miércoles, 8 de abril de 2009

Palenque: Centro ceremonial de los mayas

Una densa selva tropical cubre las hermosas ruinas de Palenque, al pie de unas colinas del estado mexicano de Chiapas. El brillante plumaje de loros y guacamayos alegra el verdor de los árboles, y sólo los curiosos gritos de los monos aulladores perturban la serenidad de este antiguo complejo ceremonial maya.

En 1841, el escritor y viajero estadounidense John Lloyd Stephens publicó una obra que atrajo la atención mundial hacia Palenque y la totalidad de la oscura civilización maya. En ella afirmaba: «De todo el romanticismo de la historia del mundo, nada me ha impresionado tanto como el espectáculo de esta ciudad, antaño grande y hermosa, y hoy derruida, desolada y perdida.»

El Palacio y los templos

El laberinto del Palacio de Palenque atrae al visitante hacia sinfín de galerías y estancias que acaban conduciéndole a la base de una torre de cuatro pisos. Desde lo alto de la torre, los mayas estudiaban las estrellas y dominaban la gran llanura del río Usumacinta, que recorre 128 km hasta el golfo de México.

Desde esa torre, el visitante puede contemplar los edificios religiosos de Palenque. Dispuestos alrededor de una plaza, tres son los templos piramidales similares: los del Sol, de la Cruz y de la Cruz Foliada. Cada templo está construido en lo alto de una pirámide escalonada, posee un techo abuhardillado rematado por una curiosa estructura vertical y calada, y dos salas abovedadas en su interior.

En la sala del fondo de cada templo hay un santuario, y en él, una tablilla de piedra con tallas jeroglíficas y dos figuras humanas; entre éstas, un objeto ceremonial. En el Templo del Sol, que para muchos representa la más perfecta de todas las construcciones mayas, este objeto lo constituye la máscara del dios Jaguar del Otro Mundo; en los otros dos templos se trata de un árbol en forma de cruz, con un pájaro posado en él.

El más notable de todos los edificios de Palenque es el Templo de las Inscripciones. Para llegar a él, el visitante debe ascender por una empinada escalinata de 20 m de altura, situada en la cara delantera de la pirámide. Sobre cada uno de los cuatro pilares que sostienen el templo hay figuras de estuco de tamaño natural, con niños en los brazos.

La cripta en el corazón de la pirámide

Las noticias referentes al Templo de las Inscripciones fueron escasas hasta 1949, cuando el arqueólogo mexicano Alberto Ruz Lhuillier descubrió una gran losa de piedra en el suelo del templo, la retiró y encontró el comienzo de una escalera, bloqueada por una masa de escombros que su equipo tardó tres años en despejar. Al pie de las escaleras, exactamente a ras del suelo, Lhuillier descubrió una lápida triangular vertical y los esqueletos de seis personas jóvenes, probablemente víctimas de sacrificios.

Al retirar la losa, Lhuillier abrió una tumba que había permanecido inviolada durante más de mil años. La describió como «una enorme sala vacía que parecía tallada en hielo, una especie de gruta cuyas paredes y techo semejaban superficies perfectas, o una capilla abandonada cuya cúpula estuviera cubierto de estalactitas y de cuyo suelo surgían gruesas estalagmitas como los goteos de una vela...

En esta cripta funeraria se encontró una lápida de piedra de 5 toneladas con magníficas tallas, colocada sobre un sarcófago; en todas las paredes había relieves escultóricos que representaban a los nueve Señores de la Noche venerados por los mayas. Dentro del sarcófago, Lhuillier descubrió los restos de un hombre alto, fallecido hacia sus 40 años. Su cuerpo y su rostro permanecían cubiertos de joyas de jade, que contrastaban con el revestimiento rojo de la tumba. Enormemente lujosa era la máscara funeraria, de mosaico de jade, con curiosas incrustaciones de obsidiana y nácar en los ojos.

Las tallas de la lápida del sarcófago no representan un astronauta en una cápsula espacial como asegura Erich von Daniken en su obra "Recuerdos del futuro", sino que constituyen un valioso símbolo del tránsito del alma al reino de los muertos. Y más concretamente, describen la trasformación de un jefe maya en un dios.

El culto maya a los antepasados

En los años 70, varios especialistas en cultura maya, entre ellos los estadounidenses Floyd Lounsbury y Linda Schele, descifraron numerosas inscripciones de las paredes de los templos de Palenque, descubriendo que el esqueleto de la cripta perteneció a un noble llamado Pacal, que significa «mano-escudo» , hijo de la dama Zac-Kuk, que gobernó antes que él y quizás actuara como regente cuando Pacal ascendió al trono a la edad de 12 años.

Según las inscripciones, Pacal murió a los 80 años de edad, en el 683 dC, hecho que resulta extraño porque el esqueleto corresponde a un hombre mucho más joven. Durante su mandato se construyó el gran palacio y Palenque alcanzó el apogeo de su poder, predominando sobre muchas comunidades mayas de la zona. Pacal trasformó Palenque en un importante conjunto ceremonial, donde se combinaban antiquísimos rituales relacionados con el ciclo agrícola con un extraordinario culto a los antepasados.

Pacal era la representación misma de la élite que regía a los mayas, obsesionada con el culto de los muertos. Los antepasados de Pacal se hallan instalados en una cueva situada al lado de su sarcófago; a la vez, todos sus sucesores dejaron inscripciones en las que reafirmaban su especial relación con él.

En el culto participaban los sacerdotes astrónomos mayas, que al parecer practicaban un complicado juego de números donde se equiparaban las necesidades de la religión y el poder con las de la historia y la genealogía. El Templo de las Inscripciones recibe este nombre debido a que contiene una serie de 620 jeroglíficos, la más extensa de la cultura maya. Aunque no se los ha descifrado en su totalidad, resulta evidente que algunos se refieren a personajes y dioses partícipes de una historia que se remonta a miles de años atrás.

Lounsbury sostiene, en base a las inscripciones, que el Templo de la Cruz se construyó en honor del hijo de Pacal, exactamente el mismo día en que había nacido cierta ancestral figura maternal, 3.724 años antes (1.359.540 días). Este elevado número de días es importante porque es posible dividirlo entre siete ciclos mayas, planetarios o del calendario. Esta coincidencia numerológica -una entre muchas - parece indicar que la historia de los mayas se superditaba a las actividades de la élite gobernante, estableciéndose continuidad con sus antepasados. La última fecha descifrada en Palenque corresponde al año 835. Después de ésta, el centro sagrado quedó misteriosamente abandonado. Sólo las inscripciones y las tumbas aún sin descubrir podrían revelar algunos datos más sobre sus moradores y ceremoniales.

El incomparable rostro de los mayas

El rostro de jade de Palenque

La máscara funeraria de Pacal está compuesta de 200 fragmentos de jade montados en un molde de madera. Los ojos son de nácar y obsidiana. Esta máscara cubría la calavera de Pacal en su sarcófago del Templo de las Inscripciones de Palenque. El esqueleto tenía asimismo otros adornos de jade: pendientes, un collar y anillos en los dedos. En su boca portaba una piedra de jade de gran tamaño, otras dos en las manos y, a sus lados, le acompañaban dos figuras de igual material.

Mayas antiguos y modernos

Los mayas conforman el grupo más importante de indios americanos al norte de Perú. En la actualidad existen unos dos millones de mayas, que viven en las mismas zonas de México, Guatemala, Belice y las lindes occidentales de Honduras y El Salvador, donde moraron sus antepasados durante el apogeo de su civilización. A pesar de los cambios que han experimentado las civilizaciones, los mayas han mantenido su identidad cultural. Incluso sus rasgos físicos difieren muy poco de los de las imágenes talladas en las paredes de los templos.

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