jueves, 10 de diciembre de 2009

La energía de los Apolo

Durante treinta años la NASA ha mantenido un secreto cuya divulgación habría revolucionado la explotación energética, la automoción y la aviación. De haberlo hecho público, la emisión de CO2, uno de los mayores causantes del calentamiento del planeta, hoy sería insignificante.

Desde que Sir Isaac Newton, en 1666, formuló la Ley de la Gravitación Universal, se asumió que la gravedad de la Luna era aproximadamente de un sexto, un 16,66% de la terrestre, por lo que allí, cualquier objeto sería seis veces más ligero. La atracción gravitatoria entre dos masas, en este caso planeta y satélite, define una llamada "zona neutra", en la que sus respectivos campos gravitatorios se compensan, y en teoría, un objeto allí abandonado, no caería hacia ninguno de estos cuerpos celestes. La distancia media entre la Tierra y la Luna es de 384.000 kilómetros, y de acuerdo a las fórmulas de Newton, esta zona neutra se hallaría aproximadamente a 1/9 de distancia, aproximadamente a 38.400 kilómetros del centro de la Luna, cuya influencia gravitatoria es mucho más reducida. El conocimiento exacto de la ubicación de la zona neutra es fundamental para los cálculos que marcan el rumbo de los cohetes, su velocidad, su pérdida de masa en combustible, etc.

En 1982, el ingeniero nuclear y profesor de Oregon State University, William L. Brian II, publicó un libro, ahora imposible de encontrar, titulado Moongate: Suppressed Findings of De U.S Space Progran. (The NASA-Military Cover-Up)- "Moongate: Descubrimientos suprimidos del programa espacial de EE.UU. (La Tapadera de la NASA-Militares)"- aludiendo al escándalo Watergate que costó la presidencia a Nixon. Recogemos algunos datos de este libro.

Werner von Braun, máximo responsable del programa espacial de la NASA, en la edición de 1969 de su History of Rocketry & Space Travel -"Historia de la cohetería y viajes espaciales"-, tuvo un desliz. Se le escapó afirmar que la zona neutra entre la Tierra y la Luna se halla a 69.983 kilómetros del centro de esta última, (en lugar de los 38.000 kilómetros estimados desde Newton, hasta los años 1950). Otras publicaciones basadas en información de la NASA, la sitúan entre 62.000 y 70.000 kilómetros. La densidad media, la masa y la gravedad de la Luna serían superiores a lo estimado.

Brian analiza los movimientos de los astronautas en el suelo lunar, que de acuerdo a los datos proporcionados por la NASA, con una escafandra espacial de 82 kg de peso, sumados a otros tantos del astronautas, resultarían 27 kg si la gravedad de la Luna fuera de 1/6 de la terrestre. Pero no parece así: movimientos dificultosos, caídas tontas, dificultad en levantarse sin ayuda, fatiga inexplicable con consumo alarmante de oxígeno, ridículos saltos menores de medio metro... La conclusión de Brian es que el peso auténtico del traje espacial y la mochila es de 34 kg, lo que sumado a los del astronauta serían 116 kg, que en la gravedad del 64% estimada por él en la Luna, representarían 74 kg, lo cual explicaría todo lo anterior.

A partir de esto. Brian ha hecho unos cálculos que le han dado una gravitación lunar del 64% de la terrestre, lo que es discutible, pero al analizar el comportamiento de los astronautas sobre el suelo lunar, parece que responde a la gravitación por él estimada. Ello condiciona todo el programa de exploración de la Luna.

Cohetes insuficientes

Si la atracción gravitatoria en la superficie de la Luna es un 64% de la terrestre, el LM, módulo lunar, tanto para frenar su caída y hacer un alunizaje suave, como para el posterior despegue de la cápsula adosada, requeriría unas características semejantes a las de un Titán II, de unos 30 metros de largo y 150.000 kg de peso. El módulo lunar, según la NASA, pesa sólo 15.000 kg. Con estas medidas y peso, es imposible que pueda llevar el combustible necesario para las maniobras de alunizaje y despegue en una gravedad del 64% de la terrestre. Sin embargo sí parece claro que lo que se posaba en la Luna era el LM, módulo lunar, esa especie de insecto monstruoso que nos ha mostrado repetidas veces la NASA, y que ahora se halla en el Smithsonian Museum. Evidentemente no era un artefacto mucho mayor, como el referido Titán II. Por este motivo, Brian deduce que además de cohetes, el módulo lunar llevaba un sistema antigravitatorio que reducía su peso quizás a un 20% del total, los 15.000 kg se quedaban en 3.000 kg o menos, y los cohetes ya eran operativos.

La antigravitación

En 1927 los investigadores polacos Kowsky y Frost, al aplicar un potente campo electrostático intermitente a una pastilla de cuarzo de sólo 5 X 2 X 1,5 mm, cruzado con un campo electromagnético de altísima frecuencia, observaron un hecho inverosímil: el cristalito se enturbió, se hinchó incrementando su volumen 800 veces, volviéndose poroso como el PE expandido, llamado corcho blanco, y se elevó. En posteriores pruebas levantaba un peso de 25 kg. El experto en gravitación J. G. Gallimore asegura que en 1980, reprodujo el experimento con éxito. Pero ya antes, John W. Keely, a finales del siglo pasado, descubrió sistemas antigravitatorios que hacían levitar objetos pesados por medio de combinaciones de sonidos que producían resonancias armónicas, pero son prácticamente irreproducibles.

En 1930 Viktor Schauberger estaba probando su "motor de implosión", una turbina en circuito cerrado de agua que describía un movimiento espiral muy sofisticado, cuando ésta empezó a rodearse de una luminosidad azulada, con una carga estática de miles de voltios. Para sorpresa y susto de los presentes, arrancó los anclajes del suelo y se elevó, estrellándose contra el techo. El artefacto pesaba más de cien kg. Cuando, durante la II Guerra Mundial, Schauberger fue obligado a trabajas para los alemanes, diseñó dos prototipos de platillo volante: A y B, de unos 65 cm de diámetro, construidos por la compañía Kertl de Viena y montados en Schloss Schönbrunn. Llevaban un circuito cerrado de una mezcla de agua y aire, movido por un pequeño motor eléctrico proporcionado por la Luftwaffe que alcanzaba 20.000 rpm. Al poner en marcha el modelo A, sin autorización de Schauberger, se rompieron los anclajes y con gran disgusto suyo, se estrelló contra el techo del hangar y se destrozó. Schauberger, basándose en la resistencia de los tornillos, estimó la fuerza ascensorial equivalente a 228 toneladas. Poco antes de su muerte, en 1958, fue forzado a ceder sus secretos al consorcio americano Donner-Gerchsheimer. Donner, era un magnate del metal. Gerchsheimer, un prestigioso ingeniero nacido en Baviera y nacionalizado estadounidense antes de iniciarse la II Guerra Mundial. Durante la ocupación aliada de Alemania, fue la autoridad civil de más alto rango en la zona americana, con considerable influencia política. Estaba interesadísimo en los descubrimientos de Schauberger y además era amigo de Werner von Braun...

En 1921, el profesor francés Marcel Pagés, reproduciendo un experimento de Faraday, hacía levitar un disco de mica de unos 25 cm de diámetro, cargado con un altísimo potencial eléctrico. Antonio Ribera presenció en 1967 una demostración que le impresionó profundamente. Parece que la General Electric americana, uno de los fabricantes más importantes de turborreactores, le subvencionada para que no divulgase sus secretos. Los servicios secretos franceses y el Deuxième Bureau le protegían discretamente para evitar su rapto por el Bloque del Este. Según Pagés, la General Electric había construido en secreto un prototipo mucho mayor.

En 1952 el británico John Searl, al probar una máquina discoidal generadora de energía libre, de un metro de diámetro y alimentada por un pequeño motor que hacía girar una serie de imanes periféricos, logró que alcanzara un potencial de 100.000 voltios. Empezó a girar por sí mismo a gran velocidad, se elevó rompiendo los cables que lo alimentaban y se quedó levitando inmóvil mientras se rodeaba de un halo luminoso rosado. Cuando adquirió mayor velocidad, se escapó hacia el espacio y nunca se pudo recuperar el dispositivo. Posteriormente repitió pruebas con otros modelos mayores que pudo controlar y la BBC produjo un reportaje incluyendo demostraciones de vuelo.

Podríamos citar otros inventores como el escocés Sandy Kidd, con sus giróscopos levitadores, o el americano Floyd Sweet, con su VTA, Vacuum Triode Amplifier, un generador de energía libre formado por un bloque rectangular de ferrita de bario, de 3 kg de peso, envuelto en tres devanados perpendiculares entre sí, que en una prueba presenciada por el físico Tom Bearden, al aplicarle una corriente de 1 miliamperio a 9 voltios, o sea, 9 miliwatios, aparte de proporcionar 5 kilowatios perdió el 90% de su peso y, además, enfrió el ambiente. Otros generadores de energía libre también han mostrado el mismo fenómeno, aunque de manera menos pronunciada. Desgraciadamente son experimentos poco reproducibles, con abundantes fallos.

Quizás el inventor de antigravedad más conocido es Thomas Townsend Brown, descubridor con Biefeld del llamado efecto Biefeld-Brown, por el que un condensador cargado genera un empuje por el lado negativo. Entre 1926 y 1960 construyó una serie de aparatos discoidales. Uno de 60 cm, en vuelo circular, como los aeromodelos, alcanzaba una velocidad de 18 km/h con un consumo de 50 W. En la sociedad SNCASO constructora del Caravelle y del Concorde, se hicieron pruebas en vacío, alcanzando una velocidad tan alta que había que interrumpir el vuelo. Aunque todos los procedimientos que hemos apuntado son tecnológicamente distintos, al final coinciden en el efecto antigravitatorio de una sustancia dieléctrica o aislante con una carga eléctrica de kilovoltios, lo que Brown aplicaba directamente.
Una de las autoridades mundiales más prestigiosas en antigravedad, es el japonés Dr. Shinichi Seike, director del Gravity Research Laboratory, en Uwajima City, Werner von Braun tenía amistad con él y hacía frecuentes viajes al Japón para cambiar impresiones.

El gran secreto

Con estos precedentes, ya en 1960, e incluso antes, la NASA tenía una perfecta información de estos procedimientos y otros públicamente desprestigiados y ridiculizados, cuya exclusiva guardaría celosamente. Es lógico que con tal abundancia de posibilidades en sistemas antigravitatorios interesase estudiarlos, desarrollarlos y verificarlos. Como prueba de ello, la NASA ha publicado una serie de documentos sobre experiencias de levitación electrostática, suponemos subproductos inocuos de serios ensayos. Imaginamos a Gerchsheimer, entusiasta de Schauberger y propietario de sus descubrimientos, machacando en alemán a Von Braun. A la NASA no le era difícil conseguir un sistema antigravitatorio ligero y disimulado, que sin necesidad de una escandalosa levitación, aligerase el 80% del peso del módulo lunar. En la Luna no había testigos terrestres y nadie iba a enterarse. Todos creerían que las maniobras de alunizaje y despegue se debían exclusivamente a cohetes. Sin embargo, en Tierra debían seguir con los monstruosos cohetes de 3.000 toneladas. Si usaban estos ridiculizados hallazgos antigravitatorios, todo el mundo se enteraría y nuevos inventores se movilizarían para reproducirlos y mejorarlos.

Los soviéticos carecerían de la información que permite desarrollar tecnologías antigravitatorias y, aunque estaban más avanzados en las primeras fases del viaje lunar, les faltaba el final, el alunizaje y posterior despegue. De aquí su fracaso en esta parte del programa espacial, la conquista de la Luna. También es posible que tuvieran esta información, pero no la desarrollaron, cegados por el dirigismo político nacionalista-leninista, adorador del bolchevique Tsiolkowsky, que en tiempos del Zar, fue el primer inventor, calculador y profeta de los grandes cohetes de etapas para ir a la Luna.

Es probable que en la actualidad estos procedimientos antigravitatorios y otros que estén estudiando y perfeccionando en un sector de la llamada Área 51, cuyo nombre oficial es, irónicamente, el poético Dreamland - "País de los Sueños"-. En este territorio prohibidísimo del Estado de Nevada, con unas enormes instalaciones subterráneas, se están ensayando toda clase de prototipos secretos, entre ellos platillos volantes "Made in USA", y allí se tendrán guardados hasta que los mandamases de la política mundial decidan manifestarse al respecto. Hay fundados rumores, y físicos como Paul LaViolette y Elizabeth Rauscher están convencidos de que el bombardero invisible B-2 Stealth, sin ser un platillo, cuenta con un sistema de propulsión auxiliar basado en el efecto antigravitatorio Biefeld-Brown, que sólo activa a gran altura.

También tenemos que tener presente, que según los documentos salidos a la luz del MJ-12, en el pacto inicial con los EBEs, Estados Unidos pedía información para desarrollar un sistema antigravitatorio. De nuevo, todo es oscuro, pero siempre hay un destello para quien se atreve y quiere ver.

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