Mucha gente afirma haber visto a los ocupantes de los Ovnis; pero los relatos sobre la conducta de los llamados "humanoides" suelen ser extremadamente inconsistentes.
La moderna publicidad sobre los "platillos voladores" o fenómenos Ovni se inició en junio de 1947, cuando el piloto norteamericano Kenneth Arnold observó nueve extrañas naves voladoras en el estado de Washington. La insistencia de los informes sobre las altísimas velocidades y la asombrosa maniobrabilidad de los objetos observados llevó inevitablemente a que testigos, prensa y público en general supusieran que se trataba de una intrusión en nuestro espacio aéreo de visitantes extraterrestres... seres del espacio exterior. Y como el comportamiento de dichos objetos sugería una tecnología superior, se planteó la pregunta:
¿Controlados por quién, o por qué?
Este interrogante no encontró una rápida respuesta, pues, aunque el fenómeno era tan persistente que las Fuerzas Aéreas norteamericanas se vieron obligadas a organizar un grupo de investigación -el Proyecto Blue Book- las altas esferas no parecían interesadas en el tema. En 1952 habían sido registrados numerosos testimonios de observaciones y hasta de aterrizajes; pero el capitán Edward Ruppelt, oficial encargado del Proyecto, declaró, en su libro The report on UFOS (El informe de los Ovnis), que recibió una verdadera plaga de informes, y que su equipo ignoró muchos de ellos olímpicamente.
Afortunadamente, siempre hay personas cuya curiosidad supera la intransigencia oficial, y poco a poco fueron formándose grupos de investigadores civiles que, dentro de los límites de sus escasos recursos, reunieron y clasificaron informaciones de todo el mundo. En estos grupos figuraban los franceses Aimé Michel y Jacques Vallée (quien actualmente vive y trabaja en Estados Unidos), Coral y Jim Lorenzen y su Aerial Phenomena Research Organization (APRO) de Arizona, Len Stringfield de Ohio, el National Investigations Committee on Aerial Phenomena (NICAP) de Washington DC, a cuyo frente figuraba el mayor Donald Keyhoe (quien, al igual que Ruppelt, al principio no creía en las observaciones de aterrizajes), y, en Gran Bretaña, los seguidores de la Flying Saucer Review.
Ante la impresionante cantidad de pruebas recogidas por estos veteranos y otros investigadores, surge otro tema relacionado con los Ovnis: el de sus ocupantes. La forma, el tamaño, la apariencia y las actitudes de los pilotos en las versiones de los supuestos observadores son, con frecuencia, extraordinarios. Entre los miles de informes registrados no surge ni una sola imagen coherente acerca de su naturaleza e intenciones. Y, en ocasiones, estos extraterrestres han sido vistos sin que, aparentemente, les acompañara un Ovni.
Desde 1947 hasta 1952, mientras se discutía acaloradamente sobre la realidad de los Ovnis y sus ocupantes, seres al parecer homínidos habían sido vistos en Ovnis o cerca de ellos en lugares muy diferentes del mundo.
Por ejemplo, en Baurú, en el estado brasileño de Sáo Paulo, el 23 de julio de 1947 -menos de un mes después del encuentro aéreo de Kenneth Arnold cerca del monte Rainer, un agricultor llamado José Higgins y varios de sus compañeros vieron un gran disco metálico que se acercaba y se posaba en tierra. Mientras los demás huían aterrados, Higgins permaneció inmóvil, encontrándose de pronto frente a tres seres de más de 2 m de estatura que vestían trajes transparentes y llevaban unas cajas metálicas a la espalda. Una de las criaturas le apuntó con un tubo y avanzó hacia él como si quisiera agarrarlo, pero Higgins pudo esquivarla y observó que se resistía a seguirlo hasta donde daba el sol.
Los tres seres tenían voluminosas cabezas calvas, grandes ojos redondos, sin cejas, y largas piernas. Saltaban y brincaban, levantando grandes piedras y arrojándolas lejos. También hicieron hoyos en el suelo, quizá tratando de indicar algo así como las posiciones de los planetas alrededor del Sol, y señalando de modo especial el séptimo a partir del centro: ¿hacían referencia a Urano? Luego, las criaturas volvieron a entrar en la nave, que despegó emitiendo un silbido. El relato de Higgins apareció en dos diarios brasileños.
Tres semanas más tarde, y muy lejos de allí, se produjo otra extraordinaria observación. El 14 de agosto de 1947, el profesor Johannis paseaba por la montaña cerca de Villa Santina, Carni, en la provincia italiana de Friuli, cuando de pronto vio un platillo metálico rojo en una hendidura rocosa. El profesor salió de entre los árboles para contemplarlo mejor, y entonces notó que dos seres que parecían enanos le seguían caminando a pasitos, con las manos totalmente pegadas a los costados y las cabezas inmóviles. Cuando las extrañas criaturas se acercaron a Johannis, a éste le fallaron las fuerzas; parecía como paralizado.
Los pequeños seres, con menos de un metro de estatura, vestían trajes azules transparentes, con cinturón y cuello rojos. El testigo, que no apreció pelo alguno en la cabeza de las criaturas, describió el color de la piel de sus caras como "verde terroso". También distinguió narices rectas, bocas como cortes que se abrían y cerraban como las de los peces, y grandes ojos redondos y saltones.
Johannis declaró que, en un impulso repentino, les gritó, agitando su pico de alpinismo. Entonces, uno de los enanos llevó la mano al cinturón, de cuyo centro brotó como una bocanada de humo, y el pico salió despedido de la mano de Johannis, que cayó de espaldas. Después, uno de los seres recogió el pico y se dirigió junto con su compañero hacia el platillo, que en seguida despegó y, tras flotar unos instantes sobre el aterrorizado profesor, súbitamente pareció como encogerse y desapareció.
El 19 de agosto de 1949, en el Valle de la Muerte, en California, dos buscadores de minerales observaron lo que parecía el aterrizaje de emergencia de un platillo. Al acercarse, vieron a dos pequeños seres que salían del aparato y corrieron tras ellos hasta que se perdieron entre las dunas. Cuando los hombres volvieron al lugar del aterrizaje, el platillo había desaparecido.
El 18 de marzo de 1950, el estanciero argentino Wilfredo Arévalo vio un platillo "de aluminio" que se posaba en el suelo, mientras otro se mantenía en el aire a poca distancia. El objeto que aterrizó estaba rodeado de un vapor azul verdoso, y en su centro había una cabina transparente en la que Arévalo distinguió "cuatro hombres altos, bien formados, vestidos con ropa que parecía de celofán". Cuando se dieron cuenta de que eran observados, enfocaron al estanciero con un rayo de luz, y entonces el platillo tomó un color azul más brillante, brotaron llamas de su base y se levantó del suelo. Los dos objetos desaparecieron rápidamente en dirección a la frontera con Chile.
Aunque estos informes prometían ser material interesante para futuras investigaciones, no parecían indicar una amenaza seria de invasión extraterrestre. Quizá la resistencia de los medios oficiales a tomarlos en consideración se debía simplemente al temor al ridículo. Para denominar a estos seres, los investigadores adoptaron la palabra "humanoides".
Pero en 1953 sucedió algo que conmocionó a los investigadores más rigurosos. Durante ese año un cierto George Adamski hizo su aparición en el mundo de los Ovnis con un libro cuyo coautor era Desmond Leslie: Flying saucers have landed (Los platillos volantes han aterrizado). En esta controvertida obra, Adamski afirmaba que había hablado con un ser de un platillo volante, y que había tomado fotos de la nave. El libro, que se transformó rápidamente en un best-seller, fue de gran utilidad para los investigadores -aunque éstos nunca lo admitirían-, pues hizo que miles de lectores casuales se interesaran por la ufología.
Adamski y el venusino
George Adamski (1891-1965) era un astrónomo aficionado que operaba con sus telescopios reflectores newtonianos desde su casa en Palomar Gardens, en California. Sentía un interés obsesivo por los informes sobre platillos volantes, y afirmó haberlos visto y fotografiado telescópicamente en varias ocasiones, como el 5 de marzo de 1951, cuando logró filmar un gigantesco objeto en forma de cigarro rodeado por naves exploradoras, y el 1 de mayo de 1952, en que tomó una foto de otra nave madre gigantesca en forma de puro. Más tarde, el 20 de noviembre de 1952, Adamski se dirigió con un pequeño grupo de amigos a un lugar cercano a la carretera de Parker, en Arizona, para buscar y fotografiar Ovnis.
Tras montar un telescopio portátil con un objetivo, de 15 cm de diámetro, en un lugar conveniente, Adamski se instaló a la espera de acontecimientos, mientras sus compañeros se retiraban para observar desde una cierta distancia. No pasó mucho tiempo para que se viera recompensado con la visión de un objeto que aterrizaba entre las colinas que tenía en frente; lo fotografió desde lejos.
Entonces apareció una persona y se le acercó. El desconocido, que debía medir alrededor de 1,70 m, vestía ropas parecidas a las de un esquiador y llevaba los cabellos largos hasta los hombros. Adamski afirmó que pudieron comunicarse telepáticamente sobre diversas cosas, y que el visitante le había indicado que venía de Venus.
Entonces llegó una lancha exploradora, y el desconocido, rechazando la petición de Adamski para que le dejara acompañarle, se marchó llevándose uno de sus rollos de película. El 13 de diciembre el venusino volvió a la Tierra trayéndoselo de vuelta, y entonces fue cuando Adamski pudo tomar fotos de la nave de cerca.
En su segundo libro, Inside the spaceships (Dentro de las naves espaciales), Adamski afirmaba que, finalmente, había realizado un viaje alrededor de la Luna y que un compañero le señaló los ríos y lagos de la cara oculta.
Todo esto parece indicar que Adamski no dijo la verdad, o que fue engañado deliberadamente por entidades interesadas en sembrar la confusión en la Tierra. Quizá la historia que contó era real para él; que decidiera elaborarla y adornarla aquí y allá es otro tema. Mientras tanto, los informes acerca de visitas de tripulantes humanoides de Ovnis han seguido aumentando a lo largo de los años.
La moderna publicidad sobre los "platillos voladores" o fenómenos Ovni se inició en junio de 1947, cuando el piloto norteamericano Kenneth Arnold observó nueve extrañas naves voladoras en el estado de Washington. La insistencia de los informes sobre las altísimas velocidades y la asombrosa maniobrabilidad de los objetos observados llevó inevitablemente a que testigos, prensa y público en general supusieran que se trataba de una intrusión en nuestro espacio aéreo de visitantes extraterrestres... seres del espacio exterior. Y como el comportamiento de dichos objetos sugería una tecnología superior, se planteó la pregunta:
¿Controlados por quién, o por qué?
Este interrogante no encontró una rápida respuesta, pues, aunque el fenómeno era tan persistente que las Fuerzas Aéreas norteamericanas se vieron obligadas a organizar un grupo de investigación -el Proyecto Blue Book- las altas esferas no parecían interesadas en el tema. En 1952 habían sido registrados numerosos testimonios de observaciones y hasta de aterrizajes; pero el capitán Edward Ruppelt, oficial encargado del Proyecto, declaró, en su libro The report on UFOS (El informe de los Ovnis), que recibió una verdadera plaga de informes, y que su equipo ignoró muchos de ellos olímpicamente.
Afortunadamente, siempre hay personas cuya curiosidad supera la intransigencia oficial, y poco a poco fueron formándose grupos de investigadores civiles que, dentro de los límites de sus escasos recursos, reunieron y clasificaron informaciones de todo el mundo. En estos grupos figuraban los franceses Aimé Michel y Jacques Vallée (quien actualmente vive y trabaja en Estados Unidos), Coral y Jim Lorenzen y su Aerial Phenomena Research Organization (APRO) de Arizona, Len Stringfield de Ohio, el National Investigations Committee on Aerial Phenomena (NICAP) de Washington DC, a cuyo frente figuraba el mayor Donald Keyhoe (quien, al igual que Ruppelt, al principio no creía en las observaciones de aterrizajes), y, en Gran Bretaña, los seguidores de la Flying Saucer Review.
Ante la impresionante cantidad de pruebas recogidas por estos veteranos y otros investigadores, surge otro tema relacionado con los Ovnis: el de sus ocupantes. La forma, el tamaño, la apariencia y las actitudes de los pilotos en las versiones de los supuestos observadores son, con frecuencia, extraordinarios. Entre los miles de informes registrados no surge ni una sola imagen coherente acerca de su naturaleza e intenciones. Y, en ocasiones, estos extraterrestres han sido vistos sin que, aparentemente, les acompañara un Ovni.
Desde 1947 hasta 1952, mientras se discutía acaloradamente sobre la realidad de los Ovnis y sus ocupantes, seres al parecer homínidos habían sido vistos en Ovnis o cerca de ellos en lugares muy diferentes del mundo.
Por ejemplo, en Baurú, en el estado brasileño de Sáo Paulo, el 23 de julio de 1947 -menos de un mes después del encuentro aéreo de Kenneth Arnold cerca del monte Rainer, un agricultor llamado José Higgins y varios de sus compañeros vieron un gran disco metálico que se acercaba y se posaba en tierra. Mientras los demás huían aterrados, Higgins permaneció inmóvil, encontrándose de pronto frente a tres seres de más de 2 m de estatura que vestían trajes transparentes y llevaban unas cajas metálicas a la espalda. Una de las criaturas le apuntó con un tubo y avanzó hacia él como si quisiera agarrarlo, pero Higgins pudo esquivarla y observó que se resistía a seguirlo hasta donde daba el sol.
Los tres seres tenían voluminosas cabezas calvas, grandes ojos redondos, sin cejas, y largas piernas. Saltaban y brincaban, levantando grandes piedras y arrojándolas lejos. También hicieron hoyos en el suelo, quizá tratando de indicar algo así como las posiciones de los planetas alrededor del Sol, y señalando de modo especial el séptimo a partir del centro: ¿hacían referencia a Urano? Luego, las criaturas volvieron a entrar en la nave, que despegó emitiendo un silbido. El relato de Higgins apareció en dos diarios brasileños.
Tres semanas más tarde, y muy lejos de allí, se produjo otra extraordinaria observación. El 14 de agosto de 1947, el profesor Johannis paseaba por la montaña cerca de Villa Santina, Carni, en la provincia italiana de Friuli, cuando de pronto vio un platillo metálico rojo en una hendidura rocosa. El profesor salió de entre los árboles para contemplarlo mejor, y entonces notó que dos seres que parecían enanos le seguían caminando a pasitos, con las manos totalmente pegadas a los costados y las cabezas inmóviles. Cuando las extrañas criaturas se acercaron a Johannis, a éste le fallaron las fuerzas; parecía como paralizado.
Los pequeños seres, con menos de un metro de estatura, vestían trajes azules transparentes, con cinturón y cuello rojos. El testigo, que no apreció pelo alguno en la cabeza de las criaturas, describió el color de la piel de sus caras como "verde terroso". También distinguió narices rectas, bocas como cortes que se abrían y cerraban como las de los peces, y grandes ojos redondos y saltones.
Johannis declaró que, en un impulso repentino, les gritó, agitando su pico de alpinismo. Entonces, uno de los enanos llevó la mano al cinturón, de cuyo centro brotó como una bocanada de humo, y el pico salió despedido de la mano de Johannis, que cayó de espaldas. Después, uno de los seres recogió el pico y se dirigió junto con su compañero hacia el platillo, que en seguida despegó y, tras flotar unos instantes sobre el aterrorizado profesor, súbitamente pareció como encogerse y desapareció.
El 19 de agosto de 1949, en el Valle de la Muerte, en California, dos buscadores de minerales observaron lo que parecía el aterrizaje de emergencia de un platillo. Al acercarse, vieron a dos pequeños seres que salían del aparato y corrieron tras ellos hasta que se perdieron entre las dunas. Cuando los hombres volvieron al lugar del aterrizaje, el platillo había desaparecido.
El 18 de marzo de 1950, el estanciero argentino Wilfredo Arévalo vio un platillo "de aluminio" que se posaba en el suelo, mientras otro se mantenía en el aire a poca distancia. El objeto que aterrizó estaba rodeado de un vapor azul verdoso, y en su centro había una cabina transparente en la que Arévalo distinguió "cuatro hombres altos, bien formados, vestidos con ropa que parecía de celofán". Cuando se dieron cuenta de que eran observados, enfocaron al estanciero con un rayo de luz, y entonces el platillo tomó un color azul más brillante, brotaron llamas de su base y se levantó del suelo. Los dos objetos desaparecieron rápidamente en dirección a la frontera con Chile.
Aunque estos informes prometían ser material interesante para futuras investigaciones, no parecían indicar una amenaza seria de invasión extraterrestre. Quizá la resistencia de los medios oficiales a tomarlos en consideración se debía simplemente al temor al ridículo. Para denominar a estos seres, los investigadores adoptaron la palabra "humanoides".
Pero en 1953 sucedió algo que conmocionó a los investigadores más rigurosos. Durante ese año un cierto George Adamski hizo su aparición en el mundo de los Ovnis con un libro cuyo coautor era Desmond Leslie: Flying saucers have landed (Los platillos volantes han aterrizado). En esta controvertida obra, Adamski afirmaba que había hablado con un ser de un platillo volante, y que había tomado fotos de la nave. El libro, que se transformó rápidamente en un best-seller, fue de gran utilidad para los investigadores -aunque éstos nunca lo admitirían-, pues hizo que miles de lectores casuales se interesaran por la ufología.
Adamski y el venusino
George Adamski (1891-1965) era un astrónomo aficionado que operaba con sus telescopios reflectores newtonianos desde su casa en Palomar Gardens, en California. Sentía un interés obsesivo por los informes sobre platillos volantes, y afirmó haberlos visto y fotografiado telescópicamente en varias ocasiones, como el 5 de marzo de 1951, cuando logró filmar un gigantesco objeto en forma de cigarro rodeado por naves exploradoras, y el 1 de mayo de 1952, en que tomó una foto de otra nave madre gigantesca en forma de puro. Más tarde, el 20 de noviembre de 1952, Adamski se dirigió con un pequeño grupo de amigos a un lugar cercano a la carretera de Parker, en Arizona, para buscar y fotografiar Ovnis.
Tras montar un telescopio portátil con un objetivo, de 15 cm de diámetro, en un lugar conveniente, Adamski se instaló a la espera de acontecimientos, mientras sus compañeros se retiraban para observar desde una cierta distancia. No pasó mucho tiempo para que se viera recompensado con la visión de un objeto que aterrizaba entre las colinas que tenía en frente; lo fotografió desde lejos.
Entonces apareció una persona y se le acercó. El desconocido, que debía medir alrededor de 1,70 m, vestía ropas parecidas a las de un esquiador y llevaba los cabellos largos hasta los hombros. Adamski afirmó que pudieron comunicarse telepáticamente sobre diversas cosas, y que el visitante le había indicado que venía de Venus.
Entonces llegó una lancha exploradora, y el desconocido, rechazando la petición de Adamski para que le dejara acompañarle, se marchó llevándose uno de sus rollos de película. El 13 de diciembre el venusino volvió a la Tierra trayéndoselo de vuelta, y entonces fue cuando Adamski pudo tomar fotos de la nave de cerca.
En su segundo libro, Inside the spaceships (Dentro de las naves espaciales), Adamski afirmaba que, finalmente, había realizado un viaje alrededor de la Luna y que un compañero le señaló los ríos y lagos de la cara oculta.
Todo esto parece indicar que Adamski no dijo la verdad, o que fue engañado deliberadamente por entidades interesadas en sembrar la confusión en la Tierra. Quizá la historia que contó era real para él; que decidiera elaborarla y adornarla aquí y allá es otro tema. Mientras tanto, los informes acerca de visitas de tripulantes humanoides de Ovnis han seguido aumentando a lo largo de los años.
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