A mediados del siglo XIX llegó a manos del doctor Henry Sampsom la copia de un viejo manuscrito redactado doscientos años antes por un antiguo parlamentario llamado John Mainard, en donde este narraba un extraño caso judicial del cual había sido testigo y que, en apariencia, se resolvió gracias a que la víctima regresó momentáneamente a la vida para delatar a sus asesinos.
El crimen tuvo lugar en Hertfordshire (condado cercano a Londres) durante una noche de 1629. A la mañana siguiente, Joan Norkot aparecía degollada en su propia cama. Además de la víctima y su hijo pequeño, bajo el mismo techo vivían su marido, su suegra, su hermana y el marido de esta, quienes declararon que la muerte de Joan se debía a un suicidio.
Sin embargo, la escena del crimen y la personalidad de la víctima no parecían apoyar esta hipótesis, por lo que el jurado solicitó al juez la realización de la “prueba del tacto”, un viejo procedimiento judicial todavía vigente en la época, el cual se basaba en la creencia de que el cuerpo de la víctima de un asesinato reaccionaría de alguna manera al contacto de su asesino.
Así, treinta días después de haber sido sepultado, se exhumaba el cadáver de Joan Norkot. Las cuatro personas adultas que compartían casa con ella fueron instadas a, una por una, tocar el cuerpo. Según los testigos, este comenzó a sudar y adquirió un tono sonrosado, como si la sangre volviese a fluir por sus venas. Entonces abrió un ojo y lo volvió a cerrar, repitiendo el guiño tres veces, a la vez que les apuntaba con su dedo índice y lo volvía a retirar. Finalmente regresó a su estado anterior, dejando a todos los presentes entre estupefactos y aterrorizados.
A pesar de la espectacularidad de los resultados, esta prueba no bastaba para condenar a los cuatro familiares de Joan Norkot, pero sí para abrir un juicio y sentarlos definitivamente en el banquillo de los acusados. Aunque en este primer juicio fueron absueltos, este se repitió tras la apelación del hijo de Joan, y esta vez se presentaron pruebas que descartaban definitivamente la teoría del suicidio: la cama sobre la que había sido hallado el cadáver apenas estaba revuelta, lo cual parecía indicar que el mismo había sido movido de sitio; el cuchillo estaba demasiado lejos de la cama como para que lo hubiese empuñado la propia Joan y esta tenía, además de la herida en la garganta, el cuello roto. Por último, se supo había huellas ensangrentadas de otra persona sobre su cuerpo cuando fue hallado.
El posible móvil no estaba claro, pero todo parecía apuntar a los acusados como autores del crimen o, al menos, como encubridores. El marido, la suegra y la hermana de la víctima fueron declarados culpables y condenados a muerte, a pesar de sus protestas. Su cuñado fue absuelto y, finalmente, la mujer más joven se libró de la horca por estar embarazada.
El doctor Sampsom publicó el caso en 1851 en la revista Gentleman’s Magazine and Historical Review. Un tabernero llamado Hunt le había proporcionado la copia del manuscrito original de Mainard, quien a pesar de seguir todo el proceso atentamente no fue testigo directo de la temporal resurrección de Joan Norkot.
Su descripción del suceso se basaba en el testimonio del clérigo que debía dar fe de ella así como en el de otros testigos. Si confiamos en la cadena de transmisión de la historia (Sampsom, el tabernero Hunt, el copista o los copistas que reprodujeron el manuscrito de Mainard, el propio Mainard, el clérigo testigo del evento) debemos admitir que se trata de un hecho completamente inexplicable.
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