El fenómeno de macro-psicoquinesis (se entiende por psicoquinesis el movimiento de materia y energía externas a través del espacio y del tiempo, logrado por la sola influencia mental de una persona) que utiliza como instrumentos mesas pequeñas es, probablemente, el único que, bajo determinadas condiciones, puede ser repetido a voluntad por cualquier persona sin requerir ninguna habilidad especial. Conocido desde la antigüedad, fue hacia 1850 cuando alcanzó una gran popularidad, siendo denominado en los ambientes espiritistas como table-turning, que en español se traduce como "mesas parlantes" o "mesas giratorias". Un grupo de personas, habitualmente amigos, se sientan alrededor de una mesa para intentar producir en ella movimientos anómalos que han sido descritos en los textos clásicos. Después de un periodo variable de tiempo en el que se llevan a cabo diversos rituales o fórmulas consideradas habitualmente como imprescindibles, se produce una serie de fenómenos que aumentan en intensidad según unos parámetros fijos que suelen repetirse en todos los casos.
Generalmente se escuchan crujidos o se detectan desplazamientos de la mesa casi imperceptibles, pero, poco a poco, los crujidos se transforman en golpes de diferentes características e intensidades, que pueden escucharse en otros lugares de la habitación. Los desplazamientos se hacen más complejos y se producen inclinaciones que obligan a los asistentes a hacer auténticos para no perder su lugar junto a la mesa. A partir de ese momento, ésta se comporta como si estuviera animada fuerza invisible e inteligente y los asistentes a la sesión suelen acordar códigos de golpes o movimientos para "conversar" con ella. Luego pueden tener lugar fenómenos de mayor envergadura como la levitación completa de la mesa. Ocasionalmente se observan fenómenos lumínicos, tocamientos (es decir, sensación de dedos invisibles apoyándose en alguna parte del cuerpo), brisas, movimientos de objetos de diferentes tamaños o aparición de "aportes", entre otras manifestaciones.
Sin embargo, no todos los grupos tienen la misma suerte. Unos han abandonado sus encuentros después de semanas o meses de reunirse infructuosamente, mientras que otros logran progresar hasta distintos estadios intermedios. Algunos han atribuido los fenómenos a seres desencarnados y otros se inclinan por pensar en fuerzas psíquicas desconocidas relacionadas con uno, varios o todos los presentes.
Podríamos situar el punto de partida de este fenómeno a mediados del siglo XIX, cuando se produjo, en América y Europa, una epidemia de mesas parlantes, que se pusieron de moda primero en los salones y fueron luego fundamento de una nueva doctrina llamada espiritismo, cuyos principios fueron enunciados por Allan Kardec en 1857. Kardec dio importancia sobre todo a los contenidos de los mensajes, atribuyéndolos a personas fallecidas que se comunicaban a través de las mesas. Otros sin descartar la hipótesis espírita, o incluso adhiriéndose a ella, señalaron que las respuestas difícilmente superaban el nivel de información que tenían los asistentes a la versión.
Una primera delimitación de lo que era el fenómeno de las mesas parlantes consistió en diferenciarlo del trabajo que hacían sujetos especiales, generalmente médiums muy experimentados que desarrollaban, sin ninguna colaboración, diversos fenómenos de efectos físicos utilizando, entre otros elementos, alguna mesa para efectuar sus demostraciones parafísicas. En cambio, cuando hoy se habla de mesas parlantes hay que pensar en la reunión de grupos informarles que llevan a cabo las sesiones en un clima de amistad y de profundo interés. A veces el médium se designa después de comprobar los resultados de varias sesiones, aunque se trate de alguien que no pueda producir, ni antes ni después de las reuniones, ningún otro fenómeno paranormal.
Generalmente se escuchan crujidos o se detectan desplazamientos de la mesa casi imperceptibles, pero, poco a poco, los crujidos se transforman en golpes de diferentes características e intensidades, que pueden escucharse en otros lugares de la habitación. Los desplazamientos se hacen más complejos y se producen inclinaciones que obligan a los asistentes a hacer auténticos para no perder su lugar junto a la mesa. A partir de ese momento, ésta se comporta como si estuviera animada fuerza invisible e inteligente y los asistentes a la sesión suelen acordar códigos de golpes o movimientos para "conversar" con ella. Luego pueden tener lugar fenómenos de mayor envergadura como la levitación completa de la mesa. Ocasionalmente se observan fenómenos lumínicos, tocamientos (es decir, sensación de dedos invisibles apoyándose en alguna parte del cuerpo), brisas, movimientos de objetos de diferentes tamaños o aparición de "aportes", entre otras manifestaciones.
Sin embargo, no todos los grupos tienen la misma suerte. Unos han abandonado sus encuentros después de semanas o meses de reunirse infructuosamente, mientras que otros logran progresar hasta distintos estadios intermedios. Algunos han atribuido los fenómenos a seres desencarnados y otros se inclinan por pensar en fuerzas psíquicas desconocidas relacionadas con uno, varios o todos los presentes.
Podríamos situar el punto de partida de este fenómeno a mediados del siglo XIX, cuando se produjo, en América y Europa, una epidemia de mesas parlantes, que se pusieron de moda primero en los salones y fueron luego fundamento de una nueva doctrina llamada espiritismo, cuyos principios fueron enunciados por Allan Kardec en 1857. Kardec dio importancia sobre todo a los contenidos de los mensajes, atribuyéndolos a personas fallecidas que se comunicaban a través de las mesas. Otros sin descartar la hipótesis espírita, o incluso adhiriéndose a ella, señalaron que las respuestas difícilmente superaban el nivel de información que tenían los asistentes a la versión.
Una primera delimitación de lo que era el fenómeno de las mesas parlantes consistió en diferenciarlo del trabajo que hacían sujetos especiales, generalmente médiums muy experimentados que desarrollaban, sin ninguna colaboración, diversos fenómenos de efectos físicos utilizando, entre otros elementos, alguna mesa para efectuar sus demostraciones parafísicas. En cambio, cuando hoy se habla de mesas parlantes hay que pensar en la reunión de grupos informarles que llevan a cabo las sesiones en un clima de amistad y de profundo interés. A veces el médium se designa después de comprobar los resultados de varias sesiones, aunque se trate de alguien que no pueda producir, ni antes ni después de las reuniones, ningún otro fenómeno paranormal.
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