Los científicos se preguntan cuál pudo ser la causa de que la inteligencia apareciera de improvisto en un determinado período de la prehistoria. Las tesis oficiales hablan de adaptación y aprendizaje, pero cada vez son más las hipótesis atrevidas que apuntan una manipulación extraterrestre. En cualquier caso, la búsqueda de los orígenes de nuestra mente se ha convertido en una maravillosa aventura.
Buena memoria, mente despierta, abstracción, capacidad de recursos y ingenio forman el rostro de la inteligencia, pero nadie puede describir el proceso de crecimiento que origina todos estos atributos. No se explica cómo este período de la evolución de nuestros remotos antepasados se vio coronado por el éxito. Nadie sabe con certeza por qué la evolución a primado la inteligencia, pero existen teorías para todo.
De lo que no cabe la menor duda es de que, a pesar de todo, el hombre es distinto. Tanto el pensamiento científico como el religioso occidental, le colocan en el centro del Universo. Las palabras de Wheeler, "¿qué valor tiene un Universo sin la conciencia de que existe?", nos comunican la necesidad de un ser inteligente que justifique este Universo. La cosmogonía cristiana muestra a Dios creando el mundo para que sea habitado por su creación más perfecta "hecha a su imagen (carne) y semejanza (alma)", surgida del hálito del Creador como sinónimo de vida. Es esta alma, definida por la Enciclopedia Católica como la "fuente de la actividad pensante" la que reúne las características de lo que hoy llamamos mente, esa sustancia escurridiza que "constituye el material del que están hechos nuestros sueños" y que necesita para animarse de esa aportación de la divinidad, de ese soplo, de esa palabra mágica que despierta la inteligencia como el símbolo cabalístico animaba al Golém.
No está lejos la propuesta de la concepción holística del Universo, en que todo está conectado con todo y forma parte de una conciencia cósmica, que desde siempre han predicado las filosofías orientales, es decir, que todo está vivo y consciente en un Cosmos infinito. "El espíritu es la última sublimación de la materia y la materia, la cristalización del espíritu", reza el Kiu-Te, un curioso libro tibetano. Sócrates afirmaba que "poseemos inteligencia y esta posesión tiene que estar contenida en la causa que creó el mundo".
En desacuerdo con hipótesis darwinistas, hay quien sustenta que el hombre fue "ayudado" en su evolución por extrahumanos que nos facilitaron el primer paso evolutivo. Se insinúa que la inteligencia ni siquiera es originaria de este planeta, sino que llegó aquí, ¡como caída del cielo!, procedentes de otros mundos. Pudo tener su origen en un planeta desaparecido, como relata la leyenda de Faetón, un mundo agonizante que obligó a una avanzada civilización al exilio terrestre, donde una vez aposentada se vería diezmada por los cataclismos de la aún inestable Tierra que redujeron a aquellos seres inteligentes a condiciones neandertalienses o austrolopitecinas. Per no sirven para demostrar que esos seres no fueran descendientes de una raza superior caída en desgracia, de otras humanidades casi exterminadas por cataclismos, ni que fueran extraterrestres reducidos a la supervivencia. El hombre y con él la inteligencia han sufrido avances y retrocesos, pero es preciso recordar que "es más fácil retroceder a la condición de simios que avanzar hacia la condición de dioses".
La sugerencia de que el cerebro humano evolucionó en respuesta a una dieta de pescado, "alimento que contiene las grasas poliinsaturadas que proporcionan la materia prima para la construcción de los grandes cerebros". Pero, ¿quién de nuestros antecesores pudo ser este antropomorfo acuático?. Existen pruebas de que el gran valle de fractura de África oriental, al que se identifica con la cuna de la humanidad, estuvo inundado hasta su desecación hace unos seis o siete millones y medio de años. Según esta datación geológica, los austrolopitecinos bien pudieron ser los primeros antropomorfos desnudos, con una organización esencialmente humana, puesto que fueron ellos quienes se vieron forzados a abandonar el agua y dirigirse a las llanuras de África oriental, cuando comenzó a desecarse la región.
¿Constituye un recuerdo ancestral de este remoto origen acuático el mito sumerio de Oannés, el ser anfibio que actuó de dios civilizador? y que decir de la tajante aseveración de Anaximandro de Mileto sobre que "las criaturas vivientes surgieron del líquido elemento cuando éste fue evaporado por el Sol. Al principio, el hombre fue como todo otro animal, o sea un pez".
Buena memoria, mente despierta, abstracción, capacidad de recursos y ingenio forman el rostro de la inteligencia, pero nadie puede describir el proceso de crecimiento que origina todos estos atributos. No se explica cómo este período de la evolución de nuestros remotos antepasados se vio coronado por el éxito. Nadie sabe con certeza por qué la evolución a primado la inteligencia, pero existen teorías para todo.
De lo que no cabe la menor duda es de que, a pesar de todo, el hombre es distinto. Tanto el pensamiento científico como el religioso occidental, le colocan en el centro del Universo. Las palabras de Wheeler, "¿qué valor tiene un Universo sin la conciencia de que existe?", nos comunican la necesidad de un ser inteligente que justifique este Universo. La cosmogonía cristiana muestra a Dios creando el mundo para que sea habitado por su creación más perfecta "hecha a su imagen (carne) y semejanza (alma)", surgida del hálito del Creador como sinónimo de vida. Es esta alma, definida por la Enciclopedia Católica como la "fuente de la actividad pensante" la que reúne las características de lo que hoy llamamos mente, esa sustancia escurridiza que "constituye el material del que están hechos nuestros sueños" y que necesita para animarse de esa aportación de la divinidad, de ese soplo, de esa palabra mágica que despierta la inteligencia como el símbolo cabalístico animaba al Golém.
No está lejos la propuesta de la concepción holística del Universo, en que todo está conectado con todo y forma parte de una conciencia cósmica, que desde siempre han predicado las filosofías orientales, es decir, que todo está vivo y consciente en un Cosmos infinito. "El espíritu es la última sublimación de la materia y la materia, la cristalización del espíritu", reza el Kiu-Te, un curioso libro tibetano. Sócrates afirmaba que "poseemos inteligencia y esta posesión tiene que estar contenida en la causa que creó el mundo".
En desacuerdo con hipótesis darwinistas, hay quien sustenta que el hombre fue "ayudado" en su evolución por extrahumanos que nos facilitaron el primer paso evolutivo. Se insinúa que la inteligencia ni siquiera es originaria de este planeta, sino que llegó aquí, ¡como caída del cielo!, procedentes de otros mundos. Pudo tener su origen en un planeta desaparecido, como relata la leyenda de Faetón, un mundo agonizante que obligó a una avanzada civilización al exilio terrestre, donde una vez aposentada se vería diezmada por los cataclismos de la aún inestable Tierra que redujeron a aquellos seres inteligentes a condiciones neandertalienses o austrolopitecinas. Per no sirven para demostrar que esos seres no fueran descendientes de una raza superior caída en desgracia, de otras humanidades casi exterminadas por cataclismos, ni que fueran extraterrestres reducidos a la supervivencia. El hombre y con él la inteligencia han sufrido avances y retrocesos, pero es preciso recordar que "es más fácil retroceder a la condición de simios que avanzar hacia la condición de dioses".
La sugerencia de que el cerebro humano evolucionó en respuesta a una dieta de pescado, "alimento que contiene las grasas poliinsaturadas que proporcionan la materia prima para la construcción de los grandes cerebros". Pero, ¿quién de nuestros antecesores pudo ser este antropomorfo acuático?. Existen pruebas de que el gran valle de fractura de África oriental, al que se identifica con la cuna de la humanidad, estuvo inundado hasta su desecación hace unos seis o siete millones y medio de años. Según esta datación geológica, los austrolopitecinos bien pudieron ser los primeros antropomorfos desnudos, con una organización esencialmente humana, puesto que fueron ellos quienes se vieron forzados a abandonar el agua y dirigirse a las llanuras de África oriental, cuando comenzó a desecarse la región.
¿Constituye un recuerdo ancestral de este remoto origen acuático el mito sumerio de Oannés, el ser anfibio que actuó de dios civilizador? y que decir de la tajante aseveración de Anaximandro de Mileto sobre que "las criaturas vivientes surgieron del líquido elemento cuando éste fue evaporado por el Sol. Al principio, el hombre fue como todo otro animal, o sea un pez".
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