miércoles, 11 de marzo de 2009

Las raices del vampirismo

El conde Drácula continúa manteniendo a su público en un estado de horrorizada semicredulidad. Pero sea cual sea la verdad de la leyenda de los vampiros, su origen radica en una serie de hechos bastante simples.

Cada noche, cuando bajaba el telón tras la representación de Drácula en su primera versión teatral (1924), el actor-director que interpretaba el papel de Van Helsing aparecía delante del telón para tranquilizar al público: ¡Un momento, damas y caballeros! Una palabra antes de que se marchen. Esperamos que el recuerdo de Drácula no les cause pesadillas, de modo que he aquí unas palabras para tranquilizarles. Cuando estén en su casa, esta noche, y hayan apagado las luces, y sientan miedo de mirar detrás de las cortinas, y teman ver que una cara aparece en la ventana... bueno, ¡tranquilícense! Y recuerden que, al fin y al cabo, ¡esas cosas sí existen!

Era el parlamento final perfecto. El público, gran parte del cual lo constituían lectores de novelas de vampiros -muy en boga por aquel entonces-, había pasado la velada estremecido ante la historia irresistible del «mayor de los vampiros»: Drácula. Su creador, el productor teatral Bram Stoker, sabía instintivamente que su historia provocaba un eco en lo más profundo del inconsciente colectivo del público. Drácula fue un best-seller y un éxito de taquilla; eso significaba que interesaba a las masas. Y aún hoy la historia del conde vampiro sigue interesando. ¿Por qué?

Como explicó el actor Christopher Lee, Drácula atrae en parte porque es una figura sobrehumana, un inmortal cuya aterradora presencia es también sexualmente irresistible. Los psicólogos subrayan la clara atracción que surge entre el vampiro sádico y dominante y la víctima sumisa y masoquista. Pero, sea cual sea la jerga que se emplee, Drácula es más fascinante que el atávico hombre-lobo o que el escurridizo fantasma.

Pero, a pesar de su popularidad en los medios de comunicación de masas, el vampiro no debe ser considerado como un mero artificio escénico, emocionante durante la función pero que después se olvida pronto; los vampiros deben ser tomados en serio. Existen muchísimos documentos en el este de Europa, correspondientes al siglo XVIII, que afirman que los «no muertos» son reales. De modo que, ¿existen?

Como en muchos otros fenómenos paranormales, hay que agotar todas las posibles explicaciones racionales antes de abordar una explicación «sobrenatural». Y en el caso de la «epidemia de vampiros» que ocurrió hace doscientos años, hay varias explicaciones donde elegir.

Por ejemplo, el escritor ocultista británico Dennis Wheatley ha señalado que antiguamente, en tiempos en que se pasaban grandes privaciones, los mendigos entraban en los cementerios y dormían en los mausoleos durante el día, saliendo de noche a buscar comida: pálidos, flacos, saliendo de tumbas en la oscuridad, no es raro que se les tomara por los legendarios y terribles vampiros.

Sin embargo, ese tipo de confusión no explica los verdaderos casos de cadáveres que fueron hallados incorruptos cuando se abrieron sus ataúdes. Éste es un fenómeno poco frecuente, pero conocido y se han sugerido varios argumentos «naturales» para explicar sus causas. Ciertamente, las características del terreno en que se entierra un cadáver puede implicar enormes diferencias, por ejemplo, en el ritmo de la descomposición. En la isla volcánica de Santorin (Grecia), por ejemplo, los cadáveres se encuentran tan intactos al cabo de los años, que un dicho popular de la zona habla de «mandar vampiros a Santorin», igual que en castellano se habla de «ir a Escocia y llevarse el bacalao», refiriéndose a una actividad redundante e inútil.

Pero, sin duda, la más convincente de las explicaciones naturales es la del entierro prematuro. El coma, la catalepsia y otros estados similares a la muerte llenan todavía de estupor a nuestros contemporáneos; no se podía exigir a los campesinos supersticiosos de hace varios siglos que los comprendieran.

¿Cuántos desgraciados habrán despertado dentro de un féretro, bajo unos metros de tierra o, quizá, tras lograr salir del ataúd, se habrán encontrado encerrados en el mausoleo familiar, donde habrán muerto de hambre, sed y pánico?

Terror más allá de la tumba

Los entierros prematuros eran cosa relativamente común. Se dice que cuando se estaba demoliendo un cementerio del siglo XVIII para construir un aparcamiento, un tercio de los cadáveres que desplazó la excavadora mostraban signos de haber luchado dentro de sus féretros; entre las pruebas de ello figuraban dedos rotos al intentar forzar el cierre en la definitiva agonía, manos que salían del ataúd, sangre en las mortajas -cuando el «cadáver» había mordido su propia carne a causa del ahogo o la locura-... Y era precisamente la presencia de la sangre en un cadáver exhumado lo que se consideraba, con frecuencia, una prueba de que esa persona era un vampiro.

Pero si se rumoreaba que un muerto reciente era un vampiro (quizá se habían escuchado débiles sonidos que emanaban de la tumba), los aterrorizados «testigos» tomaban las medidas tradicionales. Y si el corazón del «cadáver» latía, había que clavarle una estaca. Con razón existen tantos relatos de supuestos vampiros que gritaban con todas sus fuerzas cuando se les hundía una estaca en el corazón.

Charlotte Stoker solía contar al pequeño Bram una terrible historia acerca de una de las víctimas de una epidemia de cólera que se había abatido sobre Dublín. Una mujer, a quien se creyó muerta, fue arrojada al montón de cadáveres, dentro del pozo de cal. Pero su desesperado marido, que fue a recuperar el cadáver para enterrarla decentemente, descubrió que aún respiraba. Vivió felizmente muchos años después de su terrible experiencia. Pero si se hubiera recuperado por sí sola y alguien la hubiese visto salir tambaleándose del pozo por la noche, fácilmente hubiera sido confundida con un «no muerto».

De tanto en tanto, los periódicos modernos publican noticias de personas, cuya muerte había sido certificada, que vuelven a la vida sobre la mesa de mármol de la morgue o cuando están siendo preparados para el entierro. En estos tiempos de cirugía de «recambios», la controversia acerca del instante exacto de la muerte se plantea más que en ningún otro momento de la historia. Pero en el siglo pasado ya se conocía la posibilidad del entierro prematuro; algunas personas de aquella época estaban incluso obsesionados con la idea. Edgar Allan Poe basó varios de sus cuentos en este tema, y tanto en los Estados Unidos como en Europa se registraron patentes de féretros con timbres de alarma o con suministro de aire de emergencia.

Los entierros prematuros pueden haber ocurrido, con frecuencia, porque las varias etapas del rigor mortis no son bien comprendidas. Los músculos de un cadáver comienzan a ponerse rígidos, empezando por la cara y el cuello, alrededor de una hora y media después de la muerte. Esto puede adelantarse o atrasarse en función de la temperatura ambiente. El rigor mortis desaparece aproximadamente 36 horas después; los músculos pierden su extremada rigidez y el cuerpo queda relativamente flexible.

Ésta bien podría ser la explicación de un suceso acaecido en 1974 en el valle de Curtes de Arges, Rumania: acababa de morir un viejo gitano, y cuando la familia se disponía a preparar el cuerpo del difunto para el entierro, se descubrió que los miembros estaban extrañamente flexibles, no rígidos. La noticia corrió por el pueblo como un reguero de pólvora, y en aquellos lugares eso sólo podía tener un significado: el anciano se había transformado en vampiro. Se le clavó una estaca en el corazón y los aldeanos sintieron satisfacción y alivio. Pero quizá -a no ser que se tratara simplemente de un caso de rigor mortis extremadamente breve- el anciano todavía estaba vivo.

Existe también una explicación lógica para el extendido empleo del ajo para ahuyentar a los vampiros. La peste era transportada muchas veces por las moscas, y se observó que ciertas granjas no la padecían si colgaban ajos. No se trataba de magia: los dientes de ajo exudan gotas de humedad que las moscas detestan. El ajo, ingerido por el hombre, constituye también un antiséptico natural, un depurativo de la sangre.

Los vampiros también sirvieron de cabezas de turco en ciertas comunidades rurales cuando los animales se debilitaban o morían. En la actualidad, el veterinario administraría una dosis de antibióticos o un suplemento vitamínico y todo iría bien... en la mayoría de los casos. Con todo, aparecen enfermedades misteriosas y mutilaciones de ganado y otros animales, pero ahora los inculpados más frecuentes son los tripulantes hostiles de OVNIS.

Chupasangres demoníacos

Puede ser que existan explicaciones lógicas y hasta frívolas para 99 de cada cien casos de supuesto vampirismo, pero es el caso número cien el que intriga al investigador. Durante muchos años, los ocultistas han creído en la existencia de materializaciones demoníacas que chupan sangre. La practicante ocultista Dion Fortune (cuyo verdadero nombre era Violet Firth) crecía que el «cuerpo astral» puede escapar del cuerpo de una persona viviente y asumir otra forma, como la de un pájaro, animal o vampiro.

Dion Fortune citaba el caso de soldados húngaros muertos que se transformaban en vampiros durante la primera guerra mundial, manteniéndose en el «doble etérico» -o sea, a mitad de camino entre este mundo y el próximo-, si vampirizaba a los heridos. Se cree que el vampirismo es contagioso; la persona que es vampirizada, al perder su vitalidad, se transforma en un vacío psíquico que, a su vez, absorbe la «fuerza vital» de su presa.

Por otra parte, la investigación psíquica no estudia creencias, sino hechos comprobados. Uno de los fenómenos preferidos de los investigadores de lo paranormal es, por ejemplo, el de los poltergeist y un fenómeno vinculado con él parece ser el del atacante invisible. En 1926 aparecieron marcas de arañazos en la cara de una víctima de poltergeist rumana, Eleonore Zugun. Y en 1960 un tal Jimmy De Bruin, granjero sudafricano de veinte años, se transformó en el foco de un torrente de actividad poltergeist; en una ocasión, un oficial de policía que investigaba el caso oyó a De Bruin gritar de dolor mientras aparecían unos cortes espontáneamente en sus piernas y en su pecho.

Otras zonas de lo paranormal incluyen también la aparición espontánea de heridas de sangre, como las imágenes que sangran o los estigmas. Pero éstos están considerados como fenómenos «sagrados», mientras que el vampirismo se considera generalmente «diabólico». Bien podría ser que estos fenómenos fueran distintas caras de la misma moneda, urca buena y una mala. Quizá todo los fenómenos inexplicados emanen de la misma fuente que no es moral ni inmoral, sino inusual. Pero hasta que la descubramos, podemos continuar estremeciéndonos ante la última historia de vampiros y considerando la cuestión: ¿existen esos seres?

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