Cada uno de nosotros ha experimentado alguna vez alguna coincidencia. Los matemáticos las justifican como acontecimientos debidos meramente a la casualidad, pero hay quienes les atribuyen unas razones más profundas.
En la noche del 28 de Julio de 1900, el rey Humberto I de Italia cenaba con su ayudante en un restaurante de la localidad de Monza, donde debía presenciar un concurso de atletismo al día siguiente. Con gran sorpresa observó que el propietario del establecimiento era idéntico a él. Por curiosidad, entabló conversación con él, y fue descubriendo que existían entre ellos otras semejanzas.
El dueño también se llamaba Humberto; al igual que el rey, había nacido en Turín, y en el mismo día; y se había casado con una chica llamada Margherita el mismo día en que el rey se casó con su esposa, la reina Margherita. Y había inaugurado el restaurante el día en que Humberto I fue coronado rey de Italia.
El rey quedó fascinado e invitó a su doble a que asistiera al concurso de atletismo con él. Pero al día siguiente, ya en el estadio, el ayudante del rey le informó que el dueño del restaurante había muerto aquella mañana después de que le hubieran disparado misteriosamente. Y mientras el rey expresaba su pesar, un anarquista que surgió de entre la multitud disparó contra él y le mató.
Otra extraña coincidencia conectada con una muerte ocurrió mucho más recientemente. El domingo 6 de agosto de 1978, el pequeño despertador que el papa Pablo VI había comprado en 1923 -y que durante 55 años le había despertado a las seis cada mañana- sonó repentinamente, y de un modo estridente. Pero no eran las seis; eran las 9:40 de la noche y, de forma inexplicable, el reloj empezó a sonar cuando el papa yacía moribundo. Más tarde, el padre Romeo Panciroli, portavoz del Vaticano, comentaría: «Fue de lo más extraño. Al papa le gustaba mucho el reloj. Lo compró en Polonia y lo llevaba siempre consigo en sus viajes.»
Cada uno de nosotros ha experimentado una coincidencia -aunque sea trivial- alguna vez. Pero algunos de los casos más extremos parecen desafiar toda lógica y resulta imposible atribuirlos a la mera suerte.
Los poderes del universo
No es, pues, sorprendente que la «teoría de la coincidencia» haya entusiasmado a científicos, filósofos y matemáticos durante más de 2.000 años. Hay un tema que aparece en todas sus teorías y especulaciones: ¿qué son las coincidencias? ¿Contiene un mensaje escondido dirigido a nosotros? ¿Qué fuerza desconocida representan? Sólo en nuestro siglo se han sugerido algunas respuestas verosímiles, pero son respuestas que chocan con las propias raíces de la ciencia. Ello hace que nos preguntemos: ¿existen poderes en el Universo de los que no tenemos todavía un conocimiento preciso?
Los primeros cosmólogos creían que el mundo se mantenía unido por una especie de principio de totalidad. Hipócrates, conocido como el padre de la medicina, que vivió aproximadamente entre 460 y 375 a.C., creía que el Universo estaba unido por unas «afinidades ocultas», y escribió: «Hay un movimiento común, una respiración común, todas las cosas están en solidaridad las unas con las otras.» Según esta teoría, la coincidencia se daría cuando dos elementos «solidarios» o «afines» se buscan el uno al otro.
El filósofo renacentista Pico della Mirandola escribió en 1557: «En primer lugar, hay una unidad en las cosas por la cual cada cosa forma un conjunto consigo misma. En segundo lugar, existe la unidad por la cual una criatura está unida a las otras y todas las partes del Universo constituyen un mundo.»
Esta creencia ha perdurado, de una forma apenas alterada, en tiempos mucho más modernos. El filósofo Arthur Schopenhauer (1788-1860) definió la coincidencia como «la aparición simultánea de acontecimientos causalmente desconectados. » Sugirió que los acontecimientos simultáneos iban en líneas paralelas, y que el mismo acontecimiento, aunque representa un eslabón de cadenas totalmente diferentes, se da sin embargo en ambas, de forma que el destino de un individuo se ajusta invariablemente al destino de otro, y cada uno es el protagonista de su propio drama mientras que simultáneamente está figurando en un drama ajeno a él. Esto es algo que sobrepasa nuestros poderes de comprensión y sólo puede concebirse como posible en virtud de la maravillosa armonía preestablecida. Todos debemos participar en ella. Por tanto, todo está interrelacionado y mutuamente armonizado.
Investigando el futuro
La idea de un «inconsciente colectivo» -almacén secreto de recuerdos a través de los cuales las mentes puedan comunicarse- ha sido debatida por varios pensadores. Una de las teorías más extremistas para explicar la coincidencia fue presentada por el matemático británico Adrian Dobbs en los años sesenta. Inventó la palabra «psitrón» para describir una fuerza desconocida que registraba, como el radar, una segunda dimensión temporal que era más bien probabilística que determinista. El psitrón absorbía probabilidades futuras y las transmitía al presente desviándose de los sentidos humanos corrientes y transmitiendo de alguna forma la información directamente al cerebro.
La primera persona que estudió las leyes de la coincidencia científicamente fue el doctor Paul Kammerer, director del Instituto de Biología Experimental de Viena. Desde que tenía veinte años, empezó a escribir un «diario» de coincidencias. Muchas eran triviales: nombres de personas que surgían inesperadamente en conversaciones separadas, tickets para el concierto y el guardarropía con el mismo número, una frase de un libro que se repetía en la vida real. Durante horas, Kammerer permanecía sentado en los bancos de los parques tomando nota de la gente que pasaba, anotando su sexo, edad, vestido, y si llevaban bastones o paraguas. Después de haber considerado detalles tales como la hora punta, el tiempo y la época del año, descubrió que los resultados se clasificaban en «grupos de números» muy similares a los que usan los estadísticos, los jugadores, las compañías de seguros y los organizadores de encuestas.
Kammerer llamó a este fenómeno «serialidad», y en 1919 publicó sus conclusiones en un libro titulado Das Gesetz der Serie (La ley de la serialidad). Afirmaba que las coincidencias iban en serie -es decir, «se producía una repetición o agrupación en el tiempo o en el espacio por la cual los números individuales en la secuencia no estaban conectados por la misma causa activa.»
Kammerer sugirió que la coincidencia era meramente la punta de un iceberg dentro de un principio cósmico más grande, que la humanidad todavía apenas reconoce.
Al igual que la gravedad, es un misterio; pero a diferencia de ella, actúa selectivamente para hacer coincidir en el espacio y en el tiempo cosas que poseen alguna afinidad. «Así pues -concluyó-, al final tenemos la imagen de un mundo-mosaico o de un caleidoscopio cósmico que, a pesar de los constantes movimientos y nuevas disposiciones, también se preocupa por hacer coincidir cosas iguales.»
El gran salto hacia adelante tuvo lugar 50 años más tarde, cuando dos de las mentes más brillantes de Europa colaboraron para producir el libro más completo acerca de los poderes de la coincidencia, un libro que iba a dar lugar a controversia y a ataques por parte de teóricos rivales.
Los dos hombres eran Wolfgang Pauli -cuyo principio de exclusión, ideado de una forma muy atrevida, le mereció el premio Nobel de física- y el psicólogo-filósofo suizo profesor Carl Gustav Jung. Su tratado llevaba el poco original título de Sincronicidad, un principio de conexión no causal. Descrito por un crítico americano como «el equivalente paranormal de una explosión nuclear» , utilizaba el término «sincronicidad» para ampliar la teoría de la serie de Kammerer.
Orden a partir del caos
Según Pauli, las coincidencias eran «las huellas visibles de principios desconocidos». Las coincidencias, explicó Jung, tanto si se dan aisladas como si aparecen en serie, son manifestaciones de un principio universal apenas conocido que opera con bastante independencia respecto de las leyes físicas. Los que han interpretado la teoría de Pauli y Jung han concluido que la telepatía, la precognición y las mismas coincidencias son todas manifestaciones de una única fuerza misteriosa que opera en el Universo y que está tratando de imponer su propia disciplina sobre la total confusión que rige la vida humana.
De todos los pensadores contemporáneos, nadie ha tratado más extensamente la teoría de la coincidencia que Arthur Koestler, quien resume este fenómeno con la expresiva frase «chistes del destino» .
Un «chiste» particularmente sorprendente le fue relatado a Koestler por un estudiante inglés de doce años llamado Nigel Parker: Hace muchos años, el autor de historias de terror norteamericano, Edgar Allan Poe, escribió un libro titulado El relato de Arthur Gordon Pym. En él, el señor Pym viajaba en un barco que naufragó. Los cuatro supervivientes pasaban muchos días en un bote antes de decidirse a matar y comerse al grumete, cuyo nombre era Richard Parker.
Unos años después, en el verano de 1884, el primo de mi bisabuelo era grumete de la yola Mignonette cuando ésta se hundió, y los cuatro supervivientes navegaron a la deriva en un bote durante muchos días. Finalmente, los tres miembros mayores de la tripulación mataron y se comieron al grumete. Su nombre era Richard Parker.
Tales incidentes, extraños y aparentemente significativos, abundan. ¿Qué explicación puede haber para ellos, a no ser la mera coincidencia?.
«No te lo vas a creer ...»
Las coincidencias más sorprendentes a menudo afectan a objetos o acciones bastante corrientes, como la extraña experiencia relatada por un periodista de Chicago, Irv Kupcinet:
«Acababa de llegar al hotel Savoy de Londres. Al abrir un cajón de mi habitación descubrí, para mi mayor sorpresa, que contenía algunas cosas personales pertenecientes a un amigo mío, Harry Hannin, que viajaba con el equipo de baloncesto de los Harlem Globetrotters.
Dos días después recibí una carta de Harry, enviada desde el hotel Meurice, en París, que empezaba así: «No te lo vas a creer...» Según parece, Harry había abierto un cajón de su habitación y había encontrado una corbata con mi nombre. Era un habitación en la cual yo había estado unos meses atrás.
Las triquiñuelas del destino
Algunas personas parecen presentir los hechos fortuitos que llamamos coincidencias, y logran sacarles partido. He aquí algunos casos que han llamado especialmente la atención.
Sólo cuando su tren entró en la estación de Louisville, George D. Bryson decidió interrumpir su viaje a Nueva York para visitar aquella histórica ciudad de Kentucky. Nunca había estado allí y tuvo que preguntar dónde se encontraba el mejor hotel. Nadie sabía que estaba en Louisville y, en broma, preguntó al recepcionista del Hotel Brown: «¿Hay cartas para mí?». Quedó atónito cuando el recepcionista le entregó una carta dirigida a él que llevaba el número de su habitación. El anterior ocupante de la habitación 307 había sido otro George D. Bryson, que no tenía nada que ver con él.
Una coincidencia notable, por cierto, que cobra mayor interés porque quien la cuenta con más frecuencia es el doctor Warren Weaver, el matemático y experto en probabilidades norteamericano que cree que las coincidencias están regidas por las leyes del azar y rechaza cualquier sugerencia de elementos misteriosos o paranormales.
En el punto de vista opuesto se sitúan quienes creen en las teorías de la «serialidad» o «sincronicidad» del doctor Paul Kammerer, Wolfgang Pauli y Carl Gustav Jung.
Aunque los tres se acercaron a la teoría de las coincidencias desde perspectivas diferentes, sus conclusiones sugerían la existencia de una fuerza misteriosa y apenas comprensible en el Universo, una fuerza que intenta imponer su propio orden en el caos de nuestro mundo. La moderna investigación científica, sobre todo en los campos de la biología y la física, también parece acusar una tendencia de la naturaleza a ordenar el caos. Pero los escépticos no se dejan convencer. Cuando las cosas suceden al azar, argumentan, tienen que producirse las agrupaciones que llamamos coincidencias. Hasta es posible predecir esas agrupaciones o «apiñamientos» o, por lo menos, predecir la frecuencia con que sucederán.
Si usted tira muchas veces una moneda, las leyes de la probabilidad dictaminan que, al final, habrá obtenido un número casi igual de caras y cruces. Pero cara y cruz no se alterarán. Habrá series de cara y series de cruz. El doctor Weaver calcula que si alguien tira una moneda 1.024 veces, por ejemplo, es probable que haya una serie de ocho caras seguidas, dos de siete, cuatro de seis y ocho de cinco.
Lo mismo sucede con la ruleta. Una vez salieron los pares 28 veces seguidas en el casino de Montecarlo. Las posibilidades de que esto ocurra es de una entre 268 millones. Pero los expertos afirman que como podía suceder, sucedió y volverá a suceder en algún lugar del mundo si suficientes ruletas siguen girando durante el tiempo necesario.
Los matemáticos usan esa ley para explicar, por ejemplo, la fantástica serie de aciertos que valieron a Charles Wells el título, que también lo fue de una canción, de El hombre que hizo saltar la banca en Montecarlo.
Wells -un inglés gordo y ligeramente siniestro- se transformó en tema de esa canción en 1891, cuando hizo saltar tres veces la banca del Casino de Montecarlo. Aparentemente, no usaba ningún sistema: apostaba cantidades iguales a rojo o negro, ganando casi todas las veces, hasta que, finalmente, sobrepasó la banca de 100.000 francos asignada a cada mesa. En cada ocasión los empleados cubrieron la mesa con un lúgubre paño negro de «luto» y la cerraron por el resto del día. La tercera y última vez que Wells apareció en el casino, colocó su primera apuesta en el cinco: las posibilidades de que saliera eran de una entre 35. Ganó. Dejó la apuesta original y le añadió sus ganancias. El cinco salió de nuevo y volvió a salir cinco veces más. Apareció el paño negro. Wells se marchó con sus ganancias y nunca más fue visto en el casino.
Los teóricos de la serialidad y la sincronicidad, y quienes han continuado los trabajos de Kammerer, Pauli y Jung, aceptan la idea de que hay «racimos» de números, pero consideran que la «suerte» y la «coincidencia» son dos caras de la misma moneda. Los conceptos clásicos paranormales de PES, telepatía y precognición -elementos recurrentes en las coincidencias-, podrían ofrecer una explicación alternativa de las razones por las que unas personas tienen más «suerte» que otras.
La investigación moderna separa las coincidencias en dos grupos diferentes: triviales (como echar a cara o cruz, series de números y, manos sorprendentes de naipes) y significativas. Estas últimas son las que mezclan personas, acontecimientos, espacio y tiempo -pasado, presente y futuro- de una manera que parece cruzar la delicada frontera que separa lo normal de lo paranormal.
Significativo y macabro
A veces ocurren coincidencias que parecen vincular, casi caprichosamente, las teorías rivales. Cuando un tren de cercanías de Nueva York se precipitó en la bahía de Newark y murieron muchos pasajeros, se iniciaron los trabajos de rescate de los vagones sumergidos. Una foto que apareció en la primera página de un periódico mostraba el último vagón en el momento de ser extraído, con el número 932 claramente visible a un lado. Ese día, el número 932 salió en el sorteo de la lotería de Manhattan, proporcionando cientos de miles de dólares de ganancia a las muchas personas que, presintiendo un significado oculto en el número, habían apostado por él.
Los investigadores modernos dividen las coincidencias significativas en varias categorías.
Una es la coincidencia de advertencia, que implica un presentimiento de peligro o desastre. Tales coincidencias suelen tener largo alcance; por eso a menudo son ignoradas o pasan inadvertidas.
Ése fue, ciertamente, el caso de tres barcos, el Titan, el Titanic y el Titanian. En 1898, el escritor norteamericano Morgan Robertson publicó una novela acerca de un gigantesco trasatlántico, el Titan, que se hundía una fría noche de abril en el Atlántico, después de chocar con un iceberg en su primer viaje.
Catorce años después, en uno de los peores desastres marítimos de la historia, el Titanic se hundió en una fría noche de abril en el Atlántico, después de chocar con un iceberg en su primer viaje.
Las coincidencias no terminaron allí. Los dos barcos, el real y el de ficción, tenían aproximadamente el mismo tonelaje y ambos desastres ocurrieron en el mismo sector del océano. Uno y otro eran considerados «insumergibles» y ninguno llevaba suficiente cantidad de botes salvavidas.
Coincidencia y premonición
Si se agrega la extraordinaria historia del Titanian, las coincidencias Titan-Titanic comienzan a desafiar la credulidad humana. El tripulante William Reeves, que estaba de guardia una noche de abril de 1935, durante un viaje del Titanian entre el Tyne y Canadá, tuvo un presentimiento. Cuando el Titanian llegó al lugar donde se habían hundido los otros dos barcos, la sensación era insoportable. Pero ¿podía Reeves detener el barco sólo por un presentimiento? Otro factor -una coincidencia más lo decidió: había nacido el día del desastre del Titanic. «¡Peligro avante!», gritó al puente. Las palabras apenas habían salido de su boca cuando un iceberg apareció en la oscuridad. El barco lo evitó por muy poco.
Otra categoría la constituyen las coincidencias que sugieren el comentario «el mundo es un pañuelo», y que reúnen a personas y lugares de forma inesperada. Todos hemos sido testigos, o incluso protagonistas, de alguno de estos hechos increíbles.
Si las coincidencias pueden jugar con el espacio y el tiempo en su búsqueda de «orden en el caos», no es sorprendente que vayan más allá de la tumba.
Mientras actuaba en una gira por Texas, en 1899, el actor canadiense Charles Francis Coghlan enfermó en Galveston y murió. Estaba demasiado lejos (5.600 km, por mar) para enviar sus restos a su pueblo de la isla Prince Edward, en el golfo de San Lorenzo. Fue enterrado en un ataúd de plomo, en una tumba excavada en granito. Sus huesos habían descansado menos de un año cuando el gran huracán de septiembre de 1900 azotó la isla de Galveston, inundando el cementerio. La tumba sufrió graves daños y el ataúd de Coghlan flotó hasta el golfo de México. Lentamente, derivó por la costa de Florida hacia el Atlántico, donde la corriente del Golfo lo arrastró hacia el Norte.
Pasaron ocho años. Un día de octubre de 1908, unos pescadores de la isla Prince Edward vieron un cajón alargado y estropeado por la intemperie flotar cerca de la costa. El cuerpo de Coghlan había vuelto a casa. Con respeto y temor, sus paisanos isleños enterraron al actor en la iglesia más próxima, donde había sido bautizado.
Paralelismo Lincoln-Kennedy
Cuando el hombre avanza un paso en su conocimiento de la realidad, ésta plantea nuevas preguntas inalcanzables:
* En 1860, Lincoln fue elegido presidente de los Estados Unidos; Kennedy, en 1960.
* Ambos fueron asesinados en presencia de sus respectivas esposas y en el mismo día de la semana, en viernes.
* Los dos fueron heridos mortalmente por una bala en la cabeza, disparada en ambos casos por la espalda.
* Los presidentes que les sucedieron se llamaban Johnson en uno y otro caso. Los dos Johnson representaban a los demócratas del Sur y ambos fueron también miembros del Senado. El sucesor de Lincoln, Andrew Johnson, nació en 1808; Lindon B. Johnson, en 1908.
* El presunto asesino de Lincoln, John Wiikes Booth, nació en 1839; el presunto asesino de Kennedy, Lee Harvey Oswald, en 1939. Ninguno de ambos presumibles ejecutores pudo ser juzgado, ya que ambos fueron asesinados antes de que eso pudiera ocurrir.
* El secretario de Lincoln, apellidado Kennedy, le aconsejó insistentemente que dejara de acudir al teatro donde resultó asesinado; el secretario de Kennedy, apellidado Lincoln, aconsejó al presidente que no fuera a Dallas.
* Las esposas de ambos presidentes perdieron un hijo mientras ocupaban la Casa Blanca.
* John Wilkes Booth dio muerte al presidents Lincoln en un teatro y huyó hasta un almacén; Lee Harvey Oswald disparó al parecer sobre el presidents Kennedy desde un almacén y huyó hasta un teatro.
¿Cuántas preguntas sin respuesta le ha suscitado la lectura de este caso? Interróguese sobre las casualidades que le hayan ocurrido en su vida, y tal vez empiece a ver el mundo de otra manera; o -lo que es lo mismo- a entender su propia vida y sus circunstancias desde otra óptica. No le pedimos que renuncie a la lógica, sino que complete su visión de la realidad con esos otros datos, difíciles de etiquetar, pero que de forma misteriosa humanizan el universo en que nos ha tocado vivir.
En la noche del 28 de Julio de 1900, el rey Humberto I de Italia cenaba con su ayudante en un restaurante de la localidad de Monza, donde debía presenciar un concurso de atletismo al día siguiente. Con gran sorpresa observó que el propietario del establecimiento era idéntico a él. Por curiosidad, entabló conversación con él, y fue descubriendo que existían entre ellos otras semejanzas.
El dueño también se llamaba Humberto; al igual que el rey, había nacido en Turín, y en el mismo día; y se había casado con una chica llamada Margherita el mismo día en que el rey se casó con su esposa, la reina Margherita. Y había inaugurado el restaurante el día en que Humberto I fue coronado rey de Italia.
El rey quedó fascinado e invitó a su doble a que asistiera al concurso de atletismo con él. Pero al día siguiente, ya en el estadio, el ayudante del rey le informó que el dueño del restaurante había muerto aquella mañana después de que le hubieran disparado misteriosamente. Y mientras el rey expresaba su pesar, un anarquista que surgió de entre la multitud disparó contra él y le mató.
Otra extraña coincidencia conectada con una muerte ocurrió mucho más recientemente. El domingo 6 de agosto de 1978, el pequeño despertador que el papa Pablo VI había comprado en 1923 -y que durante 55 años le había despertado a las seis cada mañana- sonó repentinamente, y de un modo estridente. Pero no eran las seis; eran las 9:40 de la noche y, de forma inexplicable, el reloj empezó a sonar cuando el papa yacía moribundo. Más tarde, el padre Romeo Panciroli, portavoz del Vaticano, comentaría: «Fue de lo más extraño. Al papa le gustaba mucho el reloj. Lo compró en Polonia y lo llevaba siempre consigo en sus viajes.»
Cada uno de nosotros ha experimentado una coincidencia -aunque sea trivial- alguna vez. Pero algunos de los casos más extremos parecen desafiar toda lógica y resulta imposible atribuirlos a la mera suerte.
Los poderes del universo
No es, pues, sorprendente que la «teoría de la coincidencia» haya entusiasmado a científicos, filósofos y matemáticos durante más de 2.000 años. Hay un tema que aparece en todas sus teorías y especulaciones: ¿qué son las coincidencias? ¿Contiene un mensaje escondido dirigido a nosotros? ¿Qué fuerza desconocida representan? Sólo en nuestro siglo se han sugerido algunas respuestas verosímiles, pero son respuestas que chocan con las propias raíces de la ciencia. Ello hace que nos preguntemos: ¿existen poderes en el Universo de los que no tenemos todavía un conocimiento preciso?
Los primeros cosmólogos creían que el mundo se mantenía unido por una especie de principio de totalidad. Hipócrates, conocido como el padre de la medicina, que vivió aproximadamente entre 460 y 375 a.C., creía que el Universo estaba unido por unas «afinidades ocultas», y escribió: «Hay un movimiento común, una respiración común, todas las cosas están en solidaridad las unas con las otras.» Según esta teoría, la coincidencia se daría cuando dos elementos «solidarios» o «afines» se buscan el uno al otro.
El filósofo renacentista Pico della Mirandola escribió en 1557: «En primer lugar, hay una unidad en las cosas por la cual cada cosa forma un conjunto consigo misma. En segundo lugar, existe la unidad por la cual una criatura está unida a las otras y todas las partes del Universo constituyen un mundo.»
Esta creencia ha perdurado, de una forma apenas alterada, en tiempos mucho más modernos. El filósofo Arthur Schopenhauer (1788-1860) definió la coincidencia como «la aparición simultánea de acontecimientos causalmente desconectados. » Sugirió que los acontecimientos simultáneos iban en líneas paralelas, y que el mismo acontecimiento, aunque representa un eslabón de cadenas totalmente diferentes, se da sin embargo en ambas, de forma que el destino de un individuo se ajusta invariablemente al destino de otro, y cada uno es el protagonista de su propio drama mientras que simultáneamente está figurando en un drama ajeno a él. Esto es algo que sobrepasa nuestros poderes de comprensión y sólo puede concebirse como posible en virtud de la maravillosa armonía preestablecida. Todos debemos participar en ella. Por tanto, todo está interrelacionado y mutuamente armonizado.
Investigando el futuro
La idea de un «inconsciente colectivo» -almacén secreto de recuerdos a través de los cuales las mentes puedan comunicarse- ha sido debatida por varios pensadores. Una de las teorías más extremistas para explicar la coincidencia fue presentada por el matemático británico Adrian Dobbs en los años sesenta. Inventó la palabra «psitrón» para describir una fuerza desconocida que registraba, como el radar, una segunda dimensión temporal que era más bien probabilística que determinista. El psitrón absorbía probabilidades futuras y las transmitía al presente desviándose de los sentidos humanos corrientes y transmitiendo de alguna forma la información directamente al cerebro.
La primera persona que estudió las leyes de la coincidencia científicamente fue el doctor Paul Kammerer, director del Instituto de Biología Experimental de Viena. Desde que tenía veinte años, empezó a escribir un «diario» de coincidencias. Muchas eran triviales: nombres de personas que surgían inesperadamente en conversaciones separadas, tickets para el concierto y el guardarropía con el mismo número, una frase de un libro que se repetía en la vida real. Durante horas, Kammerer permanecía sentado en los bancos de los parques tomando nota de la gente que pasaba, anotando su sexo, edad, vestido, y si llevaban bastones o paraguas. Después de haber considerado detalles tales como la hora punta, el tiempo y la época del año, descubrió que los resultados se clasificaban en «grupos de números» muy similares a los que usan los estadísticos, los jugadores, las compañías de seguros y los organizadores de encuestas.
Kammerer llamó a este fenómeno «serialidad», y en 1919 publicó sus conclusiones en un libro titulado Das Gesetz der Serie (La ley de la serialidad). Afirmaba que las coincidencias iban en serie -es decir, «se producía una repetición o agrupación en el tiempo o en el espacio por la cual los números individuales en la secuencia no estaban conectados por la misma causa activa.»
Kammerer sugirió que la coincidencia era meramente la punta de un iceberg dentro de un principio cósmico más grande, que la humanidad todavía apenas reconoce.
Al igual que la gravedad, es un misterio; pero a diferencia de ella, actúa selectivamente para hacer coincidir en el espacio y en el tiempo cosas que poseen alguna afinidad. «Así pues -concluyó-, al final tenemos la imagen de un mundo-mosaico o de un caleidoscopio cósmico que, a pesar de los constantes movimientos y nuevas disposiciones, también se preocupa por hacer coincidir cosas iguales.»
El gran salto hacia adelante tuvo lugar 50 años más tarde, cuando dos de las mentes más brillantes de Europa colaboraron para producir el libro más completo acerca de los poderes de la coincidencia, un libro que iba a dar lugar a controversia y a ataques por parte de teóricos rivales.
Los dos hombres eran Wolfgang Pauli -cuyo principio de exclusión, ideado de una forma muy atrevida, le mereció el premio Nobel de física- y el psicólogo-filósofo suizo profesor Carl Gustav Jung. Su tratado llevaba el poco original título de Sincronicidad, un principio de conexión no causal. Descrito por un crítico americano como «el equivalente paranormal de una explosión nuclear» , utilizaba el término «sincronicidad» para ampliar la teoría de la serie de Kammerer.
Orden a partir del caos
Según Pauli, las coincidencias eran «las huellas visibles de principios desconocidos». Las coincidencias, explicó Jung, tanto si se dan aisladas como si aparecen en serie, son manifestaciones de un principio universal apenas conocido que opera con bastante independencia respecto de las leyes físicas. Los que han interpretado la teoría de Pauli y Jung han concluido que la telepatía, la precognición y las mismas coincidencias son todas manifestaciones de una única fuerza misteriosa que opera en el Universo y que está tratando de imponer su propia disciplina sobre la total confusión que rige la vida humana.
De todos los pensadores contemporáneos, nadie ha tratado más extensamente la teoría de la coincidencia que Arthur Koestler, quien resume este fenómeno con la expresiva frase «chistes del destino» .
Un «chiste» particularmente sorprendente le fue relatado a Koestler por un estudiante inglés de doce años llamado Nigel Parker: Hace muchos años, el autor de historias de terror norteamericano, Edgar Allan Poe, escribió un libro titulado El relato de Arthur Gordon Pym. En él, el señor Pym viajaba en un barco que naufragó. Los cuatro supervivientes pasaban muchos días en un bote antes de decidirse a matar y comerse al grumete, cuyo nombre era Richard Parker.
Unos años después, en el verano de 1884, el primo de mi bisabuelo era grumete de la yola Mignonette cuando ésta se hundió, y los cuatro supervivientes navegaron a la deriva en un bote durante muchos días. Finalmente, los tres miembros mayores de la tripulación mataron y se comieron al grumete. Su nombre era Richard Parker.
Tales incidentes, extraños y aparentemente significativos, abundan. ¿Qué explicación puede haber para ellos, a no ser la mera coincidencia?.
«No te lo vas a creer ...»
Las coincidencias más sorprendentes a menudo afectan a objetos o acciones bastante corrientes, como la extraña experiencia relatada por un periodista de Chicago, Irv Kupcinet:
«Acababa de llegar al hotel Savoy de Londres. Al abrir un cajón de mi habitación descubrí, para mi mayor sorpresa, que contenía algunas cosas personales pertenecientes a un amigo mío, Harry Hannin, que viajaba con el equipo de baloncesto de los Harlem Globetrotters.
Dos días después recibí una carta de Harry, enviada desde el hotel Meurice, en París, que empezaba así: «No te lo vas a creer...» Según parece, Harry había abierto un cajón de su habitación y había encontrado una corbata con mi nombre. Era un habitación en la cual yo había estado unos meses atrás.
Las triquiñuelas del destino
Algunas personas parecen presentir los hechos fortuitos que llamamos coincidencias, y logran sacarles partido. He aquí algunos casos que han llamado especialmente la atención.
Sólo cuando su tren entró en la estación de Louisville, George D. Bryson decidió interrumpir su viaje a Nueva York para visitar aquella histórica ciudad de Kentucky. Nunca había estado allí y tuvo que preguntar dónde se encontraba el mejor hotel. Nadie sabía que estaba en Louisville y, en broma, preguntó al recepcionista del Hotel Brown: «¿Hay cartas para mí?». Quedó atónito cuando el recepcionista le entregó una carta dirigida a él que llevaba el número de su habitación. El anterior ocupante de la habitación 307 había sido otro George D. Bryson, que no tenía nada que ver con él.
Una coincidencia notable, por cierto, que cobra mayor interés porque quien la cuenta con más frecuencia es el doctor Warren Weaver, el matemático y experto en probabilidades norteamericano que cree que las coincidencias están regidas por las leyes del azar y rechaza cualquier sugerencia de elementos misteriosos o paranormales.
En el punto de vista opuesto se sitúan quienes creen en las teorías de la «serialidad» o «sincronicidad» del doctor Paul Kammerer, Wolfgang Pauli y Carl Gustav Jung.
Aunque los tres se acercaron a la teoría de las coincidencias desde perspectivas diferentes, sus conclusiones sugerían la existencia de una fuerza misteriosa y apenas comprensible en el Universo, una fuerza que intenta imponer su propio orden en el caos de nuestro mundo. La moderna investigación científica, sobre todo en los campos de la biología y la física, también parece acusar una tendencia de la naturaleza a ordenar el caos. Pero los escépticos no se dejan convencer. Cuando las cosas suceden al azar, argumentan, tienen que producirse las agrupaciones que llamamos coincidencias. Hasta es posible predecir esas agrupaciones o «apiñamientos» o, por lo menos, predecir la frecuencia con que sucederán.
Si usted tira muchas veces una moneda, las leyes de la probabilidad dictaminan que, al final, habrá obtenido un número casi igual de caras y cruces. Pero cara y cruz no se alterarán. Habrá series de cara y series de cruz. El doctor Weaver calcula que si alguien tira una moneda 1.024 veces, por ejemplo, es probable que haya una serie de ocho caras seguidas, dos de siete, cuatro de seis y ocho de cinco.
Lo mismo sucede con la ruleta. Una vez salieron los pares 28 veces seguidas en el casino de Montecarlo. Las posibilidades de que esto ocurra es de una entre 268 millones. Pero los expertos afirman que como podía suceder, sucedió y volverá a suceder en algún lugar del mundo si suficientes ruletas siguen girando durante el tiempo necesario.
Los matemáticos usan esa ley para explicar, por ejemplo, la fantástica serie de aciertos que valieron a Charles Wells el título, que también lo fue de una canción, de El hombre que hizo saltar la banca en Montecarlo.
Wells -un inglés gordo y ligeramente siniestro- se transformó en tema de esa canción en 1891, cuando hizo saltar tres veces la banca del Casino de Montecarlo. Aparentemente, no usaba ningún sistema: apostaba cantidades iguales a rojo o negro, ganando casi todas las veces, hasta que, finalmente, sobrepasó la banca de 100.000 francos asignada a cada mesa. En cada ocasión los empleados cubrieron la mesa con un lúgubre paño negro de «luto» y la cerraron por el resto del día. La tercera y última vez que Wells apareció en el casino, colocó su primera apuesta en el cinco: las posibilidades de que saliera eran de una entre 35. Ganó. Dejó la apuesta original y le añadió sus ganancias. El cinco salió de nuevo y volvió a salir cinco veces más. Apareció el paño negro. Wells se marchó con sus ganancias y nunca más fue visto en el casino.
Los teóricos de la serialidad y la sincronicidad, y quienes han continuado los trabajos de Kammerer, Pauli y Jung, aceptan la idea de que hay «racimos» de números, pero consideran que la «suerte» y la «coincidencia» son dos caras de la misma moneda. Los conceptos clásicos paranormales de PES, telepatía y precognición -elementos recurrentes en las coincidencias-, podrían ofrecer una explicación alternativa de las razones por las que unas personas tienen más «suerte» que otras.
La investigación moderna separa las coincidencias en dos grupos diferentes: triviales (como echar a cara o cruz, series de números y, manos sorprendentes de naipes) y significativas. Estas últimas son las que mezclan personas, acontecimientos, espacio y tiempo -pasado, presente y futuro- de una manera que parece cruzar la delicada frontera que separa lo normal de lo paranormal.
Significativo y macabro
A veces ocurren coincidencias que parecen vincular, casi caprichosamente, las teorías rivales. Cuando un tren de cercanías de Nueva York se precipitó en la bahía de Newark y murieron muchos pasajeros, se iniciaron los trabajos de rescate de los vagones sumergidos. Una foto que apareció en la primera página de un periódico mostraba el último vagón en el momento de ser extraído, con el número 932 claramente visible a un lado. Ese día, el número 932 salió en el sorteo de la lotería de Manhattan, proporcionando cientos de miles de dólares de ganancia a las muchas personas que, presintiendo un significado oculto en el número, habían apostado por él.
Los investigadores modernos dividen las coincidencias significativas en varias categorías.
Una es la coincidencia de advertencia, que implica un presentimiento de peligro o desastre. Tales coincidencias suelen tener largo alcance; por eso a menudo son ignoradas o pasan inadvertidas.
Ése fue, ciertamente, el caso de tres barcos, el Titan, el Titanic y el Titanian. En 1898, el escritor norteamericano Morgan Robertson publicó una novela acerca de un gigantesco trasatlántico, el Titan, que se hundía una fría noche de abril en el Atlántico, después de chocar con un iceberg en su primer viaje.
Catorce años después, en uno de los peores desastres marítimos de la historia, el Titanic se hundió en una fría noche de abril en el Atlántico, después de chocar con un iceberg en su primer viaje.
Las coincidencias no terminaron allí. Los dos barcos, el real y el de ficción, tenían aproximadamente el mismo tonelaje y ambos desastres ocurrieron en el mismo sector del océano. Uno y otro eran considerados «insumergibles» y ninguno llevaba suficiente cantidad de botes salvavidas.
Coincidencia y premonición
Si se agrega la extraordinaria historia del Titanian, las coincidencias Titan-Titanic comienzan a desafiar la credulidad humana. El tripulante William Reeves, que estaba de guardia una noche de abril de 1935, durante un viaje del Titanian entre el Tyne y Canadá, tuvo un presentimiento. Cuando el Titanian llegó al lugar donde se habían hundido los otros dos barcos, la sensación era insoportable. Pero ¿podía Reeves detener el barco sólo por un presentimiento? Otro factor -una coincidencia más lo decidió: había nacido el día del desastre del Titanic. «¡Peligro avante!», gritó al puente. Las palabras apenas habían salido de su boca cuando un iceberg apareció en la oscuridad. El barco lo evitó por muy poco.
Otra categoría la constituyen las coincidencias que sugieren el comentario «el mundo es un pañuelo», y que reúnen a personas y lugares de forma inesperada. Todos hemos sido testigos, o incluso protagonistas, de alguno de estos hechos increíbles.
Si las coincidencias pueden jugar con el espacio y el tiempo en su búsqueda de «orden en el caos», no es sorprendente que vayan más allá de la tumba.
Mientras actuaba en una gira por Texas, en 1899, el actor canadiense Charles Francis Coghlan enfermó en Galveston y murió. Estaba demasiado lejos (5.600 km, por mar) para enviar sus restos a su pueblo de la isla Prince Edward, en el golfo de San Lorenzo. Fue enterrado en un ataúd de plomo, en una tumba excavada en granito. Sus huesos habían descansado menos de un año cuando el gran huracán de septiembre de 1900 azotó la isla de Galveston, inundando el cementerio. La tumba sufrió graves daños y el ataúd de Coghlan flotó hasta el golfo de México. Lentamente, derivó por la costa de Florida hacia el Atlántico, donde la corriente del Golfo lo arrastró hacia el Norte.
Pasaron ocho años. Un día de octubre de 1908, unos pescadores de la isla Prince Edward vieron un cajón alargado y estropeado por la intemperie flotar cerca de la costa. El cuerpo de Coghlan había vuelto a casa. Con respeto y temor, sus paisanos isleños enterraron al actor en la iglesia más próxima, donde había sido bautizado.
Paralelismo Lincoln-Kennedy
Cuando el hombre avanza un paso en su conocimiento de la realidad, ésta plantea nuevas preguntas inalcanzables:
* En 1860, Lincoln fue elegido presidente de los Estados Unidos; Kennedy, en 1960.
* Ambos fueron asesinados en presencia de sus respectivas esposas y en el mismo día de la semana, en viernes.
* Los dos fueron heridos mortalmente por una bala en la cabeza, disparada en ambos casos por la espalda.
* Los presidentes que les sucedieron se llamaban Johnson en uno y otro caso. Los dos Johnson representaban a los demócratas del Sur y ambos fueron también miembros del Senado. El sucesor de Lincoln, Andrew Johnson, nació en 1808; Lindon B. Johnson, en 1908.
* El presunto asesino de Lincoln, John Wiikes Booth, nació en 1839; el presunto asesino de Kennedy, Lee Harvey Oswald, en 1939. Ninguno de ambos presumibles ejecutores pudo ser juzgado, ya que ambos fueron asesinados antes de que eso pudiera ocurrir.
* El secretario de Lincoln, apellidado Kennedy, le aconsejó insistentemente que dejara de acudir al teatro donde resultó asesinado; el secretario de Kennedy, apellidado Lincoln, aconsejó al presidente que no fuera a Dallas.
* Las esposas de ambos presidentes perdieron un hijo mientras ocupaban la Casa Blanca.
* John Wilkes Booth dio muerte al presidents Lincoln en un teatro y huyó hasta un almacén; Lee Harvey Oswald disparó al parecer sobre el presidents Kennedy desde un almacén y huyó hasta un teatro.
¿Cuántas preguntas sin respuesta le ha suscitado la lectura de este caso? Interróguese sobre las casualidades que le hayan ocurrido en su vida, y tal vez empiece a ver el mundo de otra manera; o -lo que es lo mismo- a entender su propia vida y sus circunstancias desde otra óptica. No le pedimos que renuncie a la lógica, sino que complete su visión de la realidad con esos otros datos, difíciles de etiquetar, pero que de forma misteriosa humanizan el universo en que nos ha tocado vivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario