En el transcurso de menos de tres años, Béranger Saunière, un pobre cura de pueblo, se convirtió en uno de los hombres más ricos de la región. En la puerta de su iglesia colocó la imagen de un diablo.
Desde la ciudad de de Carcassonne, en el Sur de Francia, hasta la frontera española se extiende una región poco poblada. Es una zona de pequeños viñedos entre crestas de piedra desnuda, de valles desiertos llenos de ruiseñores, de arroyos veloces que se nutren de las nieves y de tierras altas, arenosas y salvajes donde abundan el tomillo y el arrayán.. Pero en otro tiempo estuvo muy poblada; primero por los galos del sur, pueblo celta que estableció su capital en Narbo, actual Narbonne, y después por los visigodos, cuyo reino de Septimania sobrevivió desde el año 475 hasta que fue invadido por los moros en el año 715. Torres de vigilancia semiderruidas y castillos abandonados dominan las colinas, como testimonio elocuente de las confusas condiciones de la región durante diez siglos.
Es la zona sur del Languedoc, que desde 1050 quedó bajo dominio de los condes de Toulouse, vasallos autónomos del rey de Francia, y que poco más tarde se convirtió en centro de irradiación de la herejía cátara. En las empinadas rocas de Montségur, los cátaros protagonizaron su última y desesperada resistencia en 1244.
La antigua ciudad de Aereda, llamada Rhedae por los romanos, fue en otros tiempos una capital de más de 30.000 habitantes y su castillo, en la cima de la colina, guardaba la confluencia de los ríos Aude y Sals. Hoy es una aldea venida a menos, con unas pocas casas aferradas a una calle empinada y que miran a una llanura desierta. Eso es Rennes-le-Château.
En 1885, a los 33 años, François Béranger Saunière fue nombrado cura de la pequeña iglesia de Sainte-Madeleine, abandonada y semiderruida, que se alzaba en la parte más alta de la calle del pueblo, donde los visigodos habían levantado un palacio fortificado. Como muchos otros sacerdotes, Saunière tomó a una joven, Marie Denarnaud, como ama de llaves y se instaló en Rennes-le-Cháteau sin más perspectiva que la pobreza y la oscuridad. Pero el destino decidió otra cosa.
Saunière se enteró de que uno de sus predecesores había dejado un pequeño legado para el mantenimiento de la iglesia y, en 1892, decidió restaurar el altar mayor. Este constaba de un solo bloque de piedra, uno de cuyos extremos se hallaba fijado a la pared de la iglesia; el otro se apoyaba en una antigua columna de piedra tallada, de la época visigoda. Al levantar el bloque se descubrió que la columna era hueca; dentro había tres tubos de madera, sellados con cera, que contenían pergaminos manuscritos.
Algunas copias de estos pergaminos han llegado hasta nosotros. A primera vista no parecen ser más que transcripciones de pasajes conocidos del Nuevo Testamento, escritos en latín, con extraños caracteres de aspecto arcaico. El primero (Juan 12, 1-12) describe la visita de Cristo a Betania, a casa de Lázaro, Marta y María. El segundo es la historia de los discípulos recogiendo espigas de trigo en sábado, pero ha sido tomado de tres versiones diferentes, las de Mateo (12, 1-8), Marcos (2, 23-28) y Lucas (6, 1-5).
Una inspección más cuidadosa revela, sin embargo, que estos manuscritos contienen una serie de rasgos inesperados: hay dibujos de monogramas, se han añadido letras al texto, algunas de ellas están marcadas con un punto, otras desplazadas; son indicios de que los documentos están en clave. Y, desde luego, un criptógrafo no encontraría demasiadas dificultades en descifrarlos.
A principios de 1893, Saunière llevó los manuscritos a su obispo, monseñor Félix-Arséne Billard de Carcassonne y obtuvo autorización (y dinero) para ir inmediatamente a París. Allí entregó los documentos al abate Bieil, director de Saint-Sulpice, quien le presentó a su sobrino, el editor religioso Ané, en cuya casa se alojó Saunière mientras estuvo en París, y a Émile Hoffet, destinado a convertirse en una gran autoridad en manuscritos antiguos y sociedades secretas.
Saunière estuvo tres semanas en París. Pasó mucho tiempo en el Louvre, donde compró reproducciones de tres cuadros sin vinculación aparente entre sí: «Pastores de Arcadia» de Poussin, el «retrato de San Antonio» de Teniers y un retrato anónimo del papa san Celestino V. También entabló amistad -cosa rara para un humilde cura de pueblo- con una celebridad parisina, Emma Calvé. La hermosa soprano estaba en la cumbre de su carrera. Durante muchos años fue íntima amiga de Saunière y lo visitó con regularidad hasta su boda, en 1914, con el tenor Gasbarri.
Cuando volvió a Rennes, Saunière continuó la restauración de la iglesia. Con la ayuda de algunos jóvenes del pueblo -uno de los cuales vivía aún en 1962 y proporcionó detalles valiosos sobre las actividades de su párroco- levantó otro bloque de piedra que se encontraba justamente delante del altar. La parte inferior del bloque estaba tallada en un estilo arcaico, que fue identificado como perteneciente a los siglos VI o VII.
Hay dos escenas talladas en el bloque, que suceden en un edificio con arcos o en una cripta. La de la izquierda representa, según parece, a un caballero montado, tocando una trompeta de caza, mientras su caballo agacha la cabeza para beber de un manantial. La de la derecha es de otro caballero con una vara en una mano y, en la otra, o un niño en su arzón o un disco o esfera. La piedra está gastada y rota y es difícil identificar los temas con seguridad.
Cuando fue retirado el bloque, Saunière ordenó a los jóvenes que excavaran a varios pies de profundidad; en cuanto anunciaron qué habían encontrado algo los envió a casa y se encerró en la iglesia. Se dice que habían descubierto dos esqueletos y un cuenco lleno de objetos brillantes; Saunière manifestó que eran medallones sin valor. Cuando recientemente se volvió a excavar en el mismo lugar se encontró una calavera con una hendidura ritual característica en el cráneo.
Después de este descubrimiento, los trabajos en la iglesia cesaron durante algún tiempo. En cambio, Saunière, acompañado por su ama de llaves Marie, se dedicó a recorrer los alrededores con un saco al hombro. Cada noche volvía con el saco lleno de piedras que había elegido cuidadosamente, y cuando se le preguntaba por la finalidad de sus excursiones replicaba que había decidido embellecer el jardicncillo que había frente a la iglesia con una gruta de piedra. Ciertamente, la gruta sigue allí, aunque muy disminuida; ha sido saqueada, o por cazadores de souvenirs o por quienes esperaban que las piedras revelaran el secreto de Saunière.
Pero ése no era su único y extraño pasatiempo. El cementerio de la iglesia contenía dos lápidas que marcaban la tumba de Marie de Negri d'Albes (muerta en 1781), esposa de Francis de Hautpoul, seigneur de Rennes. Durante la noche, Saunière movió estas lápidas y borró pacientemente sus inscripciones: vano esfuerzo pues las inscripciones ya habían sido copiadas por arqueólogos itinerantes.
Durante los dos años siguientes, Béranger Saunière viajó mucho. Se sabe que abrió varias cuentas bancarias, en Perpiñán, Toulouse, París y hasta Budapest. Frecuentemente llegaban giros para Marie Denarnaud de Alemania, España, Suiza e Italia; aparentemente, algunos eran enviados por comunidades religiosas.
A partir de 1896, Saunière emprendió la restauración de la iglesia, cuyos resultados pueden verse en la actualidad. El efecto del conjunto es extraordinario. Dispuesto diagonalmente donde se juntan nave y transepto, hay un suelo en forma de tablero de ajedrez compuesto por 64 baldosas cuadradas blancas y negras; junto a la puerta principal levantó un gran monumento de colores llamativos en el que la pila es sostenida por la cabeza de una figura de tamaño natural del demonio Asmodeo, mientras encima se levantan cuatro estatuas pequeñas de ángeles alados con la divisa Par ce signe tu le vaincras (Con este signo lo vencerás), una cita de la visión que provocó la conversión del emperador Constantino al cristianismo, en el año 313.
«Éste es un lugar terrible»
Las paredes de la iglesia están cubiertas con pinturas en relieve de estilo popular; además hay un Vía Crucis poco convencional y, encima del confesionario, una representación de Cristo en el monte de los Olivos. El mismo Saunière pintó la imagen de María Magdalena que hay en el altar. Lo más extraño de todo es que sobre el portal de la iglesia están grabadas las palabras de Jacob en Bethel, pronunciadas la mañana siguiente a la visión de los ángeles que subían y bajaban por una escalera que llevaba al cielo: Terribilis est locus iste (Éste es un lugar terrible).
Cuando terminaron los trabajos en la iglesia, Saunière no abandonó su fiebre reconstructora. Compró el terreno que se extendía entre la iglesia y la ladera oeste de la colina. A lo largo de la cresta construyó un paseo semicircular y en el extremo sur de éste, una torre de dos pisos, la Tour Magdala. Dentro de la curva del paseo dispuso un jardín, y al final, separada de la iglesia por un pequeño patio, levantó una casa para huéspedes que llamó Betania.
Saunière pagó de su bolsillo todos estos trabajos. Y cuando Betania quedó terminada y amueblada con valiosas antigüedades, recibió huéspedes a quienes atendía como a reyes, con buenos vinos y abundante comida. Hubo visitas regulares de Emma Calvé, siempre que sus compromisos profesionales se lo permitían, y entre los huéspedes figuró también la secretaria de estado para las bellas artes, la escritora Andrée Bruguière, muchos notables de la zona y, de vez en cuando, de incógnito, un hombre de quien se decía que era el archiduque Juan de Habsburgo, primo del emperador de Austria.
Cuando Saunière murió en 1917 se calculaba que había gastado bastante más de un millón de francos..., y eran francs d'or, que valían 20 veces más que los ya desaparecidos francos franceses. Después de su muerte y durante 36 años, hasta que falleció en 1953, Marie Denarnaud no se privó de nada y, en una carta escrita hacia 1920, estimó su propia fortuna en más de 100.000 francos. Entre 1885 y 1893, Béranger Saunière dejó de ser el cura pobre de una parroquia miserable y se convirtió en un hombre enormemente rico... y uno de los derrochadores más extravagantes de la región. La prueba de sus gastos está allí, en Rennes-le-Cháteau, a la vista de todos. Pero, ¿de dónde salieron las riquezas de Saunière?
Escuela de herejes
Saint-Sulpice es la iglesia más grande de París después de Notre-Dame, y en el siglo XIX su seminario constituía uno de los principales centros de enseñanza de los sacerdotes franceses. Entre sus alumnos más notorios en ese período figuraba Alphonse Louis Constant, que abandonó el sacerdocio tomando después el nombre de Eliphas Levi. Con ese nombre publicó Dogma y ritual de la alta magia y otros libros sobre ocultismo.
Otro clérigo apóstata proveniente de este seminario fue el abate Joseph Antoine Boullan que, en 1876, anunció que él era el Sumo Sacerdote de la iglesia de Carmel, en Lyon. Dos jóvenes parisienses, el marqués Stanislas de Guaita y su compañero Oswald Wirth, que eran discípulos de Levi, se unieron a la iglesia de Carmel para aprender sus ritos secretos y después, en 1887, anunciar que Boullan era «un hombre condenado».
Convencido de que Guaita y Wirth se proponían matarlo por medios ocultos, Boullan logró el apoyo del novelista J.K. Huysmans, quien dibujó un benévolo retrato del ex abate en su novela sobre la magia negra Là-Bas (Allá). Uno de los amigos de Huysmans, antiguo discípulo de Boullan, era el escritor Jules Bois, amante en esa época de la soprano Emma Calvé. El 4 de enero de 1893, después de escribir una carta llena de presentimientos de muerte, Boullan falleció repentinamente. Bois publicó inmediatamente una carta en un diario de París, acusando a Guaita de haberlo asesinado con artes mágicas. Pocos días más tarde, Saunière llegó a París...
Desde la ciudad de de Carcassonne, en el Sur de Francia, hasta la frontera española se extiende una región poco poblada. Es una zona de pequeños viñedos entre crestas de piedra desnuda, de valles desiertos llenos de ruiseñores, de arroyos veloces que se nutren de las nieves y de tierras altas, arenosas y salvajes donde abundan el tomillo y el arrayán.. Pero en otro tiempo estuvo muy poblada; primero por los galos del sur, pueblo celta que estableció su capital en Narbo, actual Narbonne, y después por los visigodos, cuyo reino de Septimania sobrevivió desde el año 475 hasta que fue invadido por los moros en el año 715. Torres de vigilancia semiderruidas y castillos abandonados dominan las colinas, como testimonio elocuente de las confusas condiciones de la región durante diez siglos.
Es la zona sur del Languedoc, que desde 1050 quedó bajo dominio de los condes de Toulouse, vasallos autónomos del rey de Francia, y que poco más tarde se convirtió en centro de irradiación de la herejía cátara. En las empinadas rocas de Montségur, los cátaros protagonizaron su última y desesperada resistencia en 1244.
La antigua ciudad de Aereda, llamada Rhedae por los romanos, fue en otros tiempos una capital de más de 30.000 habitantes y su castillo, en la cima de la colina, guardaba la confluencia de los ríos Aude y Sals. Hoy es una aldea venida a menos, con unas pocas casas aferradas a una calle empinada y que miran a una llanura desierta. Eso es Rennes-le-Château.
En 1885, a los 33 años, François Béranger Saunière fue nombrado cura de la pequeña iglesia de Sainte-Madeleine, abandonada y semiderruida, que se alzaba en la parte más alta de la calle del pueblo, donde los visigodos habían levantado un palacio fortificado. Como muchos otros sacerdotes, Saunière tomó a una joven, Marie Denarnaud, como ama de llaves y se instaló en Rennes-le-Cháteau sin más perspectiva que la pobreza y la oscuridad. Pero el destino decidió otra cosa.
Saunière se enteró de que uno de sus predecesores había dejado un pequeño legado para el mantenimiento de la iglesia y, en 1892, decidió restaurar el altar mayor. Este constaba de un solo bloque de piedra, uno de cuyos extremos se hallaba fijado a la pared de la iglesia; el otro se apoyaba en una antigua columna de piedra tallada, de la época visigoda. Al levantar el bloque se descubrió que la columna era hueca; dentro había tres tubos de madera, sellados con cera, que contenían pergaminos manuscritos.
Algunas copias de estos pergaminos han llegado hasta nosotros. A primera vista no parecen ser más que transcripciones de pasajes conocidos del Nuevo Testamento, escritos en latín, con extraños caracteres de aspecto arcaico. El primero (Juan 12, 1-12) describe la visita de Cristo a Betania, a casa de Lázaro, Marta y María. El segundo es la historia de los discípulos recogiendo espigas de trigo en sábado, pero ha sido tomado de tres versiones diferentes, las de Mateo (12, 1-8), Marcos (2, 23-28) y Lucas (6, 1-5).
Una inspección más cuidadosa revela, sin embargo, que estos manuscritos contienen una serie de rasgos inesperados: hay dibujos de monogramas, se han añadido letras al texto, algunas de ellas están marcadas con un punto, otras desplazadas; son indicios de que los documentos están en clave. Y, desde luego, un criptógrafo no encontraría demasiadas dificultades en descifrarlos.
A principios de 1893, Saunière llevó los manuscritos a su obispo, monseñor Félix-Arséne Billard de Carcassonne y obtuvo autorización (y dinero) para ir inmediatamente a París. Allí entregó los documentos al abate Bieil, director de Saint-Sulpice, quien le presentó a su sobrino, el editor religioso Ané, en cuya casa se alojó Saunière mientras estuvo en París, y a Émile Hoffet, destinado a convertirse en una gran autoridad en manuscritos antiguos y sociedades secretas.
Saunière estuvo tres semanas en París. Pasó mucho tiempo en el Louvre, donde compró reproducciones de tres cuadros sin vinculación aparente entre sí: «Pastores de Arcadia» de Poussin, el «retrato de San Antonio» de Teniers y un retrato anónimo del papa san Celestino V. También entabló amistad -cosa rara para un humilde cura de pueblo- con una celebridad parisina, Emma Calvé. La hermosa soprano estaba en la cumbre de su carrera. Durante muchos años fue íntima amiga de Saunière y lo visitó con regularidad hasta su boda, en 1914, con el tenor Gasbarri.
Cuando volvió a Rennes, Saunière continuó la restauración de la iglesia. Con la ayuda de algunos jóvenes del pueblo -uno de los cuales vivía aún en 1962 y proporcionó detalles valiosos sobre las actividades de su párroco- levantó otro bloque de piedra que se encontraba justamente delante del altar. La parte inferior del bloque estaba tallada en un estilo arcaico, que fue identificado como perteneciente a los siglos VI o VII.
Hay dos escenas talladas en el bloque, que suceden en un edificio con arcos o en una cripta. La de la izquierda representa, según parece, a un caballero montado, tocando una trompeta de caza, mientras su caballo agacha la cabeza para beber de un manantial. La de la derecha es de otro caballero con una vara en una mano y, en la otra, o un niño en su arzón o un disco o esfera. La piedra está gastada y rota y es difícil identificar los temas con seguridad.
Cuando fue retirado el bloque, Saunière ordenó a los jóvenes que excavaran a varios pies de profundidad; en cuanto anunciaron qué habían encontrado algo los envió a casa y se encerró en la iglesia. Se dice que habían descubierto dos esqueletos y un cuenco lleno de objetos brillantes; Saunière manifestó que eran medallones sin valor. Cuando recientemente se volvió a excavar en el mismo lugar se encontró una calavera con una hendidura ritual característica en el cráneo.
Después de este descubrimiento, los trabajos en la iglesia cesaron durante algún tiempo. En cambio, Saunière, acompañado por su ama de llaves Marie, se dedicó a recorrer los alrededores con un saco al hombro. Cada noche volvía con el saco lleno de piedras que había elegido cuidadosamente, y cuando se le preguntaba por la finalidad de sus excursiones replicaba que había decidido embellecer el jardicncillo que había frente a la iglesia con una gruta de piedra. Ciertamente, la gruta sigue allí, aunque muy disminuida; ha sido saqueada, o por cazadores de souvenirs o por quienes esperaban que las piedras revelaran el secreto de Saunière.
Pero ése no era su único y extraño pasatiempo. El cementerio de la iglesia contenía dos lápidas que marcaban la tumba de Marie de Negri d'Albes (muerta en 1781), esposa de Francis de Hautpoul, seigneur de Rennes. Durante la noche, Saunière movió estas lápidas y borró pacientemente sus inscripciones: vano esfuerzo pues las inscripciones ya habían sido copiadas por arqueólogos itinerantes.
Durante los dos años siguientes, Béranger Saunière viajó mucho. Se sabe que abrió varias cuentas bancarias, en Perpiñán, Toulouse, París y hasta Budapest. Frecuentemente llegaban giros para Marie Denarnaud de Alemania, España, Suiza e Italia; aparentemente, algunos eran enviados por comunidades religiosas.
A partir de 1896, Saunière emprendió la restauración de la iglesia, cuyos resultados pueden verse en la actualidad. El efecto del conjunto es extraordinario. Dispuesto diagonalmente donde se juntan nave y transepto, hay un suelo en forma de tablero de ajedrez compuesto por 64 baldosas cuadradas blancas y negras; junto a la puerta principal levantó un gran monumento de colores llamativos en el que la pila es sostenida por la cabeza de una figura de tamaño natural del demonio Asmodeo, mientras encima se levantan cuatro estatuas pequeñas de ángeles alados con la divisa Par ce signe tu le vaincras (Con este signo lo vencerás), una cita de la visión que provocó la conversión del emperador Constantino al cristianismo, en el año 313.
«Éste es un lugar terrible»
Las paredes de la iglesia están cubiertas con pinturas en relieve de estilo popular; además hay un Vía Crucis poco convencional y, encima del confesionario, una representación de Cristo en el monte de los Olivos. El mismo Saunière pintó la imagen de María Magdalena que hay en el altar. Lo más extraño de todo es que sobre el portal de la iglesia están grabadas las palabras de Jacob en Bethel, pronunciadas la mañana siguiente a la visión de los ángeles que subían y bajaban por una escalera que llevaba al cielo: Terribilis est locus iste (Éste es un lugar terrible).
Cuando terminaron los trabajos en la iglesia, Saunière no abandonó su fiebre reconstructora. Compró el terreno que se extendía entre la iglesia y la ladera oeste de la colina. A lo largo de la cresta construyó un paseo semicircular y en el extremo sur de éste, una torre de dos pisos, la Tour Magdala. Dentro de la curva del paseo dispuso un jardín, y al final, separada de la iglesia por un pequeño patio, levantó una casa para huéspedes que llamó Betania.
Saunière pagó de su bolsillo todos estos trabajos. Y cuando Betania quedó terminada y amueblada con valiosas antigüedades, recibió huéspedes a quienes atendía como a reyes, con buenos vinos y abundante comida. Hubo visitas regulares de Emma Calvé, siempre que sus compromisos profesionales se lo permitían, y entre los huéspedes figuró también la secretaria de estado para las bellas artes, la escritora Andrée Bruguière, muchos notables de la zona y, de vez en cuando, de incógnito, un hombre de quien se decía que era el archiduque Juan de Habsburgo, primo del emperador de Austria.
Cuando Saunière murió en 1917 se calculaba que había gastado bastante más de un millón de francos..., y eran francs d'or, que valían 20 veces más que los ya desaparecidos francos franceses. Después de su muerte y durante 36 años, hasta que falleció en 1953, Marie Denarnaud no se privó de nada y, en una carta escrita hacia 1920, estimó su propia fortuna en más de 100.000 francos. Entre 1885 y 1893, Béranger Saunière dejó de ser el cura pobre de una parroquia miserable y se convirtió en un hombre enormemente rico... y uno de los derrochadores más extravagantes de la región. La prueba de sus gastos está allí, en Rennes-le-Cháteau, a la vista de todos. Pero, ¿de dónde salieron las riquezas de Saunière?
Escuela de herejes
Saint-Sulpice es la iglesia más grande de París después de Notre-Dame, y en el siglo XIX su seminario constituía uno de los principales centros de enseñanza de los sacerdotes franceses. Entre sus alumnos más notorios en ese período figuraba Alphonse Louis Constant, que abandonó el sacerdocio tomando después el nombre de Eliphas Levi. Con ese nombre publicó Dogma y ritual de la alta magia y otros libros sobre ocultismo.
Otro clérigo apóstata proveniente de este seminario fue el abate Joseph Antoine Boullan que, en 1876, anunció que él era el Sumo Sacerdote de la iglesia de Carmel, en Lyon. Dos jóvenes parisienses, el marqués Stanislas de Guaita y su compañero Oswald Wirth, que eran discípulos de Levi, se unieron a la iglesia de Carmel para aprender sus ritos secretos y después, en 1887, anunciar que Boullan era «un hombre condenado».
Convencido de que Guaita y Wirth se proponían matarlo por medios ocultos, Boullan logró el apoyo del novelista J.K. Huysmans, quien dibujó un benévolo retrato del ex abate en su novela sobre la magia negra Là-Bas (Allá). Uno de los amigos de Huysmans, antiguo discípulo de Boullan, era el escritor Jules Bois, amante en esa época de la soprano Emma Calvé. El 4 de enero de 1893, después de escribir una carta llena de presentimientos de muerte, Boullan falleció repentinamente. Bois publicó inmediatamente una carta en un diario de París, acusando a Guaita de haberlo asesinado con artes mágicas. Pocos días más tarde, Saunière llegó a París...
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