
La Camelot de esos poetas se encuentra en una tierra inmemorial de bosques encantados y castillos misteriosos, pródigos en maravillas y magia. Allí, Arturo, junto a su compañera, Ginebra, reina a la cabeza de una orden de caballería basada en la de la Francia de principios de la Edad Media. Mientras tanto, los caballeros del rey Arturo parten en pos del Grial, pelean contra monstruos, rescatan a damiselas de las garras de malvados hechiceros, o caen en las redes de encantadoras damas que resultan ser hadas. Se enfrentan a peligros físicos y sobrenaturales, y como principio y fin de todas sus aventuras se erige Camelot, el centro de su universo.

Un símbolo del orden

En el siglo XII, el escritor Geoffrey de Monmouth ofrece la primera descripción real de la corte de Arturo y la sitúa, no en Camelot, sino en Caerleon, al sur de Gales. Caerleon fue sede de una importante fortaleza de legionarios romanos y se enorgullece de poseer el anfiteatro romano tal vez más bello de Gran Bretaña.

Geoffrey relata cómo Arturo celebró Pentecostés en Caerleon, en un festejo que duró cuatro días, durante el cual lucía su corona y era asistido por reyes, nobles y obispos súbditos suyos, como un rey normando de tiempos de Geoffrey. Entre los caballeros asistentes se encontraban Bedivere y Kay, y los cuatro días transcurrieron entre torneos y otros entretenimientos.
Caerleon -escribe Geoffrey- estaba situada sobre el río Usk, «que corría a un costado de la ciudad, y que los reyes y princesas que llegasen de allende el mar podían remontar con una flota de navíos. En la orilla opuesta, flanqueada de praderas y frondosos bosques, habían embellecido con regios palacios la ciudad, que con los aguilones de sus tejados, pintados de oro, podía equipararse a Roma». Su relato sobre Caerleon se convirtió en la base de las descripciones de Camelot, siendo que hoy se lo conoce esencialmente a través de ilustradores y cineastas, aunque actualmente se muestre como un castillo con pináculos y estandartes ondeantes como los de la alta Edad Media.
El fuerte de la colina de Cadbury

La primera persona en identificar por escrito Cadbury con Camelot fue el anticuario del Rey, John Leland, quien escribió en 1542: «En el extremo más meridional de la comarca de South Cadbury se elevaba Camallate, que fue en su día una famosa ciudad o castillo...» Sin embargo, los lugareños parecen saber muy poco al respecto, y Leland tal vez llegó a la conclusión de que era Camelot por el nombre del pueblo: Camel. Pero también es posible que supiese de una auténtica tradición que se remontase a siglos atrás.

Contrariamente a los castillos medievales, Cadbury era simplemente una colina que había sido fortificada por los celtas con murallas de barro y fosos durante los últimos siglos a.C.
Las excavaciones han mostrado que el fuerte permaneció intacto durante la ocupación romana del sur de Gran Bretaña, que se inició en el 43 d.C., pero fue asaltado y tomado por los romanos dos décadas más tarde. Éstos desalojaron a sus habitantes, y durante unos 400 años el fuerte permaneció más o menos vacío. Cuando las legiones se retiraron, lo volvió a ocupar un jefe local bastante rico.

Ciertamente, después de Leland, numerosas tradiciones vincularon a Arturo con Cadbury. La más notable de todas es la que afirma que en la cima de la colina, junto a los restos del edificio de madera, había un lugar conocido a finales del siglo XVI como el Palacio del rey Arturo.
La ultima batalla

La información procedía probablemente de otros anales anteriores, contemporáneos a tal suceso, y es lo más que han podido acercarse a un terreno firme los buscadores de Arturo. El nombre de Camlann deriva probablemente de la antigua voz inglesa Camboglanna, «orilla curva» , es decir, de un río sinuoso. Por ello se cree que el escenario de la última batalla fue el fuerte romano de Camboglanna, en el Muro de Adriano, posiblemente la moderna Birdoswald sobre el sinuoso río Irving.
Paisajes artúricos

La verdad es que, a través de los siglos, los relatos sobre Arturo cautivaron de tal forma la imaginación nacional que cada región quería reivindicarlo, y muchos rasgos paisajísticos se vincularon a él. Éste es el Arturo, no del romance, sino del mito y la leyenda, la más de las veces una figura titánica capaz de dar forma a los numerosos Tejos de Arturo -cámaras funerarias prehistóricas, de las que sólo en Gales se encuentran nueve- o de sentarse en la Silla de Arturo, la gran roca volcánica que domina Edimburgo.

En el sur, descansa bajo el castillo de Cadbury en una cueva cerrada por puertas de hierro. Allí, según la tradición local, hay una noche al año en que se abren, y es posible verlo en el interior. La firme convicción de que Arturo nunca murió subsistió allí, a distancia visible de Glastonbury (donde, en 1191, se afirmó haber encontrado la tumba «oficial» de Arturo), al parecer hasta el siglo XIX cuentan que uno de los lugareños preguntó con inquietud a un grupo de arqueólogos que habían ido a Cadbury para ver «Camelot» si se iban a llevar al rey. Aunque no existiera nunca un Camelot, ni un Arturo, es evidente que ambos han alcanzado la verdadera inmortalidad.
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