Los últimos cuatro años de Marco Pantani fueron una auténtica pesadilla. Ya no era aquel semidiós que devoraba kilómetros subiendo imponentes montañas, que hacía soñar y apasionarse a millones de aficionados. Se sentía acabado. Los días pasaron tumbado en un sillón, deprimido, huyendo de la realidad y esclavo de las drogas. Pero el gran problema de Pantani tenía un origen lejano ¿Qué fue lo que hundió a El Pirata?
Marco Pantani murió el día 14 de febrero del 2004 en la habitación D5 del hotel Le Rose, Rimini, ciudad costera del Adriático. Su muerte fue inesperada. Tan sólo tenía 34 años.
Durante los seis días de estancia en el hotel permaneció solo y profundamente deprimido. El viernes por la noche su cuerpo apareció inerte sobre el suelo. ¿Qué había ocurrido en la D5? ¿Qué hacía aquel escalador de montañas allí, tan lejos de las alturas, al mismo nivel del mar? ¿Por qué el campeón no estaba preparándose para las próximas rondas italiana y francesa?
Estas preguntas tienen algunas respuestas, aunque han sido necesarias largas investigaciones y muchas declaraciones de amigos y familiares para dar con ellas.
Pantani llegó al hotel cinco días antes del trágico final. Era un lunes cuando se apeó de un taxi, sin maletas, sin móvil pero, sobre todo, sin nadie más. El Pirata apareció misteriosamente solo. Ni siquiera amigos o familiares sabían de su paradero.
Resultaba extraño que hubiera alquilado una habitación en un hotel de una ciudad como Rimini, desangelada en los meses fríos, como lo están la mayoría de las ciudades turísticas costeras. Era el mes de febrero, en pleno invierno. La elección de aquel lugar tenía que obedecer a alguna otra razón. ¿Sería el motivo que Rimini sea considerado el centro del narcotráfico en el Adriático italiano?
La hipótesis no resulta descabellada a la luz del resultado de la autopsia, que atribuye a una sobredosis de cocaína la causa de su muerte. En el mismo sentido, las investigaciones iniciadas por la Fiscalía de Rimini han averiguado que un hombre, quizás un “camello”, lo visitó y permaneció unos diez minutos en la habitación. También se desconoce el paradero de veinte mil euros que el Pirata extrajo días antes de su cuenta corriente.
El recepcionista fue quien dio la voz de alarma. Le parecía raro que el famoso huésped no respondiera al teléfono ni hubiera dado señales de vida durante todo el día. Y no se equivocaba. El Pirata había naufragado. Estaba muerto. Aquella tarde, su corazón, deteriorado por el consumo de grandes cantidades de droga durante los últimos años, dijo basta y lo postró en el suelo de la habitación, con el torso desnudo.
Desde ese mismo momento, comenzaron a formularse distintas hipótesis sobre las causas del trágico desenlace. Lo que sucedió en la habitación D5 fue un completo enigma hasta que pudieron conocerse, semanas más tarde, los resultados definitivos de la autopsia.
Era posible la muerte violenta o la participación de una segunda persona o quizás el suicidio por medio de un cóctel de pastillas, pues junto al cadáver se encontraron numerosas cajas con ansiolíticos y otros psicofármacos. Los papeles encontrados en la habitación, en los que escribió palabras inconexas y sin sentido, también reforzaron la idea del suicidio.
Pero estas primeras hipótesis fueron siendo descartadas conforme avanzaba la investigación, sobre todo, al ir conociéndose los resultados de la autopsia y los posteriores exámenes toxicológicos, que finalmente señalaron la intoxicación aguda de cocaína como causa del deceso.
El pirata estaba obsesionado por algo que le atormentaba. Estaba viviendo un calvario no sólo en lo deportivo sino también en lo personal. ¿Cuáles eran sus demonios, qué fue lo que lo llevó a caer en la droga? Su madre cree tener la respuesta a este interrogante: “Marco murió en 1999, cuando en el Giro lo enviaron a casa. Allí terminó todo, cuando su novia le dijo `toma esto -cocaína- que te irá bien´. Y sus amigos también insistieron en que lo tomara.”, afirma taxativa en una entrevista concedida a la RAI.
Efectivamente, en los últimos cuatro años Pantani tuvo que afrontar graves acusaciones de dopajes y suspensiones. Desde que en 1999 fue expulsado del Giro, a dos etapas de lograr ganarlo, comenzó la pesadilla, una espiral negativa de procesos judiciales y la consiguiente mácula de su hasta entonces brillante imagen de campeón. Un círculo vicioso de depresiones y sospechas sobre los verdaderos méritos del, entre otros títulos, doble campeón del Giro y el Tour en sendas ediciones del año 1998. Él siempre negó haberse dopado.
Marco Pantani sucumbió ante aquel drama personal, del que nunca supo salir del todo. Y allí estaba, en aquél hotel barato, huyendo del mundo y de sí mismo.
A mediados de febrero, fechas previas a las competiciones reinas del ciclismo, hubiera sido propio de un gran campeón como él estar entrenándose fuertemente, poniéndose a punto para tan importantes citas. Pero Marco sabía que estaba muy lejos de cumplir ese sueño, que su realidad era muy distinta. Pesaba treinta quilos más y no encontraba la fuerza mental suficiente como para salir de la depresión que le tenía preso en la tristeza y la desesperación.
Según las declaraciones de Larisa, camarera que arregló su habitación, Pantani estaba muy desmejorado y tenía la mirada extraviada. Del mismo parecer son el propietario y el recepcionista del hotel. En una ocasión, la camarera y el ciclista intercambiaron unas palabras mientras ella limpiaba su estancia: “Le pregunté por qué no dormía en la cama, si era más cómoda, y él me respondió que prefería tumbarse en el sofá, con la tele cerca.”, cuenta Larisa.
Aun así, alguna vez intentó salir del agujero, intentó volver a ser el de antes. No quería dejarse morir. Estaba obsesionado con volver a correr y abandonar el ciclismo con una imagen impoluta. Lo hizo en el Tour del 2003, pero el decimocuarto supuso para él una posición frustrante. Y volvió a sumirse en una profunda depresión hasta que el destino, cruel y caprichoso, quiso hacerle morir también un fatídico día catorce, fecha en la que, por otra parte, se celebra el día de los enamorados, recuerdo de otra dura realidad para el ciclista, tan lejos de su antigua novia, y a la que tanto echaba de menos. Christine ni siquiera contestaba a sus llamadas.
En su visita, meses antes de morir, al fisioterapeuta Fabrizio Borra, Pantani se muestra vulnerable y desesperado, con auténtica necesidad de ayuda: “Fabri, me miro en el espejo y por más que lo intento me veo siempre con la cabeza bajo el agua. Necesito que alguien me eche una mano.” El Pirata lo veía todo negro, pedía ayuda, aunque luego la rechazara en numerosas ocasiones. Acostumbrado a estar solo sobre la bici, también parecía obcecado con enfrentarse solo a sus problemas. El impulso de la soledad le acabó pudiendo.
Giuseppe Martinelli, su director cuando logró el doblete, siente la muerte de Pantani de forma especial, como si fuera la de un hijo. Sus palabras sobre el final del ciclista reclaman una mirada atrás, a los momentos felices: “Su final ha sido increíble, pero debemos recordarle por sus victorias sobre la carretera y no preguntarnos nada más.”
Parece buena idea la de secundar la propuesta de Martinelli, alguien que, es evidente, quería bien al Pirata. Lo haremos en los siguientes párrafos, como un modesto homenaje al Marco Pantani dichoso, un gigante domador de montañas.
Durante los años noventa, Pantani destacó por ser un escalador realmente indómito. Las antológicas escapadas que protagonizó el Pirata rumbo a las cumbres le subieron a la cima de la popularidad. Un gran carisma -pendiente dorado y un pañuelo sobre su cabeza rapada que le valieron el apelativo afectuoso de El Pirata-, su madera de líder y sus hazañas en las etapas de montaña hicieron de él todo un mito del deporte de dos ruedas.
En los años de gloria, el Pirata contó con el cariño y la admiración de millones de aficionados en todo el mundo. En Italia, país donde el ciclismo es el segundo deporte en importancia, después del fútbol, se convirtió en un auténtico héroe popular. Los tifosi no han dejado de recordarlo y apoyarlo incluso durante los años de ausencia deportiva.
Giuseppe Martinelli rememora al mejor Pantani: “Lo recuerdo como un corredor pequeño que lograba grandes cosas. Quería el equipo siempre a su servicio y se sentía el capitán. Era diferente al resto. En la montaña siempre atacaba. Yo pedía tranquilidad y le decía que atacara a falta de siete kilómetros de meta pero se adelantaba y lo hacía a falta de diez o antes”.
También el final del gran ciclista se ha adelantado inesperadamente, pero esta vez de forma trágica. Nadie podía imaginar que el destino tuviera preparado para él un naufragio tan sorpresivo como lento y difícil. Aunque algo sí ha encajado en su final. Como no podía ser de otro modo, el Pirata debía morir cerca del mar.
El barco navegaba cortando el viento bajo un sol radiante, cuando, de pronto, nubes negras mancharon el horizonte. Súbitamente, con ellas, llegó la noche. Una noche de tormenta que duró cuatro largos años. Transcurridos éstos, fue el temporal quien ganó la partida, haciendo naufragar el barco y a su desafiante capitán con él.
Pero, en contra de lo que es habitual, después de la tormenta no llegó la calma, como tampoco tras la noche llegó el día. Una noche infinita que alimenta el mito, la triste leyenda del Pirata.
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