martes, 31 de agosto de 2010

Leyenda de Enrique III de Castilla

Cuenta la leyenda que aquél día don Enrique III rey de Castilla fue de caza, aún era menor de edad y no debía ocuparse de los asuntos de gobierno. Anduvo por el monte acompañado de algunos nobles ricamente vestidos algunos, otros enfundados en sus brillantes armaduras y armados con ballestas. La jornada fue dura y cuando llegó la hora de regresar a palacio ya había asomado la luna por los espesos y oscuros montes castellanos.

Sudorosos se sentaron a la mesa y con gran sorpresa vio como nadie le atendía, mandó a un paje para que fuera a investigar qué pasaba, al poco tiempo regresó a presencia del rey y le dijo con cierto nerviosismo que en palacio no había nada que comer. Don Enrique pensó que se trataba de una absurda broma e insistió en que ya era la hora de la cena, pero el mayordomo insistió en que no había nada que servir, las despensas estaban vacías.

Comprendió entonces el rey que se le estaba diciendo la verdad y que no había ni un solo bocado que llevarse a la boca. Para no quedarse esa noche sin cena, el rey mandó coger el mejor gabán de su vestuario y se llevara a empeñar a la judería para poder sacar algunos maravedíes que le permitieran esa noche acallar su estómago.

Cuando por fin llegaron las viandas, observó que alrededor suyo sólo se encontraban el mayordomo y un cocinero, preguntó de nuevo irritado a qué se debía aquello, y respondieron que como no quedaba ni un maravedí en las arcas del castillo, los criados y servidores habían cometido la tremenda felonía (traición) de abandonar el castillo durante la ausencia del rey en la cacería. El rey entonces comenzó a recapacitar y pensó que si sus arcas estaban vacías cómo sería entonces la vida de sus vasallos.

Preguntó insistentemente a su criado, tanta fue su insistencia que le confesó muy secretamente que los regentes del reino eran como aves de rapiña para el tesoro real, habían diezmado las arcas y los recursos de todos los vasallos para provecho propio.

Asombrado el joven Enrique preguntó cómo podía obtener pruebas de semejante acusación y el criado le respondió que esa misma noche uno de los regentes daba un gran banquete en su castillo, al que estaban invitados todos los nobles de la corte.

El rey quedó asombrado de lo que oía, y después de meditar un rato confió a su criado el deseo de asistir a aquel banquete disfrazado para ver con sus propios ojos lo que ocurría. Hizo su deseo realidad y al cabo de una hora se presentó ante las murallas del castillo donde tendría lugar la fiesta, todo era lujo y alegría y se observaba gran magnificencia. El rey iba vestido de pobre trovador no encontró obstáculo para entrar pues los trovadores eran muy apreciados en la época. Comenzó a tocar su laúd y muchos nobles comenzaron a escucharle atentamente, su actuación fue magnífica pues el rey siempre había sido muy aficionado a los cantares y a la música de la época, tanto fue así que fue invitado a compartir un rincón de la opulenta mesa y allí comentó que era un pobre huérfano, aunque de ilustre cuna, que apenas había comido aquel día y que lo peor era que sus tutores dilapidaban sus rentas dejándole empobrecido y no teniendo más remedio que dedicarse a cantar y entretener en los banquetes de los nobles y por las callejuelas de las ciudades de Castilla.

El arzobispo y los demás nobles se indignaron al oír semejante historia y cada uno de ellos expuso el castigo que a su entender aplicarían a los indeseables tutores. El rey mientras tanto agradecía con amables palabras tanta comprensión y poco a poco con la conversación, el vino y la comida se fueron desatando las lenguas y cada uno comenzó a referir con grandes risotadas las artes de las que se había valido para aumentar sus riquezas a costa del joven e inexperto rey.

Tentado estuvo en mas de una ocasión el rey de quitarse las pinturas de la cara y el ridículo disfraz y darse a conocer, pero se contuvo y decidió esperar.

Cuando terminó la fiesta, salió del castillo y se dirigió a palacio pensando entre la prudencia y la furia cómo vengarse de los malos administradores y corruptos nobles de su reino.

Decidió días después celebrar un banquete y convidar al mismo a todos los que habían tenido la bondad de invitarle como juglar. Hizo pregonar por todas partes la suntuosidad de la que iba a hacer gala , de forma que los nobles quedaron sorprendidos pues pensaban que el rey no disponía apenas de recursos, así que entre el ansia de un banquete y la curiosidad acudieron todos en masa. A la hora señalada de la comida acudieron todos a palacio y allí fueron introducidos en el salón real. Pero su asombro fue grande cuando vieron que las mesas estaban vacías ya que en vez de deliciosos manjares sólo había comida sencilla y unos cuantos trozos de pan con un jarro de agua para cada uno. En la cabecera de la enorme mesa estaba sentado el rey armado con su armadura de batalla y con una enorme espada desenfundada. Se sentaron en silencio y aguardaron a que el rey rompiera con su voz tanto misterio, comenzaron a comer, aunque a mas de uno se le atragantó el humilde pan campesino. Cuando terminaron el rey les hizo pasar a una sala donde había una especie de púlpito y las ventanas estaban tapadas con crespones negros . Al ver esto los nobles comenzaron a sentir temor. El rey con enérgica voz comenzó a imponerles a cada uno de ellos el castigo que hacía unos días habían impuesto para los dilapidadores de la fortuna del juglar, una vez que hubo terminado, los aterrorizados nobles que se vieron descubiertos, observaron como decenas de soldados entraban en la dependencia armados y con ellos un sacerdote y un verdugo con una enorme hacha.

Los temerosos nobles perdieron la compostura definitivamente y se arrojaron a los pies del rey pidiendo clemencia, implorando perdón e incluso llorando de terror al verse muertos con el cuerpo separado de su cabeza.

El rey tuvo piedad y les perdonó la vida a cambio de que devolvieran todo lo robado y le juraran eterna fidelidad pues no quería empezar su reinado con un baño de sangre. De esta forma el rey se ganó el calificativo de piadoso y justo y el respeto de los nobles que ya dejaron de verle como a un joven inexperto.

lunes, 30 de agosto de 2010

Leyenda del atrapasueños

Hace mucho tiempo cuando el mundo era joven, un viejo líder espiritual Lakota estaba en una montaña alta y tuvo una visión. En esta visión Iktomi, el gran maestro bromista de la sabiduría apareció en la forma de una araña.

Iktomi le habló en un lenguaje sagrado, que solo los lideres espirituales de los Lakotas podía entender.

Mientras le hablaba Iktomi, tomo un aro de Sauce, el de mayor edad, también tenia plumas, pelo de caballo, cuentas y ofrendas y empezó a tejer una telaraña. El habla con el anciano acerca de los círculos de la vida, de cómo empezamos la vida como bebes y crecemos a la niñez y después a la edad adulta, finalmente nosotros vamos a la ancianidad, donde debemos ser cuidadosos como cuando éramos bebes completando el circulo. Pero Iktomi dijo mientras continuaba tejiendo su red, en cada tiempo de la vida hay mucha fuerzas, algunas buenas otras malas, si te encuentras en las buenas fuerzas ellas te guiaran en la dirección correcta. Pero si escuchas a las fuerzas malas, ellas te lastimaran y te guiaran en la dirección equivocada.

También con el gran espíritu y sus maravillosas enseñanzas. Mientras la araña hablaba continuaba entretejiendo su telaraña, empezando de afuera y trabajando hacia el centro. Cuando Iktomi termino de hablar, le dio al anciano Lakota, a red y le dijo: ve la telaraña es un circulo perfecto, pero en el centro hay un agujero, usa la telaraña para ayudarte a ti mismo y a tu gente, para alcanzar tus metas y hacer buen uso de las ideas de la gente, sueños y visiones. Si tu crees en el gran espíritu, la telaraña atrapara tus buenas ideas y as malas se irán por el agujero.

El anciano Lakota, le paso su visión a su gente y ahora los indios Siux usan el atrapasueños como la red de su vida. Este se cuelga arriba de sus camas, en sus casa para escudriñar sus sueños y visiones. Lo bueno de sus sueños es capturado en la telaraña de la vida y enviado con ellos, lo malo de sueños escapa a través del agujero en el centro de la red y no será mas parte de ellos.

Ellos creen que el atrapasueños sostiene el destino de su futuro.

viernes, 27 de agosto de 2010

Tepoztecatl, la obsidiana y la serpiente

Leyenda mexicana sobre Tepoztecatl y su aventura adentro de la panza de una gran serpiente.

Reseña: La obsidiana es una roca o mineral de origen volcanico compuesta por silicatos alumínicos y oxidos sílicos. Sus usos varian entre objetos de ornato como espejos, figuras que imitan modelos prehispánicos, formas de animales y muchas más. También se utiliza como adorno en construcciones de pisos y paredes y hasta en plazas de ciudades.En un pasado remoto se fabricaban puntas de flechas y lanzas.

Un niño llamado Tepoztécatl, creció muy inquieto, pero respetuoso de los ancianos que lo adoptaron, un día los Tepiles (mandatarios del pueblo) anunciaron al padre que debido a su edad debía ser sacrificado al monstruo de Xochicalco, al que alimentaban sacrificando ancianos;

Tepoztécatl se ofreció a acudir al sacrificio en lugar de su padre. Salió rumbo a Xochicalco, y en el camino fue juntando Aiztli (Obsidianas) pequeños pedazos filosos de Obsidiana que iba guardando en su morral. Llegando a Xochicalco se presento ante Mazacuatl, la enorme serpiente que de inmediato lo devoró, dentro del monstruo, Tepoztécatl sacó los Aiztli (Obsidianas) y con ellos desgarró las entrañas del monstruo que en medio de convulsiones murió.

jueves, 26 de agosto de 2010

La obsidiana

Leyenda mexicana que relata porque se le dio el nombre "obsidiana" a esta roca de origen volcanico.

Reseña: La obsidiana es una roca o mineral de origen volcanico compuesta por silicatos alumínicos y oxidos sílicos. Sus usos varian entre objetos de ornato como espejos, figuras que imitan modelos prehispánicos, formas de animales y muchas más. También se utiliza como adorno en construcciones de pisos y paredes y hasta en plazas de ciudades.En un pasado remoto se fabricaban puntas de flechas y lanzas.

Cuenta la leyenda mexicana que en los tiempos de los indígenas, cuando la vida era muy difícil y el hombre tenía que luchar contra inmensas bestias salvajes para poder alimentarse, ocurrió un acontecimiento que cambió la vida de esa comunidad. En cierta ocasión salieron los hombres de ese gremio a cazar un gran mamut para el abastecimiento de varios días; mientras las mujeres y los niños se quedaban en la cueva en compañía de los ancianos.

Esas cacerías llegaban a durar varios días por lo que los ancianos tenían la obligación de cuidar a las mujeres y niños, pero como no tenían armas para defenderse buscaron por toda la cueva algo que les ayudara a defenderse del ataque de unas hienas.

De pronto Obsid el pequeño hijo del más valiente guerrero se percató de una piedra negra y filosa que estaba en el suelo; la tomó y la amarró a un palo que tomó de entre escombros, lo lanzó con gran fuerza y enorme fue la sorpresa de todos al darse cuenta que se desplumaba una hiena mientras las demás salieron huyendo.

El ingenio y creatividad de Obsid lo llevaron a recibir los honores de la tribu, fue nombrado guerrero de la aldea y en su honor le llamaron a aquella piedra "Obsidiana", siendo ésta utilizada posteriormente para la elaboración de instrumentos de caza.

En el Pico de Orizaba, sobre el flanco oeste se localizó una superficie que mostraba restos de Obsidiana; también existían minas de Obsidiana al norte del Pico de Orizaba de los mineros prehispánicos; un grupo de montañesas descubrieron fragmentos de obsidiana; en el sitio arqueológico de El Solitario se encontraron grandes cantidades de obsidiana, el material corresponde al Posclásico Temprano (850-1,250 dne); Amacuilecatl es un sitio asentado en el húmedo cráter a 4,320m en el flanco oriental de la montaña denominado Valle de Mirapuebla se encontraron dos fragmentos de Obsidiana prismática a diferentes niveles; etc.

miércoles, 25 de agosto de 2010

El Sambomono (Leyenda veracruzana)

En el pueblo de Tres Zapotes vivía Juanito con su papá. Era un niño solitario, no le gustaba compartir sus juegos con otros niños. Cuando todos iban a nadar al río, Juanito se apartaba y nadaba solo; cierto día, sus compañeros fueron a espiarlo al otro lado del río y se llevaron una gran sorpresa: Juanito tenía todo el cuerpo cubierto de pelo y detrás le colgaba una cola. Inmediatamente sus compañeros empezaron a burlarse de él: “Juanillo, el oso” –le decían- mientras algunos lo jalaban de la cola y otros se acercaban a tocarlo.

En cuanto pudo, Juanito se escapó y fue a buscar a su padre. Le contó lo que había pasado en el río, y le dijo que ya no quería volver nunca ahí ni tampoco a la escuela, y que no deseaba ver a nadie, porque había sentido una rabia casi incontrolable. “Ya lo sabes papá, tengo cuerpo de oso y fuerza de oso, y si me molestan voy a acabar matándolos”.

El papá de Juanito estaba muy preocupado, “qué crueles son los niños” -pensaba-. Pero no encontraba las palabras para convencer a su hijo de que ignorara las burlas de sus compañeros, ya que Juanito estaba convencido de dejar el pueblo: “Me voy a ir pa’l monte, papá, y que nadie me busque porque me los sueno”. El papá no podía aceptar la idea de separarse de su hijo, pero tampoco pudo detenerlo; sólo le quedó el consuelo de ir a visitarlo de vez en cuando; “tienes que anunciar tu llegada con este caracol de mar” –le dijo Juanito, “si no, yo no voy a saber que eres tú”.

Juanito se fue y al poco tiempo empezaron a escucharse unas terribles historias de desaparecidos en el monte. Los que se internaban entre la arboleda, no volvían a aparecer y por las noches se escuchaban gritos de terror que provenían del monte. Con el tiempo hubo quien alcanzó a ver al animal del monte; era un humano con cuerpo peludo y con cola. La gente empezó a llamarle Sambomono, decían que era un animal solitario que atrapaba gente para no aburrirse.

El padre escuchaba esas historias y no se atrevía a hablar de su hijo. Lo único que pudo hacer fue recomendarle a la gente que no anduviera cerca de ahí y que, para cruzar el monte, lo mejor sería que lo hicieran tocando un caracol de mar, así el animal no atacaría. La gente siguió el consejo del papá de Juanito, pero nadie supo nunca que se trataba de su hijo.

El padre logró salvar algunas vidas, pero no dejaba de pensar “qué crueles son los niños”.

martes, 24 de agosto de 2010

La Señora de Negro (Leyenda veracruzana)

En Naranjillos había una muchacha muy guapa que acababa de quedar huérfana. Un día, una amiga suya llegó a contarle que habían visto a su madre en el camino del Barrial, cerca del pueblo. La muchacha no creyó lo que su amiga le dijo, “está bien muerta y enterrada” –le contestó-. Sin embargo, su amiga no había sido la única en ver aquella aparición, muchas señoras del pueblo se encontraron en el camino del Barrial a la señora vestida de negro; sucia, enlodada y con el pelo enmarañado. Le preguntaban quién era o a quién buscaba, pero la mujer de negro no contestaba, todos creían que era muda.

Seguían viendo a la mujer deambulando de arriba para abajo en el camino del Barrial y la gente empezó a comprender que era un alma en pena. La amiga de la muchacha fue a hablar con ella:

“Es tu mamá, estoy segura” –dijo la amiga-.

“Pero si está muerta” –aseguraba la muchacha-.

“Es ella, seguro anda penando... ¿has cuidado bien a tus hermanos?” –inquirió con algo de timidez-. A la muchacha no le agradó la pregunta, y poniéndose nerviosa se fue. Al día siguiente una señora del pueblo se encontró con la muchacha que traía cara de desvelada y, en general, un aspecto deplorable.

“¡A ver si vas dejando a ese hombre casado!” –espetó de pronto la señora. “Ve a cuidar a tus hermanos y deja descansar el alma de tu madre que anda en pena”. La muchacha se estremeció, ya que efectivamente era la amante de un señor casado y se pasaba con él toda la noche, de modo que en las mañanas no se encontraba en condiciones de atender a sus hermanos ni de salir a trabajar.

Acongojada, decidió ir al camino del Barrial a comprobar si era cierto lo que le decían. Al llegar, encontró a la mujer de negro, se acercó y la reconoció; era su madre. La mujer se puso a llorar; no le dijo nada, pero la muchacha sentía que su madre lo sabía todo, siempre había sido así, adivinaba sus emociones y sus pensamientos. La mujer de negro calmó su llanto y se perdió en el fondo del camino. La muchacha sintió el vacío que dejó su madre y advirtió la súplica que su llanto llevaba.

Con la intención de librarse de la culpa, fue a buscar a su amante y le dijo que no volvería a verlo más, luego fue a su casa y prometió a sus hermanos que nunca los dejaría solos.

Ese fue el último día que la mujer de negro se apareció en el Barrial, camino de Naranjillos.

lunes, 23 de agosto de 2010

La Cochina (Leyenda veracruzana)

Se cuentan muchas historias de hombres machos y celosos, pero ésta historia que se difundió en San Andrés Tuxtla, es especial. Se dice que había un señor muy macho que no dejaba salir de su casa a su mujer, no quería que nadie la viera porque enseguida lo invadían los celos, temía ser la burla del pueblo, ponía especial cuidado en su reputación y no se arriesgaba a que su esposa anduviera en boca de todos.

-“No tienes nada qué hacer allá afuera; tu trabajo está acá adentro, en la casa. Además, ¿para qué quieres salir? Vas a espantar a todos con esa cara de bruja”.- Así hablaba el hombre y su esposa nada más se reía porque él no estaba tan equivocado; la mujer tenía poderes de bruja y por las noches se convertía en cochina. En cuanto su marido se dormía, la vieja se transformaba y salía de la casa.

Todas las noches iba a pasear por el pueblo, tranquilamente, sin que su marido se enterara. Un día, a la mujer se le ocurrió entrar a merodear en la casa de un señor más gruñón que su marido; cuando el señor descubrió a la cochina, agarró el machete y le rebanó una nalga. La cochina salió corriendo y regresó a su casa muy asustada.

A la mañana siguiente, el hombre descubrió que a su mujer le faltaba una nalga... “No sé –dijo la mujer- ni cuenta me di, pa’mí que alguien me embrujó”. El hombre salió a buscar ayuda y en el camino se encontró al señor gruñón, que era su amigo. Se saludaron y el hombre gruñón le contó al marido celoso lo que él nunca hubiera querido escuchar: “Anoche entró una cochina mañosa a mi casa y le rebané una nalga”. El marido celoso volvió corriendo a su casa, e iba decidido a golpear a su mujer. Llegó a su casa pegando de gritos, y cuando abrió la puerta, una cochina salió corriendo a toda velocidad; el marido buscó a su esposa pero nunca la encontró.

viernes, 20 de agosto de 2010

El Perro Prieto (Leyenda veracruzana)

En Alvarado había empezado a correr el rumor de que un hombre malo molestaba mujeres, amenazaba maridos, robaba cosechas... muchos habían sido víctimas de las fechorías de ese hombre y, aunque casi todo el pueblo se lo había topado, nadie sabía quién era, donde vivía ni cómo se llamaba.

La gente del pueblo se reunió y todos acordaron buscar al hombre malo para enfrentarlo y obligarlo a dejar el pueblo, pero él no apareció.

Nadie volvió a verlo después de ese día, como si supiera que lo esperaban para lincharlo. Un día, una señora que salía del mercado con sus frutos para la comida, se topó con un perro prieto que no le permitía el paso. Era un perro de mirada profunda, colmillos afilados y un gruñido que espantaba; no ladraba, pero su presencia intimidó a la señora que no se atrevía a acercarse más al perro.

Cuando su hijo la vio afuera del mercado, le dijo que su padre la esperaba en casa. “¿Qué haces, pues?” preguntó el hijo. “Nada, que este perro no me deja pasar”, contestó la señora. “Es solamente un perro hambriento, dale un pedazo de pan y no va a molestarte”. La señora hizo lo que su hijo le dijo, sacó un pedazo de pan de su morral y se lo ofreció al perro; éste aceptó el regalo de la señora pero no dio tiempo a que ella retirara la mano y se la mordió; así, frente a su hijo y frente a la gente que andaba por ahí, el perro le arrancó la mano de una mordida y luego salió corriendo. Todos quedaron espantados, porque era normal ver perros en el mercado y nunca había pasado nada parecido.

Otro día, cuando unos campesinos volvían a su casa después de una larga jornada de trabajo, el perro prieto les salió al paso y los campesinos quisieron ser amistosos con él pues parecía que se iba a dejar acariciar, pero cuando estuvo cerca, los hombres se asustaron porque tenía la mirada profunda y mostraba sus brillantes colmillos amenazadores. Los campesinos quisieron rodearlo, y el perro no se los permitió atacando a uno de ellos, dejándole un impresionante agujero en la pantorrilla. Los días siguientes la gente estaba temerosa del perro, no ofrecían alimento ni saludos a ningún perro en la calle, pero el perro no esperó que la gente se volviera a acercar a él, simplemente comenzó a hacer fechorías en el mercado, se metía a las casas y comía lo que encontraba, destrozaba todo a su paso y consiguió que todo el pueblo lo odiara.

Un día un hombre se encontró con el perro en el mercado destruyendo un puesto de frutas, entonces se armó de valor y empezó a golpearlo con una vara de pirul. Le pegó y le pegó hasta que el perro no pudo moverse. La gente se acercó para ver cómo el hombre acababa con el perro prieto; cuando todos aplaudieron festejando la gran hazaña, el perro se enderezó parándose sobre sus patas traseras y, con sus patas delanteras, comenzó a arrancarse el pellejo de la cara. Para sorpresa de todos, bajo aquel pellejo apareció el hombre desconocido que semanas atrás había hecho maldades en el pueblo. El hombre malo se despojó de su piel de perro y se echó a correr ante la mirada atónita del pueblo. Nunca lo volvieron a ver y nadie supo cómo había ocurrido aquello, pero lo cierto es que los perros del pueblo, nunca volvieron a recibir el trato amable al que estaban acostumbrados.

jueves, 19 de agosto de 2010

Tlamana reminiscencias del pueblo del maiz

Durante miles de años los antiguos mexicanos lograron que la planta del maíz pasara a ser una monstruosidad biológica incompetente para reproducirse por medios propios, provocando su dependencia del hombre mediante una simbiosis hombre-maíz, el cual lo elevó a nivel divino mostrando la estima que se le tenía y que aún se le tiene; en algunos lugares incluso se le denomina “Su gracia” y se le ve con reverencia, como se le trata en muchos poblados y rancherías en la ceremonia conocida como tlamana, que significaría “dar de comer a los elotes”.

“Chikomexóchitl tata, chikomexóchitl nana, chikomexóchitl teotiotsi, chikomexóchitl xinola, chikomexóchitl la Reforma…”, se escuchan los rezos del ueuetlákatl o especialista tradicional, quien ha sido invitado por los moradores de la casa para llevar a cabo un ritual donde el principal protagonista es la mazorca del maíz tierno convertida en grano joven: in elotl.

En el inicio de los tiempos, según una leyenda huasteca, una hormiga descubrió el grano de maíz y lo llevó ante los dioses, siendo Quetzalcóatl el encargado de entregarlo a los hombres. Los antiguos pobladores de Huastecapan fueron los primeros que lo domesticaron y cultivaron llamándolo to-nacayo, que significa “nuestra carne”, porque su leyenda decía que el hombre fue hecho por los dioses únicamente de maíz.

Los aztecas transformaron el nombre huasteco y lo llamaron tsintli, aludiendo el alimento a los dioses o teosintli. Aunque el origen del maíz (Zea mexicana) es un misterio, se trata de una planta ampliamente distribuida en territorio mexicano, y su cultivo se remonta a más de 7 000 años de antigüedad. Su nombre proviene del haitiano mahis o mahys, con el cual lo conocieron los españoles por primera vez en la isla Fernandina en 1492.

Los antiguos mexicanos lograron que la planta del maíz pasara a ser una monstruosidad biológica incompetente para reproducirse por medios propios, provocando su dependencia del hombre mediante una simbiosis hombre-maíz, el cual lo elevó a nivel divino: Centéotl, Xilonen, Chicomecóatl, Tlatlauhquicentéotl, Iztaccentéotl son nombres de algunas divinidades que muestran la estima que se le tenía y se le tiene hasta nuestros días; en algunos lugares incluso se le denomina “Su gracia” y se le ve con reverencia, como se le trata en muchos poblados y rancherías en la ceremonia conocida como tlamana, interpretándose como “dar de comer a los elotes”.

Los maseualimej (campesinos), como se designan los nahuas septentrionales de la huasteca veracruzana (municipios de Chicontepec y Álamo Temapache), tienen la creencia de que el maíz tierno es un ser vivo, por lo que no debe tirarse o desperdiciarse debido a que como son niños lloran si se les maltrata, además de que se les requiere alimentar mediante un ritual antes de levantar la cosecha, motivo por el cual el propietario de la milpa contrata los servicios de un especialista tradicional que se le nombra ueuetlákatl (hombre anciano), y dependiendo de su posibilidad económica solicita la participación de un trío de huapangueros que interpretará los sones y huapangos de tlamana durante la ceremonia.

Los familiares, parientes de compromiso (padrinos de graduación) y convidados especiales son invitados a concurrir al banquete que se le ofrece al “elote sagrado” o chikomexóchitl bajo la dirección del consejero o especialista, pues si tal celebración no se practicara habría una mala cosecha para el siguiente ciclo.

El ueuetlákatl solicita al dueño de la casa todo lo necesario para el ritual: un gallo y una gallina, aguardiente, cerveza, refrescos, galletas, café, velas, copal, sahumerio, agua bendita, ramas de limonario, hojas de maíz, flores de sempoalxóchitl, hojas de coyol llamadas koyolxíutl, paliacates o ropa para vestir al maíz y al elote, listones, etcétera; todo lo cual servirá para confeccionar lo necesario para la ofrenda, los adornos y el atuendo.

A modo de purificar la casa, el especialista tradicional efectúa una limpia por medio de una planta urticante, huevos y sahumándola con copal realiza cortes específicos en papel para elaborar los tlatektli o recortes que representan el elote, el chile y el frijol, sustento tradicional indígena.

Frente al altar doméstico el ueuetlákatl reza y sacrifica el gallo y la gallina; las mujeres cocinan las aves mientras los hombres elaboran collares de flores e implementan dos arcos con las ramas del limonario, uno en el interior de la casa y otro en el exterior; algunos invitados traen costales con elotes y cuatro matas de maíz; el especialista le da los últimos toques a los huacales de flores o xochitecómitl, ramos de flores o xochitolontli, peinetas o xochitlakasuastli que representan a los nueve planetas y los manojos de flores llamados maxóchitl, todo servirá de adorno para el maíz sagrado: tierno y maduro.

En una pequeña mesa y frente al altar casero, el ueuetlákatl hace los preparativos para vestir y arreglar al hombre-mujer maíz que en el pasado ciclo agrícola fue Chikomexóchitl y que ahora “recibirá” al niño-niña maíz que dentro de algunos momentos será traído de la milpa; yacen sobre la mesita los ropajes (servilletas bordadas y paliacates), velas, mazorcas, collares, peinetas, manojos y ramos de flores y recortes de papel. El especialista les reza y sahúma con copal y en pocos minutos los convierte en Tenansintli Chikomexóchitl, quien surge ante los ojos de los invitados, luciendo sus mejores galas el hombre-mujer maíz como si fuera Chicomecóatl, deidad azteca de la cosecha y la subsistencia, se le coloca en el altar doméstico y se le proporcionan los “honores correspondientes a su rango”.

Todo está listo para recibir al elote: el niño-niña que viene de la milpa, el ritual continúa y es acompañado con los sones respectivos, los arcos interior y exterior han sido unidos por medio de un mecate con flores o ueyixochimékatl.

En su momento llegan a la casa las personas que traen de la milpa los elotes y las matas de elotes, todos los asistentes los reciben en el arco exterior, mientras en el ambiente flotan los acordes de la música; las matas de elote son enterradas a cada lado del arco: la mata mayor o xiuiyo representa al niño, y la menor, tlamanasontetsi, a la niña.

Delante del arco exterior se implementa un altar sobre el cual se viste y adorna el elote para su fiesta, convirtiéndolo rápidamente en Chikomexóchitl y según la posibilidad del propietario de la casa se les viste, al “niño” y a la “niña”, independientemente el uno del otro; en la mayoría de los casos, sin embargo, ambos se sujetan juntos y así se visten y adornan para formar una unidad que comulga con la cosmovisión primitiva de dualidad que posee la divinidad del maíz.

El ueuetlákatl entra a la casa y entrega a una niña al hombre-mujer maíz que recibirá a Chikomexóchitl, mientras otros niños sostienen velas de sebo y hacen sonar una pequeña campana; todos salen para el encuentro y en el exterior comienza el ritual que le da el nombre a la ceremonia: “dar de comer a los elotes”. Se les sahúma y ofrenda el guisado de gallina, refrescos, cerveza, etcétera; se colocan collares de flores y otros adornos a las matas de elote y a los instrumentos musicales. Literalmente se les da de comer y beber a Chikomexóchitl y a las matas de elote.

El dueño de la casa recibe del ueuetlákatl la cosecha, para luego pasar todos al interior de la casa y colocar en el altar a Tenansintli Chikomexóchitl (maíz) y Chikomexóchitl (elote) e iniciar la labor de estibar al frente del altar y sobre hojas de plátano la cosecha de elote formando un círculo.

A un lado de los elotes estibados se colocan las herramientas de trabajo: azadones, machetes y hachas.

La ofrenda permanece cuatro días y el sobrante de los adornos son guardados junto con Chikomexóchitl, que se encargará, ya como hombre-mujer maíz, de recibir al niño-niña maíz del próximo ciclo, que según su calendario agrícola se presentan dos por año: tonalmilli, de enero a abril, e ipoal (temporal) de junio a septiembre, por lo que la tlamana se realiza dos veces al año: abril y septiembre.

El significado de Chikomexóchitl, “7 flor”, tal vez se perdió en el tiempo, pero no dudo que está ligado al simbolismo y la religiosidad: primero porque el 7 se utiliza esotéricamente, y segundo porque el sufijo xóchitl se relaciona con lo santo o sagrado. En el continente americano todo lo que se relaciona con el maíz tuvo y tiene una fuerte connotación religiosa, es por ello que sus antiguos y actuales pobladores han sido “El pueblo del maíz”.

miércoles, 18 de agosto de 2010

La Mulata de Córdoba

Cuenta la tradición, que hace mas de dos siglos y en la poética ciudad de Cordoba, vivió una célebre mujer, una joven que nunca envejecía a pesar de sus años. Nadie sabía hija de quién era, pero todos la llamaban la Mulata.

En el sentir de la mayoría, la Mulata era una bruja, una hechicera que había hecho pacto con el diablo, quien la visitaba todas las noches, pues muchos vecinos aseguraban que al pasar a las doce por su casa habían visto que por las rendijas de las ventanas y de las puertas salía una luz siniestra, como si por dentro un poderoso incendio devorara aquella habitación.

Otros decían que la habían visto volar por los tejados en forma de mujer; pero despidiendo por sus negros ojos miradas satánicas y sonriendo diabólicamente con sus labios rojos y sus dientes blanquísimos.

De ella se referían prodigios.

Cuando apareció en la ciudad, los jóvenes, prendados de su hermosura, disputabanse la conquista de su corazón.

Pero a nadie correspondía, a todos desdeñaba, y de ahí nació la creencia de que el único dueño de sus encantos, era el señor de las tinieblas.

Empero, aquella mujer siempre joven, frecuentaba los sacramentos, asistía a misa, hacía caridades, y todo aquel que imploraba su auxilio la tenía a su lado, en el umbral de la choza del pobre, lo mismo que junto al lecho del moribundo.

Se decía que en todas partes estaba, en distintos puntos y a la misma hora; y llegó a saberse que un día se la vio a un tiempo en Córdoba y en México; "tenía el don de ubicuidad" - dice un escritor - y lo más común era encontrarla en una caverna. "Pero éste - añade - la visitó en una accesoria; aquél la vio en una de esas casucas horrorosas que tan mala fama tienen en los barrios más inmundos de las ciudades, y otro la conoció en un modesto cuarto de vecindad, sencillamente vestida, con aire vulgar, maneras desembarazadas, y sin revelar el mágico poder de que estaba dotada."

La hechizera servía también como abogada de imposibles. Las muchachas sin novio, las jamonas pasaditas, que iban perdiendo la esperanza de hallar marido, los empleados cesantes, las damas que ambicionaban competir en túnicas y joyas con la Virreina, los militares retirados, los médicos jóvenes sin fortuna, todos acudían a ella, todos invocaban en sus cuitas, y a todos los dejaba contentos, hartos y satisfechos.

Por eso todavía hoy, cuando se solicita de alguien una cosa dificil, casi irrealizable, es costunbre exclamar: -¡No soy la Mulata de Cordoba!

La fama de aquella mujer era grande, inmensa. Por todas partes se hablaba de ella y en diferentes lugares de Nueva España su nombre era repetido de boca en boca.

"Era en suma -dice el mismo escritor- una Circe, una Medea, una Pitonisa, una Sibila, una bruja, un ser extraordinario a quien nada había oculto, a quien todo obedecía y cuyo poder alcanzaba hasta trastornar las leyes de la naturaleza... Era, en fin, una mujer a quien hubiera colocado la antigüedad entre sus diosas, o a lo menos entre sus más veneradas sacerdotisas; era un medium, y de los más privilegiados, de los más favorecidos que disfrutó la escuela espirita de aquella época!...¡Lástima grande que no viviera en la nuestra! ¡De qué portentos no fuéramos testigos! ¡Qué revelaciones no haría en su tiempo! ¡Cuántas evocaciones, cuántos espíritus no vendrían sumisos a su voz! ¡Cuántos incrédulos dejarían de serlo!"

¿Qué tiempo duró la fama de aquella mujer, verdadero prodigio de su época y admiración de los futuros siglos? Nadie lo sabe.

Lo que sí se asegura es que un día la ciudad de México supo que desde la villa de Córdoba había sido traída a las sombrías cárceles del Santo Oficio.

Noticia tan estupenda, escapada Dios sabe cómo de los impenetrables secretos de la Inquisición, fue causa de atención profunda en todas las clases de la sociedad, y entre los platicones de las tiendas del Parián se habló mucho de aquel suceso y hasta hubo un atrevido que sostuvo que la Mulata, no era hechicera, ni bruja, ni cosa parecida, y que el haber caído en garras del Santo Tribunal, lo debía a una inmensa fortuna, consistente en diez grandes barriles de barro, llenos de polvo de oro. Otro de los tertulianos aseguró que además de esto se hallaba de por medio un amante desairado, que ciego de despecho, denunción en Cordoba a la Mulata, porque ésta no había correspondido a sus amores.

Pasaron los años, las hablillas se olvidaron, hasta que otro día de nuevo supo la ciudad, con asombro, que en el próximo auto de fe que se preparaba, la hechicera, saldría con coroza y vela verde. Pero el asombro creció de punto cuando pasados algunos días se dijo que el pájaro había volado hasta Manila, burlando la vigilancia de sus carceleros...más bien dicho, saliéndose delante de uno de ellos.

¿Cómo había sucedio esto? ¿Qué poder tenía aquella mujer, para dejar así con un palmo de narices, a los muy respetables señores inquisidores?

Todos lo ignoraban. Las más extrañas y absurdas explicaciones circularon por la ciudad. hubo quién afirmaba, haciendo la señal de la cruz, que todo era obra del mismo diablo, que de incógnito se había introducido a las cárceles secretas para salvar a la Mulata. Quién recordaba aquello de que dádivas quebrantan... rejas; y hubo algún malicioso que dijese que todo lo vence el amor... y que los del Santo Oficio, como mortales eran también de carne y hueso.

He aquí la verdad de los hechos.

Una vez, el carcelero penetró en el inmundo calabozo de la hechicera, y quedóse verdaderamente maravillado al contemplar en una de las paredes, un navío dibujado con carbón por la Mulata, la cual le preguntó con tono irónico:

-¿Que le falta a ese navío? -Desgraciada mujer- contestó el interrogado, si quisieras salvar tu alma de las horribles penas del infierno, no estarías aquí, y ahorrarías al Santo Oficio el que te juzgase! ¡A este barco únicamente le falta que ande! ¡Es perfecto! - Pues si vuestra merced lo quiere, si en ello se empeña, andará, andará y muy lejos... - ¡Cómo! ¿A ver? - Así - dijo la Mulata.Y ligera saltó al navío, y éste, lento al principio, y después rápido y a toda vela, desaparecio con la hermosa mujer por uno de ls rincones del calabozo.

El carcelero, mudo, inmóvil, con los ojos salidos de sus órbitas, con el cabello de punta, y con la boca abierta, vio aquello sorprendido. ¿Y después? Hable un poeta:

Cuenta la tradición, que algunos años
Después de estos sucesos, hubo un hombre,
En la casa de locos detenido,
Y que hablaba de un barco que una noche
bajo el suelo de México cruzaba
Llevando una mujer de altivo porte,
Era el inquisidor; de la Mulata
Nada volvió a saber, mas se supone
Que en poder del demonio está gimiendo.

martes, 17 de agosto de 2010

Abuelo cuenta sobre los Chaneques (Leyenda tabasqueña)

Oxolotán, pueblo zoque bañado por las verdes y turbulentas aguas del río de la sierra, oculta entre los cerros la magia de acontecimientos legendarios de una raza cuyo origen conserva el deseo propio del hombre entre el saber y el enseñar, que le permite expresar en cada elemento de la naturaleza la variedad de significaciones que envuelve a los sentidos.

La magia de la selva invita a la búsqueda y al encuentro con lo desconocido. El espíritu de su pueblo aún conserva los vestigios de la tradición prehispánica en los testimonios silenciosos de los muros del convento Dominico y sus leyendas. En Oxolotán aún se conserva la tradición ancestral del respeto al consejo patriarcal del clan, que guarda y revela a las nuevas generaciones la sabiduría de los tiempos y los secretos de la vida.

Las palabras del abuelo en los oídos de su nieto Eustaquio habrían de marcar la existencia del niño con los significados de las leyendas que en su infancia guardaría.

Las sombras de la tarde en languidez se alargaban de la choza de don Celestino hasta el río y hasta las faldas de los cerros que la rodeaban, por eso, el pequeño Eustaquio cerraba la puerta, acercaba el butaque al fogón, mientras el abuelo enrollaba el tabaco, y Lluvia, la madre del niño, preparaba la cena, calentaba la tortilla de frijol y al ritmo del molinillo hacia la bebida para su padre. Después vendría el relato sin tiempo que el abuelo guardaba para su nieto, en donde transmitiría la magia del monte con sus duendes como legado ancestral de su pueblo.

Sentado en el suelo, Eustaquio se acomodó con la cabeza sobre las piernas de don Celestino. Una a una las palabras fueron cayendo, abriendo el consejo para dar paso a la leyenda.

—"Hijo, ya estás crecidito y atiende lo que te digo: cuando tu mamá te dice que no juegues dentro del monte, hazle caso porque ése es un lugar donde existen los chaneques. Pronto tendrás que acompañar a tu papá por el monte a la siembra y a la caza y tienes que aprender los secretos de la selva para que siempre regreses y no te pierdan."

—"¿Y por qué me han de perder los chaneques abuelito?", preguntó aquella vez el niño con la inocencia de sus escasos cinco años de edad.

—"¡Ah! -Porque los chaneques son dueños del monte y les gusta perder a la gente cuando les macheteamos su acahual, o cuando pasamos por la ceiba donde juegan."

—"Abuelo, ¿cómo son los chaneques? ¿Los has visto?— El niño alejó su jícara y se pendió al relato del abuelo con el mismo encanto de los duendes.

Sus ojos dilatados y sus oídos alerta se avivaron ante el deseo de saber todo sobre aquellos personajes místicos.

El abuelo mordió el tabaco, lanzó un escupitajo y prosiguió. —"Así es hijito, yo los he visto, una vez fui con mi padre a buscar a un curandero porque a mi hermano Encarnación -se llamaba igualito a tu papá0—, a ése lo perdieron los duendes y lo encontramos a los tres días arañado y roto de la ropa de tanto caballito que le dieron, sólo recordaba que lo hacían brincar los acahuales y los zarzales, estaba como loco, pero el curandero lo rameó con un gajo de jícaro y lo bañaron en el río, le dieron de beber albahaca por nueve días y lo cuartearon hasta que regresó su espíritu, pero los chaneques lo venían a buscar.

Son como de tu tamaño, andan desnudos, se ríen con unos dientes como palillos, tienen los pies al revés como las pezuñas del burro, las chanequitas tienen la trenza larga hasta el suelo y te hacen cosquillas; parecen niños traviesos y te dicen que los sigas y te van llevando y llevando hasta que te pierden y ya no puedes regresar, estás vuelta y vuelta en el mismo lugar. Son enamorados y se llevan a las muchachas, las atontan y luego hay que curarlas en la misma forma.

Ellos hacen sus maldades de acuerdo con el lugar donde estén, si en el campo encuentran un caballo lo toman para jugar, le trenzan y enredan la crin y la cola y lo carrerean a reventar.

"—¡Ah! Pero también los puedes desencantar y alejarlos de los caminos. Escucha: si te los encuentras, quítate la ropa, póntela al revés y camina en sentido contrario a sus huellas, sólo así reencuentras el camino. Luego vuelves y les pones bajo la ceiba juguetes, tabaco, perfumes, un carrete de hilo, peines, espejo, trago y les cuelgas una hamaca de bejucos y hoja de tanai y cuando el chaneque se canse de jugar, se emborrache y se duerma, lo amarras con jolosin, lo cuereas con otro mecate hasta que te canses y después lo sueltas. Así, el encanto estará roto y tu camino estará libre. Ese es el secreto, ni el cura con rezos y agua bendita lo puede correr porque se le desaparece y luego regresa."

El viejo así cumplía con su misión, sentía alcanzar la plenitud al otorgar en cada tarde los secretos de la vida a aquel niño para enfrentarse a la naturaleza, pues a su vez éste representaba la continuidad de su estirpe y él era el portavoz de los deseos más profundos de la familia.

Por su parte, Eustaquio supo que los personajes que dramatizan en la vida, que son dueños de atributos sobrenaturales, que distribuyen la vida y la luz en razón a la naturaleza, son a la medida del hombre y poseen sentimientos y pasiones que los hacen vulnerables. Vencerlos significa imponerse a la naturaleza en su omnipotencia y perfección, lo cual permite abrir los caminos a la conquista del saber.

En su inconsciente, el eco de aquellos momentos producto de lo real y lo simbólico representaría el hilo imaginario para adentrarse en los laberintos de la vida.

De esa manera, seguiría cumpliendo con aquella vocación inculcada por su familia y después de mil batallas libradas con escasez de recursos, pero con entereza de espíritu, culminaría una formación universitaria dentro del área educativa de las ciencias biológicas, lo cual lo ubicaba en el terreno de búsqueda de lo natural, hasta donde rompería con el compromiso contraído con Celestino, el abuelo, Lluvia, su noble madre, y Encarnación, su padre, aunque seguiría asumiendo el papel protagónico de ejemplo de sus siete hermanos menores.

Esta ruptura le permitiría a Eustaquio encontrar otro significado de la vida y hoy, sin perder la vocación de guía, se aboca a la interpretación de las ciencias humanas como una forma de acercamiento a su propia interpretación. Seguiría así, esa búsqueda incesante del hombre libre, del reencuentro constante entre los vericuetos que en cada instante nos plantea la vida.

Las simbolizaciones de su niñez configurarían en él una idea clara sobre el sentido humano más profundo de la educación, pues la había entendido como condición de libertad y prisión, había conocido también su sentido condicionante de unión y separación y ahora la comprendía como sinónimo de búsqueda y ocultación. Para nuestro personaje, su punto de partida para la búsqueda de su completud es el aula de clases; y ese deseo incesante lo comparte con sus discípulos.

Breve glosario oxoloteco
Jolosin. Corteza fibrosa de la planta de jolosin que se usa para elaborar mecates para sujetar las carpas de leña.

Tanai. Planta silvestre que produce hoja parecida a la del plátano y flor amarilla vistosa.

Chaneque. Originaria de Chaneabal, dialecto de Chiapas, ramas del tronco lingüístico maya que quedan todavía, el menos conocido es el chane-abal o chanabal, compuesto del Zotzil Catsdal, Maya y Trokect.

lunes, 16 de agosto de 2010

Las Momias del Instituto Literario de Toluca

En las vitrinas del museo de Historia Natural del antiguo Instituto Literario de Toluca (hoy Universidad del Estado) se han conservado por largos años cinco momias: tres de personas adultas y dos de niños. Las primeras corresponden al padre Botello, María Reyna y una parienta; las segundas son de dos hijos de ésta.

El profesor Luis Camarena González, notable taxidermista y profesor del Instituto investigó la historia de los misteriosos personajes, haciendo notar el hecho de que su momificación se debió a la manera en que los cadáveres fueron sepultados y al uso de cal en el momento de inhumación.

El padre Botello era un vividor, cuenta el profesor Camarena, que vivía de la caridad cristiana de los toluqueños sin ser realmente religioso, aunque vestía sotana y se adornaba con otras prendas del sacerdocio. Era en realidad un borrachín que abusaba de las bebidas espirituosas y que estafaba a los devotos pidiendo caridad para la iglesia. El sobrenombre de padre Botello le vino precisamente de su marcada afición al vino.

El tipo lunático recorrió muchos pueblos sin llamar realmente la atención de sus moradores, pero al pasar por San Antonio Acahualco, cerca de Zinacantepec, los vecinos lo descubrieron y lo denunciaron indignados ante las autoridades locales. Se cuenta que en el rancho de Capardillas se instaló un tribunal para juzgarlo y fue condenado a morir en la horca.

Ese fue el triste final de su vida sibarita. El profesor Luis Camarena observó que en rostro de la momia se notaba aún "el rictus característico del cuello tenso por la acción y la cuerda justiciera y aún más la señal del ahorcamiento, la de la lengua salida".

Por lo que hace a María Reyna, se sabe que era originaria de Almoloya de Juárez y que fue esposa de un bandolero apodado "Chepe Pesos Duros". Murió de disentería, después de contagiar a su parienta ya los hijos de ésta, por lo que fueron enterrados todos juntos y así se produjo su momificación por cal.

El profesor Camarena, que no carecía de sentido del humor, solía recordar que en cierta ocasión, los estudiantes del Instituto pertenecientes al club "Vampiros", sacaron de vitrina la momia del padre Botello y la incorporaton, debidamente pintarrajeada, a un desfile o carnaval con que celebraban el final de cursos.

viernes, 13 de agosto de 2010

El cerro del Toloche

En el Cerro del Toloche, por el lado de Santiago Miltepec, existe una cueva a la que llaman Cueva del Toloche y hace como cien años tenía una abertura como de un metro de altura y para adentro era una especie de subterráneo. Para entrar se tenían que llevar velas. A muchos pastorcitos les gustaba entrar porque decían que "alguien" los llamaba y cuando entraban sólo caminaban como veinte metros porque decían que para adentro estaba muy oscuro.

Se cuenta que hubo un zapatero que haciendo una apuesta con sus amigos, les dijo que como él era el más valiente, iba a entrar. Les preguntó que qué querían que les trajera de seña y ellos le dijeron que una naranja.

Al día siguiente se reunieron todos para acompañar al que iba a entrar a la cueva. Se cuenta que el zapatero entró a las siete de la mañana, saliendo a las ocho de la noche con la naranja que había prometido llevarles.

Sus amigos le preguntaron que qué cosas había visto y él les contestó que al entrar lo recibieron dos catrines preguntándole qué quería; ofreciéndole dinero, lo que él quisiera pero que para que se lo dieran tenía que dejar su firma escrita con sangre de la vena de su mano izquierda.

El contestó que no iba por dinero, que iba solo por una naranja que les había prometido a sus amigos y ellos contestaron que para que se la pudiera llevar, tenía que hacer lo que ellos le ordenaran.

Lo primero que tuvo que hacer fue sentarse en una silla que era de víbora. Los catrines le dijeron: "Ya sabes que si al sentarte no te muerde la víbora, puedes llevarte la naranja y podrás salir, y si no; ya no sales".

El zapatero se paraba y se sentaba a fin de evitar que lo mordiera la víbora. Viendo los catrines que la víbora no podía morderle, le dijeron que ya se levantara. El hombre se levantó sudando por el esfuerzo que había hecho para librarse de las mordeduras. Después le dijeron: -"Ahora te toca sentarse en una acémila y tienes que correr a la orilla de una laguna que tiene un chaflán alrededor.

El zapatero, contó a sus amigos; que se enredó la crin en una mano y con la otra le pegaba a la acémila en la cabeza, para que no lo aventara al agua. Viéndolo ya cansado, los catrines se compadecieron de él y le dijeron que ya se bajara.

Habiendo vencido estas pruebas, los catrines lo llevaron a ver montones de dinero, árboles frutales de todas las especies. El cuenta que vio un paraíso. Le decían:
-"Llévate lo que quieras pero tienes que dejar tu firma con sangre de la vena de tu brazo izquierdo". El zapatero les volvió a repetir que no quería dinero, que la apuesta que él había hecho era de una naranja. Entonces ya le permitieron cortar la naranja que él quería. Cuando ya la tenía en la mano el zapatero les dijo con palabras groseras:

-"Conforme me fueron a encontrar, váyanme a dejar". El hombre sintió que lo tomaban de los dos brazos y lo llevaban volando. De repente se vio fuera de la cueva. Salió espantado y vio que sus amigos estaban esperándolo fuera de la cueva. Llevaba la naranja en la mano como prueba de que había ganado la apuesta, cuentan que después de algún tiempo el zapatero desapareció.

El mencionado cerro lleva ese nombre porque cuentan que había dinero. Creyendo los vecinos del pueblo que era obra del demonio, acordaron reunirse con el objeto de ir a ver a los padres misioneros para que conjuraran la entrada.

jueves, 12 de agosto de 2010

Leyenda de La Tarasca: La mina encantada (Sonora)

Dice la tradición que en 1580 los españoles, en su avance expedicionario por las tierras del norte, atacaron a los pueblos yaquis con el propósito de someterlos. Desconociendo los soldados hispanos el orgullo y la bravura de estos indios, les declararon la guerra, trabándose un feroz combate que terminó en derrota para los invasores, quienes se vieron forzados a huir. Sin embargo, dos soldados -hermanos entre sí- se desligaron de la tropa y se dirigieron hacia el norte. Así fue como llegaron a la sierra de La Palma, cerca de Guaymas, y prosiguieron al norte por esta mañana, evitando a los feroces seris. En su camino se toparon con los pimas, con los cuales entraron en confianza y los instruyeron en cosas desconocidas para ellos, hasta que fueron admitidos. Se supone que estos pimas trabajaban una mina de oro, conocida hoy como La Pima, situada en un profundo cañón. Pero los españoles, en sus andanzas por aquellos lugares, descubrieron La Tarasca al explorar la veta hacia el sur, ya fuera del cañón. A estos hermanos se debe el nombre de “La Tarasca”.

Una leyenda, de la que se habla ya desde 1850 en una obra del historiador José I. Velazco, menciona que entre Guaymas y Hermosillo, en la sierra de La Palma “...se habla de una mina de la que se dice ser muy rica en oro y que se llama Tarasca...”

Por otra parte, en el libro La maravillosa Tarasca y el prodigioso tesoro de Tayopa, editado por el Gobierno del Estado de Sonora, del escritor Alfonso López Riesgo, se puede leer:

Guiándome por un documento de los yaquis me dirigí al rancho La Palma, situado a 48 km al sur de Hermosillo por la carretera internacional.

De aquí tomé un camino al suroeste y a unos cuantos kilómetros enfilamos al sur, dejando La Pintada a mi derecha. Después de algo así como 12 o 15 km hice un alto en virtud de que una cerca me impidió continuar. Dejé el vehículo y proseguí a pie con la intención de localizar dos cerritos, en uno de los cuales presumiblemente se encuentra la veta.

Arribé a un valle, con rumbo al este alcancé a ver dos prominencias que parecían responder a mis requerimientos, no era ese el lugar pero de todas maneras hice un descubrimiento: topé con unos cerros cortados verticalmente. En las proximidades encontré algunos pedernales de piedra ónix que los antiguos usaban en sus flechas. Al llegar al reliz observé una preciosa tinaja de agua a la que llegué por un estrecho corredor de tres metros de ancho, formado por el propio cerro. Es posible que su nombre sea el de La Tinaja del Carmen, mencionada en algunos “derroteros” de La Tarasca. A juzgar por los pedernales que encontramos, los indios visitaban este aguaje y merodeaban esa área de la región.

A mi regreso tomé otro sendero dispuesto a terminar con la exploración por ese día, pero al transitar por un camino pedregoso, en el plano, topé con un arroyo con vestigios de que en épocas pasadas era más caudaloso y que en sus riberas hubo un campamento indígena. Vi manos de metate, piedras para machacar y otros artículos por el estilo. Analizando con cuidado, llegué a la conclusión de que se trataba de un campamento de indios pimas y que no podía ser otro que el mencionado por la leyenda. Luego del descubrimiento, y atenido al documento indígena, escruté el sur con los binoculares con la feliz circunstancia de que, a lo lejos, observé un “cañón fragoso”·, como lo describe el referido documento. En ese cañón se encuentra La Pima, mina de la que habló el Chapo Coyote, indio yaqui. Y más allá, al salir del cañón, está La Tarasca. Con este hallazgo di por terminadas mis investigaciones respecto a la famosa mina, sabiendo que nada quedaba por hacer.

El Chapo Coyote, por allá de 1954, platicaba que: “cuando nosotros estábamos alzados íbamos a una mina cada tanto tiempo para sacar oro y comprar armas y parque. A unos nos tocaba vigilar arriba de los cerros y otros bajaban para sacarlo”. Asimismo, indicó que la mina estaba situada en un “cañón muy fragoso” por el rumbo de La Pintada. “Ve al aguaje de La Pintada y fíjate muy bien en las ramas. Vas a ver algunas que están trozadas aunque hayan vuelto a brotar. Es que nosotros teníamos una vereda donde bajábamos al agua. Síguela hasta llegar a lo más alto de la sierra. Volteas al otro lado y sigues caminando tratando de mirar un cañón hondo. Ya metido en el terreno lo tienes que encontrar. Cuando así sea lo sigues, tienes que caminar rumbo al sur como si fueras para Guaymas. Vete fijando arriba y donde veas dos relices juntos párate y fíjate abajo. Tienes que ver una piedra muy grande. Dale vuelta y vas a ver, buscando, la boca de una mina. No creas que es fácil porque el cañón es muy enredoso pero, si haces lo que te digo, vas a dar con ella”.

El 10 de septiembre de 1998 pude entrevistar al señor Alfonso López Riesgo, autor del mencionado libro, donde vienen innumerables cuentos e historias sobre minas y tesoros escondidos. Llegamos a su casa y nos sentamos a platicar con él, saboreando un delicioso café de talega típico de la región. Lo primero que le pregunté fue si era cierta la leyenda de la mina La Tarasca. Inmediatamente me respondió: “¡Por supuesto que sí! Tengo años localizando esta impresionante veta y he descubierto que no es una sola mina sino que son muchos kilómetros de veta. Aproximadamente a 20 km de Guaymas hacen erupción unas rocas con matices rojizos, donde se inicia la veta de La Tarasca. Estos tonos se prolongan hacia el sur hasta perderse gradualmente, y reaparecen hacia el este, donde chocan con unas estribaciones que vienen de esta misma dirección, vuelven a desaparecer, y aparecen de nuevo en La Colorada, mina que fue explotada en el siglo pasado. De La Colorada la veta toma el rumbo hacia San Miguel de Horcasitas, o sea hacia el norte, y se pueden ver partes en las que se manifiesta el oro libre, puro y rico.

“En el cerro de La Labor, en una ocasión, me tocó viajar con uno de mis yernos, y nos fijamos en una chuparrosa petrificada en un árbol. Cuando me acerqué a ella, por curiosidad, me di cuenta de que en esa área existía el color rojizo de las rocas vistas con anterioridad. Estaba claro que ahí había oro; tomé unas muestras para revisarlas y, efectivamente, el resultado fue positivo. Según mis cálculos esta veta pertenece a la de La Tarasca, y mide un pie y medio.

“En el cerro de El Carrizo, enfrente de San Miguel, donde también estuve, sigue la veta de La Tarasca. En una ocasión se raspó el cerro y se descubrió roca rojiza, sólo que la veta se vuelve a enterrar hacia el norte. Allí descubrí un placer (placer es la veta de oro, libre de impurezas), e hice un denuncio por 100 hectáreas, que algún día explotaré.

“En todas estas partes han descubierto muchas minas de oro; una de ellas es La Sultana donde estoy seguro acaba la veta de La Tarasca. Esta veta tiene un largo recorrido, desde Guaymas hasta San Miguel de Horcasitas. Todo esto que te platico han sido más de veinte años de viajar por todos estos rumbos, pero te puedo asegurar que esta mina no es una leyenda, es algo muy pero muy real”.

Para mayor ilustración he tomado la siguiente información, consignada en el libroMéxico y sus Progresos, editado alrededor del año 1908.

Del Distrito de Hermosillo, Minas Prietas es sin duda el mineral más grandioso, y así lo comprueba la alta importancia que en distintas épocas ha tenido.

Su historia alcanza edades muy remotas, pues tiene contacto con las lejanas etapas virreinales, en la que señala el descubrimiento de estas soberbias riquezas.

Perdidas en las medias de un misterioso pasado, se encuentra una mina maravillosa que ha llegado hasta nuestros días con el nombre de “La Tarasca”, de las épocas ancianas y añejas crónicas se dice que era buriosamente rica.

Siguiendo todos estos escritos acerca de la famosa mina, visité el rancho de La Palma y sus alrededores, y así pude ver todo lo que describió Alfonso López Riesgo. Sólo que dar con La Tarasca fue algo difícil.

Visité también la mina Ubardo, ya en ruinas. Siguiendo la información de López Riesgo sobre la veta de oro, me topé con Orencio Balderrama, minero por muchos años, quien conoce toda la región; él me condujo a San José de Moradillas donde, según se dice, sigue la veta; pero esta mina es de grafito (mineral que sólo se encuentra en el estado de Sonora), y es precisamente en esa área donde se han localizado trazos de La Tarasca y descubierto pepitas de oro.

En el hoy abandonado pueblo de Moradillas había, en su época de auge, escuela, hospital, casas de los dueños de la mina, casas de los trabajadores y un camino muy bueno.

Para llegar a este lugar hay que salir de Hermosillo por la carretera que va a La Colorada, a 53 km, donde existe una enorme mina de oro, explotada por una firma muy importante; seguimos 18 km más y nos encontramos con el rancho El Aygame. Luego, hacia la derecha, recorremos 26 km de terracería y llegamos a este bonito pueblo con construcciones al estilo norteamericano, sólo que en ruinas.

SI USTED VA A LA MINA TARASCA

Saliendo de Hermosillo por la carretera núm. 15 que va a Guaymas, al llegar al poblado de La Palma de vuelta a la izquierda, con rumbo a El Pilar. La mina de La Tarasca se encuentra cerca de la población de El Pilar, aunque su veta va desde Guaymas hasta San Miguel de Horcasitas.

miércoles, 11 de agosto de 2010

La dama que visita los 7 templos

Se cuentan muchas historias. Cosas que pasan en las calles viejas y en el panteón viejo de San Luis Potosí. Sobre todo la leyenda de la dama del taxi. A decir verdad se le conoce de diferentes formas a esta leyenda.

Cuenta la leyenda que una madrugada a un taxista le hizo la parada una mujer justo afuera del panteón del saucito (el panteón mas viejo de San Luis). A el taxista se le hizo raro que a esas horas estuviera una mujer sola y por esos rumbos, asi que la subió.

Ella le pidió que la llevara a los templos: San Miguelito, San Sebastian, Tlaxcala y otros más. Ella se detenía afuera de la iglesa como rezando. Y terminando el recorrido, le pidió que la llevara otra vez a donde la habia subirlo. A el taxista se le hizo muy raro, pero asi lo hizo. Ya estando fuera del panteón, ella le dio una medalla de oro y una dirección diciendole que fuera a cobrar por el recorrido a la persona que le abriera.

Ya de mañana el taxista, así lo hizo, tocó a la puerta lo atendieron, el explicó que una mujer le habia pedido ese recorrido por las iglesias, después le dio la dirección y la medalla, diciéndole que con esa medalla ellos sabrían de quien se trataba y que pagaría. Pero la persona que lo atendió le dijo que no podia ser posible pues ella ya habia muerto.

Nunca se ha podido saber si esta historia fue del todo real, pues el taxista mencionado, después de eso cayó enfermo y murió al poco tiempo. Pero de que es una historia muy sonada sobre todo entre los taxista lo es y la verdad que pasar por el panteón en las madrugadas es para poder creer tanto esa como otras historias más que se cuentan.

martes, 10 de agosto de 2010

Primero Muerto que Esclavo (Leyenda queretense)

Existe en la delegación de la villa de Bernal un cerro al que por su figura se le dio el título de La media Luna.

De regular altura y grandes y elevados acantilados; no presenta su capa exterior grandes bosques ni adornos naturales, pero como todo nuestro suelo, tiene hermosas leyendas tradicionales que se descienden de padres a hijos, hasta encontrar a alguien que se ocupe de trasladarlas al papel.

En el archivo donde constan los títulos y fundación del pueblo, se ve un hermoso rasgo de valor y patriotismo de una familia chichimeca, que debe perpetuarse para estimulo de las generaciones venideras.

Se acercaban los conquistadores procedentes de este pueblo de Querétaro, en donde en donde estaba de asiento el caudillo Conin con su ejército conquistador.

Un jefe de familia chichimeca oyó decir a sus congéneres que los conquistadores venían sometiendo a todos los de su rasa a la corona de Castilla de grado o por fuerza; y antes de perder su libertad y atar su consorte y su pequeño hijo a la cadena de la esclavitud, optó por perder la vida.

Así, pues, oyendo el estruendo de los conquistadores que se acercaban, tomó a su compañera y a su hijo, fuese al teocalli y frente a sus dioses de pie, ofrendó a su mujer y a su hijo justamente con unas palanganas de mastranto coronadas de cempasúchiles, a tiempo que la compañera de rodillas exhala tristes alaridos, ofrendando oloroso incienso y haciendo signos con el sahumador en dirección a sus dioses.

Se acercaban los hombres barbudos acaudillados por Conin y el indio héroe de mi leyenda, haciendo una reverencia de cuerpo ante aquellas deidades de tosco granito, dice a su compañera, tomando de la mano a su hijo: Bahá, bahá; néxti, néxti vamonos, vamonos, corre, presto.

Y con el semblante descompuesto por la tribulación de su espíritu, su larga cabellera descompuesta, la macana en su diestra y su hijo a la siniestra, se dirige al más alto acantilado del cerro cercano de La Media Luna, no sin dirigir a los conquistadores que le seguían, una mirada terrible y desafiadora.

Llegó al bordo del pináculo, seguido de cerca por sus perseguidores y levantando en alto los brazos ofrece a sus dioses aquel sacrificio, toma la compañera de la cintura y arrojándola al espacio exclama: −Bahá dada− Anda con dios−, incontinrnti toma a su hijo de igual manera y lo arroja al espacio, no sin derramar dos gruesas lágrimas que van también a confundirse en el espacio.

Aun no se oye el estruendo de la primera víctima al caer al fondo del barranco, cuando se ve ya en el espacio el pequeño cuerpo del hijo que le sigue.

Unos cuantos metros distancian a los conquistadores de nuestro héroe cuando éste, dando una última mirada de lejos al jacal que abrigó su primer amor y otra de rabia hacia los que pretendían privarlo de su libertad, se arrojó al espacio al tiempo que dos fuertes choques macabros, seguido uno dl otro, dejáronse escuchar, repetidos por el eco de los elevados acantilados... eran producidos por el choque de su esposa y su hijo que habían llevado ala vanguardia el sacrificio... al llegar los conquistadores le seguían, al borde del precipicio, dejóse oír el último y más acentuado estruendo en el fondo del barranco, producido por el cuerpo de nuestro
héroe al chocar con una grande y escarpada peña.

Por un buen espacio de tiempo permanecieron los conquistadores contemplando aquel cuadro desolador que dejó en su mente para siempre grabada esta sentencia filosófica−patriota: Primero Muerto que Esclavo.

lunes, 9 de agosto de 2010

La china poblana

En la Iglesia de la Compañía, en Puebla, cerca de la puerta que comunica el presbiterio con la sacristía, hay empotrada en la pared una lápida que señala el lugar donde fueron enterrados los restos mortales de Catarina de San Juan. En 1907, existía una calle llamada De las Chinitas, donde Mirnha vivió.

Cuentan viejos cronistas que en el año 1609, nació en la ciudad de Indra Prastha una princesa llamada Mirnha, de la estirpe de los mongoles de la India Oriental. Al huir de los turcos, la familia llegó a la costa, donde arribaron los portugueses dedicados al tráfico de esclavos. Mirnha era de color casi blanco, cabellos claros, frente espaciosa, ojos vivos, nariz bien delineada y garboso andar. Un día, la princesa paseaba por la playa, en compañía de un hermano menor, fue hecha prisionera y llevada a Cochín, para después ser enviada a Manila, en las Islas Filipinas.

El marqués de Gálvez, entonces virrey de México, encargó al gobernador de Manila la compra "de esclavas de buen parecer y gracia para el ministerio de su palacio". Trato de adquirir a Mirnha; pero el mercader tenía el encargo anterior del capitán Miguel de Sosa y de su esposa, doña Margarita de Chávez. "La chinita", fue sigilosamente embarcada para la Nueva España en 1620. Para ser entregada al matrimonio que la recibió en México.

En el primer tercio del siglo XVII llegó al puerto de Acapulco, en la Nao de China. La esclava oriental portaba una rara indumentaria, compuesta por una camisa con ricos bordados, un zagalejo de brillantes colores, con lentejuelas, unas chancletas de seda y largas trenzas. Era la primera vez que una mujer de rasgos orientales llegaba a Acapulco y su vestimenta despertó la curiosidad de los concurrentes a la feria que se celebraba a la llegada de la Nao. La gente se preguntaba cómo había llegado a México aquella "China", como la llamaron de inmediato; sin tomar en cuenta su origen hindú.

Sus dueños en Puebla bautizaron a la recién llegada en la iglesia del Santo Ángel de Analco con el nombre de Catarina de San Juan. Se educó cristianamente y más que sirvienta, la vieron en todas partes como miembro de la familia Sosa. Casó con un esclavo de origen chino, Domingo Suárez, con el cual se rehusó a hacer vida marital. Con sus padres adoptivos seguía luciendo sus raros ropajes, que mezcló con los indígenas, dando nacimiento al traje típico de la China Poblana, como dio en llamarle la gente, hasta que por fin ingresó al convento de Santa Catalina en donde logró fama de Santa.

En torno al vestido de la china poblana se conocen legendarias historias. Catarina de San Juan vistió siempre trajes parecidos a los de la actual “China Poblana”, por lo que se identificaba con las indias de la región y a la vez recordaba sus trajes orientales. Evocando sus atuendos cortesanos, la princesa copia el enredo confeccionado con dos piezas de tela de contrastados tonos, para convertirlo en la falda europea, amplia y con los bajos en picos, bordada de lentejuelas y chaquira. El huipil, en la camisa española también bordada. La faja o chincuete en el rebozo suelto, sobre los hombros y los brazos. Los colores verde, blanco y rojo fueron adoptados más tarde, de la Bandera Nacional, una vez que México alcanzó su independencia en el siglo XIX. Más que oriental el traje de China Poblana es mestizo mexicano y habla claro de la fusión de las culturas indígena y española, que cuajó en multitud de obras de gran belleza

El atuendo tradicional de la “China Poblana” se compone esencialmente de rebozo, blusa zagalejo y zapatillas. El rebozo más apropiado es el llamado de bolita en colores palomo y coyote. La blusa lleva bordados de chaquira en vivos colores y es de manga corta. El castor o sea la falda, consta de dos secciones: la superior, de unos 25 cm. aproximadamente, de percal o de seda verde, de igual matiz que la pretina. La inferior recamada de bordados realizados en lentejuela y chaquira en forma de flores, aves y mariposas multicolores. El peinado de dos trenzas, con raya en medio, lo rematan moños de listón de los mismos colores del ceñidor. Lleva arracadas o zarcillos; en el cuello, gargantilla de corales. En algunos casos se usa con sombrero jarano, discretamente adornado con barbiquejo de gamuza o de cinta de popotillo. Las zapatillas son forradas en seda verde o roja.

Muchos consideran que la leyenda de la “China Poblana” no pasa de ser eso; leyenda. Pero la tradición ha dejado el traje, que sigue siendo usado a través de los siglos por las mujeres mexicanas.

viernes, 6 de agosto de 2010

Leyenda de Juan Ruiz

Existe una peña por el camino a Tlamacas donde según nos cuenta esta leyenda se aparece el demonio.

Se dice que hasta ahí se llegó un hombre pobre llamado Juan Ruiz y que hizo un pacto con el demonio firmándolo con su propia sangre. Después de este hecho, se dice que lo visitaba en su casa un hombre muy elegante y que se escuchaba como si descargara dinero. De ahí, Juan Ruiz se hizo rico. Al pasar el tiempo, él empezó a comportarse muy extraño e inquieto. Sus familiares, alarmados, lograron que confesara los motivos de su inquietud, él les dijo entonces que pagaría con su alma el pacto con el demonio. Pero lo más alarmante era que también parte de su familia entraba en el pacto. Poco después Juan Ruiz huyó al monte, sus familiares y vecinos se lanzaron en su búsqueda, armados de ceras, palmas y agua bendita. Casi lo alcanzaron cuando aún se hallaba muy lejos de la peña maldita, pero se dice que cuando estaban cerca de lograrlo, se apareció una nube negra y al desaparecer ésta, él ya iba muy lejos nuevamente.

Siguiendo sus huellas, descubrieron con mucho temor que una de sus pisadas era humana y que la otra era de un macho cabrío. Después encontraron uno de sus huaraches, y al llegar a la cueva de la peña encontraron el otro; las pisadas que hallaron eran totalmente de bestia. En la peña, a la entrada de la cueva, había un letrero escrito con sangre que decía: "aquí en esta cueva se da de alta Juan Ruiz". La gente regresó al pueblo ya que nada pudieron hacer .

Con el paso del tiempo, la familia de Juan Ruiz volvió a quedar muy pobre.

Un día, en el Río de la Verdura, a la altura de la calle Xicoténcatl, el puente, de los cuales dos eran de Juan Ruiz. De manera inexplicable la corriente se llevó únicamente a los dos niños de Juan. Dos cuadras adelante lograron rescatar a uno de ellos y al otro lo rescataron hasta el pueblo vecino, donde se ensancha el río.

Nos dice la leyenda que muchos descendientes de Juan Ruiz han muerto en forma trágica. Los lugareños dicen que debido al pacto que él hizo con el, demonio.

jueves, 5 de agosto de 2010

El cerro sagrado del Cempoaltépetl

Al llegar a la cúspide del Cempoaltépetl y a su rústico altar para los sacrificios, sentimos que nos encontrábamos más cerca del cielo que de la tierra.

De mis épocas de estudiante de secundaria recordaba con especial interés la región conocida como el “nudo del Cempoaltépetl”, que es la unión de la Sierra Madre Occidental con la Oriental, el Oaxaca, donde nuestro mapa nacional se hace angosto, como embudo, antes de llegar a las planicies del Istmo de Tehuantepec. Aunque el concepto orográfico de nudo es hoy obsoleto, en todo caso esa montaña (cuyo nombre náhuatl significa “veinte cerros”) es una elevación sorprendente.

Cuando el cielo está despejado, desde su cumbre se puede ver el Pico de Orizaba hacia el noroeste y el Golfo de México hacia el noroeste, pasando la vista sobre el estado de Veracruz.

Mi relación con los indios mixes de Santa María Tlahuitoltepec, Oaxaca, vecinos de los zapotecas de la Sierra de Juárez, me permitió enterarme de que esa elevación es mucho más que una referencia geográfica: e el cerro sagrado de los mixes. (Por cierto, este pueblo tenía un sistema aritmético bidecimal, lo cual quizá se relaciona con el número 20 de la toponimia.) Paralelamente a sus prácticas cristianas, que celebran con devotas regularidad, los mixes tienen creencias religiosas de raigambre ancestral, relacionadas estrechamente con la naturaleza, a la que veneran como la mayoría de los pueblos indígenas vinculados a la tierra, al agua y al clima por medio de la agricultura y otras actividades. Las prácticas rituales relacionadas con el Cempoaltéptl presentan pocos elementos de origen cristiano, por lo que yo no hablaría de sincretismo, sino más bien de ritos prehispánicos que se han prolongado durante siglos, destacando el sacrificio de animales.

Justo en la cúspide del cerro –mirador cósmico natural– los mixes han formado un rústico altar con piedras, tras del cual se abre profundo el abismo, hasta la planicie costera del Golfo. Cuando participé en un ascenso ritual, en lugar de alcanzarse a ver el horizonte marino, lo que teníamos a nuestros pies era un océano de blancas nubes, de interminable extensión. Tales expediciones se realizan para invocar la buena fortuna y a veces para plantear peticiones específicas (como sanar a los enfermos); aunque tienen lugar todos los meses, son más frecuentes durante diciembre y enero, ante la perspectiva del año que inicia.

El viaje comienza en la ciudad de Oaxaca. Se recorren 42 km por la carretera Panamericana hasta Mitla, la ciudad de los palacios zapotecas con grecas de piedra que forman verdaderos encajes. De allí se continúa hacia el norte durante 77 km hasta Tlahuitoltepec, con el siguiente itinerario: en el km 18 está una desviación a la derecha hacia Hierve el Agua, zona de termas que han formado una cascada estática de sal, donde hay restos de obras hidráulicas prehispánicas; en el km 26 se encuentran San Bartolo Albarradas y poco después una ranchería llamada Matagallina (quizás el nombre recuerda los sacrificios de animales); en el km 56 se localiza Ayutla, ya dentro del territorio de los mixes; en el km 63 se ubica Tamazulapan, pueblo de la misma etnia, donde las mujeres aún conservan su vestimenta ancestral; por último, en el km 73 se abandona el pavimento para desviarse a la izquierda, por cuatro kilómetros de terracería, hasta “Tlahui”, como le dicen los lugareños. De la ciudad de Oaxaca a este pueblo de unos tres mil habitantes, se hacen cerca de dos horas y media de recorrido, pues a pesar de que el camino está pavimentado casi en su totalidad, predominan las curvas durante todo el trayecto desde Mitla.

Para ir al cerro del Cempoaltépetl debe conseguirse alguna persona en el pueblo que haga las veces de guía; se ocupan de cuatro a cinco horas para ascender desde Tlahuitoltepec, o bien una hora en vehículo desde ese poblado y luego dos horas y media a pie.

En Tlahui opera ya hace más de una década el Centro de Capacitación Musical Mixe –CECAM-, institución modelo a nivel nacional. Allí estudian música poco más de cien niños y jóvenes internados, y cerca de treinta externos, además de recibir clases de educación básica, primaria y secundaria. Los alumnos son indígenas mixes y de otras etnias oaxaqueñas, principalmente zapotecos y mixtecos, aunque también hay algunos indígenas de otros estados. El centro tiene huertas, parcelas agrícolas, animales de corral y talleres de artesanías, sobre todo textiles, que completan la preparación de los muchachos.

La tradición de las “bandas de pueblo”, o sea de las bandas de música de viento, está arraigada en el centro del país (aunque no excluye a otros estados) desde hace más de un siglo; se atribuye a la intervención francesa y al imperio de Maximiliano la introducción de este atractivo género. Sin duda, Oaxaca es la entidad federativa con mayor número de estos grupos musicales, constituidos a veces hasta por cuarenta personas. Se estima que sólo en ese estado hay cerca de 400 bandas. En el CECAM hay dos, formadas por niños y jóvenes: la de avanzados y la de principiantes; todos sus integrantes leen música, nadie toca “de oído”, y es sorprendente su alta calidad.

Cabe destacar que el pueblo mixe conserva el uso de su idioma autóctono, una de las 62 lenguas que sobreviven en nuestro país. (En todo el planeta sólo la India tiene más lenguas autóctonas (72) que México). El idioma mixe emplea las vocales con variantes tonales, es decir con diferentes tonos, lo que implica que para hablar mixe hay que dominar las notas, por decirlo de alguna manera. Quizás este dato explique la vocación musical de ese pueblo.

El ascenso ritual al Cempoaltépetl en el cual participé fue organizado por el CECAM, y por ello nuestro grupo era numeroso, más de lo habitual. Por lo común suben familias de entre cinco y diez individuos, siempre con un gallo y un guajolote sacrificarlos en la cúspide. Nosotros éramos alrededor de setenta personas, en su mayoría alumnos, todos cargando sus instrumentos musicales; desde luego, encabezaban nuestra procesión las autoridades del propio centro (maestros jóvenes y brillantes) y nos acompañaba un buen número de mujeres, incluidas algunas señoras mayores, con diversos vínculos con esa institución. La participación femenina, además de agradable, garantizaba el buen desarrollo del desayuno y la comida que se sirvieron durante la expedición.

En efecto, habiendo salido muy de mañana de Tlahui, hacia las nueve hicimos un alto, se encendió una enorme fogata para hervir agua y compartimos unas grandes tortillas, gruesas, untadas con frijoles, a las cuales se añadía un puño de charales salados, todo más bien frío. Se acompañó el sencillo y rico almuerzo con pocillos de café de olla. Los jóvenes, vigorosos, además de cargas sus instrumentos en la empinada subida, también portaban utensilios de cocina, bastimentos, botes con agua y otras bebidas, así como los animales sacrificiales.

Reemprendimos el ascenso y mucho nos ayudaron para llegar a la cima las dos o tres escalas que hicimos para tomar (los adultos) un vasito de extraordinario tepache: en vez de agua los mixes lo hacen con pulque y le agregan fermentación con piloncillo; además, encima del líquido le ponen un poco de pinole con axiote, lo que aumenta el exotismo de la bebida.

Desde que se inició el ascenso había un mar de nubes a nuestros pies; conforme ascendíamos se alejaba hacia abajo el manto blanco; al llegar a la cúspide del Cempoaltépetl y a su rústico altar para los sacrificios, no encontrábamos más cerca del cielo que de la tierra.

Cuando arribamos debimos esperar un cuarto de hora para que una familia desocupara el altar, donde celebraban su propio rito. Me acerqué a observar con discreción y, lejos de desairarme, me convidaron un traguito de mezcal, bebida que acompaña a la singular liturgia. Los mixes utilizan tres tipos de mezcales: de maguey pulquero, de maguey de San Pedro y de espadín –una especie de agave como el de henequén--.

El ara está rodeada de numerosos matorrales casi cubiertos de plumas. El lugar para la ofrenda tiene restos de innumerables ofrecimientos anteriores: cenizas, velas, patas de aves, sangre seca. Para nuestra propia ofrenda las mujeres colocaron en el altar unos tamalitos delgados y largos, como un dedo índice, atados con listones, tiras de masa con yerba santa, puños de harina de maíz, velas encendidas, ramitos de alcatraces y siemprevivas, vasitos con mezcal y con tepache, y copal o incienso, del cual emanaba un humo de aroma embriagante.

La máxima autoridad del CECAM ofreció un hermoso gallo (al que siempre manipuló con cuidado y hasta con cariño) hacia los cuatro puntos cardinales, y después de una serie de oraciones en mixe, que todos escuchamos hincados, procedió a degollar al animal, de un solo tajo de machete, sobre un pequeño tronco colocado ex profeso. La cabeza quedó como parte de la ofrenda (y en ocasiones se dejan también las patas, atadas con un listón). El cuerpo acéfalo, aún aleteando, lo cargó para regar el altar con su sangre, que expulsaba a chorros por el muñón del cuello cortado.

Se repitió un rito similar para sacrificar al guajolote, y precisamente al término del ofrecimiento empezó a escucharse el silbido de los cohetones y su trueno inmediato. Luego inició la música en aquel anfiteatro descomunal, interpretada por la banda principal del centro. La banda tocó fragmentos del Guillermo Tell de Rossini, de la Obertura 1812 de Tchaikovsky, de la Pequeña Serenata de Mozart y, por supuesto, el Himno Mixe.

Posteriormente dio comienza una frugal comida fría a base de grandes tortillas, similares a las del desayuno, pero con salsa roja untada y un huevo cocido (el color del aderezo no es casual, tiene implicaciones simbólicas).

Volvió la música después de comer (ahora con temas populares) y empezó, en la cima del Cempoaltépetl, un animado y respetuoso baile; además de las parejas habituales se formaron algunas sólo de mujeres y dos o tres de hombres (como esto último no dejó de sorprenderme, hice alguna pregunta discreta y me enteré de que no es raro el baile entre hombres, sobre todo en fiestas familiares).

Finalmente iniciamos el descenso de aquella montaña mágica, y durante el trayecto nos cruzamos en la vereda con varias familias que subían, provistas cada una, por supuesto, de un gallo y un guajolote.