También la ansiedad que demostraron en diversas ocasiones parece apuntar hacia un «terrible secreto» oculto en lo más recóndito de su mente... lo cual tiene mucho sentido si estos sujetos habían sido efectivamente abducidos, con el trauma psíquico que tal suceso puede originar.
El gran secreto
También la ansiedad que demostraron en diversas ocasiones parece apuntar hacia un «terrible secreto» oculto en lo más recóndito de su mente... lo cual tiene mucho sentido si estos sujetos habían sido efectivamente abducidos, con el trauma psíquico que tal suceso puede originar.
La reacción de la Dra. Slater, cuando al término del experimento se le reveló que aquellos nueve sujetos habían sido probablemente abducidos a bordo de una nave extraterrestre, fue de asombro e incredulidad. Budd Hopkins le dijo entonces que algunos de ellos, con sus casos correspondientes, figuraban en su libro sobre abducciones Missing Time (1981), un ejemplar del cual ofreció a la doctora. El resultado de esta revelación fue un apéndice de ocho páginas, que la Dra. Slater añadió a su informe original. Este apéndice decía, entre otras cosas: «La principal y más crítica cuestión es la de si las experiencias reportadas por los nueve sujetos podían ser explicadas estrictamente en base a la psicopatología, es decir, de un desorden mental. La respuesta es un rotundo no.
Si las supuestas abducciones fuesen fantasías confabuladas, basadas en lo que sabemos sobre los desórdenes mentales, en tal caso sólo podrían provenir de mentirosos patológicos, esquizofrénicos paranoides y caracteres muy perturbados y extraordinariamente raros tipos histeroides, sujetos a estados de fuga y/o a múltiples cambios de personalidad... Es importante observar que ninguno de estos sujetos, si tenemos que hacer caso a los datos proporcionados por los tests, caen dentro de ninguna de estas categorías. Por consiguiente, si bien los tests no pueden demostrar en modo alguno la veracidad del informe de abducción por un OVNI, podemos concluir que los hallazgos realizados a través de los tests no están en contradicción con la posibilidad de que las abducciones reportadas hayan ocurrido de hecho. En otras palabras, no existe una aparente explicación psicológica para lo que informan estos sujetos».
Y a continuación la Dra. Slater hace una afirmación obvia: si las personas sometidas a examen hubiesen tenido tales experiencias de abducción, algunos de los resultados obtenidos en los tests ya hubieran sido de esperar.
Los rasgos psíquicos traumáticos que todos los examinados presentaban pueden ser comparados, según la Dra. Slater, a los que presentan las víctimas de una violación, por ejemplo. Pero, aparte de la ansiedad y el sentimiento de «violación» que los nueve presentaban, por lo demás eran personas absolutamente normales. Es más: por encima de lo normal por lo que a inteligencia y creatividad se refiere, aunque su temor subconsciente diera una leve componente paranoide, muy explicable.
La teoría del «trauma natal»
El test realizado por las doctoras Slater y Clamar –que ya ha marcado un hito histórico en la investigación OVNI– parece indicar que los nueve sujetos sufrieron una experiencia real.
Y es precisamente éste el eje de toda la cuestión. ¿Son eventos reales las abducciones? ¿Son, por el contrario, episodios puramente imaginarios, fabulaciones creadas por el sujeto supuestamente abducido? Las implicaciones que se desprenden de cada una de estas posibilidades son muy distintas, y muy graves en ambos casos.
Si las abducciones son reales, entonces no hay más remedio que admitir que alguien está realizando unas experiencias, unos estudios con seres humanos, con finalidades que no alcanzamos a ver.
En cambio, si se trata de sucesos imaginarios, entonces nos encontramos ante una creación del inconsciente colectivo de la Humanidad. Como en su momento aseguró Wray Herbert, editor de la prestigiosa revista estadounidense Psychology Today, al analizar el libro de Whitley Strieber Comunión (1987) donde éste narra en primera persona sus experiencias múltiples de abducción, «si estamos ante una alucinación... se trata de una alucinación masiva que involucra a amigos, familiares y cientos de otras personas aludidas en el libro». Quizá, siguiendo la línea psicologista de análisis de esta cuestión, nos encontramos ante la aparición de nuevos arquetipos, como postulaba el eminente psicólogo suizo Dr. Carl Gustav Jung para explicar los OVNIs acudiendo a la imagen del mandala arquetípico, tal como explica en su obra Un Mito Moderno (1958). Pero si el mandala es válido, por sus características (forma perfecta circular) para explicar algunos casos de OVNIs, con las abducciones lo que tenemos es un pequeño psicodrama, demasiado complicado para ser arquetípico.
Pero aún hay una tercera «explicación». Es la avanzada por el sociólogo norteamericano Alvin H. Lawson, tras una serie de experimentos en los que fue asistido por el hipnólogo Dr. William C. McCall. Esta teoría se conoce como «hipótesis del trauma natal». Para formularla, Lawson sometió a hipnosis, en cuatro sesiones, a dieciséis estudiantes en 1977. Una vez sofronizados, se presentó a los sujetos un formulario compuesto por nueve preguntas, que reproducimos a continuación:
Imagine que está usted en su lugar predilecto, relajado y cómodo, cuando de pronto ve un OVNI. Describa lo que ve.
Imagínese usted a bordo de ese OVNI. ¿Cómo sube a bordo?
Imagine que está usted en el interior del OVNI. Describa lo que ve.
Imagine que está viendo algunas entidades o seres a bordo de ese OVNI. Descríbalos.
Imagine que esos seres le hacen un examen físico. Describa lo que le ocurre.
Imagine que recibe usted una especie de mensaje de los ocupantes de dicho OVNI. ¿Qué dice ese mensaje y cómo se lo comunica?
Imagine que le devuelven al lugar donde usted estaba antes de ver al OVNI. ¿Cómo llega hasta allí y qué es lo que siente?
Imagine que ha pasado algún tiempo desde que tuvo ese encuentro con el OVNI. ¿Hay algo que indique que su personalidad o sus funciones fisiológicas y/o psicológicas han sido afectadas de algún modo por su experiencia OVNI?
El inconveniente que presenta este interrogatorio, es que predispone al sujeto a dar unas respuestas determinadas; no ocurre así con un buen interrogatorio de un «auténtico» abducido, en el que el interrogador se limitará a pedirle que relate sus experiencias, sin darle «pistas», como ocurre con el formulario Lawson-McCall. Las respuestas obtenidas por estos dos investigadores se ajustan a lo preguntado, y configuran en cierto modo una «parodia» de una «verdadera» abducción.
Por otra parte, afirma Lawson que la forma «fetal» de los pequeños humanoides macrocéfalos evoca –de acuerdo con su teoría del trauma post natal, que expuso ampliamente en la obra Lo Imaginario en el Contacto OVNI (1990)– la forma, precisamente, del feto humano. Sin embargo, no comprendemos cómo el recién nacido –de ser correcta esta teoría– se ve a sí mismo como un feto. Esto, sencillamente, resulta absurdo.
Asimismo, nos parece absurdo que la «escenografía» de la abducción reproduzca la del quirófano o sala de maternidad, donde tiene lugar el alumbramiento. Según Lawson, el sujeto recordaría a los doctores y las enfermeras que rodeaban a su madre en el momento del parto, y la propia sala brillantemente iluminada.
Admitamos que esto pueda ser cierto para personas nacidas en estas circunstancias. Pero ello nos llevaría a realizar una investigación –imposible en muchos casos– para saber cuáles fueron las circunstancias que rodearon el nacimiento de los abducidos. Algunos, por la fecha del incidente (1957 para Antonio Villas Boas; 1961 para Betty y Barney Hill), nacieron casi a principios de siglo, donde los partos no se realizaban por lo general en las condiciones clínicas y asépticas de la actualidad, sino muchas veces en la propia casa materna, y con la intervención de la comadrona, figura que hoy prácticamente no existe ya, a excepción de su presencia generalizada en países subdesarrollados clínicamente. Antonio Villas Boas, por ejemplo (fallecido en 1985 a la edad de 52 años), habría nacido en 1933, pues tenía veinticuatro años en el momento de producirse su famosa abducción en Ponte Porâ. No creemos que en pleno sertâo brasileño, y en 1933, los partos se realizasen en impolutas clínicas, sino que probablemente tendrían lugar en la propia casa, a la luz de las velas si era de noche y contando con la asistencia de unas cuantas comadres. Este punto –muy importante– ha sido olvidado por todos los críticos de la hipótesis Lawson-McCall.
Volvamos momentáneamente al caso de Próspera Muñoz, ampliamente expuesto en la obra En el túnel del Tiempo (1984). Es necesario ver este caso sobre el contexto de casos mundiales similares, donde la abducción de niñas y niños entre 7 u 8 años es un hecho bastante frecuente. De hecho, el ufólogo neoyorquino Budd Hopkins admite ahora que muchas de las experiencias de abducción de los casos que ha tenido la ocasión de investigar se remontan a los primeros años del testigo. «También descubrí –señala Hopkins– el intranquilizante hecho de que la abducción no es un episodio que se da sólo una vez, sino que parece ser un proceso continuado, que se inicia en la niñez y reaparece más tarde».
Por su parte, la excelente investigadora francesa Geneviève Vanquelef reúne bastantes de estos «raptos infantiles» –prácticamente todos los conocidos– en su obra OVNI: Interventions-Captures (1985), que es sin duda el más completo catálogo que existe publicado sobre estos hechos. Visto así resulta que Próspera Muñoz se convierte en una más de las docenas de niñas abducidas... –y generalmente seguidas o monitoreadas, en el argot ufológico angloparlante– luego, durante el curso de sus vidas.
¿Sucesos reales o imaginarios?
La verdadera pieza angular de este rompecabezas que presenta el enigma de las abducciones consiste en saber si se trata de eventos reales («actual happenings») o imaginarios («imaginary happenings»). Depende de cuál sea la respuesta que se dé a esta pregunta, que se marquen nuevos rumbos a la investigación ufológica. Si la respuesta es que las abducciones son reales, entonces las implicaciones de ello son enormes: como ya hemos dicho, significaría que un equipo o equipos de entidades de origen desconocido (extraterrestres, ultraterrestres o procedentes de «n» dimensiones), estarían programando a semejantes nuestros, con finalidades que sólo podemos intuir levemente.
En el segundo caso, tal y como insisten autores que a continuación mostrarán sus pareceres como el británico Hilary Evans, significaría que centenares –probablemente millares– de seres humanos (por otra parte considerados perfectamente sanos y normales por los psiquiatras y psicólogos) sufren unas alucinaciones que les hacen creer que han sido llevados a bordo de una nave espacial... pese a que en estado consciente no lo recuerden. Tal y como reconocía el ufólogo Richard Hall en 1978 (uno de los más destacados investigadores mundiales del fenómeno OVNI, y gran promotor del clásico grupo de investigación NICAP), «o cientos de personas de todo el mundo están sufriendo de alucinaciones o ilusiones muy similares, y en ese caso el origen de patología tan extendida debe ser estudiado urgentemente, o está ocurriendo algo extraordinario y con amplias implicaciones para la Humanidad». Si las sospechas de Hall fueran ciertas en lo que respecta a la patología de las abducciones, esto apuntará hacia un grave trastorno del psiquismo humano colectivo; hacia ese inconsciente colectivo de que hablaba Jung. Aparte de que es una explicación más alambicada que la primera, quizá resulte más alarmante. Cabe preguntarse entonces, ¿cuál será la causa de esta misteriosa «enfermedad o epidemia psíquica»?
Sin embargo, y contrastando las evidencias que tenemos en pro y en contra de los casos recogidos, creemos que las abducciones reflejan eventos reales. Su misma homogeneidad nos conduce a creerlo así.
Pero es que además, en algunos casos, hay inclusive pruebas físicas: huellas en el suelo en el lugar de la presunta abducción, heridas y señales en el cuerpo de los abducidos, etc. Recordemos el caso del vigilante nocturno Fortunatto Zanfretta. Fortunatto es lo que, en pocas palabras, podría considerarse el «prototipo» del abducido: joven, sano, equilibrado, de alto coeficiente intelectual, sencillo y abierto. Y quizá sea quien bata el récord de abducciones: seis veces, por los seres gigantescos que él califica de «horrendos». La abducción se iniciaba, para Fortunatto, con un silbido agudo que sentía en el interior de la cabeza, acompañado de una fuerte queja. Acto seguido perdía el control de su vehículo, un automóvil provisto de radio, y era llevado a lo alto del Monte Marzano en un tiempo sorprendentemente corto. Para comprobar si el coche había sido llevado por el aire, los compañeros de Zanfretta, pertenecientes –como él mismo– a la empresa de seguridad genovesa «Val Bisagno», colocaron cuatro alambres en las cuatro ruedas de un nuevo vehículo que prepararon para Zanfretta –sin que éste lo supiese–; estos alambres unían las ruedas al chasis, y se romperían ineludiblemente si el vehículo fuese alzado materialmente.
Cuando Zanfretta comunicó angustiado por radio que había perdido el control del coche y que «se lo llevaban», sus compañeros partieron aquella noche en su busca encontrándolo, como siempre, en lo alto del Monte Marzano, desvanecido, con el rostro congestionado. Además, como también sucedió las veces anteriores, el techo de su vehículo estaba ardiendo –pese a que la temperatura invernal ambiente era de un grado sobre cero– y... los cuatro alambres que habían colocado previamente los desconfiados compañeros de Zanfretta, aparecieron rotos..
Además de estas incuestionables pruebas circunstanciales de la realidad de la abducción, no faltan investigadores como Am Druffel o el propio Hopkins que están trabajando sobre «pruebas» más sutiles, destinadas a demostrar que la coherencia interna entre relatos de abducción acontecidos en puntos muy distantes del planeta, es abrumadora. Hopkins aseguraba que «actualmente estoy trabajando en una serie de símbolos muy particulares que estos sujetos (los abducidos) han visto dentro de las naves, y que los abducidos ven una y otra vez. Son idénticos en casos y casos. Mantengo esto en secreto –añade–, porque resulta un trabajo fácil comprobar esos símbolos con los de nuevos casos».
Tiempo perdido
Una de las constantes marcadas dentro del fenómeno de las abducciones es el hecho de que las personas que viven uno de estos episodios sólo los recuerdan fragmentariamente, como si o bien los secuestradores presuntamente extraterrestres les hubieran borrado la memoria consciente del hecho, o como si –más razonable aún– el propio cerebro del testigo ante el trauma que supone una experiencia de este tipo, hubiera decidido «olvidar» esos angustiosos momentos y alejarlos –a modo de mecanismo de protección– de la consciencia del abducido. El investigador español Antonio Ribera a este respecto, en su obra Secuestrado por Extraterrestres (1981), escribe: «Los sujetos, por lo general, recuerdan el principio y el final del episodio, pero la parte central del mismo –la más importante– ha sido borrada de su mente consciente. Este "borrado" ha sido hecho sin duda mediante la hipnosis: se les ha impuesto un bloqueo para que no recuerden unas experiencias, que en ocasiones podrían resultar muy traumáticas».
A esta constante abduccionista que, en ocasiones, ha servido incluso para detectar nuevos casos de abducción en los que lo único que recordaba el testigo era tener un importante lapso de tiempo de su vida «desaparecido», se le ha bautizado como «Tiempo Perdido». El responsable de esta denominación fue el ufólogo neoyorquino Budd Hopkins quien, gracias a su obra Missing Time (1981), popularizó el término y provocó que miles de lectores suyos acabasen reflexionando sobre la posibilidad de haber sufrido ellos mismos una experiencia similar a la de los siete casos que Hopkins describe minuciosamente en su obra. «Son historias –dice la propia publicidad de este libro– que pueden sucederle a cualquiera: a sus vecinos, a sus seres queridos, e incluso a usted».
Hopkins señala a lo largo de su obra, –además, una serie de constantes que se repiten sistemáticamente en los casos de abducción, y que pueden servir como pistas para descubrir uno de estos episodios y trabajar –gracias a las sesiones de regresión hipnótica– en recuperar esas memorias perdidas. Estas pistas indican que junto a la sensación de «tiempo perdido» suelen aparecer extrañas cicatrices (generalmente pequeños cráteres en la piel, de forma circular), e incluso la aparición súbita de extrañas fobias irracionales, a ciertos animales como los arácnidos que –a decir de Hopkins–, pueden recordar sutilmente a la memoria inconsciente del abducido la forma y aspecto de los extraterrestres que han secuestrado con anterioridad al testigo.
Ribera, al analizar todo este tipo de constantes, acaba concluyendo en su obra mencionada con una reflexión reveladora: «En los parques naturales y reservas africanas se deja inconsciente a los animales mediante un dardo narcótico. Entonces se les examina, se les toman muestras de sangre, de pelo, y se les hacen mediciones. Luego se les marca y se les deja de nuevo en "libertad". (Si esto es libertad). ¿Y si se hiciera algo parecido con los abducidos humanos? ¿Y sí se les marcase con una marca invisible –o incomprensible– para nosotros?»
El gran secreto
También la ansiedad que demostraron en diversas ocasiones parece apuntar hacia un «terrible secreto» oculto en lo más recóndito de su mente... lo cual tiene mucho sentido si estos sujetos habían sido efectivamente abducidos, con el trauma psíquico que tal suceso puede originar.
La reacción de la Dra. Slater, cuando al término del experimento se le reveló que aquellos nueve sujetos habían sido probablemente abducidos a bordo de una nave extraterrestre, fue de asombro e incredulidad. Budd Hopkins le dijo entonces que algunos de ellos, con sus casos correspondientes, figuraban en su libro sobre abducciones Missing Time (1981), un ejemplar del cual ofreció a la doctora. El resultado de esta revelación fue un apéndice de ocho páginas, que la Dra. Slater añadió a su informe original. Este apéndice decía, entre otras cosas: «La principal y más crítica cuestión es la de si las experiencias reportadas por los nueve sujetos podían ser explicadas estrictamente en base a la psicopatología, es decir, de un desorden mental. La respuesta es un rotundo no.
Si las supuestas abducciones fuesen fantasías confabuladas, basadas en lo que sabemos sobre los desórdenes mentales, en tal caso sólo podrían provenir de mentirosos patológicos, esquizofrénicos paranoides y caracteres muy perturbados y extraordinariamente raros tipos histeroides, sujetos a estados de fuga y/o a múltiples cambios de personalidad... Es importante observar que ninguno de estos sujetos, si tenemos que hacer caso a los datos proporcionados por los tests, caen dentro de ninguna de estas categorías. Por consiguiente, si bien los tests no pueden demostrar en modo alguno la veracidad del informe de abducción por un OVNI, podemos concluir que los hallazgos realizados a través de los tests no están en contradicción con la posibilidad de que las abducciones reportadas hayan ocurrido de hecho. En otras palabras, no existe una aparente explicación psicológica para lo que informan estos sujetos».
Y a continuación la Dra. Slater hace una afirmación obvia: si las personas sometidas a examen hubiesen tenido tales experiencias de abducción, algunos de los resultados obtenidos en los tests ya hubieran sido de esperar.
Los rasgos psíquicos traumáticos que todos los examinados presentaban pueden ser comparados, según la Dra. Slater, a los que presentan las víctimas de una violación, por ejemplo. Pero, aparte de la ansiedad y el sentimiento de «violación» que los nueve presentaban, por lo demás eran personas absolutamente normales. Es más: por encima de lo normal por lo que a inteligencia y creatividad se refiere, aunque su temor subconsciente diera una leve componente paranoide, muy explicable.
La teoría del «trauma natal»
El test realizado por las doctoras Slater y Clamar –que ya ha marcado un hito histórico en la investigación OVNI– parece indicar que los nueve sujetos sufrieron una experiencia real.
Y es precisamente éste el eje de toda la cuestión. ¿Son eventos reales las abducciones? ¿Son, por el contrario, episodios puramente imaginarios, fabulaciones creadas por el sujeto supuestamente abducido? Las implicaciones que se desprenden de cada una de estas posibilidades son muy distintas, y muy graves en ambos casos.
Si las abducciones son reales, entonces no hay más remedio que admitir que alguien está realizando unas experiencias, unos estudios con seres humanos, con finalidades que no alcanzamos a ver.
En cambio, si se trata de sucesos imaginarios, entonces nos encontramos ante una creación del inconsciente colectivo de la Humanidad. Como en su momento aseguró Wray Herbert, editor de la prestigiosa revista estadounidense Psychology Today, al analizar el libro de Whitley Strieber Comunión (1987) donde éste narra en primera persona sus experiencias múltiples de abducción, «si estamos ante una alucinación... se trata de una alucinación masiva que involucra a amigos, familiares y cientos de otras personas aludidas en el libro». Quizá, siguiendo la línea psicologista de análisis de esta cuestión, nos encontramos ante la aparición de nuevos arquetipos, como postulaba el eminente psicólogo suizo Dr. Carl Gustav Jung para explicar los OVNIs acudiendo a la imagen del mandala arquetípico, tal como explica en su obra Un Mito Moderno (1958). Pero si el mandala es válido, por sus características (forma perfecta circular) para explicar algunos casos de OVNIs, con las abducciones lo que tenemos es un pequeño psicodrama, demasiado complicado para ser arquetípico.
Pero aún hay una tercera «explicación». Es la avanzada por el sociólogo norteamericano Alvin H. Lawson, tras una serie de experimentos en los que fue asistido por el hipnólogo Dr. William C. McCall. Esta teoría se conoce como «hipótesis del trauma natal». Para formularla, Lawson sometió a hipnosis, en cuatro sesiones, a dieciséis estudiantes en 1977. Una vez sofronizados, se presentó a los sujetos un formulario compuesto por nueve preguntas, que reproducimos a continuación:
Imagine que está usted en su lugar predilecto, relajado y cómodo, cuando de pronto ve un OVNI. Describa lo que ve.
Imagínese usted a bordo de ese OVNI. ¿Cómo sube a bordo?
Imagine que está usted en el interior del OVNI. Describa lo que ve.
Imagine que está viendo algunas entidades o seres a bordo de ese OVNI. Descríbalos.
Imagine que esos seres le hacen un examen físico. Describa lo que le ocurre.
Imagine que recibe usted una especie de mensaje de los ocupantes de dicho OVNI. ¿Qué dice ese mensaje y cómo se lo comunica?
Imagine que le devuelven al lugar donde usted estaba antes de ver al OVNI. ¿Cómo llega hasta allí y qué es lo que siente?
Imagine que ha pasado algún tiempo desde que tuvo ese encuentro con el OVNI. ¿Hay algo que indique que su personalidad o sus funciones fisiológicas y/o psicológicas han sido afectadas de algún modo por su experiencia OVNI?
El inconveniente que presenta este interrogatorio, es que predispone al sujeto a dar unas respuestas determinadas; no ocurre así con un buen interrogatorio de un «auténtico» abducido, en el que el interrogador se limitará a pedirle que relate sus experiencias, sin darle «pistas», como ocurre con el formulario Lawson-McCall. Las respuestas obtenidas por estos dos investigadores se ajustan a lo preguntado, y configuran en cierto modo una «parodia» de una «verdadera» abducción.
Por otra parte, afirma Lawson que la forma «fetal» de los pequeños humanoides macrocéfalos evoca –de acuerdo con su teoría del trauma post natal, que expuso ampliamente en la obra Lo Imaginario en el Contacto OVNI (1990)– la forma, precisamente, del feto humano. Sin embargo, no comprendemos cómo el recién nacido –de ser correcta esta teoría– se ve a sí mismo como un feto. Esto, sencillamente, resulta absurdo.
Asimismo, nos parece absurdo que la «escenografía» de la abducción reproduzca la del quirófano o sala de maternidad, donde tiene lugar el alumbramiento. Según Lawson, el sujeto recordaría a los doctores y las enfermeras que rodeaban a su madre en el momento del parto, y la propia sala brillantemente iluminada.
Admitamos que esto pueda ser cierto para personas nacidas en estas circunstancias. Pero ello nos llevaría a realizar una investigación –imposible en muchos casos– para saber cuáles fueron las circunstancias que rodearon el nacimiento de los abducidos. Algunos, por la fecha del incidente (1957 para Antonio Villas Boas; 1961 para Betty y Barney Hill), nacieron casi a principios de siglo, donde los partos no se realizaban por lo general en las condiciones clínicas y asépticas de la actualidad, sino muchas veces en la propia casa materna, y con la intervención de la comadrona, figura que hoy prácticamente no existe ya, a excepción de su presencia generalizada en países subdesarrollados clínicamente. Antonio Villas Boas, por ejemplo (fallecido en 1985 a la edad de 52 años), habría nacido en 1933, pues tenía veinticuatro años en el momento de producirse su famosa abducción en Ponte Porâ. No creemos que en pleno sertâo brasileño, y en 1933, los partos se realizasen en impolutas clínicas, sino que probablemente tendrían lugar en la propia casa, a la luz de las velas si era de noche y contando con la asistencia de unas cuantas comadres. Este punto –muy importante– ha sido olvidado por todos los críticos de la hipótesis Lawson-McCall.
Volvamos momentáneamente al caso de Próspera Muñoz, ampliamente expuesto en la obra En el túnel del Tiempo (1984). Es necesario ver este caso sobre el contexto de casos mundiales similares, donde la abducción de niñas y niños entre 7 u 8 años es un hecho bastante frecuente. De hecho, el ufólogo neoyorquino Budd Hopkins admite ahora que muchas de las experiencias de abducción de los casos que ha tenido la ocasión de investigar se remontan a los primeros años del testigo. «También descubrí –señala Hopkins– el intranquilizante hecho de que la abducción no es un episodio que se da sólo una vez, sino que parece ser un proceso continuado, que se inicia en la niñez y reaparece más tarde».
Por su parte, la excelente investigadora francesa Geneviève Vanquelef reúne bastantes de estos «raptos infantiles» –prácticamente todos los conocidos– en su obra OVNI: Interventions-Captures (1985), que es sin duda el más completo catálogo que existe publicado sobre estos hechos. Visto así resulta que Próspera Muñoz se convierte en una más de las docenas de niñas abducidas... –y generalmente seguidas o monitoreadas, en el argot ufológico angloparlante– luego, durante el curso de sus vidas.
¿Sucesos reales o imaginarios?
La verdadera pieza angular de este rompecabezas que presenta el enigma de las abducciones consiste en saber si se trata de eventos reales («actual happenings») o imaginarios («imaginary happenings»). Depende de cuál sea la respuesta que se dé a esta pregunta, que se marquen nuevos rumbos a la investigación ufológica. Si la respuesta es que las abducciones son reales, entonces las implicaciones de ello son enormes: como ya hemos dicho, significaría que un equipo o equipos de entidades de origen desconocido (extraterrestres, ultraterrestres o procedentes de «n» dimensiones), estarían programando a semejantes nuestros, con finalidades que sólo podemos intuir levemente.
En el segundo caso, tal y como insisten autores que a continuación mostrarán sus pareceres como el británico Hilary Evans, significaría que centenares –probablemente millares– de seres humanos (por otra parte considerados perfectamente sanos y normales por los psiquiatras y psicólogos) sufren unas alucinaciones que les hacen creer que han sido llevados a bordo de una nave espacial... pese a que en estado consciente no lo recuerden. Tal y como reconocía el ufólogo Richard Hall en 1978 (uno de los más destacados investigadores mundiales del fenómeno OVNI, y gran promotor del clásico grupo de investigación NICAP), «o cientos de personas de todo el mundo están sufriendo de alucinaciones o ilusiones muy similares, y en ese caso el origen de patología tan extendida debe ser estudiado urgentemente, o está ocurriendo algo extraordinario y con amplias implicaciones para la Humanidad». Si las sospechas de Hall fueran ciertas en lo que respecta a la patología de las abducciones, esto apuntará hacia un grave trastorno del psiquismo humano colectivo; hacia ese inconsciente colectivo de que hablaba Jung. Aparte de que es una explicación más alambicada que la primera, quizá resulte más alarmante. Cabe preguntarse entonces, ¿cuál será la causa de esta misteriosa «enfermedad o epidemia psíquica»?
Sin embargo, y contrastando las evidencias que tenemos en pro y en contra de los casos recogidos, creemos que las abducciones reflejan eventos reales. Su misma homogeneidad nos conduce a creerlo así.
Pero es que además, en algunos casos, hay inclusive pruebas físicas: huellas en el suelo en el lugar de la presunta abducción, heridas y señales en el cuerpo de los abducidos, etc. Recordemos el caso del vigilante nocturno Fortunatto Zanfretta. Fortunatto es lo que, en pocas palabras, podría considerarse el «prototipo» del abducido: joven, sano, equilibrado, de alto coeficiente intelectual, sencillo y abierto. Y quizá sea quien bata el récord de abducciones: seis veces, por los seres gigantescos que él califica de «horrendos». La abducción se iniciaba, para Fortunatto, con un silbido agudo que sentía en el interior de la cabeza, acompañado de una fuerte queja. Acto seguido perdía el control de su vehículo, un automóvil provisto de radio, y era llevado a lo alto del Monte Marzano en un tiempo sorprendentemente corto. Para comprobar si el coche había sido llevado por el aire, los compañeros de Zanfretta, pertenecientes –como él mismo– a la empresa de seguridad genovesa «Val Bisagno», colocaron cuatro alambres en las cuatro ruedas de un nuevo vehículo que prepararon para Zanfretta –sin que éste lo supiese–; estos alambres unían las ruedas al chasis, y se romperían ineludiblemente si el vehículo fuese alzado materialmente.
Cuando Zanfretta comunicó angustiado por radio que había perdido el control del coche y que «se lo llevaban», sus compañeros partieron aquella noche en su busca encontrándolo, como siempre, en lo alto del Monte Marzano, desvanecido, con el rostro congestionado. Además, como también sucedió las veces anteriores, el techo de su vehículo estaba ardiendo –pese a que la temperatura invernal ambiente era de un grado sobre cero– y... los cuatro alambres que habían colocado previamente los desconfiados compañeros de Zanfretta, aparecieron rotos..
Además de estas incuestionables pruebas circunstanciales de la realidad de la abducción, no faltan investigadores como Am Druffel o el propio Hopkins que están trabajando sobre «pruebas» más sutiles, destinadas a demostrar que la coherencia interna entre relatos de abducción acontecidos en puntos muy distantes del planeta, es abrumadora. Hopkins aseguraba que «actualmente estoy trabajando en una serie de símbolos muy particulares que estos sujetos (los abducidos) han visto dentro de las naves, y que los abducidos ven una y otra vez. Son idénticos en casos y casos. Mantengo esto en secreto –añade–, porque resulta un trabajo fácil comprobar esos símbolos con los de nuevos casos».
Tiempo perdido
Una de las constantes marcadas dentro del fenómeno de las abducciones es el hecho de que las personas que viven uno de estos episodios sólo los recuerdan fragmentariamente, como si o bien los secuestradores presuntamente extraterrestres les hubieran borrado la memoria consciente del hecho, o como si –más razonable aún– el propio cerebro del testigo ante el trauma que supone una experiencia de este tipo, hubiera decidido «olvidar» esos angustiosos momentos y alejarlos –a modo de mecanismo de protección– de la consciencia del abducido. El investigador español Antonio Ribera a este respecto, en su obra Secuestrado por Extraterrestres (1981), escribe: «Los sujetos, por lo general, recuerdan el principio y el final del episodio, pero la parte central del mismo –la más importante– ha sido borrada de su mente consciente. Este "borrado" ha sido hecho sin duda mediante la hipnosis: se les ha impuesto un bloqueo para que no recuerden unas experiencias, que en ocasiones podrían resultar muy traumáticas».
A esta constante abduccionista que, en ocasiones, ha servido incluso para detectar nuevos casos de abducción en los que lo único que recordaba el testigo era tener un importante lapso de tiempo de su vida «desaparecido», se le ha bautizado como «Tiempo Perdido». El responsable de esta denominación fue el ufólogo neoyorquino Budd Hopkins quien, gracias a su obra Missing Time (1981), popularizó el término y provocó que miles de lectores suyos acabasen reflexionando sobre la posibilidad de haber sufrido ellos mismos una experiencia similar a la de los siete casos que Hopkins describe minuciosamente en su obra. «Son historias –dice la propia publicidad de este libro– que pueden sucederle a cualquiera: a sus vecinos, a sus seres queridos, e incluso a usted».
Hopkins señala a lo largo de su obra, –además, una serie de constantes que se repiten sistemáticamente en los casos de abducción, y que pueden servir como pistas para descubrir uno de estos episodios y trabajar –gracias a las sesiones de regresión hipnótica– en recuperar esas memorias perdidas. Estas pistas indican que junto a la sensación de «tiempo perdido» suelen aparecer extrañas cicatrices (generalmente pequeños cráteres en la piel, de forma circular), e incluso la aparición súbita de extrañas fobias irracionales, a ciertos animales como los arácnidos que –a decir de Hopkins–, pueden recordar sutilmente a la memoria inconsciente del abducido la forma y aspecto de los extraterrestres que han secuestrado con anterioridad al testigo.
Ribera, al analizar todo este tipo de constantes, acaba concluyendo en su obra mencionada con una reflexión reveladora: «En los parques naturales y reservas africanas se deja inconsciente a los animales mediante un dardo narcótico. Entonces se les examina, se les toman muestras de sangre, de pelo, y se les hacen mediciones. Luego se les marca y se les deja de nuevo en "libertad". (Si esto es libertad). ¿Y si se hiciera algo parecido con los abducidos humanos? ¿Y sí se les marcase con una marca invisible –o incomprensible– para nosotros?»
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