Corre el año 857 y los ciudadanos de Roma ovacionan al Papa Juan VIII mientras este desfila en procesión desde la basílica de San Pedro hasta su residencia, hasta el palacio Laterano. Al pasar por un estrecho callejón, el Papa tropieza y cae. Todos acuden a socorrerle pero he aquí la sorpresa: el Santo Padre resulta ser una mujer que se ha puesto de parto y que, allí mismo, va a traer al mundo a su hijo.
Horrorizados, escandalizados y furiosos, los seguidores, devotos hasta la obsesión, rodean a la indefensa parturienta, la atrapan, la llevan fuera de la ciudad y, allí, la apedrean hasta matarla.
Esta es una leyenda que aun no ha podido ser verificada, pero que sí que fue muy popular durante el siglo XIII y posteriores. Si nos vamos hasta sus orígenes, encontramos la historia de Juana, hija de unos misioneros que vivían en Mainz, Alemania, allá por el año 818.
Se cuenta que Juana se enamoró siendo muy joven, sólo tenía 12 años, de un monje y para seguirlo se hizo pasar por hombre e ingresó en el mismo monasterio que su amado. Haciéndose llamar Juan Anglicus, oraba de día y amaba de noche.
Pero fueron descubiertos y ambos tuvieron que escapar. En algún punto del camino, el objeto de deseo de Juana se evaporó y ella continuó sola hacia Roma con su atuendo masculino. Allí trabajó como maestro y destacó notablemente en la sociedad romana de la época. Reconocido su talento y elocuencia natural por los mismos cardenales, al morir el Papa León IV en 855, Juan, que así la conocían, fue elegida como su sucesor. Así, llegó a ser conocida como Juan VIII.
Pero quedó embarazada de su sirviente más personal y esto la llevó al desastre. Tras el parto público y tan desgraciado final, se nombró un nuevo Papa, Benedicto III. Además, se le puso a éste como fecha de su nombramiento el año 855, y así se borró de un plumazo la existencia de Juana en el Papado. Años después, hubo otro Papa Juan, pero no se le puso Juan IX, sino Juan VIII.
Aunque existen referencias históricas, eso si, nada concluyentes, y se han encontrado vestigios de su posible existencia en estatuas y otras obras de arte, lo cierto es que los historiadores no se ponen de acuerdo. Por ejemplo, durante más de dos siglos hubo en la Catedral de Siena, Italia, una estatua llamada “Papa Juan VIII, una mujer inglesa”, y que estaba situado entre los bustos de distintos Papas. Y allí estuvo hasta que el también Papa Clemente VIII lo renombró como “Papa Zacarías”.
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