Junto a las observaciones clásicas de monstruos marinos existen también las «clásicas» falsificaciones, pero no por ello debemos descartar la existencia de criaturas desconocidas. A aclarar este tema han contribuido las técnicas de investigación del zoólogo belga Bernard Heuvelmans.
A pesar de los numerosos científicos siguen mostrándose escépticos ante la existencia de monstruos subacuáticos, los informes sobre observaciones, algunos muy detallados, desde todos los rincones de la Tierra, continúan dando testimonio de gigantescas criaturas.
Uno de los monstruos más activos de los últimos años es el que recibe el nombre de Morgawr (en dialecto córnico, «gigante de los mares»), que ha sido visto con frecuencia durante 1975 y 1976 junto a Falmouth Bay, en la costa de Cornualles (Gran Bretaña). El 5 de marzo de 1976 fueron publicadas en el Falmouth Packet dos fotografías de la bestia que, aunque llegaron a la redacción en forma anónima, resultan bastante convincentes.
La publicidad dada a las observaciones más famosas han acarreado consecuencias de dos clases: la acumulación de informes similares, muchos de los cuales presentan todas las garantías de autenticidad, y la subsiguiente avalancha de embustes. El celo de los investigadores se ha dirigido a desenmascarar estos últimos, que han servido para ridiculizar a aquellos informes que les han dado fe.
Un informe falaz que contiene, quizá deliberadamente, una clave de su auténtica naturaleza, fue publicado en 1848 en el Globe, apenas una semana después de que The Times sacara a la luz el testimonio de Peter M'Quhae, capitán del Daedalus sobre una serpiente marina.
La patraña fue publicada en forma de una carta con matasellos de Glasgow del 19 de octubre, pretendidamente remitida por James Henderson, capitán del Mary Ann. Henderson escribía que el 20 de septiembre Mark Trelawny, capitán del bergantín Daphne, había divisado «una enorme serpiente, o culebra, con cabeza de dragón», y que casi de inmediato había ordenado cargar un cañón con metralla y hacer fuego contra la bestia. El monstruo, de unos 30 m de longitud, tras echar espuma por la boca y azotar la superficie de las aguas, se alejó a una velocidad de 16 nudos.
El Times reprodujo la historia y un agudo lector escribió para preguntar cómo se las había arreglado el Daphne para recorrer en sólo diez días la distancia que mediaba entre el lugar del encuentro con la bestia y Lisboa, ciudad en la que el capitán Trelawny había relatado el suceso a Henderson. La distancia recorrida era de 8.000 km y hubiera requerido una velocidad media de 20 nudos. El lector comentaba con sarcasmo: «Probablemente la serpiente llevó a remolque al bergantín.» Investigaciones posteriores demostraron que la carta era un embuste
Los científicos escépticos exigen restos físicos que puedan someter a examen. Periódicamente el mar arroja en remotas playas grandes y extrañas osamentas, pero, debido a las urgencias inmediatas de la investigación científica y a la lejanía de las localizaciones, estos restos son habitualmente ignorados o identificados «desde lejos» como despojos de criaturas marinas conocidas. Muchas veces se los ha considerado como pertenecientes a la especie del marrajo gigante.
Un cuerpo de 17 m de longitud fue arrojado por el mar en 1808 en una playa de la isla de Stronsay, en el archipiélago de las Orcadas, pero antes de que pudiera llevarse a cabo un riguroso examen científico, las tormentas destrozaron el putrefacto cadáver. El dibujo que se realizó a partir de las descripciones de los testigos representa a un animal extraordinario, de largo cuello y ondulante cola, y provisto de tres pares de patas, conformación hasta ahora desconocida para un vertebrado.
Finalmente, los restos fueron identificados como pertenecientes a un tiburón por el cirujano británico Everard Home, que había realizado un estudio sobre la anatomía de los tiburones y pudo obtener algunas muestras de los huesos de la bestia. Cuando el mar deposita un cadáver de tiburón en una playa, la rápida descomposición de ciertas partes de la anatomía del animal, principalmente la mandíbula inferior, los lóbulos inferiores de la cola y las aletas, da a los restos el aspecto de una criatura fantástica, con cuello largo y delgado, y cola.
En 1925, el cadáver de un ser no identificado fue depositado por el mar en las rocas de Santa Cruz, en la costa californiana. Los restos parecían corresponder a un animal de nueve metros de longitud, largo cuello y enorme cabeza con boca en forma de pico de pato, pero posteriormente fueron identificados como pertenecientes a una especie muy rara de ballena que habita en las aguas del Pacífico norte.
La gran masa globular en descomposición que en julio de 1960 fue arrojada por el mar en una remota playa del oeste de Tasmania, mereció escasa atención oficial hasta que, en marzo de 1962, los científicos de Hobart localizaron desde el aire el lugar exacto en que se encontraba y enviaron un grupo a investigar. Finalmente, y con ayuda de helicópteros, se transportaron muestras de los restos para su análisis, y el informe oficial afirmó que se trataba de «una gran masa de materia grasa en descomposición, perteneciente seguramente a una ballena». Sin embargo, los biólogos que habían seguido el caso de cerca consideraron muy improbable esta versión.
El 25 de abril de 1977, el barco de pesca japonés Zuiyo Maru atrapó en sus redes un gran cadáver, parcialmente descompuesto, a unos 45 km al este de Christchurch (Nueva Zelanda). El capitán, Akira Tanaka, tras fotografiarlo, lo devolvió al mar temeroso de que pudiera contaminar sus capturas. El incidente intrigó a la prensa mundial y un equipo de televisión voló desde Japón para hacer un reportaje. Aunque los tripulantes del barco estaban convencidos de que habían visto un monstruo desconocido, las fotografías parecían mostrar un tiburón en estado de descomposición.
¿Por qué la serpiente marina sigue siendo un animal relativamente desconocido? Una de las razones podría ser que, aunque más del 60 % de la superficie terrestre está cubierta por el agua, sólo una pequeña parte es atravesada por la navegación comercial, que sigue rutas estrechas y prefijadas.
Los casos citados, y centenares más que pueden encontrarse en los diversos trabajos que se han publicado sobre el tema, llevan a la conclusión de que no existe un único tipo de monstruo marino. En 1965, el zoólogo belga Bernard Heuvelmans completó el más detallado y exhaustivo trabajo que se ha publicado sobre el particular: En la estela de las serpientes marinas, libro de valor inapreciable para todos los investigadores. En su obra, el doctor Heuvelmans describe y analiza más de quinientos informes que van desde 1639 hasta 1964. De toda esta masa documental, saca diversas conclusiones de las que vamos a intentar ofrecer un breve compendio.
De las 587 observaciones que recogió, Heuvelmans considera que 56 de ellas son falsas. En otro grupo reúne las referentes a criaturas marinas conocidas que habían sido tomadas por monstruos marinos desconocidos, encontrando 52 casos. Otros 121 informes fueron descartados porque las descripciones eran demasiado vagas o ambiguas.
Quedan así 358 observaciones, con diversas características respecto al modo de aparición y comportamiento, que pueden dividirse en nueve tipos que van desde la serpiente de «cuello largo», que es la que aparece con mayor frecuencia, tiene un cuerpo en forma de cigarro y cuatro pies palmípedos, y nada con gran rapidez, hasta los poco frecuentes saurios marinos, que parecen cocodrilos de 15 a 18 m de longitud y que sólo han sido vistos en las aguas de los trópicos. El doctor Heuvelmans se refiere jocosamente a los otros tipos como caballos de mar, multijorobadas, supernutrias, multialetas, superanguilas, padres-de-todas-las-tortugas y barrigas amarillas. Descubrió también un grupo que denominó «periscopios ambiguos» y que puede ser asimilado a los monstruos de cuello largo o a las superanguilas.
Heuvelmans sostiene que la serpiente de cuello largo y las de las cuatro primeras categorías pertenecen a la clase de los mamíferos. La superanguila es probablemente un pez cuyo hábitat normal reside en las profundidades del océano, y que cuando es visto en la superficie está por lo general cerca de la muerte. Los saurios marinos podrían ser muy bien supervivientes del período jurásico que se desenvuelven perfectamente bajo la superficie de las aguas, y que de este modo han podido sobrevivir hasta nuestros días. El grupo de los barrigas amarillas resulta algo más difícil de clasificar a causa de la falta de descripciones detalladas, pero posiblemente sean peces, o quizá tiburones.
Otra de las observaciones del doctor Heuvelmans pone de manifiesto que las apariciones más frecuentes durante el presente siglo han sido las del monstruo del cuello largo, que debe de estar en plena expansión. Por el contrario, la supernutria no ha sido vista desde 1848, y Heuvelmans sugiere que estas dos especies pueden estar o haber estado compitiendo por el mismo nicho ecológico, y que la supernutria ha resultado perdedora, e incluso puede haberse extinguido.
El mundo submarino no ha sido aún totalmente explorado y, a pesar de los escépticos, parece que hay abundantes pruebas de que existen gigantescas criaturas desconocidas. Los científicos creen que dentro de poco podrán tener un conocimiento mucho más amplio de la vida en las profundidades de los océanos. Además, cada año se descubren nuevas especies, de modo que quizá no se haga esperar la respuesta al misterio de los monstruos marinos.
A pesar de los numerosos científicos siguen mostrándose escépticos ante la existencia de monstruos subacuáticos, los informes sobre observaciones, algunos muy detallados, desde todos los rincones de la Tierra, continúan dando testimonio de gigantescas criaturas.
Uno de los monstruos más activos de los últimos años es el que recibe el nombre de Morgawr (en dialecto córnico, «gigante de los mares»), que ha sido visto con frecuencia durante 1975 y 1976 junto a Falmouth Bay, en la costa de Cornualles (Gran Bretaña). El 5 de marzo de 1976 fueron publicadas en el Falmouth Packet dos fotografías de la bestia que, aunque llegaron a la redacción en forma anónima, resultan bastante convincentes.
La publicidad dada a las observaciones más famosas han acarreado consecuencias de dos clases: la acumulación de informes similares, muchos de los cuales presentan todas las garantías de autenticidad, y la subsiguiente avalancha de embustes. El celo de los investigadores se ha dirigido a desenmascarar estos últimos, que han servido para ridiculizar a aquellos informes que les han dado fe.
Un informe falaz que contiene, quizá deliberadamente, una clave de su auténtica naturaleza, fue publicado en 1848 en el Globe, apenas una semana después de que The Times sacara a la luz el testimonio de Peter M'Quhae, capitán del Daedalus sobre una serpiente marina.
La patraña fue publicada en forma de una carta con matasellos de Glasgow del 19 de octubre, pretendidamente remitida por James Henderson, capitán del Mary Ann. Henderson escribía que el 20 de septiembre Mark Trelawny, capitán del bergantín Daphne, había divisado «una enorme serpiente, o culebra, con cabeza de dragón», y que casi de inmediato había ordenado cargar un cañón con metralla y hacer fuego contra la bestia. El monstruo, de unos 30 m de longitud, tras echar espuma por la boca y azotar la superficie de las aguas, se alejó a una velocidad de 16 nudos.
El Times reprodujo la historia y un agudo lector escribió para preguntar cómo se las había arreglado el Daphne para recorrer en sólo diez días la distancia que mediaba entre el lugar del encuentro con la bestia y Lisboa, ciudad en la que el capitán Trelawny había relatado el suceso a Henderson. La distancia recorrida era de 8.000 km y hubiera requerido una velocidad media de 20 nudos. El lector comentaba con sarcasmo: «Probablemente la serpiente llevó a remolque al bergantín.» Investigaciones posteriores demostraron que la carta era un embuste
Los científicos escépticos exigen restos físicos que puedan someter a examen. Periódicamente el mar arroja en remotas playas grandes y extrañas osamentas, pero, debido a las urgencias inmediatas de la investigación científica y a la lejanía de las localizaciones, estos restos son habitualmente ignorados o identificados «desde lejos» como despojos de criaturas marinas conocidas. Muchas veces se los ha considerado como pertenecientes a la especie del marrajo gigante.
Un cuerpo de 17 m de longitud fue arrojado por el mar en 1808 en una playa de la isla de Stronsay, en el archipiélago de las Orcadas, pero antes de que pudiera llevarse a cabo un riguroso examen científico, las tormentas destrozaron el putrefacto cadáver. El dibujo que se realizó a partir de las descripciones de los testigos representa a un animal extraordinario, de largo cuello y ondulante cola, y provisto de tres pares de patas, conformación hasta ahora desconocida para un vertebrado.
Finalmente, los restos fueron identificados como pertenecientes a un tiburón por el cirujano británico Everard Home, que había realizado un estudio sobre la anatomía de los tiburones y pudo obtener algunas muestras de los huesos de la bestia. Cuando el mar deposita un cadáver de tiburón en una playa, la rápida descomposición de ciertas partes de la anatomía del animal, principalmente la mandíbula inferior, los lóbulos inferiores de la cola y las aletas, da a los restos el aspecto de una criatura fantástica, con cuello largo y delgado, y cola.
En 1925, el cadáver de un ser no identificado fue depositado por el mar en las rocas de Santa Cruz, en la costa californiana. Los restos parecían corresponder a un animal de nueve metros de longitud, largo cuello y enorme cabeza con boca en forma de pico de pato, pero posteriormente fueron identificados como pertenecientes a una especie muy rara de ballena que habita en las aguas del Pacífico norte.
La gran masa globular en descomposición que en julio de 1960 fue arrojada por el mar en una remota playa del oeste de Tasmania, mereció escasa atención oficial hasta que, en marzo de 1962, los científicos de Hobart localizaron desde el aire el lugar exacto en que se encontraba y enviaron un grupo a investigar. Finalmente, y con ayuda de helicópteros, se transportaron muestras de los restos para su análisis, y el informe oficial afirmó que se trataba de «una gran masa de materia grasa en descomposición, perteneciente seguramente a una ballena». Sin embargo, los biólogos que habían seguido el caso de cerca consideraron muy improbable esta versión.
El 25 de abril de 1977, el barco de pesca japonés Zuiyo Maru atrapó en sus redes un gran cadáver, parcialmente descompuesto, a unos 45 km al este de Christchurch (Nueva Zelanda). El capitán, Akira Tanaka, tras fotografiarlo, lo devolvió al mar temeroso de que pudiera contaminar sus capturas. El incidente intrigó a la prensa mundial y un equipo de televisión voló desde Japón para hacer un reportaje. Aunque los tripulantes del barco estaban convencidos de que habían visto un monstruo desconocido, las fotografías parecían mostrar un tiburón en estado de descomposición.
¿Por qué la serpiente marina sigue siendo un animal relativamente desconocido? Una de las razones podría ser que, aunque más del 60 % de la superficie terrestre está cubierta por el agua, sólo una pequeña parte es atravesada por la navegación comercial, que sigue rutas estrechas y prefijadas.
Los casos citados, y centenares más que pueden encontrarse en los diversos trabajos que se han publicado sobre el tema, llevan a la conclusión de que no existe un único tipo de monstruo marino. En 1965, el zoólogo belga Bernard Heuvelmans completó el más detallado y exhaustivo trabajo que se ha publicado sobre el particular: En la estela de las serpientes marinas, libro de valor inapreciable para todos los investigadores. En su obra, el doctor Heuvelmans describe y analiza más de quinientos informes que van desde 1639 hasta 1964. De toda esta masa documental, saca diversas conclusiones de las que vamos a intentar ofrecer un breve compendio.
De las 587 observaciones que recogió, Heuvelmans considera que 56 de ellas son falsas. En otro grupo reúne las referentes a criaturas marinas conocidas que habían sido tomadas por monstruos marinos desconocidos, encontrando 52 casos. Otros 121 informes fueron descartados porque las descripciones eran demasiado vagas o ambiguas.
Quedan así 358 observaciones, con diversas características respecto al modo de aparición y comportamiento, que pueden dividirse en nueve tipos que van desde la serpiente de «cuello largo», que es la que aparece con mayor frecuencia, tiene un cuerpo en forma de cigarro y cuatro pies palmípedos, y nada con gran rapidez, hasta los poco frecuentes saurios marinos, que parecen cocodrilos de 15 a 18 m de longitud y que sólo han sido vistos en las aguas de los trópicos. El doctor Heuvelmans se refiere jocosamente a los otros tipos como caballos de mar, multijorobadas, supernutrias, multialetas, superanguilas, padres-de-todas-las-tortugas y barrigas amarillas. Descubrió también un grupo que denominó «periscopios ambiguos» y que puede ser asimilado a los monstruos de cuello largo o a las superanguilas.
Heuvelmans sostiene que la serpiente de cuello largo y las de las cuatro primeras categorías pertenecen a la clase de los mamíferos. La superanguila es probablemente un pez cuyo hábitat normal reside en las profundidades del océano, y que cuando es visto en la superficie está por lo general cerca de la muerte. Los saurios marinos podrían ser muy bien supervivientes del período jurásico que se desenvuelven perfectamente bajo la superficie de las aguas, y que de este modo han podido sobrevivir hasta nuestros días. El grupo de los barrigas amarillas resulta algo más difícil de clasificar a causa de la falta de descripciones detalladas, pero posiblemente sean peces, o quizá tiburones.
Otra de las observaciones del doctor Heuvelmans pone de manifiesto que las apariciones más frecuentes durante el presente siglo han sido las del monstruo del cuello largo, que debe de estar en plena expansión. Por el contrario, la supernutria no ha sido vista desde 1848, y Heuvelmans sugiere que estas dos especies pueden estar o haber estado compitiendo por el mismo nicho ecológico, y que la supernutria ha resultado perdedora, e incluso puede haberse extinguido.
El mundo submarino no ha sido aún totalmente explorado y, a pesar de los escépticos, parece que hay abundantes pruebas de que existen gigantescas criaturas desconocidas. Los científicos creen que dentro de poco podrán tener un conocimiento mucho más amplio de la vida en las profundidades de los océanos. Además, cada año se descubren nuevas especies, de modo que quizá no se haga esperar la respuesta al misterio de los monstruos marinos.
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