viernes, 6 de mayo de 2011

Henri Desiré Landru: El asesino de viudas

Henri Desiré Landru, el Barba Azul de Gambais, así se llamaba el que quizá haya sido el mayor asesino en serie de la historia. Para que os hagáis una idea, se piensa que las víctimas de aquel Jack que gustaba ir por partes no fueron más que cinco, mientras que a Landru oficialmente se le hizo responsable de 11 asesinatos, cifra que, oficiosamente, rebasa los 200.

Landru fue detenido en 1919. Su caso sorprendió primero a la policía y conmocionó después a la sociedad francesa. ¿La causa? Se trató de uno de los primeros ejemplos de asesino en serie que se conocían en Europa.

Entraremos ahora en detalle pero la cuestión no es tan simple como parece deducirse de algunas crónicas para las cuales Landru mataba por un motivo vulgar y conocido, el dinero (algo execrable y en absoluto justificable pero que, al fin y al cabo, resultaría comprensible para el resto de almas piadosas del conjunto social) en tanto que con Jack El Destripador se pone por vez primera sobre el tapete la figura de asesino psicópata en el que sexo, trauma y enfermedad aparentemente se entrelazan de modo inextricable.

Los datos que tenemos muestran, por el contrario, que por detrás de los crímenes de Landru persiste ese insidioso interrogante de los vínculos entre razón y locura (o, dicho de otra forma, qué significa la normalidad).

Henri-Desiré Landru nace en París, en 1869. Se casa joven con una prima. Muchos artículos sobre Landru en internet dan a entender que fue un casamiento no deseado, de penalidad y, que enseguida lo hizo infeliz. En realidad, no estamos muy seguros de tales datos. Según palabras de su esposa, recogidas durante el proceso, Landru era ya un perfecto caballero: dulce, amable, atento, aseado y bien vestido ni siquiera fumaba o bebía. Al parecer, de hecho, los primeros años fueron para la incipiente familia los más felices.

Lo que sí parece demostrado es que, sin embargo, a Landru no se le escapaba la necesidad de asegurarse un futuro económico para él y para los suyos. Así pasará por las más variopintas ocupaciones. Adviértase que Landru demuestra desde muy pronto una inventiva notable. Por momentos se considera inventor e inventa sobre todo aparatos mecánicos o relacionados con la mecánica. Por ejemplo, una bicicleta a motor.

Pero Landru no acababa de triunfar. Sus inventos no tenían éxito: parece que tales fracasos lo trastornaron. Con el nuevo siglo su situación empeoró: varias condenas por estafa dieron con sus huesos en la cárcel varias veces. El padre ya viudo, un hombre humilde pero de moral firme, creyendo que la sangre de su estirpe estaba condenada a languidecer en las venas de un delincuente, acabó por suicidarse. Posiblemente eso condenó a Landru sin remisión.

Así llega 1914. La Gran Guerra. Jóvenes que van al frente. Maridos que nunca vuelven. De repente parece que en París por cada mujer casada hay otra viuda. El ingenio de Landru recuerda una de sus estafas anteriores, pertenecientes a su etapa pre-asesina. Decide repetirla, pero a lo grande.

Pone anuncios en los periódicos. Se publicita como un viudo en busca de una alma gemela. Cientos de mujeres desconsoladas le responden. Él se cita solo con las que tienen un patrimonio pero, ojo, al parecer ni siquiera con las más ricas. De cada encuentro Landru sale triunfador. La impresión de las féminas es la misma que ya había tenido su esposa: cariñoso, suave, delicado, afable… ¡un ciudadano noble!

O más bien un doctor Jekyll. En cuatro años Landru atraerá a su estanque a diez viudas que, una tras otra, asesinará. En medio también el hijo de una de ellas, que estaba en medio. Se deshacía de los cuerpos quemándolos en el fogón de la cocina de una casa que se compró en el campo. Al final lo descubrieron, en 1919.

Durante los interrogatorios y en el juicio permaneció impasible. Acusado de 11 atroces crímenes, las investigaciones sobre los restos encontrados en su casa, junto a los datos de mujeres desaparecidas en esos años, llevó a algunos policías a considerar que la mano siniestra del antiguo inventor podía estar detrás de más de 200 asesinatos.

Un día de febrero de 1922 la guillotina separó la cabeza del cuerpo de Henri Desiré Landru, sin que policías, fiscales, jueces o médicos llegasen a desentrañar el enigma de aquel asesino de viudas, tan correcto, tan educado, tan normal. Y un escalofrío recorrió el espinazo de los observadores más lúcidos al darse cuenta de que Landru, loco, psicópata, monstruo, no parecía diferir en nada de ellos mismos.

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