
Sin embargo, en este acontecimiento no solo han habido perjudicados, las petroleras norteamericanas han salido especialmente beneficiadas y los nuevos escenarios mundiales que van a desarrollarse con la más que previsible guerra contra Iraq, no harán más que potenciar la presencia económica estadounidense en una zona en la que nunca habían podido contrarrestar la supremacía rusa.
En La gran mentira (Ed. Pyre), León Klein pretende aclarar algunos de los puntos más oscuros que rodearon a los atentados del 11-S. Aquí hay un resumen de las tesis expuestas en el libro.
La tesis oficial del 11-S sostiene que se trato de un atentado islamista cuyo instigador fue Bin Laden, organizado desde su base de Afganistán.
Esa tesis es imposible porque no se apoya sobre pruebas fehacientes que pudiera aceptar algún tribunal ordinario y porque, lejos de beneficiar a los presuntos autores, les perjudicó.
Según la hipótesis alternativa, los atentados fueron organizados desde esferas de poder del interior de EE.UU para justificar fundamentalmente la intervención en Afganistán y la posterior guerra contra Iraq.
Esa hipótesis es verosímil porque se apoya en hechos precisos, a saber: el desarrollo posterior de los acontecimientos que refuerzan la presencia americana en una zona de interés estratégico ya que albergan las segundas reservas mundiales de petróleo y porque el atentado sólo ha beneficiado a los intereses de EE.UU.
El móvil de los ataques habría sido el control sobre Afganistán para facilitar el paso del oleoducto que llevará petróleo del Caspio al Índico y que aproximará las fuerzas de intervención americanas a la cuenca petrolífera del Caspio.
Existen siete modelos históricos previos en la historia de los EE.UU, es decir, episodios “providenciales” que fueron considerados “casus belli” y permitieron vencer las resistencias de la opinión pública norteamericana a entrar en conflictos exteriores: El Álamo, la voladura del Maine, el hundimiento del Lusitania, Pearl Harbour, el incidente de Tonkin y el primer atentado contra el Word Trade Center.

Es cierto que se especuló previamente en Bolsa con las compañías que se verían afectadas por los atentados, pero no fue Bin Laden quien especuló, sino que la operación se realizó mediante una agencia de valores vinculada a altos cargos de la Agencia Central de Inteligencia (CIA).
En los últimos siete años, el nombre de Bin Laden se ha relacionado con atentados antiamericanos. Pero el interés de EE.UU en perseguirlo deriva de su oposición al régimen saudí, principal aliado de EE.UU en la zona. Bin Laden ha atribuido a sus plegarias cualquier atentado antiamericano. Se trata de un fundamentalista musulmán que odia a los americanos por ser infieles que pisan la tierra más sagrada del Islam: Arabia Saudí.
Al Qaeda es una organización integrista islámica internacional que ha reclutado voluntarios para diversas guerras. Nunca ha reivindicado formalmente ningún atentado, aunque es posible que algunos de sus miembros se hayan vinculado a este tipo de operaciones antiamericanas.
Que Mohamed Atta fuera el coordinador de los atentados es completamente imposible y, desde luego, él o sus compañeros no pudieron pilotar los aviones. Su perfil no es el de un terrorista, ni siquiera el de un integrista islámico. Tampoco se comportó como un terrorista entrenado capaz de burlar a los servicios aduaneros y de inteligencia de medio mundo. Por el contrario, su comportamiento era normal. Es posible que alguien utilizara en algún momento su nombre o su pasaporte. El hallazgo “providencial” del pasaporte de Atta en los alrededores del WTC y el hecho de que su maleta quedara en tierra por otro error “providencial” dejan entrever que fue elegido como chivo expiatorio.
En cuanto al resto de los presuntos terroristas suicidas, varios viven todavía y gozan de buena salud. Han demostrado que no estaban en los aviones y que no tienen relaciones con grupos integristas. Fueron vinculados a la operación a partir de pasaportes robados y reutilizados en el embarque de los aviones. Ninguno se comportó como lo haría cualquier terrorista. Por lo demás, apenas se sabe nada de la mayoría de ellos.

¿Cómo se estrellaron los aviones contra sus objetivos? Mediante sistemas de control remoto que inhibieron los mandos del avión a los pilotos en los últimos minutos del vuelo y cortaron las comunicaciones con tierra. Equipos de este tipo se ensayaron desde los años 70 para evitar que los secuestradores desviaran los aviones a Cuba o Argelia.
Entonces, ¿qué fue realmente el 11-S? Un gigantesco crimen de Estado utilizado como “casus belli”. Se trató de un golpe de Estado en el que el lobby petrolero mejoró extraordinariamente sus posiciones. Una operación de guerra psicológica diseñada para estimular el deseo de venganza del pueblo norteamericano y que aprobara la intervención bélica. Fue aprovechado, finalmente, para reforzar el estado de excepción permanente, justificar la represión contra las libertades democráticas y aumentar el control sobre Internet.
¿Qué tiene que ver todo esto con lo que nos ofrecieron las TVs el 11 de septiembre del 2001? Lo que vimos no tuvo nada que ver con lo que en realidad sucedió. Vimos un atentado terrorista convertido en espectáculo, pero lo que ocurrió en realidad fue un golpe de Estado, cuyas víctimas fueron norteamericanas en su mayoría, pero cuyas repercusiones alcanzarán a todo el mundo.
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