando salían de ella andaban a cuatro patas.
Otros investigadores, sin embargo, apuntan que las descripciones se acercan más a la de un saurópodo, un tipo de dinosaurios gigantes, algunos de los cuales como el brontosaurio, llegaron a medir cerca de cuarenta metros de longitud.
El misterio permanece. Pese a todos los intentos y expediciones realizadas para conseguir encontrar a esta bestia surgida del pasado, su existencia todavía sigue siendo una incógnita. Un misterio que nos hace preguntar si los dinosaurios están totalmente extintos, o si por el contrario, algunas remotas zonas pantanosas de África serán la última morada de unos animales fabulosos cuya evocación forma parte del recuerdo colectivo de la humanidad.
¿Quedan dinosaurios vivos en la actualidad? Esta pregunta, que en un principio puede parecer absurda, no lo es tanto si hacemos caso de los testimonios provenientes de algunos de los más remotos a inaccesibles pantanos del África ecuatorial o de las diferentes zonas lacustres del globo. Estas narraciones hablan de la presencia de un extraño animal de gran tamaño, tronco voluminoso, patas corpulentas, pequeña cabeza, cola grande y musculosa y un largo cuello. Tal descripción, que parece extraída de un libro de paleontología, coincide con la de un tipo de animales que se creía extinguido desde hace 65 millones de años: los dinosaurios. Estos testimonios, surgidos no sólo de nativos sino de científicos y exploradores europeos que han tenido la ocasión de contemplarlos, hacen suponer que los grandes saurios no están completamente extinguidos.
El «Mokele-Mbembé»
El escritor y naturalista inglés Ivan T. Sanderson pudo ver en 1932 a esta criatura en una de sus expediciones por la pantanosa zona del río Mainyu, en el África ecuatorial occidental. Se encontraba navegando junto con sus compañeros en una zona inexplorada de este río, cuando de una cueva cercana surgió un ruido ensordecedor y, según relata él mismo, «vimos cómo algo enorme se levantó frente a nosotros, convirtiendo el agua en espuma». La visión duró apenas unos instantes, pero fue un tiempo suficiente para que pudiesen apreciar que lo que se había levantado del agua era «la cabeza negra de un animal semejante a una enorme foca, aunque mucho más ancha que larga». Si bien el tamaño de esta cabeza -única parte del animal que pudieron contemplar- era del mismo tamaño que la de un hipopótamo adulto, la forma de la misma no tenía ningún parecido con la de este mamífero.
Tras esta visión, las dos piraguas que formaban parte de la expedición se alejaron lo más rápido posible mientras los indígenas no cesaban de gritar aterrados: «Mokele-Mbembé». Hablando más tarde con los nativos de la zona, todos coincidieron en que en esos parajes vive un terrible animal, el Mokele; un ser que pese a ser vegetariano -se alimenta de lianas- es un terrible enemigo de hipopótamos y cocodrilos que evitan pasar por la zona donde habita esta temible bestia.
La existencia de este extraño animal en las regiones pantanosas del corazón de África es casi como un secreto a voces. Voces que dan los indígenas, para los que su existencia está fuera de toda duda, y también los pocos occidentales que han podido ver a este excepcional animal, que podría ser una reliquia del pasado.
Para conocer si hay algo de verdad en los relatos de nativos y exploradores, se han realizado multitud de expediciones a las zonas donde se han producido la mayoría de los testimonios. En 1982, el doctor Roy Mackal, de la Universidad de Chicago, organizó una exploración de la zona norte del lago Likusia, en la República Popular del Congo. Desde esta región pantanosa habían llegado multitud de noticias sobre este animal desconocido por la ciencia. Durante varias semanas, el grupo de científicos recorrió esta extensa zona apenas hollada por el hombre blanco recogiendo decenas de testimonios de los nativos. Finalmente los científicos encontraron las huellas de un animal desconocido pero de tamaño superior, sin duda, al de un elefante.
Otra expedición, en esta ocasión de científicos de la universidad de Brazzaville: repitió pocos meses después el intento de encontrar esa bestia misteriosa que se dice habita en las apartadas marismas. En esta ocasión, los científicos tuvieron más suerte. El biólogo Marcellín Agnagna y su equipo se encontraron frente a frente con ese animal. Se trataba de una especie con aspecto distinto a cualquier otra conocida hoy día, y con una morfología muy similar a la de un gran dinosaurio saurópodo, que, como si proviniese de una máquina del tiempo, parecía surgido del Mesozoico, período del secundario en que los grandes saurios dominaban la Tierra.
Por desgracia, tampoco en esta ocasión fue posible obtener la prueba definitiva para demostrar al mundo entero la existencia de este fósil viviente, conseguir la captura de un ejemplar. La complicada orografía, el intrincado laberinto de pantanos y ríos que se entrecruzan, es sin duda uno de los principales garantes del anonimato de los que tal vez pueden ser los últimos dinosaurios sobre nuestro planeta. Otras expediciones que se han realizado a la zona, tampoco han sido jalonadas por el éxito.
Tras el monstruo de las marismas
Una de las últimas exploraciones la realizó un equipo de once japoneses, entre marzo y abril de 1988, algunos de los cuales habían participado con anterioridad en otros viajes a la zona. Las marismas del lago Telle, en la misma región de Likuala, fue el terreno elegido para realizar la expedición; numerosos lugareños habían testificado sobre su contacto directo con el monstruo. Uno de ellos afirmó haberlo visto entrar en el lago apenas un mes antes, y otro, un cazador de elefantes llamado Inmanuel Mongoumelo, dice que lo vio en los ríos Sanga y Bai, que están conectados con el lago Telle. Incluso varios de los ancianos de la aldea recuerdan que, a principios de siglo, una de estas criaturas fue cazada por los pigmeos de la cercana zona de Oumé. Los expedicionarios sólo pudieron ver en una ocasión, un gran objeto negro flotando en el centro del lago, pero la niebla les impidió observar más detalles.
La sospecha de que en algunas apartadas zonas del continente africano hay un extraño y enorme animal de costumbres anfibias no es algo reciente. Uno de los grandes exploradores y cazadores del pasado siglo, Alfred Aloysius Horn, pudo ver personalmente las pisadas de un desconocido animal que los indígenas del Camerún llamaban «Jagonini», que quiere decir «el buceador gigante». "Las huellas de la bestia eran del tamaño de unas grandes sartenes, pero con tres enormes garras", cuenta este traficante y cazador, que recogió abundantes testimonios entre los nativos sobre la fiereza de la bestia.
Años más tarde, en 1913, el capitán de las fuerzas coloniales alemanas en Camerún, el barón von Stein zu Lausnitz, realizó una completa investigación sobre las riquezas minerales y naturales de este territorio que estaba administrado por el Imperio Alemán. Unos párrafos de su trabajo, hablan de que «existe al parecer, una criatura que causa el terror entre los negros de determinadas zonas del Congo, del bajo Ubangui, del Sanga y del lkelemba, al que se le da el nombre genérico de «Mokele-Mbembé». Según diversos relatos provenientes de guías experimentados, el animal es de color oscuro, piel lisa y tamaño cercano al de un elefante. Su cuello es largo y flexible y cuenta con una cola de gran poder».
El informe del meticuloso militar alemán explica que, «los rumores señalan que emplea la cola para hacer zozobrar las canoas que caen bajo su radio de acción, para a continuación matar con saña a sus ocupantes, pero sin llegar a devorarlos. Se asegura que el animal vive en las oquedades y cavernas que forma la arcilla en las márgenes del río. Unos nativos incluso me han enseñado el alimento predilecto de este monstruo, una liana con grandes flores blancas que da una savia lechosa y que tiene unos frutos parecidos alas manzanas». Incluso en una ocasión el barón von Stein pudo ver el sendero que había trazado el animal.
El «Shimpekwe», mitad elefante y mitad dragón
De otras zonas del corazón del Continente Negro llegan más testimonios que hablan de la presencia de un extraño y desconocido animal. El nombre que se le da cambia, pero la descripción es, en esencia, similar. En 1910, un traficante de animales salvajes, Karl Hagenbeek, recibió por varios caminos la noticia de la existencia de un gran animal desconocido, el «Shimpekwe», una bestia «mitad elefante y mitad dragón», que habitaba en la región sur del Congo Belga y el norte de Rhodesia (la actual Zimbawe). Tan convencido estaba de que se trataba de un dinosaurio, «posiblemente relacionado con los brontosauros», que organizó una expedición hacia la zona del lago Bangweolo, a unos 260 kilómetros al este de Elizabethville, la actual Lubumbashi. Lamentablemente esta expedición fracasó; ni siquiera logró encontrar el lago.
Sin embargo, un colono y escritor inglés, J.E. Hughes, vivió 18 años a orillas del Bangweolo y pudo realizar una detallada encuesta entre los nativos de la zona, recogiendo multitud de testimonios sobre este animal, que ellos llaman «Chipekwe». Uno de los más destacados es la narración del jefe de la tribu de los Wa-ushi, cuyo abuelo fue testigo presencial de la caza de una de estas bestias en las aguas del río Luapula, que une los lagos Bangweolo y Mweru, en la zona fronteriza de los actuales estados de Zaire y Zambia. Este colono inglés cuenta que el funcionario británico retirado, M.H. Croad, se despertó una noche por un gran ruido de chapoteo y que, al revisar intrigado los contornos, encontró sobre la arena unas enormes huellas totalmente desconocidas.
John Millais, un naturalista inglés que durante los años veinte exploró amplias regiones del continente africano, escribió un amplio informe sobre el extraño animal del que se hablaba en el país de los Ba-rotses, en el Zambezee medio (al este de la actual Zambia). Las apariciones de este animal, al parecer un gran reptil acuático de un tamaño superior al de un elefante, con largo cuello, cabeza parecida a la de una serpiente y patas de lagarto, que los indígenas llamaban «Isigugumadevu», intrigaron vivamente al rey Lewanika, que investigó los testimonios de sus súbditos y envió un amplio informe al Residente británico en Zululandia, el coronel Hardinge, en el que le relataba que él mismo había podido ver el sendero formado por esta bestia entre los cañaverales, un rastro que tendría un grosor de un metro y medio. Los habitantes de las zonas pantanosas de Zaire llaman «Mbilintu» a este extraño animal que habita en las ciénagas y tiene un tamaño comparable al de un elefante.
El «León de las Aguas»
Angola es otra de las zonas de donde llegan testimonios de la existencia de un monstruo acuático, el «Coje Ya Menia», un animal que emite unos potentes rugidos que le han valido el apelativo de «León de las Aguas». Según los nativos, este animal es un enemigo acérrimo de los hipopótamos, a los que mata en cuanto tiene oportunidad. Un comerciante portugués, Pereira da Costa, tuvo noticias durante su estancia en Luanda en los años treinta, de que uno de estos monstruos había matado a un hipopótamo. El intrigado portugués se desplazó al día siguiente a la zona donde se había producido este suceso y pudo encontrar el cuerpo del hipopótamo, convertido en una piltrafa, totalmente desgarrado y deshecho, pero al parecer, sin haber sido devorado. El terreno mostraba claros indicios de que se había producido una feroz lucha, las hierbas y la maleza estaban aplastadas y casi arrancadas. La única pista de lo que pudo acabar con la vida del pobre animal son las pisadas de otra bestia de un tamaño mucho mayor. Las huellas era, sin duda, similares a las de un elefante. Sin embargo, a diferencia de las huellas de estos paquidermos, las encontradas por Pereira da Costa mostraban claramente las marcas producidas por unos dedos bien diferenciados.
Las historias sobre la presencia de este extraño animal provocaron que el Smithsonian Institute ofreciese una recompensa de tres millones de dólares a quien fuese capaz de capturar a ese monstruo, vivo o muerto. Una suma que nadie pudo cobrar pese a que se organizaran varias expediciones.
Las extrañas bestias del Nilo
En las zonas colindantes con el lago Victoria y en los afluentes del Nilo también hay indicios que avalan la existencia de un extraño animal, que si bien presenta algunas diferencias con el de los pantanos del corazón de África, su descripción también se acerca asombrosamente a la de un dinosaurio.
Los ribereños del lago Victoria hablan de un extraño animal, el «Lukwata» o «Amaliv». Esta bestia estuvo a punto de hacer zozobrar en el año 1900 a un pequeño vapor que se dirigía de Kimusu, en Kenia, a Entebbe, en Uganda. Según el relato de un testigo inglés, Sir Ciement Hill, el animal surgió de las aguas a intentó apoderarse de un indígena que se encontraba sentado en la proa, sin llegar a conseguirlo. Sólo pudo apreciar la cabeza del animal, que era de forma redondeada y color oscuro, lo suficiente para descartar que se tratase de un cocodrilo. Los testimonios que hablan de la presencia del «Lukwata» se suceden. Según los nativos de una tribu de Uganda, los carivondos, este animal combate a menudo con los cocodrilos, y en el transcurso de la pelea suele perder alguna parte de su anatomía, que después es buscada afanosamente por los indígenas, que consideran que es un eficaz amuleto. Durante estas batallas se puede escuchar el mugido de este animal en muchos kilómetros a la redonda. Esta característica descarta que se trate de algún tipo de serpiente, como la pitón, pues estos animales carecen de cuerdas vocales.
La efigie de un «Lau»
En las fuentes del Nilo, los indígenas hablan de la existencia de una terrible bestia, que los pueblos nuer califican como una serpiente de enorme tamaño, cortas patas y gran ferocidad. El naturalista John Millais exploró ampliamente las grandes marismas del valle del Nilo y se encontró que tanto los nativos dinka como los shilluk y los propios nuer hablaban de un gran reptil de una longitud entre los doce y los treinta metros y el grosor de un caballo, con un color amarillo oscuro o castaño. Estos le relataron como en algunas ocasiones habían asistido a una cacería de esta bestia.
El gobernador británico del Sudán, H.C. Jakson, publicó en 1923 un estudio sobre el pueblo nuer del Alto Nilo, en el que hablaba del extraño animal que estos nativos llamaban «Lau», y que vive preferentemente en la zona del Nilo Blanco. Según las descripciones facilitadas por los nuer, el animal vive en agujeros cavados en las orillas de los ríos o en lugares pantanosos, como los de Bahr el Ghazal y Addar, su tamaño supera los cuatro metros y tiene una corta cresta de pelos en la parte alta de la cabeza. Un rasgo común en los relatos de los indígenas es el terror que les produce este animal, muy superior al que les provoca una pitón.
Un dato que avala su existencia es la efigie de la cabeza de un «Lau» hecha en madera por un artista de la tribu Iramba. El capitán William Hichens, funcionario de los Servicios de Información y de Administración del Este Africano, encontró y fotografió esta talla, un expresivo testimonio de la presencia de ese extraño animal en las marismas del gran río africano.
Algunos estudiosos en Criptozoología, la ciencia que estudia la posible existencia de animales que permanecen desconocidos, opinan que el «Lau» y el «Lukwata» son en realidad el mismo animal. Las descripciones de estas bestias, como grandes serpientes con unas patas rudimentarias y la comunicación del lago Victoria con las fuentes del Nilo, avalan esta posibilidad.
En los alrededores del gran lago Victoria vive otro extraño animal desconocido, al que los masais llaman «Olumaina». La bestia tiene alrededor de unos cinco metros de longitud, una cabeza parecida a la de un perro, con unas pequeñas orejas en forma de cuernos, patas cortas armadas de garras y un cuello pequeño. Al parecer cava zanjas en las orillas de los ríos, en los que se esconde tan pronto como hay algún peligro, dejando sólo la cabeza visible. Este animal ha sido visto por cazadores occidentales en el río Mara y en el río Gori, en la zona fronteriza entre Kenia y Tanzania, que añaden a la descripción de los masais que su cuerpo está recubierto por escamas, como si fuera un armadillo, su lomo es ancho como un hipopótamo y moteado como un leopardo, su cabeza se parece a la de una nutria y las huellas que dejan sus patas son tan grandes como las de un hipopótamo, pero con la presencia de garras como las de un reptil.
Esbozando una teoría
La idea de que puedan sobrevivir algunos dinosaurios aislados en las más remotas regiones de África, puede parecer absurda para muchos, pero no lo es tanto si se tiene en cuenta que en este continente, al igual que en otras regiones remotas de nuestro planeta, el clima apenas es distinto en la actualidad a como lo era hace más de sesenta millones de años. No hay que olvidar que en nuestro planeta hay auténticos fósiles vivientes, animales tanto o más antiguos que los grandes saurios, como los cocodrilos o el dragón de Komodo, en el asiático archipiélago de la Sonda.
La acumulación de testimonios ha popularizado la idea de que en las regiones pantanosas de África podría vivir un dinosaurio. Esto ha provocado que los productores de cine se hayan fijado en este misterio. Hace unos años se estrenó una película, "Baby", que trataba del descubrimiento de un dinosaurio vivo en la selva africana. Por otro lado, algunos diarios de gran tirada, pero poco rigurosos con las noticias, han publicado la información del encuentro de estos seres. El 27 de agosto de 1985 el rotativo británico The Sun, publicó la noticia de que se había capturado con vida un dinosaurio en África. Casi dos años después, el 21 de abril de 1987 el periódico americano National Inquirer, volvió sobre el asunto, afirmando que una expedición había encontrado dinosaurios vivos en este continente. En ambos casos, huelga decirlo, la información no se confirmó.
Los últimos dinosaurios de nuestro planeta no hay que buscarlos sólo en los pantanos, lagos, ríos y en las selvas más inexploradas. Diversos testimonios apuntan que algunos de estos animales casi míticos, habría que descubrirlos mirando hacia arriba, en el cielo. Buscarlos como si fueran pájaros porque son capaces de volar.
Con todos los testimonios que hemos ido repasando podemos empezar a hacernos una idea de cómo pueden ser los últimos dinosaurios. Si bien según las zonas de donde llegan los testimonios hay algunas diferencias, éstas podrían ser debidas en parte a que el alejamiento de los habitats hubiese provocado con el paso de los milenios, desigualdades entre estos saurios. Sin embargo, se puede decir que, por un lado, tenemos a un reptil de entre seis y diez metros de longitud, con el cuerpo grueso, como el tórax de un caballo, y con unas fuertes y poderosas garras, una musculosa y fuerte cola, y un largo cuello. Su piel es de aspecto liso como un hipopótamo y de color gris y la cabeza sería similar a la de una serpiente: corta y redondeada, con algo parecido a un cuerno sobre las fosas nasales y una cresta carnosa en la cabeza. Se trata de un animal anfibio, con un fuerte rugido, seguramente vegetariano, pero dispuesto siempre a la lucha con singular agresividad, en especial si se trata de combatir por su espacio o comida con los animales que serían sus competidores más directos, los hipopótamos, y en menor medida los manatíes. Luchas en las que suele salir bien parado a causa de su fortaleza y sus bien armadas garras. Por otro lado están los testimonios sobre lo que parece un gran reptil volador, un pterodáctilo.
Retrato robot
El zoólogo Bernard Heuvelmans, uno de los principales expertos en el estudio de los animales «ocultos», presidente de la International Society of Criptozoology y con más de treinta años estudiando la posible existencia de esta bestia, ha elaborado un retrato robot de la misma en función de las explicaciones dadas por los testigos y de los bajorrelieves del pórtico de Ishtar. Según sus conclusiones, la descripción del extraño animal de los pantanos africanos se corresponde con la de un dinosaurio del tipo de los ornitópodos, o dinosaurios de patas de ave. En especial los relatos de los testigos apuntan al grupo de los tracodontídeos, o dinosaurios con pico de pato. Unos reptiles vegetarianos que vivían la mayor parte del tiempo en el agua y que cuando salían de ella andaban a cuatro patas.
Otros investigadores, sin embargo, apuntan que las descripciones se acercan más a la de un saurópodo, un tipo de dinosaurios gigantes, algunos de los cuales como el brontosaurio, llegaron a medir cerca de cuarenta metros de longitud.
El misterio permanece. Pese a todos los intentos y expediciones realizadas para conseguir encontrar a esta bestia surgida del pasado, su existencia todavía sigue siendo una incógnita. Un misterio que nos hace preguntar si los dinosaurios están totalmente extintos, o si por el contrario, algunas remotas zonas pantanosas de África serán la última morada de unos animales fabulosos cuya evocación forma parte del recuerdo colectivo de la humanidad.
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