Son muy abundantes las historias de personas que afirman ser hombres-lobo, y que se comportan de modo salvaje y bestial, conservando sin embargo su aspecto humano. Este tipo de locura se da todavía hoy en día. ¿O se trata de una raza diferente?
La mayoría de las personas se imaginan que un hombre-lobo es un hombre-bestia extremadamente peludo y feroz que camina sobre dos patas, gruñe, echa espuma por la boca y está provisto de dos largos y sucios colmillos. Naturalmente ésta es la imagen familiar que nos ofrecen las clásicas películas de terror; sin embargo, esta imagen resulta imprecisa en todos sus aspectos.
La historia y la mitología son muy claras cuando nos describen la transformación de un hombre en un hombre-lobo, muy parecido a un lobo natural, excepto por ser un poco más grande que las especies salvajes.
Los que no están muy familiarizados con la cuestión, tienden también a comparar los hombres-lobo con los licántropos, y hablan de ellos como si se tratase de una misma cosa. Sin embargo no lo son.
Un licántropo es un enfermo mental que cree haber asumido el aspecto, voz y comportamiento de un lobo, a pesar de que realmente no haya sufrido ninguna transformación física. En los siglos XV y XVI se creía que el pelo del lobo crecía debajo de la piel, por lo que muchos licántropos dieron esta explicación cuando se les preguntaba por qué, si efectivamente eran lobos, tenían todavía el mismo aspecto de una persona.
Un hombre-lobo, en cambio, es tradicionalmente un hombre que, por efectos de magia o por propensión natural, posee la habilidad de transformar su aspecto en el de un lobo. Todas las características típicas de aquel animal -la ferocidad, la fuerza, la astucia y la rapidez son en ellos claramente manifiestas, para horror de todos aquellos que se cruzan en su camino. Puede permanecer con su aspecto animal únicamente por espacio de unas cuantas horas, o bien permanentemente.
Cuando Peter Stump, un famoso «hombre-lobo» alemán que sufrió una terrible muerte cerca de Colonia en 1589, confesó que poseía poderes mágicos de autotransformación, podríamos inclinarnos a considerarle tan fanático como crédulos a sus jueces. Sin embargo, puesto que mató, mutiló y devoró a centenares de víctimas humanas y animales (a pesar de que él admitió haber asesinado únicamente a 16 personas) mientras estaba absolutamente convencido de ser un lobo, no podemos dudar de que sufría la enfermedad denominada licantropía.
«Licantropía» y «licántropo» derivan directamente de las palabras griegas lykos, que significa «lobo», y anthropos, que significa «hombre». A pesar de que la licantropía se refiriese originalmente al antiguo fenómeno de un hombre capaz de sufrir una metamorfosis animal (un fenómeno en el que creían fervorosamente médicos griegos tales como Cribasios y Aetios), gradualmente llegó a ser un término que se aplicaba exclusivamente a los hombres que imaginaban haberse transformado en bestias. Por este motivo, los psiquiatras consideran la licantropía fundamentalmente como un engaño, una ilusión.
En cuanto al hombre-lobo propiamente dicho, se decía que había dos cualidades humanas que permanecían cuando un hombre se transformaba en lobo: su voz y sus ojos. Sin embargo, en todo lo demás la metamorfosis en hombre-lobo venía totalmente determinada por rasgos animales: tenían la piel peluda y las garras de un lobo salvaje.
Sin embargo, en su forma humana, varias características físicas distinguían un hombre-lobo de un hombre normal. Se decía que sus cejas se encontraban en el punto medio del puente de la nariz, y que sus largas uñas en forma de almendra eran de un repugnante color rojo sangre; el tercer dedo, en particular, era siempre muy largo. Otros rasgos distintivos eran las orejas, situadas bastante bajas y hacia atrás de la cabeza, y la abundancia de pelo en las manos y en los pies.
Tradicionalmente se distingue entre tres tipos principales de hombres-lobo. El primero es el «hombre-lobo hereditario». Su enfermedad involuntaria era transmitida de generación en generación, como consecuencia de alguna terrible maldición familiar. El segundo es el hombre-lobo voluntario. Su depravación mental le lleva voluntariamente al reino de los rituales de magia negra, y a utilizar todo tipo de terribles encantamientos, pociones, ungüentos, cinturones, pieles de animal y conjuras satánicas para conseguir la metamorfosis deseada. El tercer tipo es el hombre-lobo «bueno». Este descendiente amable y gentil de la familia del hombre-lobo es prácticamente una contradicción interna. No siente otra cosa que vergüenza por su aspecto brutal, y desea que a ningún hombre o animal le ocurra ningún daño. Dos de los hombres-lobo «buenos» más conocidos están descritos en un bonito par de romances del siglo XII, Guillermo y el hombre-lobo, de Guillaume de Palerne, y el Lay du bisclavaret (bisclavaret es el nombre bretón del varulf, hombre-lobo normando), de Marie de France, que trata de uno de los caballeros más galantes de Bretaña.
La teoría medieval era que, mientras el hombre-lobo mantenía su forma humana, el pelo le crecía hacia dentro; cuando deseaba convertirse en un lobo, simplemente se daba la vuelta a sí mismo de dentro hacia afuera. Una investigación realizada sobre varios documentos judiciales literales demuestra que los presos -indudablemente licántropos- fueron interrogados concienzudamente y que se les invitó a revelar los «secretos» de la metamorfosis animal. Cuando estos interrogatorios fracasaban y la paciencia de los jueces se terminaba, invariablemente a algunas de estas infelices víctimas se les cortaban los brazos y piernas o se las desollaba parcialmente, en un intento de encontrar la presunta pelambre interior.
Deambulando por bosques umbríos
Otra teoría decía que la persona poseída conseguía asumir instantáneamente la forma y el carácter de un lobo simplemente poniéndose una piel de lobo encima. Se percibe aquí una vaga similitud con el supuesto hecho de que el berserker, el hombre-oso escandinavo: deambulaba de noche por umbrosos bosques vestido con un pellejo de lobo u oso para adquirir, a través de la transformación, una fuerza sobrehumana.
El hombre-lobo niño, Jean Grenier, poseía una piel de lobo de este tipo. En cambio, Jacques Rollet decía usar un bálsamo o ungüento mágico, tal como manifestó ante los tribunales el 8 de agosto de 1598.
«¿De qué se le acusa?», preguntó el juez. «De haber ofendido a Dios -contestó el hombre-lobo acusado, que contaba unos 35 años-. Mis padres me dieron un ungüento; no sé de qué está compuesto.»
Entonces el juez preguntó: «¿Al frotarte con este ungüento te conviertes en lobo?»
«No -replicó Rollet- pero debido a todo esto maté y devoré al niño Cornier: yo era un lobo.»
«¿Ibas vestido de lobo?»
«Iba vestido como voy ahora. Tenía las manos y la cara ensangrentadas, porque había estado comiendo la carne de aquel niño.»
«¿Tus manos y pies se convierten en garras de un lobo?»
«Sí; sí se convierten.»
«¿Tu cabeza se vuelve parecida a la de un lobo? ¿Se vuelve más ancha?»
«No sé qué forma tenía mi cabeza en aquel momento; utilicé mis dientes, la cabeza la tenía como la tengo ahora. He herido y devorado a muchos otros niños pequeños.»
Otro método para convertirse en hombre-lobo consistía en obtener un cinturón, generalmente de origen animal, pero que podía también estar hecho de la piel de un ahorcado. Este cinturón se ataba con una hebilla de siete clavillos. Cuando se desabrochaba la hebilla, o se practicaba un corte en el cinturón, se rompía el hechizo.
Eliphas Levi, el ocultista francés más importante del siglo XIX, que una vez sufrió un colapso aterrorizado por sus propias artes mágicas «trascendentales», describió el proceso de transformación de un hombre-lobo como «una situación de simpatía, entendimiento entre el hombre y su [forma] de representación animal». Acertadamente, subraya en su Historia de la magia (1860) que los hombres-lobo, pese a haber sido perseguidos, cazados e incluso heridos, no han sido nunca muertos sobre el terreno, y que a la gente sospechosa de estas atroces autotransformaciones, después de la persecución, siempre se les ha encontrado más o menos heridos, algunas veces agonizantes, pero siempre con su forma natural.
Instintos salvajes y sanguinarios
Levi continúa entonces analizando el fenómeno del «cuerpo sideral» del hombre -«el mediador entre el alma y el organismo material»- y lo utiliza como base de una explicación del fenómeno del hombre-lobo:
Este cuerpo muy frecuentemente permanece despierto mientras el otro duerme, y mediante el pensamiento se transporta a sí mismo a través de todo el espacio que el magnetismo universal le abre. De este modo alarga, sin romperla, la cadena simpatética, que les une al corazón y al cerebro. La forma de nuestro cuerpo sideral es la que corresponde al estado habitual de nuestros pensamientos, y a la larga modifica los rasgos del organismo material.
Levi pasa a sugerir que el hombre-lobo no es otra cosa que el cuerpo sideral de un hombre cuyos instintos salvajes y sanguinarios corresponden a las características de un lobo. Estos hombres, mientras su fantasma anda errante, sueñan que son ni más ni menos que un lobo salvaje.
Ciertamente, hoy en día los teósofos creen que durante la Edad Media, cuando las ejecuciones públicas eran corrientes, muchas personas caían moralmente tan bajo, que sus cuerpos astrales -los espíritus humanos que se dice que utilizamos después de la muerte- se unían efectivamente con un animal. Esto explicaría el porqué, si un cuerpo astral se manifestaba en forma de lobo y le herían -pongamos por ejemplo que un cazador le cortara una garra- esta herida aparecería también en el cuerpo físico de la forma humana del hombre-lobo: es decir, una de las manos aparecería gravemente herida o incluso le faltaría totalmente cuando el hombre-lobo volviera a su forma humana.
Charles Webster Leadbeater, clérigo anglicano que vivió entre finales del siglo pasado y principios de éste, y que fue una de las principales figuras de la Sociedad Teosófica, defendía con gran entusiasmo la tesis de la duplicación de la herida en su libro The astral plane (El plano astral, 1895):
Al igual que ocurre tan a menudo con la materialización corriente, cualquier herida infligida a este animal se reproduciría en su cuerpo humano-físico debido al extraordinario fenómeno de la repercusión, a pesar de que, después de la muerte de este cuerpo físico, el cuerpo astral (que probablemente continuaría apareciendo en la misma forma) sería menos vulnerable. Sería también menos peligroso, ya que, a menos que encontrara un médium adecuado, sería incapaz de materializarse plenamente.
El fenómeno de la duplicación de la herida a través de la proyección astral es indudablemente una teoría que está ganando considerable terreno entre los actuales pensadores espirituales. Rose Gladden, una de las exorcistas con más experiencia de Gran Bretaña (y famosa por sus curas mediante la clarividencia) está persuadida de que la aplicación diabólica de la proyección astral desempeñó un papel clave en la vida de muchos hombres acusados de ser hombres-lobo. Rose Gladden explica:
Supongamos que yo fuera una persona cruel que disfrutara con las cosas horribles de la vida; bien, cuando yo proyectara mi cuerpo astral fuera de mi cuerpo físico, toda la maldad circundante podría agarrarme, cogerme. Y sería la maldad que se apoderara de mi proyección astral, o de mi «doble», lo que me transformaría en un animal, en un lobo.
La atmósfera está siempre llena de fuerzas malignas, y a estas fuerzas malignas les es mucho más fácil existir dentro de un ser humano -digamos dentro de una persona mala- que en un vacío nebuloso.
Los hombres-lobo eran -son aún- la manifestación más perversa de la humanidad. Entiendo perfectamente por qué hay tantas narraciones de casos de «duplicación de la herida».
Un extraño desasosiego
Entre los incontables relatos acerca de «duplicaciones de heridas» figura uno referente a un granjero alemán y su mujer, que participaban en la siega cerca de Caasburg, en el verano de 1721. Al cabo de un rato la mujer dijo que sentía un tremendo desasosiego: que no podía permanecer allí un minuto más, que tenía que alejarse. Después de hacerle prometer a su marido que si se acercaba algún animal salvaje le tiraría su sombrero y echaría a correr, desapareció rápidamente. Pero aún no hacía unos segundos que se había marchado, cuando apareció un lobo que, tras cruzar un río cercano, avanzó hacia los segadores. El granjero le tiró un sombrero a la bestia, y ésta lo despedazó; antes de que el granjero pudiera huir, un hombre le clavó al lobo una horca, asestándole un golpe mortal. La forma del animal cambió instantáneamente... y todo el mundo quedó horrorizado al ver que el hombre acababa de matar a la mujer del granjero.
Tanto si esta historia ocurrió realmente como si no, el matar a un hombre-lobo de esta manera ha sido siempre, por tradición, el mejor modo de obligarle a reasumir al instante su forma natural, o de llegar a detectarle rápidamente. Sin embargo, estos extraños fenómenos de duplicación de la herida que aparecen tan a menudo en los casos de hombres-lobo son también corrientes en experiencias exteriores al cuerpo. ¿No podría ser que este sorprendente hecho apuntara hacia una posible explicación del fenómeno del hombre-lobo en función de una proyección astral? ¿Es el hombre-lobo algo más que una manifestación del «cuerpo sideral» del que habla Levi, una proyección fantasmagórica del hombre?
El LSD medieval
¿Por qué tantas historias de hombres-lobo se remontan a la Edad Media? Una teoría sugiere que este hecho no se debe únicamente a la naturaleza supersticiosa de las mentes medievales: puede que para muchas personas las alucinaciones de origen bioquímico fueran entonces experiencias prácticamente cotidianas.
Los que practicaban el arte secreto de hacer creer a una persona que estaba volando, o que le estaban creciendo las uñas y se estaba convirtiendo en un animal, solían emplear extractos de piel de sapo, o plantas tales como la mandrágora, el beleño y la belladona.
Pero estas alucinaciones no sólo las sufrían las personas que tomaban estas drogas. En los graneros medievales, el grano se clasificaba en dos montones: el grano limpio para la aristocracia y el clero, y el grano parasitado para los campesinos. El grano afectado por el cornezuelo transporta un hongo que produce alcaloides parecidos al LSD (dietilamida del ácido lisérgico) y que también provoca sensaciones como la de sentirse transformado en animal.
La mayoría de las personas se imaginan que un hombre-lobo es un hombre-bestia extremadamente peludo y feroz que camina sobre dos patas, gruñe, echa espuma por la boca y está provisto de dos largos y sucios colmillos. Naturalmente ésta es la imagen familiar que nos ofrecen las clásicas películas de terror; sin embargo, esta imagen resulta imprecisa en todos sus aspectos.
La historia y la mitología son muy claras cuando nos describen la transformación de un hombre en un hombre-lobo, muy parecido a un lobo natural, excepto por ser un poco más grande que las especies salvajes.
Los que no están muy familiarizados con la cuestión, tienden también a comparar los hombres-lobo con los licántropos, y hablan de ellos como si se tratase de una misma cosa. Sin embargo no lo son.
Un licántropo es un enfermo mental que cree haber asumido el aspecto, voz y comportamiento de un lobo, a pesar de que realmente no haya sufrido ninguna transformación física. En los siglos XV y XVI se creía que el pelo del lobo crecía debajo de la piel, por lo que muchos licántropos dieron esta explicación cuando se les preguntaba por qué, si efectivamente eran lobos, tenían todavía el mismo aspecto de una persona.
Un hombre-lobo, en cambio, es tradicionalmente un hombre que, por efectos de magia o por propensión natural, posee la habilidad de transformar su aspecto en el de un lobo. Todas las características típicas de aquel animal -la ferocidad, la fuerza, la astucia y la rapidez son en ellos claramente manifiestas, para horror de todos aquellos que se cruzan en su camino. Puede permanecer con su aspecto animal únicamente por espacio de unas cuantas horas, o bien permanentemente.
Cuando Peter Stump, un famoso «hombre-lobo» alemán que sufrió una terrible muerte cerca de Colonia en 1589, confesó que poseía poderes mágicos de autotransformación, podríamos inclinarnos a considerarle tan fanático como crédulos a sus jueces. Sin embargo, puesto que mató, mutiló y devoró a centenares de víctimas humanas y animales (a pesar de que él admitió haber asesinado únicamente a 16 personas) mientras estaba absolutamente convencido de ser un lobo, no podemos dudar de que sufría la enfermedad denominada licantropía.
«Licantropía» y «licántropo» derivan directamente de las palabras griegas lykos, que significa «lobo», y anthropos, que significa «hombre». A pesar de que la licantropía se refiriese originalmente al antiguo fenómeno de un hombre capaz de sufrir una metamorfosis animal (un fenómeno en el que creían fervorosamente médicos griegos tales como Cribasios y Aetios), gradualmente llegó a ser un término que se aplicaba exclusivamente a los hombres que imaginaban haberse transformado en bestias. Por este motivo, los psiquiatras consideran la licantropía fundamentalmente como un engaño, una ilusión.
En cuanto al hombre-lobo propiamente dicho, se decía que había dos cualidades humanas que permanecían cuando un hombre se transformaba en lobo: su voz y sus ojos. Sin embargo, en todo lo demás la metamorfosis en hombre-lobo venía totalmente determinada por rasgos animales: tenían la piel peluda y las garras de un lobo salvaje.
Sin embargo, en su forma humana, varias características físicas distinguían un hombre-lobo de un hombre normal. Se decía que sus cejas se encontraban en el punto medio del puente de la nariz, y que sus largas uñas en forma de almendra eran de un repugnante color rojo sangre; el tercer dedo, en particular, era siempre muy largo. Otros rasgos distintivos eran las orejas, situadas bastante bajas y hacia atrás de la cabeza, y la abundancia de pelo en las manos y en los pies.
Tradicionalmente se distingue entre tres tipos principales de hombres-lobo. El primero es el «hombre-lobo hereditario». Su enfermedad involuntaria era transmitida de generación en generación, como consecuencia de alguna terrible maldición familiar. El segundo es el hombre-lobo voluntario. Su depravación mental le lleva voluntariamente al reino de los rituales de magia negra, y a utilizar todo tipo de terribles encantamientos, pociones, ungüentos, cinturones, pieles de animal y conjuras satánicas para conseguir la metamorfosis deseada. El tercer tipo es el hombre-lobo «bueno». Este descendiente amable y gentil de la familia del hombre-lobo es prácticamente una contradicción interna. No siente otra cosa que vergüenza por su aspecto brutal, y desea que a ningún hombre o animal le ocurra ningún daño. Dos de los hombres-lobo «buenos» más conocidos están descritos en un bonito par de romances del siglo XII, Guillermo y el hombre-lobo, de Guillaume de Palerne, y el Lay du bisclavaret (bisclavaret es el nombre bretón del varulf, hombre-lobo normando), de Marie de France, que trata de uno de los caballeros más galantes de Bretaña.
La teoría medieval era que, mientras el hombre-lobo mantenía su forma humana, el pelo le crecía hacia dentro; cuando deseaba convertirse en un lobo, simplemente se daba la vuelta a sí mismo de dentro hacia afuera. Una investigación realizada sobre varios documentos judiciales literales demuestra que los presos -indudablemente licántropos- fueron interrogados concienzudamente y que se les invitó a revelar los «secretos» de la metamorfosis animal. Cuando estos interrogatorios fracasaban y la paciencia de los jueces se terminaba, invariablemente a algunas de estas infelices víctimas se les cortaban los brazos y piernas o se las desollaba parcialmente, en un intento de encontrar la presunta pelambre interior.
Deambulando por bosques umbríos
Otra teoría decía que la persona poseída conseguía asumir instantáneamente la forma y el carácter de un lobo simplemente poniéndose una piel de lobo encima. Se percibe aquí una vaga similitud con el supuesto hecho de que el berserker, el hombre-oso escandinavo: deambulaba de noche por umbrosos bosques vestido con un pellejo de lobo u oso para adquirir, a través de la transformación, una fuerza sobrehumana.
El hombre-lobo niño, Jean Grenier, poseía una piel de lobo de este tipo. En cambio, Jacques Rollet decía usar un bálsamo o ungüento mágico, tal como manifestó ante los tribunales el 8 de agosto de 1598.
«¿De qué se le acusa?», preguntó el juez. «De haber ofendido a Dios -contestó el hombre-lobo acusado, que contaba unos 35 años-. Mis padres me dieron un ungüento; no sé de qué está compuesto.»
Entonces el juez preguntó: «¿Al frotarte con este ungüento te conviertes en lobo?»
«No -replicó Rollet- pero debido a todo esto maté y devoré al niño Cornier: yo era un lobo.»
«¿Ibas vestido de lobo?»
«Iba vestido como voy ahora. Tenía las manos y la cara ensangrentadas, porque había estado comiendo la carne de aquel niño.»
«¿Tus manos y pies se convierten en garras de un lobo?»
«Sí; sí se convierten.»
«¿Tu cabeza se vuelve parecida a la de un lobo? ¿Se vuelve más ancha?»
«No sé qué forma tenía mi cabeza en aquel momento; utilicé mis dientes, la cabeza la tenía como la tengo ahora. He herido y devorado a muchos otros niños pequeños.»
Otro método para convertirse en hombre-lobo consistía en obtener un cinturón, generalmente de origen animal, pero que podía también estar hecho de la piel de un ahorcado. Este cinturón se ataba con una hebilla de siete clavillos. Cuando se desabrochaba la hebilla, o se practicaba un corte en el cinturón, se rompía el hechizo.
Eliphas Levi, el ocultista francés más importante del siglo XIX, que una vez sufrió un colapso aterrorizado por sus propias artes mágicas «trascendentales», describió el proceso de transformación de un hombre-lobo como «una situación de simpatía, entendimiento entre el hombre y su [forma] de representación animal». Acertadamente, subraya en su Historia de la magia (1860) que los hombres-lobo, pese a haber sido perseguidos, cazados e incluso heridos, no han sido nunca muertos sobre el terreno, y que a la gente sospechosa de estas atroces autotransformaciones, después de la persecución, siempre se les ha encontrado más o menos heridos, algunas veces agonizantes, pero siempre con su forma natural.
Instintos salvajes y sanguinarios
Levi continúa entonces analizando el fenómeno del «cuerpo sideral» del hombre -«el mediador entre el alma y el organismo material»- y lo utiliza como base de una explicación del fenómeno del hombre-lobo:
Este cuerpo muy frecuentemente permanece despierto mientras el otro duerme, y mediante el pensamiento se transporta a sí mismo a través de todo el espacio que el magnetismo universal le abre. De este modo alarga, sin romperla, la cadena simpatética, que les une al corazón y al cerebro. La forma de nuestro cuerpo sideral es la que corresponde al estado habitual de nuestros pensamientos, y a la larga modifica los rasgos del organismo material.
Levi pasa a sugerir que el hombre-lobo no es otra cosa que el cuerpo sideral de un hombre cuyos instintos salvajes y sanguinarios corresponden a las características de un lobo. Estos hombres, mientras su fantasma anda errante, sueñan que son ni más ni menos que un lobo salvaje.
Ciertamente, hoy en día los teósofos creen que durante la Edad Media, cuando las ejecuciones públicas eran corrientes, muchas personas caían moralmente tan bajo, que sus cuerpos astrales -los espíritus humanos que se dice que utilizamos después de la muerte- se unían efectivamente con un animal. Esto explicaría el porqué, si un cuerpo astral se manifestaba en forma de lobo y le herían -pongamos por ejemplo que un cazador le cortara una garra- esta herida aparecería también en el cuerpo físico de la forma humana del hombre-lobo: es decir, una de las manos aparecería gravemente herida o incluso le faltaría totalmente cuando el hombre-lobo volviera a su forma humana.
Charles Webster Leadbeater, clérigo anglicano que vivió entre finales del siglo pasado y principios de éste, y que fue una de las principales figuras de la Sociedad Teosófica, defendía con gran entusiasmo la tesis de la duplicación de la herida en su libro The astral plane (El plano astral, 1895):
Al igual que ocurre tan a menudo con la materialización corriente, cualquier herida infligida a este animal se reproduciría en su cuerpo humano-físico debido al extraordinario fenómeno de la repercusión, a pesar de que, después de la muerte de este cuerpo físico, el cuerpo astral (que probablemente continuaría apareciendo en la misma forma) sería menos vulnerable. Sería también menos peligroso, ya que, a menos que encontrara un médium adecuado, sería incapaz de materializarse plenamente.
El fenómeno de la duplicación de la herida a través de la proyección astral es indudablemente una teoría que está ganando considerable terreno entre los actuales pensadores espirituales. Rose Gladden, una de las exorcistas con más experiencia de Gran Bretaña (y famosa por sus curas mediante la clarividencia) está persuadida de que la aplicación diabólica de la proyección astral desempeñó un papel clave en la vida de muchos hombres acusados de ser hombres-lobo. Rose Gladden explica:
Supongamos que yo fuera una persona cruel que disfrutara con las cosas horribles de la vida; bien, cuando yo proyectara mi cuerpo astral fuera de mi cuerpo físico, toda la maldad circundante podría agarrarme, cogerme. Y sería la maldad que se apoderara de mi proyección astral, o de mi «doble», lo que me transformaría en un animal, en un lobo.
La atmósfera está siempre llena de fuerzas malignas, y a estas fuerzas malignas les es mucho más fácil existir dentro de un ser humano -digamos dentro de una persona mala- que en un vacío nebuloso.
Los hombres-lobo eran -son aún- la manifestación más perversa de la humanidad. Entiendo perfectamente por qué hay tantas narraciones de casos de «duplicación de la herida».
Un extraño desasosiego
Entre los incontables relatos acerca de «duplicaciones de heridas» figura uno referente a un granjero alemán y su mujer, que participaban en la siega cerca de Caasburg, en el verano de 1721. Al cabo de un rato la mujer dijo que sentía un tremendo desasosiego: que no podía permanecer allí un minuto más, que tenía que alejarse. Después de hacerle prometer a su marido que si se acercaba algún animal salvaje le tiraría su sombrero y echaría a correr, desapareció rápidamente. Pero aún no hacía unos segundos que se había marchado, cuando apareció un lobo que, tras cruzar un río cercano, avanzó hacia los segadores. El granjero le tiró un sombrero a la bestia, y ésta lo despedazó; antes de que el granjero pudiera huir, un hombre le clavó al lobo una horca, asestándole un golpe mortal. La forma del animal cambió instantáneamente... y todo el mundo quedó horrorizado al ver que el hombre acababa de matar a la mujer del granjero.
Tanto si esta historia ocurrió realmente como si no, el matar a un hombre-lobo de esta manera ha sido siempre, por tradición, el mejor modo de obligarle a reasumir al instante su forma natural, o de llegar a detectarle rápidamente. Sin embargo, estos extraños fenómenos de duplicación de la herida que aparecen tan a menudo en los casos de hombres-lobo son también corrientes en experiencias exteriores al cuerpo. ¿No podría ser que este sorprendente hecho apuntara hacia una posible explicación del fenómeno del hombre-lobo en función de una proyección astral? ¿Es el hombre-lobo algo más que una manifestación del «cuerpo sideral» del que habla Levi, una proyección fantasmagórica del hombre?
El LSD medieval
¿Por qué tantas historias de hombres-lobo se remontan a la Edad Media? Una teoría sugiere que este hecho no se debe únicamente a la naturaleza supersticiosa de las mentes medievales: puede que para muchas personas las alucinaciones de origen bioquímico fueran entonces experiencias prácticamente cotidianas.
Los que practicaban el arte secreto de hacer creer a una persona que estaba volando, o que le estaban creciendo las uñas y se estaba convirtiendo en un animal, solían emplear extractos de piel de sapo, o plantas tales como la mandrágora, el beleño y la belladona.
Pero estas alucinaciones no sólo las sufrían las personas que tomaban estas drogas. En los graneros medievales, el grano se clasificaba en dos montones: el grano limpio para la aristocracia y el clero, y el grano parasitado para los campesinos. El grano afectado por el cornezuelo transporta un hongo que produce alcaloides parecidos al LSD (dietilamida del ácido lisérgico) y que también provoca sensaciones como la de sentirse transformado en animal.
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