¿Utilizaron los Incas de Perú bulldozers para construir sus ciudades? ¿Inventaron los antiguos egipcios la televisión? Explorar la antigua tecnología depara grandes sorpresas.
Uno de los antiguos artefactos cuya función ha sido reinterpretada por autores contemporáneos es una pequeña figura que fue clasificada como un jaguar de juguete cuando fue encontrada en Panamá hacia los años veinte. Sin embargo, si consideramos la sugerencia de que esta figura es en realidad una máquina excavadora, como nuestros actuales bulldozers, entonces el objeto adopta una apariencia diferente. A pesar de la antigüedad del modelo, los curiosos apéndices triangulares empiezan a parecernos ahora palas de brazos mecánicos. Las ruedas dentadas que están montadas sobre la cola del modelo parece como si fueran a engranarse con cadenas o correas.
A pesar de todas estas conjeturas, los escépticos señalan que la construcción de una excavadora de tamaño normal exigiría unos considerables recursos tecnológicos -para fundir el hierro, por ejemplo, y para fabricar las piezas grandes de la máquina- de los cuales no se ha encontrado absolutamente ninguna prueba.
Los autores que hablan acerca de este invento no dudan en conectarlo con hazañas tan prodigiosas como la construcción de la ciudad «perdida» de Machu Picchu, edificada a 2.100 metros sobre el nivel del mar en los Andes peruanos. Afirman también que seguramente fue necesaria una maquinaria considerable para mover las grandes cantidades de tierra y de piedra precisas para la construcción de dicha ciudad. Pero este argumento tampoco parece tener mucha solidez: es bastante probable que estas grandes proezas no requieran más que una gran fuerza física.
Otra identificación más fantasiosa se ha llevado a cabo al descifrar un grabado en la pared del templo egipcio de Dendera. fechado entre los años 300 y 30 a.C., y dedicado a la diosa Hathor. Según el periodista norteamericano René Noorbergen, una «caja» que hay en el dibujo contiene una imagen de la cabeza de Horus, dios solar y símbolo de la energía divina. La cabeza sostiene un disco en forma de Sol, lo cual «identifica la caja con la fuente de energía». Un «cable» eléctrico conecta la caja con dos objetos que, según afirma Noorbergen, son tubos de rayos catódicos, dispositivos que, según se ha creído hasta ahora, fueron inventados a finales del siglo XIX y constituyen los precursores del tubo de televisión. Un tubo de rayo catódico contiene un espacio vacío, y, cuando está funcionando, una lluvia de electrones corre a lo largo del mismo, desde un cátodo caliente, o un polo eléctrico negativo, hasta un ánodo, o un polo positivo en forma de pantalla fluorescente situado en el otro extremo del tubo. Noorbergen afirma que el «cable» del grabado de la pared se dirige hacia un cátodo en cada uno de los supuestos tubos. En cada tubo hay una serpiente que se extiende a lo largo de cada cátodo y que representa la corriente de electrones (parece ser que Noorbergen no aprecia ningún ánodo, o polo positivo, que sería indispensable en un tubo de tales características).
El mandril y el cuchillo
Una de las serpientes está situada a lo largo de todo el tubo. La cabeza de la otra serpiente está doblada hacia un lado apartada de la figura de un mandril sosteniendo un cuchillo. Noorbergen sostiene que esto muestra cómo un haz de electrones es desviado por un objeto cargado eléctricamente (el cuchillo). Así pues, el dibujo hace una demostración de las propiedades de los electrones.
Las serpientes simbolizan haces de electrones; el disco en forma de Sol simboliza un generador eléctrico; pero, ¿qué simboliza el mandril? Noorbergen da aquí muestras de escasa imaginación y se atreve a afirmar que, para llevar a cabo el experimento, se amaestró a un verdadero mandril.
La tesis de Noorbergen es, en opinión de mucha gente, un tanto inverosímil. El astrónomo Carl Sagan se burla de aquellas personas que se afanan en encontrar proyectos de ingeniería en obras de arte a las que generalmente se atribuye un significado meramente ceremonial o religioso. Él mismo ha observado algo que se asemeja a un vehículo anfibio en las esculturas del Templo del Sol en Teotihuacán, en México. Sin embargo, no ha pensado ni por un momento que pueda representar otra cosa que el dios de la lluvia, tal y como afirman los arqueólogos. Y no es que resulte extraño hallar un vehículo anfibio en aquella sociedad, pero sí es demasiado prosaico, demasiado parecido a los vehículos corrientes que encontramos en nuestro propio siglo. Tales interpretaciones son sospechosas porque convierten a la gente del pasado en seres demasiado parecidos a nosotros. Sagan dice acertadamente que «estos artefactos son, de hecho, tests de proyección psicológica. La gente ve en ellos lo que desea ver».
Conviene recordar lo misteriosas que son las costumbres de las culturas desconocidas, la gran importancia atribuida a actividades que nosotros no podemos explicar y el enorme trabajo dedicado a ellas. Esparcidos por los bosques de Costa Rica encontramos ejemplos sorprendentes.
Cuando la zona de Diquís estaba siendo despejada para realizar plantaciones hacia los años treinta, los trabajadores vieron interrumpida su labor por cientos de piedras esparcidas por el suelo del bosque, que parecían haber sido alisadas artificialmente. Las más grandes tenían aproximadamente unos dos metros y medio de diámetro y constituían esferas casi perfectas. Las piedras, originariamente de forma irregular, eran pulidas con piedras más pequeñas y con arena mojada que actuaba como medio abrasivo. Su forma debía de comprobarse constantemente por medio de unas plantillas exactas recortadas. Todo este proceso requería sin duda un trabajo paciente por parte de un gran número de personas y durante un largo período de tiempo.
Después, las piedras -algunas de las cuales pesaban 16 toneladas- tenían que ser arrastradas desde el lugar de donde habían sido extraídas (posiblemente en la desembocadura del río Diquís), hasta sus lugares de destino, quizá a 48 kilómetros de distancia. A menudo eran colocadas en grupos o en líneas rectas o curvas. Algunas han sido halladas encima de tumbas humanas. Sin embargo, se desconoce por completo el propósito de este enorme esfuerzo. Algunos especulan que las piedras representan el Sol, la Luna a otros cuerpos celestes; otros piensan que son símbolos de la perfección.
Pistas contradictorias
No existe ninguna técnica para determinar la fecha en la cual las piedras fueron labradas. A veces surgen pistas, pero suelen ser contradictorias. Así pues, no sabemos quiénes fueron los constructores de las extrañas esferas, ni cuál fue su propósito.
También se necesitó de un enorme y paciente trabajo de pulido para esculpir las espléndidas facciones del cráneo de cuarzo de tamaño natural encontrado en Honduras Británica por el explorador británico F. A. Mitchell-Hedges en 1927. El la describe así:
La «Skull of Doom» (la Calavera de la Muerte, o del Juicio Final) está hecha de cristal de roca puro y, según los científicos tardó en ser construida unos 150 años. Generación tras generación, todos fueron trabajando durante todos los días de sus vidas frotando con arena un enorme bloque de cristal de roca hasta que apareció por fin la calavera perfecta... Se dice que cuando el sumo sacerdote de los mayas invocaba a la muerte con la ayuda de esta calavera, ésta invariablemente se presentaba. La calavera ha sido descrita como la personificación del mal.
Acaso algunas de estas afirmaciones las inventó el propio Mitchell-Hedges. Se ha conjeturado incluso que podría haber mandado fabricar la «Calavera de la Muerte» para hacerle un regalo a su hija el día de su cumpleaños. Fue ella precisamente quien la encontró debajo de un altar en la ciudad maya de Lubaantum el día en que cumplía 17 años.
Algunos de los detalles de la calavera se han considerado como increíblemente modernos y naturalistas. El crear unos objetos tan cuidadosamente modelados a partir de una sustancia tan extremadamente dura como el cuarzo requería sin duda una larga dedicación, a menos que los mayas tuvieran a su disposición unas técnicas que nosotros ignoramos que poseyeran. De hecho, a menudo se insinúa que los antiguos albañiles deben haber poseído instrumentos más eficaces para cortar que los que se han hallado. Así pues, quizás los escultores que trabajaban a una escala más pequeña no estaban, después de todo, condenados a pasarse años puliendo tal y como afirmaba MitchellHedges.
Se desconoce la función que desempeñaban las calaveras de cristal, aunque se ha sugerido que podrían haber desempeñado un papel primordial en los rituales más significativos de algunos templos. Pero tales conjeturas sólo sirven para enmascarar nuestra total ignorancia acerca de las motivaciones de los antiguos artesanos.
¿Cómo se construyó Sacsahuamán?
De entre las muchas maravillas que posee el Perú prehispánico, quizá la que ha suscitado más interrogantes sea la fortaleza de Sacsahuamán, que domina la ciudad de Cuzco, antigua capital incaica. Se trata de un vasto complejo de baluartes, casas, altares, anfiteatros y acueductos en gran parte destruido (sirvió de cantera para la construcción de la catedral de Cuzco y para numerosas casas coloniales), pero cuya grandiosidad sigue haciéndolo sobrecogedor y, en gran parte, inexplicable.
Sacsahuamán era en realidad un palacio, el palacio-templo del Sol, y constituía una de las principales residencias del inca. Sin embargo su excelente situación estratégica hizo que los españoles creyeran que se trataba de una fortaleza, y que esporádicamente los propios habitantes de Cuzco lo destinaran a este fin. Algunas leyendas atribuyen su fundación al propio Manco Cápac, el primer y mítico inca. Se ha calculado que en su construcción participaron más de 20.000 hombres.
Los datos que recogieron los cronistas en la época de esplendor del palacio contienen rasgos extremadamente curiosos e intrigantes. Al parecer, el torreón central, de 4 ó 5 pisos y forma cilíndrica, estaba totalmente recubierto de planchas de oro; además, a toda la construcción subyacían un verdadero laberinto de callejas y pasadizos subterráneos y un perfecto sistema de canalizaciones herméticas por las cuales llegaba el agua desde emplazamientos que permanecieron siempre secretos.
Pero no son éstas las características más impresionantes de Sacsahuamán; las supera, sin duda, su triple muralla megalítica en forma de zigzag, construida con enormes bloques de piedra caliza de hasta 130 kg de peso y más de 5 metros de altura. Estas cifras hablan ya de las dificultades que una empresa así debió de representar para una sociedad que no conocía la rueda; pero, además, la exactitud del ensamblamiento antisísmico de las piedras hizo que los cronistas, asombrados, atribuyeran a Sacsahuamán un origen sobrenatural.
Es evidente que ni siquiera el alto grado de organización social del imperio incaico puede explicar la construcción de esos baluartes, y mucho menos su misteriosa forma (tres serpientes paralelas). El cronista Pedro Sancho de la Hoz aseguró «que nadie que los vea no diría que hayan sido puestos allí por manos de hombres humanos, que son tan grandes como troncos de montañas».
Efectivamente, los primeros testigos españoles hablaban ya de la absoluta carencia de herramientas para trabajar esas piedras. Muchos, posteriormente, han insinuado que se trata de una construcción mucho más antigua que lo que se ha pretendido, y que parece implicar la existencia de una superraza desconocida. Otros han sugerido que sus constructores poseían la fórmula de un líquido capaz de ablandar la piedra, y que de esta manera no necesitaron ningún tipo de amalgama para mantener unidos los bloques. Tampoco se ha podido determinar la función de las ménsulas que se aprecian encima de algunos de los bloques, ni cómo funcionaban sus puertas levadizas...
Sacsahuamán permanece pues como testimonio de una tecnología insólita, con sus asombrosas piedras que hicieron «imaginar y aun creer» al inca Garcilaso de la Vega «que son hechas por vía de encantamiento y que las hicieron demonios y no hombres».
¿Inoxidable?
La columna de hierro «inoxidable» de Mehauli en la India, ha atraído la atención de Erich von Däniken:
«En el patio de un templo de Delhi, en la India, hay... una columna hecha de trozos de hierro soldados que ha sido expuesta al desgaste durante más de 4.000 años sin mostrar nunca ni rastro de oxidación, ya que no contiene ni azufre ni fósforo. Tenemos frente a nosotros, pues. una extraña aleación. Quizá la columna fue levantada por un grupo de ingenieros que no disponían de recursos para construir un edificio colosal, pero que querían legar a la posteridad un monumento visible que desafiara al tiempo...»
Es justo decir que después de este relato Von Däniken ha declarado que sus conclusiones no eran correctas. Esto no nos sorprende mucho, ya que su relato falla en algunos puntos importantes. La columna de hecho, consta de una sola pieza de hierro puro y no de varios trozos soldados de una misteriosa aleación. Erigida en el siglo V d.C., la columna pesa más de seis toneladas lo que resulta curioso es que en Europa no pudo haberse construido ni una sola pieza de un tamaño similar hasta finales del siglo XIX.
Uno de los antiguos artefactos cuya función ha sido reinterpretada por autores contemporáneos es una pequeña figura que fue clasificada como un jaguar de juguete cuando fue encontrada en Panamá hacia los años veinte. Sin embargo, si consideramos la sugerencia de que esta figura es en realidad una máquina excavadora, como nuestros actuales bulldozers, entonces el objeto adopta una apariencia diferente. A pesar de la antigüedad del modelo, los curiosos apéndices triangulares empiezan a parecernos ahora palas de brazos mecánicos. Las ruedas dentadas que están montadas sobre la cola del modelo parece como si fueran a engranarse con cadenas o correas.
A pesar de todas estas conjeturas, los escépticos señalan que la construcción de una excavadora de tamaño normal exigiría unos considerables recursos tecnológicos -para fundir el hierro, por ejemplo, y para fabricar las piezas grandes de la máquina- de los cuales no se ha encontrado absolutamente ninguna prueba.
Los autores que hablan acerca de este invento no dudan en conectarlo con hazañas tan prodigiosas como la construcción de la ciudad «perdida» de Machu Picchu, edificada a 2.100 metros sobre el nivel del mar en los Andes peruanos. Afirman también que seguramente fue necesaria una maquinaria considerable para mover las grandes cantidades de tierra y de piedra precisas para la construcción de dicha ciudad. Pero este argumento tampoco parece tener mucha solidez: es bastante probable que estas grandes proezas no requieran más que una gran fuerza física.
Otra identificación más fantasiosa se ha llevado a cabo al descifrar un grabado en la pared del templo egipcio de Dendera. fechado entre los años 300 y 30 a.C., y dedicado a la diosa Hathor. Según el periodista norteamericano René Noorbergen, una «caja» que hay en el dibujo contiene una imagen de la cabeza de Horus, dios solar y símbolo de la energía divina. La cabeza sostiene un disco en forma de Sol, lo cual «identifica la caja con la fuente de energía». Un «cable» eléctrico conecta la caja con dos objetos que, según afirma Noorbergen, son tubos de rayos catódicos, dispositivos que, según se ha creído hasta ahora, fueron inventados a finales del siglo XIX y constituyen los precursores del tubo de televisión. Un tubo de rayo catódico contiene un espacio vacío, y, cuando está funcionando, una lluvia de electrones corre a lo largo del mismo, desde un cátodo caliente, o un polo eléctrico negativo, hasta un ánodo, o un polo positivo en forma de pantalla fluorescente situado en el otro extremo del tubo. Noorbergen afirma que el «cable» del grabado de la pared se dirige hacia un cátodo en cada uno de los supuestos tubos. En cada tubo hay una serpiente que se extiende a lo largo de cada cátodo y que representa la corriente de electrones (parece ser que Noorbergen no aprecia ningún ánodo, o polo positivo, que sería indispensable en un tubo de tales características).
El mandril y el cuchillo
Una de las serpientes está situada a lo largo de todo el tubo. La cabeza de la otra serpiente está doblada hacia un lado apartada de la figura de un mandril sosteniendo un cuchillo. Noorbergen sostiene que esto muestra cómo un haz de electrones es desviado por un objeto cargado eléctricamente (el cuchillo). Así pues, el dibujo hace una demostración de las propiedades de los electrones.
Las serpientes simbolizan haces de electrones; el disco en forma de Sol simboliza un generador eléctrico; pero, ¿qué simboliza el mandril? Noorbergen da aquí muestras de escasa imaginación y se atreve a afirmar que, para llevar a cabo el experimento, se amaestró a un verdadero mandril.
La tesis de Noorbergen es, en opinión de mucha gente, un tanto inverosímil. El astrónomo Carl Sagan se burla de aquellas personas que se afanan en encontrar proyectos de ingeniería en obras de arte a las que generalmente se atribuye un significado meramente ceremonial o religioso. Él mismo ha observado algo que se asemeja a un vehículo anfibio en las esculturas del Templo del Sol en Teotihuacán, en México. Sin embargo, no ha pensado ni por un momento que pueda representar otra cosa que el dios de la lluvia, tal y como afirman los arqueólogos. Y no es que resulte extraño hallar un vehículo anfibio en aquella sociedad, pero sí es demasiado prosaico, demasiado parecido a los vehículos corrientes que encontramos en nuestro propio siglo. Tales interpretaciones son sospechosas porque convierten a la gente del pasado en seres demasiado parecidos a nosotros. Sagan dice acertadamente que «estos artefactos son, de hecho, tests de proyección psicológica. La gente ve en ellos lo que desea ver».
Conviene recordar lo misteriosas que son las costumbres de las culturas desconocidas, la gran importancia atribuida a actividades que nosotros no podemos explicar y el enorme trabajo dedicado a ellas. Esparcidos por los bosques de Costa Rica encontramos ejemplos sorprendentes.
Cuando la zona de Diquís estaba siendo despejada para realizar plantaciones hacia los años treinta, los trabajadores vieron interrumpida su labor por cientos de piedras esparcidas por el suelo del bosque, que parecían haber sido alisadas artificialmente. Las más grandes tenían aproximadamente unos dos metros y medio de diámetro y constituían esferas casi perfectas. Las piedras, originariamente de forma irregular, eran pulidas con piedras más pequeñas y con arena mojada que actuaba como medio abrasivo. Su forma debía de comprobarse constantemente por medio de unas plantillas exactas recortadas. Todo este proceso requería sin duda un trabajo paciente por parte de un gran número de personas y durante un largo período de tiempo.
Después, las piedras -algunas de las cuales pesaban 16 toneladas- tenían que ser arrastradas desde el lugar de donde habían sido extraídas (posiblemente en la desembocadura del río Diquís), hasta sus lugares de destino, quizá a 48 kilómetros de distancia. A menudo eran colocadas en grupos o en líneas rectas o curvas. Algunas han sido halladas encima de tumbas humanas. Sin embargo, se desconoce por completo el propósito de este enorme esfuerzo. Algunos especulan que las piedras representan el Sol, la Luna a otros cuerpos celestes; otros piensan que son símbolos de la perfección.
Pistas contradictorias
No existe ninguna técnica para determinar la fecha en la cual las piedras fueron labradas. A veces surgen pistas, pero suelen ser contradictorias. Así pues, no sabemos quiénes fueron los constructores de las extrañas esferas, ni cuál fue su propósito.
También se necesitó de un enorme y paciente trabajo de pulido para esculpir las espléndidas facciones del cráneo de cuarzo de tamaño natural encontrado en Honduras Británica por el explorador británico F. A. Mitchell-Hedges en 1927. El la describe así:
La «Skull of Doom» (la Calavera de la Muerte, o del Juicio Final) está hecha de cristal de roca puro y, según los científicos tardó en ser construida unos 150 años. Generación tras generación, todos fueron trabajando durante todos los días de sus vidas frotando con arena un enorme bloque de cristal de roca hasta que apareció por fin la calavera perfecta... Se dice que cuando el sumo sacerdote de los mayas invocaba a la muerte con la ayuda de esta calavera, ésta invariablemente se presentaba. La calavera ha sido descrita como la personificación del mal.
Acaso algunas de estas afirmaciones las inventó el propio Mitchell-Hedges. Se ha conjeturado incluso que podría haber mandado fabricar la «Calavera de la Muerte» para hacerle un regalo a su hija el día de su cumpleaños. Fue ella precisamente quien la encontró debajo de un altar en la ciudad maya de Lubaantum el día en que cumplía 17 años.
Algunos de los detalles de la calavera se han considerado como increíblemente modernos y naturalistas. El crear unos objetos tan cuidadosamente modelados a partir de una sustancia tan extremadamente dura como el cuarzo requería sin duda una larga dedicación, a menos que los mayas tuvieran a su disposición unas técnicas que nosotros ignoramos que poseyeran. De hecho, a menudo se insinúa que los antiguos albañiles deben haber poseído instrumentos más eficaces para cortar que los que se han hallado. Así pues, quizás los escultores que trabajaban a una escala más pequeña no estaban, después de todo, condenados a pasarse años puliendo tal y como afirmaba MitchellHedges.
Se desconoce la función que desempeñaban las calaveras de cristal, aunque se ha sugerido que podrían haber desempeñado un papel primordial en los rituales más significativos de algunos templos. Pero tales conjeturas sólo sirven para enmascarar nuestra total ignorancia acerca de las motivaciones de los antiguos artesanos.
¿Cómo se construyó Sacsahuamán?
De entre las muchas maravillas que posee el Perú prehispánico, quizá la que ha suscitado más interrogantes sea la fortaleza de Sacsahuamán, que domina la ciudad de Cuzco, antigua capital incaica. Se trata de un vasto complejo de baluartes, casas, altares, anfiteatros y acueductos en gran parte destruido (sirvió de cantera para la construcción de la catedral de Cuzco y para numerosas casas coloniales), pero cuya grandiosidad sigue haciéndolo sobrecogedor y, en gran parte, inexplicable.
Sacsahuamán era en realidad un palacio, el palacio-templo del Sol, y constituía una de las principales residencias del inca. Sin embargo su excelente situación estratégica hizo que los españoles creyeran que se trataba de una fortaleza, y que esporádicamente los propios habitantes de Cuzco lo destinaran a este fin. Algunas leyendas atribuyen su fundación al propio Manco Cápac, el primer y mítico inca. Se ha calculado que en su construcción participaron más de 20.000 hombres.
Los datos que recogieron los cronistas en la época de esplendor del palacio contienen rasgos extremadamente curiosos e intrigantes. Al parecer, el torreón central, de 4 ó 5 pisos y forma cilíndrica, estaba totalmente recubierto de planchas de oro; además, a toda la construcción subyacían un verdadero laberinto de callejas y pasadizos subterráneos y un perfecto sistema de canalizaciones herméticas por las cuales llegaba el agua desde emplazamientos que permanecieron siempre secretos.
Pero no son éstas las características más impresionantes de Sacsahuamán; las supera, sin duda, su triple muralla megalítica en forma de zigzag, construida con enormes bloques de piedra caliza de hasta 130 kg de peso y más de 5 metros de altura. Estas cifras hablan ya de las dificultades que una empresa así debió de representar para una sociedad que no conocía la rueda; pero, además, la exactitud del ensamblamiento antisísmico de las piedras hizo que los cronistas, asombrados, atribuyeran a Sacsahuamán un origen sobrenatural.
Es evidente que ni siquiera el alto grado de organización social del imperio incaico puede explicar la construcción de esos baluartes, y mucho menos su misteriosa forma (tres serpientes paralelas). El cronista Pedro Sancho de la Hoz aseguró «que nadie que los vea no diría que hayan sido puestos allí por manos de hombres humanos, que son tan grandes como troncos de montañas».
Efectivamente, los primeros testigos españoles hablaban ya de la absoluta carencia de herramientas para trabajar esas piedras. Muchos, posteriormente, han insinuado que se trata de una construcción mucho más antigua que lo que se ha pretendido, y que parece implicar la existencia de una superraza desconocida. Otros han sugerido que sus constructores poseían la fórmula de un líquido capaz de ablandar la piedra, y que de esta manera no necesitaron ningún tipo de amalgama para mantener unidos los bloques. Tampoco se ha podido determinar la función de las ménsulas que se aprecian encima de algunos de los bloques, ni cómo funcionaban sus puertas levadizas...
Sacsahuamán permanece pues como testimonio de una tecnología insólita, con sus asombrosas piedras que hicieron «imaginar y aun creer» al inca Garcilaso de la Vega «que son hechas por vía de encantamiento y que las hicieron demonios y no hombres».
¿Inoxidable?
La columna de hierro «inoxidable» de Mehauli en la India, ha atraído la atención de Erich von Däniken:
«En el patio de un templo de Delhi, en la India, hay... una columna hecha de trozos de hierro soldados que ha sido expuesta al desgaste durante más de 4.000 años sin mostrar nunca ni rastro de oxidación, ya que no contiene ni azufre ni fósforo. Tenemos frente a nosotros, pues. una extraña aleación. Quizá la columna fue levantada por un grupo de ingenieros que no disponían de recursos para construir un edificio colosal, pero que querían legar a la posteridad un monumento visible que desafiara al tiempo...»
Es justo decir que después de este relato Von Däniken ha declarado que sus conclusiones no eran correctas. Esto no nos sorprende mucho, ya que su relato falla en algunos puntos importantes. La columna de hecho, consta de una sola pieza de hierro puro y no de varios trozos soldados de una misteriosa aleación. Erigida en el siglo V d.C., la columna pesa más de seis toneladas lo que resulta curioso es que en Europa no pudo haberse construido ni una sola pieza de un tamaño similar hasta finales del siglo XIX.
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