lunes, 9 de agosto de 2010

La china poblana

En la Iglesia de la Compañía, en Puebla, cerca de la puerta que comunica el presbiterio con la sacristía, hay empotrada en la pared una lápida que señala el lugar donde fueron enterrados los restos mortales de Catarina de San Juan. En 1907, existía una calle llamada De las Chinitas, donde Mirnha vivió.

Cuentan viejos cronistas que en el año 1609, nació en la ciudad de Indra Prastha una princesa llamada Mirnha, de la estirpe de los mongoles de la India Oriental. Al huir de los turcos, la familia llegó a la costa, donde arribaron los portugueses dedicados al tráfico de esclavos. Mirnha era de color casi blanco, cabellos claros, frente espaciosa, ojos vivos, nariz bien delineada y garboso andar. Un día, la princesa paseaba por la playa, en compañía de un hermano menor, fue hecha prisionera y llevada a Cochín, para después ser enviada a Manila, en las Islas Filipinas.

El marqués de Gálvez, entonces virrey de México, encargó al gobernador de Manila la compra "de esclavas de buen parecer y gracia para el ministerio de su palacio". Trato de adquirir a Mirnha; pero el mercader tenía el encargo anterior del capitán Miguel de Sosa y de su esposa, doña Margarita de Chávez. "La chinita", fue sigilosamente embarcada para la Nueva España en 1620. Para ser entregada al matrimonio que la recibió en México.

En el primer tercio del siglo XVII llegó al puerto de Acapulco, en la Nao de China. La esclava oriental portaba una rara indumentaria, compuesta por una camisa con ricos bordados, un zagalejo de brillantes colores, con lentejuelas, unas chancletas de seda y largas trenzas. Era la primera vez que una mujer de rasgos orientales llegaba a Acapulco y su vestimenta despertó la curiosidad de los concurrentes a la feria que se celebraba a la llegada de la Nao. La gente se preguntaba cómo había llegado a México aquella "China", como la llamaron de inmediato; sin tomar en cuenta su origen hindú.

Sus dueños en Puebla bautizaron a la recién llegada en la iglesia del Santo Ángel de Analco con el nombre de Catarina de San Juan. Se educó cristianamente y más que sirvienta, la vieron en todas partes como miembro de la familia Sosa. Casó con un esclavo de origen chino, Domingo Suárez, con el cual se rehusó a hacer vida marital. Con sus padres adoptivos seguía luciendo sus raros ropajes, que mezcló con los indígenas, dando nacimiento al traje típico de la China Poblana, como dio en llamarle la gente, hasta que por fin ingresó al convento de Santa Catalina en donde logró fama de Santa.

En torno al vestido de la china poblana se conocen legendarias historias. Catarina de San Juan vistió siempre trajes parecidos a los de la actual “China Poblana”, por lo que se identificaba con las indias de la región y a la vez recordaba sus trajes orientales. Evocando sus atuendos cortesanos, la princesa copia el enredo confeccionado con dos piezas de tela de contrastados tonos, para convertirlo en la falda europea, amplia y con los bajos en picos, bordada de lentejuelas y chaquira. El huipil, en la camisa española también bordada. La faja o chincuete en el rebozo suelto, sobre los hombros y los brazos. Los colores verde, blanco y rojo fueron adoptados más tarde, de la Bandera Nacional, una vez que México alcanzó su independencia en el siglo XIX. Más que oriental el traje de China Poblana es mestizo mexicano y habla claro de la fusión de las culturas indígena y española, que cuajó en multitud de obras de gran belleza

El atuendo tradicional de la “China Poblana” se compone esencialmente de rebozo, blusa zagalejo y zapatillas. El rebozo más apropiado es el llamado de bolita en colores palomo y coyote. La blusa lleva bordados de chaquira en vivos colores y es de manga corta. El castor o sea la falda, consta de dos secciones: la superior, de unos 25 cm. aproximadamente, de percal o de seda verde, de igual matiz que la pretina. La inferior recamada de bordados realizados en lentejuela y chaquira en forma de flores, aves y mariposas multicolores. El peinado de dos trenzas, con raya en medio, lo rematan moños de listón de los mismos colores del ceñidor. Lleva arracadas o zarcillos; en el cuello, gargantilla de corales. En algunos casos se usa con sombrero jarano, discretamente adornado con barbiquejo de gamuza o de cinta de popotillo. Las zapatillas son forradas en seda verde o roja.

Muchos consideran que la leyenda de la “China Poblana” no pasa de ser eso; leyenda. Pero la tradición ha dejado el traje, que sigue siendo usado a través de los siglos por las mujeres mexicanas.

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